jueves, 31 de diciembre de 2020

Lo que el año nos dejó


Qué difícil es elegir lo mejor de un año de mierda. Un año atravesado por la pandemia en el que cada uno hizo lo que pudo como pudo. Pese a todo, las restricciones, los miedos, la incertidumbre, la nueva normalidad, aparecieron grandes discos. Algunos los venían preparando desde el año pasado y otros son hijos de la cuarentena. Entre los más destacados aparecen Letter to you, de Bruce Springsteen; el largamente esperado Homegrown, de Neil Young; Self Made Man, de Larkin Poe; y El Dorado, de Marcus King. En el plano del blues no pueden quedar afuera Uncivil War de Shemekia Copeland, una crónica urgente de estos tiempos; Blues with Friends, de Dion; 100 Years of Blues, de Elvin Bishop & Charlie Musselwhite; y el regreso de Luther “Guitar Jr” Johnson. Hubo muchos lanzamientos más, hasta un nuevo álbum de Bob Dylan, Rough and Rowdy Ways, que más allá de las letras, como siempre hermosas, musicalmente me resultó bastante aburrido. Yo sé que está mal, pero tenía que decirlo.

En el plano local la cosa fue aún más compleja. Ya veníamos de un año pésimo, el último de macrismo explícito, y cuando la expectativa de recuperación comenzaba a ilusionarnos se vino la pandemia. El ambiente artístico, y el de los músicos en particular, fue de los más golpeados. Los espectáculos musicales se cortaron aquí como en todo el mundo. Cerraron decenas de bares y los teatros mantuvieron sus butacas vacías. Eso afectó a la industria musical, pero mucho más a las producciones independientes. Si la pandemia golpeó a la economía global, a nosotros hasta nos pegó patadas en la cara. En la escena del blues local se editaron muy pocos discos y todos en formato digital. Los primeros en aparecer fueron Esto es Blues, de Federico Padin, y El Ataque del Caimán, de Joaquín Casas, aunque ambos trabajos traían el impulso pre pandémico, como Blues Extravaganza, el disco que Nico Smoljan grabó junto a The Headcutters (Brasil) y Silver Kings (EEUU). A mitad de año asomó Lost in Translation, de Daniel De Vita, probablemente el que más me gustó de todos los que se editaron en estos meses. Luego surgieron en cuentagotas materiales de otros músicos, las experiencias hill country blues del tándem Verteramo-Tolosa o la de Adrián Jiménez con Christian Morana desde España, y otros trabajos tal vez no tan bluseros, pero con mucha afinidad, como los de Pilar Padin o Marcelo Ponce. 

Los que amamos la música extrañamos los shows en vivo. Antes de la cuarentena alcancé a ir a uno solo, el de Daniel Raffo versionando a los Stones en Lucille. Esa calurosa noche de enero, entre Ipa e Ipa, resultó imposible imaginarse la desgracia que se avecinaba. En los primeros meses de la cuarentena afloraron los shows en vivo por streaming. Para algunos funcionaron muy bien, pero a mí me resultaron difíciles de disfrutar. No por la calidad de la música, sino por el formato. Así y todo hubo algunas apariciones que con el tiempo serán históricos, como la de los Rolling Stones, cada uno desde su casa, interpretando You Can’t Always Get What You Want. 


Pero con todas esas dificultades la música estuvo para acompañarnos. En mi caso me propuse reordenar mi discografía de cd’s. Me desprendí de lo ya no me interesaba y conseguí muchos de los clásicos que me faltaban. Y así llegaron a mis manos Guess Who, de B.B. King; Backless, de Clapton; Them Changes, de Buddy Miles; I Never Loved a Man The Way I Love You, de Aretha; y una hermosa caja con cinco discos de Otis Redding; entre muchos más.

El 2020 ya se va y nos deja sus cicatrices. Tenemos que celebrar que estamos vivos. Habrá que ver cómo (y cuándo) comenzará a restablecerse la normalidad, si es que eso sucede. Talento sobra y ganas ni hablar. Hola 2021. Danos una señal.



lunes, 21 de diciembre de 2020

Una historia adaptada



Primera aclaración: Ma Rainey’s Black Bottom, la película que acaba de estrenar Netflix, no es una biopic sobre la Madre del Blues, sino que se trata de la adaptación de la obra de teatro escrita por August Wilson en 1984. 

La historia transcurre en un estudio de grabación de Chicago, un caluroso día de 1927, donde Ma Rainey tiene que dejar registro de un puñado de canciones, aunque eso es meramente anecdótico. Toda la sesión de grabación está marcada por la tensión. El dueño del estudio que quiere grabar y que todo termine rápido, el representante de Ma Rainey trata de contentarla como sea porque sabe que si ella no graba perderá mucho dinero. Los músicos de la banda se enfrascan en acaloradas discusiones mientras tratan ensayar en un sótano con poca circulación de aire. Y Ma Rainey, con su carácter duro y una mirada siempre desconfiada, defiende con uñas y dientes el control de su música y no se deja avasallar en ningún momento.

Segunda aclaración: el racismo es el eje central del film. Las miradas que juzgan a Ma Rainey por ser negra y lesbiana; la historia trágica de Levee, el ambicioso trompetista de la banda que vio como hombres blancos violaban a su madre y mataban a su padre cuando era pequeño; el relato de Cutler, el trombonista, sobre un reverendo que tuvo la desgracia de quedarse varado en el pueblo equivocado; o cuando dos de los músicos entran a una despensa a comprar unas coca colas y los fulminan con miradas intimidantes son algunas de las escenas que grafican esa problemática. También hay una mirada crítica sobre la industria de la música, que es difícil de disociarla de la segregación racial, y su apropiación cultural. 

“La razón por la que (la película) resuena hoy es porque el racismo no ha sido destruido. Simplemente ha evolucionado. No se puede pasar por 400 años de racismo sistémico y políticas y prácticas sin que esto resuene hoy en la educación, en cómo se les paga a las mujeres y a los negros, y en cuán dignos se nos ve”, dijo la actriz Viola Davis en una entrevista que concedió a la agencia Reuters. 

Las actuaciones son muy convincentes, especialmente la de Davis, que encarna con mucha personalidad a Ma Rainey y la Chadwick Boseman, que murió de cáncer en agosto pasado y no alcanzó a ver el estreno de la película, en el rol del irreverente Levee. La ambientación está un poco sobreproducida, algo habitual en este tipo de películas de Netflix y por momentos resulta un tanto artificial. A favor del film es que dura una hora y media. De haber sido un poco más largo probablemente hubiese sido insoportable. 

Tercera aclaración: la película dirigida por George C. Wolfe y producida por Denzel Washington no aporta mucho a los fanáticos del blues (o el jazz) en cuanto a la vida y la música de Ma Rainey, aunque ella deja una frase muy cierta: "Sería un mundo vacío sin el blues". El personaje de la cantante se construye con gestos y actitudes propias de una mujer que asume que “yo no les importo un carajo, solo quieren oír mi voz”. Y en esa convicción radica su fortaleza. Sabe que sus canciones valen y lo aprovecha, sin dejarse presionar e imponiendo sus propias condiciones. 

En definitiva, Ma Rainey’s Black Bottom es una historia adaptada para el público masivo de Netflix,  que mantiene su mensaje claro y contundente: exponer el sufrimiento y el padecimiento de la población afroamericana por la segregación racial en una década determinada de los Estados Unidos, que se hace extensivo hasta el día de hoy. Es esa extraña fruta que colgaba de los árboles sureños que, de alguna manera, nunca terminó de caer.  



domingo, 29 de noviembre de 2020

Ganjas del oficio

Willie Nelson
Willie Nelson

Suspiró. Aflojó su moño y cerró la puerta. Detrás quedaban decenas de personas enfervorizadas. Eran sus diez minutos de descanso. El callejón estaba a oscuras y solo se escuchaba un murmullo que provenía del club. Se apoyó contra un auto y prendió un porro. Tras una chupada amable de sus labios gordos el humo penetró en sus pulmones, y una sonrisa reconfiguró su cara. Satchmo le pasó el porro a Vic, quien dio un par de pitadas y se lo devolvió. Tenían unos minutos más para relajarse. No podían demorarse mucho, la gente estaba ansiosa. Pero Satchmo y su baterista no volverían a subir al escenario esa noche. 

Dos policías aparecieron en escena y, sin darles tiempo a deshacerse de la tuca que ardía entre sus dedos, los detuvieron gracias al “dato” que algún músico celoso del éxito ajeno les había pasado. Y así fue como Louis Armstrong, una leyenda del jazz y la música contemporánea, pasó nueve días en una celda de un presidio de Los Ángeles y después fue condenado a seis meses de prisión. Si bien su condena no fue efectiva, tuvo que padecer el acoso de la prensa sensacionalista, visitar juzgados, reunirse con abogados y muchas más complicaciones. Todo por una tuca. 

Eso ocurrió en 1931. Y en ese preciso instante se inauguró lo que sería una larga y desmedida persecución del gobierno de los Estados Unidos a los músicos fumadores de marihuana. En la década del treinta empezaron con los que tocaban jazz, la sensación en ese momento, y en los sesenta encontraron un nicho aún mayor: el del rock. Además, el poder de lobby estadounidense logró que esa cacería se extendiera también a otros países, especialmente Gran Bretaña.. 

Harry Anslinger
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX hubo varios tipos que pusieron el ojo sobre los músicos consumidores de marihuana (y de otras drogas), porque ellos estaban en el centro de la escena. Claro que el objetivo fue siempre el mismo: endurecer las leyes antidrogas y recaudar más fondos para la denominada War on drugs, en la que los músicos quedaron en el medio. La lista de represores de ese medio siglo podría resumirse así: Harry Anslinger fue comisionado de Drogas Narcóticas y en 1930 comenzó la campaña antimarihuana más cruda de la historia; Richard Nixon fundó la DEA; Ronald Reagan otorgó un fondo de 1,7 billones de dólares para la lucha contra las drogas y llenó las cárceles de negros y latinos adictos. 

El autor del libro Historia del Rock y las Drogas, Harry Shapiro, lo explica de esta manera: “Los músicos de rock y las estrellas del jazz de primera línea consideraban el hecho de ser detenidos por posesión de drogas como un gaje más del oficio. Aunque los tiempos han cambiado, el atropello sigue siendo el mismo. (…) Los músicos son buen material para la propaganda contra los consumidores”. 

Fue así que, como fichas de dominó, fueron cayendo uno a uno casi todos. Y eso que afuera de esta crónica quedan los detenidos con heroína, cocaína, anfetaminas, LSD o cualquier otra sustancia declarada ilegal. Entonces la lista sería interminable. 

Empecemos por los más famosos. John, Paul, George y Ringo, o los cuatro de Liverpool, o los fantastic four, cayeron varias veces por tenencia de marihuana. Su primer porro lo habían fumado en 1964 junto a Bob Dylan (“Sentíamos cierto orgullo por haber sido introducidos a la marihuana por Dylan”, dijo alguna vez McCartney), y sus problemas con la ley empezaron a partir de 1967, cuando el grupo comenzaba su proceso de separación. Lennon y Yoko Ono fueron detenidos en octubre de 1968 en el departamento de Ringo Starr luego de que la policía allanara el lugar y encontrara resina de cannabis. A Harrison le pasó algo similar unos meses después. Otro allanamiento. Y otro beatle preso. Porque en su casa habían encontrado poco más de medio kilo de la más verde marihuana. 

Paul ya había caído preso un par de veces por tenencia de marihuana –y zafó en 1975, la vez que detuvieron a su esposa Linda– cuando un nuevo escándalo mediático se le vino encima. El gobierno japonés le negaba la visa por sus antecedentes, pero como era la época en que McCartney triunfaba con los Wings y llenaba estadios en todo el mundo, los promotores presionaron a los incorruptibles funcionarios japoneses y lograron que autorizaran al ex beatle a entrar al país. Pero como si fuera una burla del destino, el 16 de enero de 1980, el día que Paul pisó suelo japonés, un par de aduaneros rabiosos le dieron vuelta el equipaje y encontraron 200 gramos. La aventura nipona terminó con Paul subiéndose a otro avión nueve días después. El título de todos los diarios fue: “Deportado”. 

Lennon estuvo a punto de ser deportado también, pero de los Estados Unidos. Esa historia comenzó en 1971, cuando el músico le cantaba al mundo Imagine instalado en un luminoso departamento de Nueva York. Hasta ese momento las autoridades estadounidenses veían su afincamiento con desdén, pero a partir de su participación en el concierto para exigir la liberación de John Sinclair decidieron perseguirlo hasta acabar con él. 

John Sinclair
Sinclair era un poeta radical, miembro de las Panteras Blancas y representante del grupo de rock duro MC5, que se había ganado varios enemigos en el gobierno por sus mensajes “antisistema”. Por eso, en cuánto pudieron, lo hicieron caer. A Sinclair lo detuvieron con dos porros y le dieron una de las condenas más excesivas por ese “delito” que se recuerden: diez años de prisión. Pero cuando cumplía su segundo año hubo una movida popular encabezada por jóvenes para liberarlo, una movida que explotó con el concierto a beneficio de Ann Arbour, una fiesta en la que Lennon, Stevie Wonder, Bob Seger, el saxofonista Archie Shepp y el poeta Allen Ginsberg supieron ponerle música y letra a ese reclamo masivo. La Corte Suprema de Michigan finalmente liberó a Sinclair. Fue un pequeño triunfo, pero el costo lo cargó Lennon sobre sus espaldas. Nixon, el FBI y el senador republicano Strom Thurmond, con ayuda del Servicio de Inmigración, buscaron por todos los medios que fuera deportado ya que, sostenían, su condena por drogas de 1968 en Inglaterra no lo hacía apto para permanecer en EE.UU. 

El músico Art Garfunkel (creador de Sound of Silence y Mrs Robinson junto a Paul Simon) se solidarizó con Lennon. Por entonces declaró a la prensa que si Lennon era deportado “yo me voy también, con mis músicos y con mi marihuana”. La batalla legal fue dura y larga, pero al final los abogados de Lennon ganaron. Pudieron hacerlo gracias a que en Inglaterra habían condenado al policía que lo había arrestado en 1968, Norman Pilcher, por “conspiración para alterar el curso de la justicia”. 

El viejo Art se mantuvo fiel a sus principios y gustos. En enero de 2004 lo detuvieron en el estado de Nueva York por tenencia de marihuana. Iba en su limusina a toda velocidad. Lo pararon y… adentro.

Pilcher, un sabueso antidrogas y antirock, había perseguido también a Eric Clapton, pero nunca pudo atraparlo. En 1967 allanó su estudio de grabación, pero no encontró nada. A Pilcher le hubiera gustado estar el 20 de marzo de 1968 en California, cuando Clapton fue detenido por la Policía de Los Ángeles. Se lo llevaron preso junto a Neil Young y otros dos miembros del grupo Buffalo Springfield porque estaban en un lugar en el que había olor a marihuana. Todos tuvieron que pagar una fianza. 

Mick Jagger y Keith Richards
Otro escándalo fue el que a fines de los sesentas protagonizó la Justicia británica con los Rolling Stones. La Policía y el periódico News of the World le habían tendido una trampa a Jagger y Richards. Allanaron la casa en la que ellos estaban con unos amigos, entre los que estaban George Harrison y Marianne Faithfull, y secuestraron marihuana y anfetaminas. Harrison y su mujer Patti (sí, la misma del affaire con Clapton) zafaron, pero los dos stones fueron detenidos, y tiempo después llegaron a juicio. Richards fue condenado a un año de prisión. Jagger, a tres meses. Fue un verdadero circo mediático, bien al estilo inglés, y los stones no estuvieron presos más que algunas pocas horas. Ese fue sólo un capítulo en la historia de los encuentros de la Policía y los Stones. Pilcher, el mismo Pilcher de Lennon y Clapton, había detenido dos veces a Brian Jones. Ron Wood y Bill Wyman también tuvieron unos cuantos problemas con la ley. 

Uno de los primeros en caer con porro en Inglaterra (podríamos decir que inauguró la saga persecutoria que vendría después con los músicos) fue Donovan. El cantante de Season of the Witch y Sunshine Superman fue apresado en julio de 1966 por tenencia de marihuana. Fue multado con 250 libras y reprendido por el juez con exagerado tono paternal: “Nos gustaría que tenga en cuenta que ejerce una gran influencia sobre los jóvenes y es su deber comportarse adecuadamente”. 

Inglaterra también fue complicada para los músicos estadounidenses. El caso más insólito fue el de Steve Miller y los miembros de su banda. Corría 1968 y estaban allí grabando el disco Children of the Future cuando recibieron una caja de bombones desde EE.UU. Pero como los bomboncitos estaban rellenos con macoña, todos fueron presos. Después los deportaron. 

Jerry Garcia
La lucha contra la marihuana y los músicos que la consumían (¿todos?) también se hizo insoportable a finales de los sesenta del otro lado del Atlántico, especialmente en San Francisco, a donde los jóvenes llegaban a raudales para vivir la experiencia de amor y paz. Y si los policías tenían que perseguir a alguien, obviamente iban a empezar por los Grateful Dead. La banda que mejor representó la contracultura hippie sufrió varios acosos policiales. Su casa de Haight y Ashbury en San Francisco, donde los Dead vivían en comunidad, fue escenario de un exagerado allanamiento policial en 1967. A Bob Weir y el tecladista Pigpen McKernan se los llevaron presos por estar fumando unos churros, pero la Diosa Fortuna acompañó a todos los demás: si los vigilantes hubiesen revisado la despensa de la cocina, seguro se los llevaban presos a todos. En marzo de 1973 el que cayó fue Jerry García por tenencia de marihuana, LSD y cocaína. Fue liberado tras pagar una fianza de 2.000 dólares.

Jimi Hendrix también pasó un mal momento cuando llegó a Toronto, Canadá, para dar una serie de conciertos. El 3 de mayo de 1969 no solo lo esperaban funcionarios de la Aduana, sino también agentes de la tradicional Policía Montada. Dieron vuelta su equipaje, hallaron hachís y heroína. Nueve meses después, como en un largo parto del que Hendrix quería escapar, el caso llegó a juicio. Fue declarado inocente porque el jurado no pudo probar que las drogas fueran suyas. Pero a todo el mundo le quedó la sensación de que Hendrix había caído en una trampa de su manager para tenerlo más controlado y que no se fuera con otro. 

Llegaron los setenta y Lennon no fue el único al que molestaron. Joe Cocker (que ya había sido deportado de Australia) fue detenido en Estados Unidos por tenencia de marihuana. La lista sigue: los músicos de country Willie Nelson y Roy Price también fueron presos por marihuana. En el caso de Nelson la Justicia desestimó luego los cargos en su contra porque el operativo policial que encontró marihuana en su coche había sido ilegal. David Lee Roth (ex cantante de Van Halen), el guitarrista Carlos Santana, el rapero Snoop Doggy Dog y el fallecido padrino del Soul, James Brown, fueron detenidos en los noventas por posesión de marihuana. En 2000 la que se ganó las tapas de todos los periódicos sensacionalistas fue Whitney Houston cuando la detuvieron antes de que subiera a un avión en Hawai con 15 gramos. 

Las drogas duras se llevaron a muchos músicos, pero otros con mucho esfuerzo pudieron dejar las anfetas, las jeringas y las esnifadas. Algunos todavía conservan el hábito de fumarse un porrito cada tanto como David Crosby (ex Byrds y Crosby, Stills, Nash & Young). Placer, claro, que los policías no iban a permitir. En 2004 lo detuvieron cuando el empleado del hotel descubrió que en su habitación Crosby había dejado una pistola y 30 gramos de marihuana. Avisó a los de azul y el músico de los bigotes prominentes terminó tras las rejas. 

El caso de George Michael es insólito. Parece que un día de 2006 se quedó dormido frente al volante de su auto y chocó contra algunos vehículos que estaban estacionados. Cuando la Policía llegó él seguía allí, inmóvil. Revisaron su auto y le encontraron una buena cantidad de porro y fue preso. Días después, un amigo suyo declaró a los medios que el cantante pop tenía un problema de adicción a la marihuana y que su consumo diario llegaba a los 20 porros. 

Las detenciones siguieron, pero con menor frecuencia. El de Amy Winehouse fue uno de los últimos arrestos que conmocionaron a la opinión pública. En 2007, de gira por Noruega, la cantante fue demorada por tener siete gramos. Tuvo que pagar una multa de 500 euros. 

Bob Marley
Claro que esto no podía terminar sin mencionar al máximo referente de la cultura canábica. Bob Marley fumaba tanto y desde siempre, que en cuanto llegó a Inglaterra en 1976 para grabar sus discos Exodus y Kaya los policías británicos discípulos de Pilcher se fijaron en él. Lo detuvieron y recibió una condena menor por posesión. Ganjas del oficio: sus hijos siguieron sus pasos. A Julian Ricardo Marley y Stephen Nesta Marley los detuvo la Florida Highway Patrol en plena autopista, y cuando les revisaron el coche encontraron ocho grandes porros. ¿Por qué esos policías motorizados iban a comprender que eso era parte de su cultura y su esencia?  

El Marley africano, Fela Kuti, creador del Afrobeat (fusión de funky, jazz y cantos tradicionales africanos) y líder político sensible a los derechos humanos que luchaba por un socialismo africano también fue detenido en Nigeria por marihuana. Su caso es emblemático porque estuvo teñido de malas intenciones políticas. Kuti estaba muy involucrado y era una molestia para al gobierno nigeriano de los setenta. A pesar de que era un confeso fumador, cuando la Policía lo detuvo no le encontró nada, pero le “plantaron” unos gramos y se lo llevaron a la cárcel. Pero demostró que no había consumido marihuana -cuando sí lo había hecho- luego de un análisis fecal. Claro, las heces que entregó no eran suyas, sino de otro preso a quien se las había comprado para “zafar”. Recuperó la libertad y escribió una de sus canciones más populares: Expensive Shit, (Mierda cara). 

Durante décadas se gastaron millones de dólares en una lucha infame, dinero público despilfarrado por policías, jueces, fiscales y gobernantes. Persecuciones estúpidas y procesos absurdos que terminaron en condenas absurdas. Canciones censuradas por sus letras “sugestivas” y campañas mediáticas contra músicos por su afición a fumar porros. Aquí en la Argentina, el caso más emblemático es el de Andrés Calamaro y su frase “Qué linda noche para fumar un porrito”, que derivó en un proceso extenso y sin sentido. 

La marihuana estuvo, está y seguirá estando en el rock, así como en el jazz, el reggae, el blues, el soul o el género que sea. Ya lo dijo Bob Dylan hace más de 50 años en Rainy day women #12&35: “Everybody must get stoned”.

domingo, 15 de noviembre de 2020

Todo vuelve



En el cine y la tevé, todo vuelve. Todo se recicla. Y High Fidelity, la novela de Nick Hornby, no es la excepción. Primero fue película y ahora es serie. El eje es el mismo, la historia no cambia mucho, sino más bien que se adapta a los tiempos que corren. Los que sí cambiaron son los personajes. 

Rob, el personaje que encarnó John Cusack en la película, ahora es mujer. Y, a diferencia del protagonista del film, que estaba en Chicago y era blanco, ahora ella vive en Nueva York y es negra. A la nueva Rob la interpreta Zoe Kravitz, la hija de Lenny, que le dio vida al personaje con algunos rasgos distintivos que tenía el de Cusack, pero con su propia impronta, con sus mambos, otras preferencias musicales, más apertura sexual y una forma diferente de encarar (o no) los problemas. Las dos ambientaciones esenciales de la historia, el departamento y la disquería Championship Vynil son las mismas. 

La nueva Rob fluye emocionalmente, aunque tiene un andar errático. Muchos replanteos y una actitud perdedora que, al fin de cuentas, resulta uno de sus principales atractivos. Que la madre de Zoe Kravitz, la actriz Lisa Bonet, haya actuado en la película es apenas una anécdota, porque ella le dio una nueva identidad al personaje y nadie podrá cuestionar la elección del casting. 

También están muy bien los amigos de Rob. Los roles de la película de Barry (Jack Black) y Dick (Todd Lousio) aquí cambian por la intensa Cherise (Da'Vine Joy Randolph), que siempre llega tarde y quiere ser una estrella de la música, y Simon (David H. Holmes), ex novio de Rob, que al final resultó ser gay y se volvió su confidente. Y la mujer que le rompía el corazón al Rob de Cusack, la número uno del ranking de rupturas, Laura (Iben Hjejle), ahora se llama Mac (Kingsley Ben-Adir), es moreno, de sonrisa amplia y promete desvelar a nuestra nueva Rob en cada uno de los episodios. 

El libro fue tan genial y la película tan buena que la serie tenía la vara muy alta. Por tratarse de diez capítulos cortos y dinámicos, trascurre muy bien. Mucho humor, algo de drama y buena música son los componentes centrales de la historia. Y si a esto le sumamos actuaciones convincentes, la satisfacción está garantizada. Es cierto que para aquellos que vieron el film las comparaciones, aunque odiosas, serán inevitables, pero ahí es donde la serie saca pecho y no falla porque justamente en las diferencias, que son varias, es donde más sobresale.





sábado, 24 de octubre de 2020

Vivir para contarlo


David Crosby no sabe cómo todavía sigue vivo, aunque asume que pronto morirá. En una puntillosa retrospectiva y con una profunda autocrítica, el músico, una de las voces más cautivantes de la historia del rock, revela toda su historia y reconoce que fue un “completo imbécil” con sus amantes y compañeros de banda, tanto con los Byrds como con Stills, Nash & Young. “David Crosby: Remember My Name”, dirigido por A.J. Eaton y producido por Cameron Crowe, es un documental que vale la pena ver. 

En una entrevista para la agencia EFE, con motivo del estreno del film, Crosby dijo: “He tenido una vida larga y gran parte de la misma he sido un desastre, pero tenía que ser honesto conmigo mismo porque soy el resultado de eso. Creo que he sido muy directo en el documental, uno puede conocerme porque no me censuré nada”. Y es así, no se guardó nada. 


El documental comienza con un magnífico recuerdo de cuando vio en vivo a John Coltrane y luego se aboca a la descripción del ámbito familiar en el que creció y cómo fueron sus primeros pasos en la música. El éxito con los Byrds y su expulsión del grupo; la muerte de su novia Christine, que lo marcó para siempre; su relación amorosa con Joni Mitchell; el suceso de CSNY; el abuso de drogas; la cárcel. 

“Remember my Name” equivale a un recuento de cicatrices, de esas heridas que, en su mayoría, se fue infringiendo a sí mismo a lo largo de su vida. “Crucé límites que aún no se han imaginado”, reconoce el músico del bigote prominente mientras, abrumado por la nostalgia, recorre en una camioneta los senderos de Laurel Canyon. 

“Los principales sujetos con los que hice música ni siquiera me hablan. Ninguno. A todos les caigo mal”, es una de sus dolorosas confesiones. Esa resignación es un poco el motor de esta etapa de su vida y, a su vez, es un pedido de disculpas público. El documental se filmó cuando todavía no había cumplido 79 años, pero ya cargaba con un trasplante de hígado, varios stents y diabetes crónica. “Cada vez que me voy de gira –con su banda solista- pienso que no voy a volver a casa”, dice mientras su esposa Jan lo mira con profunda tristeza. “Ella me ama de maneras en que no supe amarme a mí mismo”, admite Crosby. 

El camino al éxito de Crosby estuvo plagado de obstáculos que, en su mayoría, él mismo se fue poniendo en el camino y así lo reconoce. No hay nada impostado en lo que dice. Su resiliencia le permite seguir adelante, aunque percibe que la muerte, que siempre estuvo a la vuelta de la esquina, ahora le respira en la nuca. Y sabe, y lo dice, que no son tanto los afectos lo que lo mantienen vivo, sino la música: “No podría vivir sin tocar”.



jueves, 15 de octubre de 2020

Unidos por el blues


En un año que quedará marcado por la pandemia, la industria discográfica también se vio afectada y hubo muchos menos lanzamientos que en años anteriores. Y el blues no fue la excepción. Entre los álbumes que se editaron sobresale el de dos históricos del género: Elvin Bishop y Charlie Musselwhite. 

100 Years of Blues es la primera grabación que realizan juntos, pese a que ambos se conocen desde la década del sesenta. La primera aparición rutilante de Bishop fue como guitarrista de la Paul Butterfield Blues Band y Musselwhite como alumno aplicado de las leyendas de Chicago en la grabación del mítico álbum Chicago Blues Today. Ahora sumaron experiencia y talento bajo la tutela del guitarrista y productor noruego Kid Andersen para interpretar una docena de temas, entre composiciones recientes y algunos covers. 

El álbum fue grabado en los estudios Greaseland, en San José, California, y editado por el sello Alligator. Bishop y Musselwhite alternan voces con el acompañamiento de Bob Welsh en guitarra o piano, y Andersen en contrabajo en cuatro canciones. Todo el repertorio está marcado por una onda downhome, un tanto descarnada y visceral, en la que la guitarra eléctrica y la armónica amplificada son protagonistas absolutas. El dúo homenajea a Leroy Carr con una versión ralentizada de Midnight Hour Blues, y también a Roosevelt Sykes con el West Helena Blues. Y como en cualquier disco de blues que se precie, no puede faltar un tema del gran Willie Dixon, aquí una versión consistente de Help Me. 

El nombre del disco no es azaroso. Uno podría inferir que está relacionado con que el 10 de agosto se cumplió un siglo de la primera grabación de un blues, cuando la cantante de vaudeville Mamie Smith registró en los estudios de Okeh Records en Nueva York el tema Crazy blues. Pero no es por eso que lo llamaron así, sino porque, como dice la canción, entre ambos, por su experiencia, suman 100 años de blues.





domingo, 4 de octubre de 2020

Enterrada viva en el blues


 
           Ruego piedad, rezó por la lluvia lluvia / No puedo ser yo quien acepte toda esta culpa / Algo aquí está tratando de contaminar mi cerebro / Estoy enterrado vivo en el blues 

El 3 de octubre de 1970, la Full Tilt Boogie Band grabó la parte instrumental de Buried alive in the blues. Janis Joplin escuchó detenidamente la interpretación y se fue de los estudios Sunset Sound, en Los Ángeles, con la promesa de volver al día siguiente para grabar la voz. Pero en la madrugada del día 4, la muerte golpeó a la puerta de la habitación 105 del Hotel Landmark. Una sobredosis acabó con la vida de la cantante texana a los 27 años. En apenas 15 días, el mundo había perdido a Jimi Hendrix y a Janis Joplin. 

Lo curioso de esa canción es que finalmente se editó igual como un track instrumental en al álbum Pearl, que vio la luz en enero de 1971, y resultó ser su trabajo más consistente. El tema había sido compuesto especialmente para Janis por Nick Gravenites y habla de alguien atormentado por la soledad. El primero en grabar la versión con letra fue el armoniquista Paul Butterfield en su álbum Better Days, editado en 1973. Butterfield moriría de sobredosis, también en Los Ángeles, catorce años más tarde. 


El último tema al que Janis le puso la voz resultó ser Mercedes Benz, despojada de instrumentación y con una fuerte crítica a la sociedad de consumo. Tal como escribió Juan Bautista Duizeide para La Agenda Revista: “La canción la emprende a golpes de verso contra dos emblemas del capitalismo norteamericano: autos y televisores. Curiosamente, los autos mencionados son de marcas europeas. Se le habla a un “Lord” que puede ser tanto un señor como Dios. Se le pide, se le ruega. Al final, la voz se conforma con una noche en la ciudad, con que el señor, o Dios, si quiere mostrar que la ama, pague la última vuelta en el bar”.


Pearl no hizo otra cosa más que confirmar que la carrera de Janis Joplin estaba en ascenso, que su búsqueda había encontrado un sendero, pero que sus demonios seguían al acecho. Janis murió, pero nunca se fue. Su último suspiro se dio cuando ya estaba enterrada viva en el blues.

viernes, 18 de septiembre de 2020

Dios se fue para quedarse


El 2 de septiembre de 1970, durante un concierto en Aarhus, Dinamarca, Jimi Hendrix se quebró ante su publicó: “Cada vez que toco, sacrifico parte de mi alma. No estoy seguro de llegar a los 28 años. Es decir, en el momento en el que piense que no tengo nada más que ofrecer musicalmente, ya no estaré en este planeta”. Ese día interpretó tres temas y tuvo que cancelar abruptamente el show porque se sentía mal. Hendrix atravesaba una profunda crisis emocional y creativa. Pensaba que se había convertido en un acto más del circo que aborrecía, las presiones lo desbordaban y el exceso de drogas lo estaba afectando incluso arriba del escenario. El final llegó pocos días después: el 18 de septiembre fue hallado en un hotel de Notting Hill, en Londres. Las circunstancias de su muerte quedaron envueltas en un halo de misterio. La autopsia oficial estableció que murió por aspirar su propio vómito debido a que había consumido un cóctel de vesparax, anfetaminas, seconal y alcohol. El cantante Eric Burdon, el primero en llegar a la habitación luego del llamado de la novia de Jimi, Monika Dannemann, reveló que “la muerte fue premeditada. La agonía fue feliz. Jimi utilizó las drogas para desaparecer progresivamente de la vida e ir a otro lugar”. Esa frase no cayó nada bien en la opinión pública y mucho menos en la discográfica Warner, que buscó imponer la versión del accidente para poder cobrar un seguro de un millón de dólares. Y también sobrevolaron las sospechas sobre un posible homicidio cometido por Michael Jeffery, su ambicioso manager, que no podía tolerar que el guitarrista pensara en abandonarlo. 

Su muerte no hizo otra cosa que convertirlo en leyenda. En apenas cuatro años y con cuatro discos oficiales editados, Hendrix cambió la historia del rock para siempre. Impuso un estilo basado en las raíces del blues, con mucha distorsión y psicodelia, que lo convirtió en ícono de una generación y en el guitarrista más influyente de todos los tiempos. También fue un gran compositor y eso quedó plasmado en decenas de canciones como “Purple Haze", “Foxy Lady”, “Little Wing", “Room Full of Mirrors", “Spanish Castle Magic” y “Voodo Child”. Y su imagen, con su peinado afro y su vestimenta colorida, con túnicas, abrigos bordados y estampados flower power, estableció los parámetros de cómo debería lucir en adelante un músico de rock. 

Durante décadas hemos leído y escuchado a figuras como Eric Clapton, Miles Davis, Pete Townshend, Prince, Buddy Guy, Lenny Kravitz, Lemmy, Joe Satriani y Johnny Winter, entre muchos otros, adorar a Hendrix y elevarlo a la categoría de semidiós. Tres músicos argentinos que lo vieron en vivo coinciden en que fue un hito que los marcaría para siempre. 

El que tiene el recuerdo más vívido es Ciro Fogliatta, que asistió a uno de sus conciertos en 1969 junto con los que por entonces eran sus compañeros en Los Gatos, Alfredo Toth, Oscar Moro y Kay Galifi. “Cuando sacamos las entradas para ver a Hendrix en el Madison Square Garden (18 mayo del 69), hacía ya más de un mes que estábamos viviendo en Nueva York. Las entradas las vendían con mucha anticipación y conseguimos cuatro antes de que se agoten. La ubicación fue en la bandeja de arriba, donde hay gradas y un pasillo con una baranda alrededor del círculo del recinto”, rememora el pianista.

“Además de lo artístico, el show me sirvió para entender, de un plumazo, qué estaba pasando en Nueva York en esa época, qué significaba el movimiento hippie, qué papel jugaban los músicos y las bandas en su interrelación con el movimiento del rock de muchos miles de jóvenes y no tan jóvenes que vivían en su mayoría en el Greenwich Village. Además de su música, en ese concierto, que incluso grabé con un aparato de cassette de esa época que introduje camuflado en la campera, fue muy llamativa la actitud del público”, cuenta Fogliatta. 

Según recuerda, Hendrix se presentó al frente de la Experience y como telonero estuvo Buddy Miles Express, “una banda de rock-blues muy potente con un gran show de su baterista”. Y agrega: “Cuando Jimi salió a escena junto a Mitch Mitchell y Noel Redding, la gente explotó de alegría. Entonces empecé a darme cuenta lo que significaba Hendrix para los hippies y para la movida rock estadounidense. En esa época se usaban las Kodax Cubo e inmediatamente empezaron a inundar con flashes el estadio y así estuvieron varios minutos”. 

“Hendrix, que ya había cambiado su look por un pelo más corto, se quedó parado mirando fijamente al público durante todo ese tiempo y, en un momento, levantó la mano, y mágicamente todos, pero todos, dejaron de sacar fotos y se hizo un silencio hasta el primer acorde de la Stratocaster. El respeto al artista fue total, y quizá para mí, lo más significativo del show”, relata Fogliatta.  

“El concierto fue buenísimo -explica- y muy irregular de sonido. No había, todavía, material técnico potente como lo hay ahora, para sonorizar con mucha calidad un show para 15 mil personas. Además, el escenario iba girando y en un momento quedabas con la banda de espaldas. Yo tuve suerte porque estaba arriba y no fui a las gradas, sino en la baranda que circundaba el lugar y lentamente me iba moviendo junto al escenario por lo que lo siempre tuve a la banda de frente. En algún momento tuvieron problemas técnicos y pararon el show para arreglar algo de los amplis del bajo. La batería no se escuchaba muy bien, pero la guitarra era sublime”. 

Alfredo Toth tenía 19 años y sus recuerdos de esa noche son muy difusos. “Hendrix me parecía tremendo. Tenía un peso importante. Había cientos de bandas buenas, pero su música era bastante loca. No me acuerdo mucho del show, pero si tengo presente que el escenario era giratorio y el sonido salía todo desde ahí. De repente, cuando estaban de frente escuchabas bien y cuando giraban se oía todo mal”. 

Ese show fue el primero de los dos que Hendrix dio en el Madison, aunque en el segundo, el 28 de enero de 1970, apenas tocó dos canciones al frente de la Band of Gypsys y tuvo que dejar el escenario porque se descompuso. En aquella noche de mayo del 69, con los músicos argentinos como testigos, todavía estaba en excelente forma y el repertorio incluyó clásicos como “Lover Man”, “Fire", “Here My Train a Comin’”, “I Don’t Live Today", “Purple Haze" y hasta una versión pirotécnica de “The Star Spangled Banner", el himno estadounidense. 

“Esa cinta que grabé la tuve un par de años y era increíble escucharla. Hendrix utilizaba, como Pete Townshend y muchos guitarristas, una pared de equipos, y mientras tocaba usaba la técnica del acople para dejar notas sonando y agregar otras. Verdaderamente parecían dos guitarristas en escena”, concluye Fogliatta. 

Otro músico argentino que vio a Hendrix en vivo fue Skay Beilinson. En una entrevista que le realizó Roberto Pettinato en Pop Radio, el histórico guitarrista de Los Redondos contó que lo vio en Londres cuando tenía 16 años. “Con mis hermanos habíamos estado en París en medio de las últimas manifestaciones del mayo francés. En una esas protestas fuimos detenidos por la Policía y deportados. Así fue como caímos en Londres a fines del 68. Para un pibe de La Plata como yo era un mundo fascinante” recordó. 

La cita con el mejor guitarrista de la historia fue en el Rotal Albert Hall. Si bien Beilinson no recuerda la fecha, Hendrix se presentó tres veces en el mítico teatro londinense. La primera vez fue el 14 de noviembre de 1967, mucho antes de que él llegara a Europa. Las otras dos presentaciones se llevaron a cabo el 18 y el 24 de febrero de 1969, así que fue a una de esas dos a la que asistió Skay. 

“Ni me acuerdo cómo conseguí la entrada, pero recuerdo que estaba como en un primer piso del teatro a un costado del escenario. La música era como acoples. Bellísimo. Era música que venía del Demonio. La gente se paraba en las butacas bailando sola. Era muy raro para la época. Muy chiflado”, dijo.

“Hendrix mordía la guitarra y el trío hacía un quilombo maravilloso. No se amplificaba nada. Era música marciana”, agregó el guitarrista que durante ese tiempo en Londres disfrutó del color del Swinging London y también vio en vivo a Free, Soft Machine y Donovan. 

Es imposible imaginar hasta dónde hubiera llegado Hendrix con su música si no moría a los 27 años. En el tintero quedó un proyecto de grabar con Miles Davis, con la participación de Paul McCartney, en un intento por dar un giro a su música. Como concluyó el guitarrista Tom Morello en un artículo para la revista Rolling Stone: “¿Sería un anciano estadista del rock? ¿Sería Sir Jimi Hendrix? ¿O estaría haciendo un espectáculo en Las Vegas? La buena noticia es que su legado está asegurado como el mejor guitarrista de todos los tiempos”.

domingo, 30 de agosto de 2020

Un blues en Nueva York

Bill Perry en Chicago B.L.U.E.S marzo de 2001


Ocurrió una helada noche de enero de 1996 en Nueva York, en un club llamado Tramps, sobre la calle 21. Bill Perry y Debbie Davies eran teloneros de Johnny Winter. Como yo nunca había visto en vivo al albino, estaba tan ansioso que casi no presté atención cuando anunciaron que comenzaba el show de Perry, a quien nunca había escuchado nombrar. Pero con los primeros acordes ya se ganó mi atención y la de todos los que estábamos allí. Su presentación fue arrolladora. Nos quedamos absortos por sus solos profundos y su poderosa voz. Fue una gran noche de blues: lo de Davies también fue muy bueno y lo de Winter, memorable. Al día siguiente seguía tan enganchado con el recital y sorprendido con Bill Perry que fui a Tower Records y me compré el disco que había presentado: Love scars. 


Chicago B.L.U.E.S marzo de 2001
Lo volví a ver otra vez, cinco años después, también en Nueva York. Era marzo de 2001, también hacía frío, mucho. Fue en el Chicago B.L.U.E.S, un extinto bar que estaba en la octava y la 14. Era una noche especial para juntar fondos para una operación que se tenía que hacer la cantante Sweet Georgia Brown. Además de Perry tocaron Hiram Bullock, Jon Paris, los Holmes Brothers, la Blues Machine y la pianista Doña Oxford. Fue otra verdadera fiesta de blues regada de Jack Daniels y zapadas de jerarquía. Tuve la oportunidad de cruzar unas palabras con Perry. Le conté que era argentino y que lo había visto años antes en Tramps. Se mostró atento y cordial. 

Perry tuvo una carrera interesante y a fuerza de talento se convirtió en uno de los referentes de la escena blusera neoyorquina de mediados de los noventa. Editó tres discos para el sello Virgin: Love Scars (1996), Greycourt Lighnting (1998) y Live in N.Y.C. (1999). Cuatro para Blind Pig: Fire it up (2001), Crazy kind of life (2002), Raw deal (2004) y Don’t know nothing about love (2006). Entre una y otra discográfica, en 1999 el sello independiente del club Manny’s Car Wash lanzó un disco en vivo difícil de conseguir que se llama High Octane. 

A fines de los ochenta, antes de que su carrera solista despegara, Perry salió de gira con el veterano de Woodstock Richie Havens y también con The Band. Más allá de sus colaboraciones, siempre trató de imponer un sonido propio y a juzgar por sus discos lo logró. “Me encanta el blues tradicional y lo escucho mucho en casa. Pero no sería natural para mí tocar los viejos clásicos del blues. Me gustan Johnny Winter y Eric Clapton porque lograron tocar blues de otra manera y hacerlo popular, y eso es lo que yo busco”, escribió en la contratapa de uno de sus álbumes. 

Los discos que grabó para el viejo sello Point Blank de la Virgin son más recomendables que los de Blind Pig. Suenan más auténticos, con Perry tocando algunos temas acústicos con slide muy convincentes como Darkness of your love, Smokey Joe (Love Scars) o Trust in you (Greycourt Lightning), y otros buenos temas eléctricos como Fade to blue, I’m leavin’ you, Sneaking around, Evil y Gettin’ down. Cuando Blind Pig lo contrató invirtió en otros productores. Fire it up y Crazy kind of Life fueron producidos por Jimmy Vivino; mientras que en Raw Deal y Don’t know nothing about love estuvieron a cargo de Popa Chubby. Los cuatro discos son muy buenos también, los últimos dos más rockeados, pero la magia de Perry brillaba más cuando él mismo se producía y dejaba que toda su luz emanara de sus entrañas. 

En sus discos también hay algunos covers excelentes. Son clásicos del rock que Perry reversionó con mucha personalidad, con su guitarra y su voz desgarrada y potente: Gotta serve somebody, de Bob Dylan (Raw Deal); No expectations, de los Stones (Crazy Kind of Life); Ball of confusion, de los Temptations (Don’t know nothing about love); Johnny B. Goode, de Chuck Berry y Little wing, de Hendrix (Live in N.Y.C); y Blue suede shoes, de Carl Perkins (Greycourt Lightning). Bill Perry fue un guitarrista asombroso, un showman que carbonizaba a su público. 

Recuerdo los dos shows que vi, lo apasionado que era cuando se metía de lleno en un solo o cuando su pecho se contraía antes de que aullara la estrofa de alguna canción. Se fue muy pronto. El 17 de julio de 2007 sufrió un ataque cardíaco, de alguna manera relacionado con su diabetes. Tenía 49 años. Cuando se conoció su muerte Richie Havens declaró: “El era el mejor músico de blues del mundo (…) era una persona tímida, pero arriba del escenario era un verdadero monstruo”.

sábado, 22 de agosto de 2020

La vida de Bryan

 

Bryan Lee
Bryan Lee en The Saloon, abril de 2012.

Bryan Lee es una institución de Nueva Orleans, aunque haya vivido allí la mitad de su vida. Se radicó en 1982 cuando tenía 39 años y para entonces ya había acumulado un digno curriculum blusero: venía de tocar bastante en su Wisconsin natal, donde se ganó la amistad y el respeto de Luther Allison, y había sido telonero de Muddy Waters. Este último fue quien le dijo una frase que lo marcaría por el resto de su vida: “Bryan, amigo, nunca dejes de tocar. Algún día serás una leyenda”. 

Bryan Lee murió este viernes a los 77 años. Así lo despidieron en su página de Facebook: “Bryan dedicó su vida a compartir su don de la música. En las notas de su reciente álbum de blues-gospel, Sanctuary, escribió: ‘Un regalo no es un regalo a menos que lo compartas. Dios me dio el regalo del blues y quiero compartirlo contigo’. Dedicó cada uno de sus 18 álbumes primero a Jesucristo, su Señor y Salvador, y su pasión brillaba con cada nota”. De esta despedida y de las letras de sus canciones se desprende que era un hombre muy religioso, además de un guitarrista extraordinario y un gran cantante.

Quedó ciego cuando tenía ocho años y, como muchos músicos de su generación, creció escuchando la radio. Así llegó el blues a sus oídos, género que luego combinaría con su fe para darle identidad a su música. Primero quedó atrapado por el sonido de T-Bone Walker y el de Elmore James y más tarde se metió profundamente a estudiar el blues de Chicago. Pero fue el estilo de Freddie King el que más lo movilizaría. 

Al llegar a Nueva Orleans se reinventó como el Braille Blues Daddy y durante décadas tocó hasta cinco días a la semana en casi todos los bares del Barrio Francés, especialmente en el Old Absinthe House. Fue precisamente en ese lugar donde le dio un espaldarazo a Kenny Wayne Shepherd, a quien presentó arriba del escenario cuando apenas tenía 13 años. 

Shepherd lo despidió por redes sociales: “La comunidad de blues perdió a una leyenda y yo perdí a un querido amigo y mentor. Bryan Lee me dio mi primera oportunidad en un escenario frente a una audiencia en Bourbon Street, en Nueva Orleans, cuando tenía 13 años. Se suponía que debía tocar solo dos canciones con su banda, pero Bryan no me dejó bajar del escenario hasta las 4 am. Así comenzó una amistad de toda la vida. Esa noche en el escenario, Bryan me dio confianza para seguir adelante como intérprete. Su guía y aliento fueron monumentales para un niño que intentaba abrirse camino en el negocio de la música. He mantenido el espíritu de Bryan conmigo y en mi música a lo largo de los años e hice todo lo posible para mantenerlo involucrado en las cosas divertidas que estábamos haciendo. En mi documental 10 Days Out Blues From The Backroads se puede observar el interior del alma de un hombre que nació para tocar blues. Descansa en paz Bryan. Te queremos mucho”. 

Bryan Lee se hizo un nombre en Nueva Orleans. Si no fue más popular a nivel mundial se debió a los problemas de salud que lo aquejaron durante toda su vida. No pudo tener una regularidad con las extensas giras, aunque sí tocó en Europa y, en Sudamérica, participó de un festival de blues en Brasil, donde conectó muy bien con la banda de Igor Prado. 

Su fervor religioso lo llevó a superar uno de los momentos más críticos de su vida cuando, en 2004, el huracán Katrina destruyó su estudio de grabación y todos sus equipos. “Al principio quedé devastado, pero luego pensé en que mis seres queridos estaban bien y le agradecí a Dios”, comentó luego.

Ese fue Bryan Lee. 

                                                                               ***

Dos momentos me unen a él. El primero ocurrió a mediados de 1994. Llegué por primera vez a Nueva Orleans en tren desde Houston y me alojé en un hostel que estaba a metros del Barrio Francés. Me hice amigos de un grupo de escoceses y australianos con los que compartía habitación y la primera noche salimos a recorrer los bares de Bourbon Street. Así fue como caímos en el Old Absinthe House. Era viernes y estaba atestado de gente, Lee le sacaba llamas a su guitarra y la gente estaba enloquecida mientras nosotros trasegábamos una lata de Abita tras otra. Hasta ese día nunca había escuchado hablar de él. Al día siguiente me metí en una disquería y me compré su disco Braille Blues Daddy. 

El segundo encuentro fue en abril de 2012. Nueva Orleans fue el primer destino de un viaje al interior del Mississipi. La primera noche vi que Bryan Lee se presentaba en The Saloon, también sobre Bourbon Street, y fui después de comer un exquisito Jambalaya. Ocupé una mesa frente al escenario con un vaso de Jack Daniels. El show duró dos horas y el guitarrista ametralló un blues detrás de otro. Down home blues, I'll play the blues for you, Heat seeking missile y My lady don't love my lady fueron algunos de los temas que tocó. Pero lo mejor vino cuando sus solos furibundos desangraron una notable versión de Blues with a feeling. "I'm in a Freddie King mood today", dijo antes de estrujar las cuerdas de su guitarra preferida, la Gibson Flying V negra.

lunes, 10 de agosto de 2020

Un siglo


El 10 de agosto de 1920, la cantante de vaudeville Mamie Smith entró a los estudios de Okeh Records en Nueva York y grabó junto a los Jazz Hounds, bajo la supervisión del ingeniero de sonido Ralph Peer, el tema de Perry Bradford, Crazy blues, un hecho trascendental para la historia del blues y la música popular. 

El disco de 78 rpm, que en su lado B llevaba el tema It’s right here for you, fue editado en noviembre de ese año y en los primeros seis meses vendió alrededor de un millón de copias, según los registros de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

La letra es el testimonio de una víctima de la violencia machista, una mujer maltratada y abandonada que pierde la cabeza a tal punto de querer matarse.  

Tras el éxito de Crazy blues, Mamie Smith se convirtió en una verdadera estrella y siguió activa durante toda la década aunque paulatinamente fue perdiendo terreno ante otras cantantes como Ma Rainey y Bessie Smith, hasta que murió sumida en la pobreza el 16 de agosto de 1946.


Si quieren saber más sobre la grabación de Crazy blues les recomiendo este podcast de Blues Urbano, por Juan Urbano López.   

domingo, 26 de julio de 2020

El renegado del blues


El sonido de la guitarra de Peter Green me cautivó de entrada. El clima, su feeling, la profundidad de sus solos, sus blues. Llegué a él gracias al querido Ernesto Castrillón, mi profesor de Historia de quinto año y con una larga trayectoria como periodista en el diario La Nación. Nos unió el amor por Racing y el me transmitió la pasión por la música. Más de una vez conté en este blog que Ernesto era un melómano empedernido, que a veces se quejaba de haber perdido algún que otro disco al separarse de su ex mujer. Era fanático de los Kinks, los Beatles y, por supuesto, Peter Green.

La muerte del guitarrista me golpeó fuerte y me hizo recordar a Ernesto, que murió hace casi dos años. Porque me resulta imposible separar a uno del otro. Es una asociación muy personal, pero aquellos que conocieron a Ernesto entenderán de lo que estoy hablando. Atesoro esta nota que escribió para la sección Espectáculos de La Nación en 1992. Es una biografía de Peter Green que, en aquellos años, era menester recortar y guardar. No teníamos Google, Wikipedia o AllMusic a un click de distancia. Apenas nos informábamos por los booklets de los cd’s o algún que otro libro de música que se pudiera conseguir. Este es el comienzo de la nota. Así describió Ernesto a su ídolo: 

   Alguna vez fue considerado genio indiscutido de la guitarra eléctrica, en pleno resurgimiento del blues en la Gran Bretaña de fines de los años sesenta. Señalado como uno de los mejores guitarristas de su generación, uno de los pocos imposibles de imitar y tal vez el único músico blanco que lograba extraer de Gibson Les Paul sonoridades auténticamente negras inspiradas en el blues eléctrico de Chicago de los años cincuenta. 

   Como líder de su banda, Fleetwood Mac, la condujo del underground al estrellato del rock. Cuando parecía tocar la fama con la punta de los dedos, Green abandonó todo, el éxito, el dinero y, finalmente, la música, hundiéndose en un silencio que ya lleva más de 20 años. A pesar de esto, y gracias a su talento, sigue figurando en las encuestas como como uno de los mejores guitarristas de rock de todos los tiempos. Carlos Santana lo reconoce como fuente de inspiración, mientras que otro admirador, Gary Moore, exhibe con orgullo la Les Paul 59 que le compró al mismo Green. 

La nota era mucho más extensa y contaba todas las vicisitudes que vivió el guitarrista. Incluso esta anécdota que pintaba su perfil: (…) en 1977 vuelve a ser noticia, claro que policial, cuando, armado con un rifle de aire comprimido, ataca al contador que le quería entregar un cheque de regalías por la suma de 30.000 libras esterlinas. Conducta inexplicable que lo lleva a un hospital psiquiátrico donde permanece internado. De vez en cuando un viejo admirador, o algún periodista lo reconoce practicando otra vez los oficios más impensados, desde cavador de tumbas hasta portero de hospital.

Catrillón escribió este artículo antes de la reaparición de Green, gracias a su amigo Nigel Watson, al frente del Splinter Group, banda con la que grabó poco más de media docena de discos entre 1995 y 2003. Luego, como ya había pasado en los setenta y ochenta, siempre con rumbo errático, apareció esporádicamente en giras o conciertos homenaje, pero nunca logró tener la constancia que le permitiera retomar su carrera.

Y si hablamos de los setenta, probablemente su época más oscura, no podemos obviar la historia de su encuentro con Pappo, que Sergio Marchi contó en su libro Pappo, el hombre suburbano. En 1974, el Carpo volvió a Europa. En Ámsterdam, conoció a una joven que se llamaba Ángeles, que resultó ser prima de Peter Green, quien era uno de sus ídolos. Pappo le pidió matrimonio a la joven por una cuestión de papeles y se casaron, con la promesa de separarse en cuanto Pappo se instalara en Inglaterra.

De acuerdo al relato de Marchi, "Pappo viajó a Londres y al cabo de poco tiempo conoció a Peter Green. No era de ninguna manera lo que él esperaba, porque Peter Green no solo había perdido algo de cabellera y de su mágico toque de blues, sino también algunos dientes y bastante de aquello que los mortales llaman razón. No se sabe si por las drogas, la fama, o ambas cosas, Peter Green había entrado en un delirio místico, al que quiso arrastrar a los demás miembros de Fleetwood Mac, que para ese entonces ya habían emigrado a Estados Unidos (…) Pappo no lo podía creer, pero eso no lo desanimó de intentar tocar con su ídolo, cosa que hizo en calidad de bajista. Es más, le ofreció albergue en el Volkswagen en el que dormía, y hasta le cedió el asiento de atrás para que descansase con mayor comodidad. Esa formación de la Peter Green Band fue absolutamente breve e inestable, al punto que el propio Green les dijo a sus compañeros que él no estaba bien y que era mejor para todos que se internase”.

Así transcurrió su vida. Del éxito y la fama a la marginalidad, aquejado por sus demonios, pero siempre reconocido y nunca olvidado. Peter Green nos dejó Black magic woman, Albatross, If you be my baby, Man of the world y Merry go round, entre otras grandes canciones. Inmortales. Eternas. Como él.

viernes, 24 de julio de 2020

Aquel infierno encantador


¿Estás sordo? ¿Quieres escuchar algo más? / Sólo estamos hablando del futuro / Olvídate del pasado/Siempre estará con nosotros/Nunca morirá, nunca morirá 

Editado hace 40 años, la aparición de Back In Black marcó un antes y un después en la historia de AC/DC. El álbum se grabó en medio de una profunda transición en el seno de la banda, que había comenzado con el éxito de su trabajo anterior, Highway To Hell, que los llevó al manistream del rock, a lo que se sumó la inesperada muerte de su cantante y compositor, Bon Scott, y la llegada de su reemplazante, Brian Johnson. Demasiados cambios en poco tiempo. Así como una década antes los Rolling Stones habían sobrevivido al alejamiento y la muerte posterior de Brian Jones, con un suceso detrás de otro, el grupo australiano seguiría la misma senda. Back in Black se convirtió en el segundo álbum más vendido de la historia, con más de 50 millones de copias, detrás de la bestia pop de Thriller, de Michael Jackson. Pero también quedó en medio de una gran controversia: muchos afirman que la mayoría de las letras de las canciones fueron escritas por Scott, aunque en los créditos figuren los hermanos Young y Johnson.

AC/DC con Bon Scott
A comienzos de 1980, AC/DC se reagrupaba para grabar un nuevo disco cuando el miércoles 20 de febrero se conoció la inesperada muerte del cantante. Según la versión oficial, Scott se ahogó en su propio vómito tras haber pasado una noche bebiendo a destajo con amigos en Camden, al norte de Londres. La noticia golpeó muy duro a los hermanos Young y a los otros miembros del grupo.

Los pasos siguientes fueron el velorio y entierro en Perth, Australia, y la decisión de seguir adelante para afrontar el luto con más música. Pero para eso necesitaban un nuevo vocalista. Después de cavilar unos días, la banda terminó reclutando a Brian Johnson, cantante del grupo Geordie, que mostraba un registro vocal similar en algunos aspectos al de Scott. De hecho, él se los había mencionado a los hermanos Young antes de morir como uno de los vocalistas que más le gustaban. Pero antes de sumarse, Johnson debió superar una audición. Según contó en diversas entrevistas, cuando estuvo al frente del grupo propuso cantar “Nutbush City Limits”, de Ike & Tina Turner. Eso generó una química inmediata. Luego interpretó “Whole Lotta Rosie”. Antes de que terminara el tema ya lo habían elegido. Apenas seis semanas después de la muerte de Scott, AC/DC anunció que ya tenía a su reemplazante.

Brian Johnson y Angus Young
El futuro disco estaba otra vez en marcha y aquí es donde, en algún punto, todo se vuelve confuso. ¿Es cierto que Scott había escrito algunas letras? ¿Cuál fue el verdadero aporte de Johnson? Si bien es cierto que el riff de “Back in Black” no era nuevo, el resto de los temas, de acuerdo a lo dicho por Angus y Malcom, se fueron escribiendo en ese período y justamente la letra de ese corte es en homenaje a su amigo fallecido. Según afirmaron, lo que habían rescatado de cuando Scott estaba vivo eran apenas bocetos. Pero otros sostienen lo contrario. Malcom Dome, biógrafo de AC/DC, asegura que Scott “efectivamente escribió algunas letras durante la preparación del disco. Yo vi alunas hojas. Eso fue unos días antes de su muerte. Una línea se me pegó en la cabeza como perteneciente a uno de esos escritos: ‘She told me to come, but i was already there’ (Ella me dijo que viniera, pero ya estaba allí)”, probablemente la mejor parte de la letra de “You Shook Me All Night Long”, la canción que se convertiría en un hit. Y Anna Baba, la novia de Scott, dijo que él ya hablaba de “Rock And Roll Ani’t Noise Pollution” como nombre de un tema. Los que abonan a la teoría conspirativa podrían seguir desmenuzando durante años cada una de las líneas de los diez temas de Back In Black en busca de la prosa del finado.

Johnson, por su parte, recuerda que cuando se sumó al grupo, Angus y Malcom ya tenían un par de títulos y que “otros salieron de las letras que yo escribí”. El bajista Mark Evans, que había dejado la banda en 1977, sostuvo en su autobiografía que es probable que algunas de las letras, en especial la de “You Shook Me All Night Long”, fueran obra de los hermanos Young, ya que ellos solían también escribir.

Angus y Malcom siempre dieron la misma versión sobre el tema: “La semana en que murió (Bon) habíamos terminado la música y él iba a venir a componer las letras. Básicamente la música se terminó antes de su muerte y el núcleo de los temas fue el mismo”. También reconocieron que Scott tocó la batería en versiones primarias de “Have A Drink On Me” y “Let Me Put My Love Into You”. 

LA GRABACIÓN 

A fines de abril de 1980, los hermanos Young, Cliff Williams, Phil Rudd y el flamante vocalista, junto al productor John “Mutt” Lange, viajaron a la paradisíaca isla de Nassau, en Bahamas, para grabar el nuevo disco en los estudios Compass Point. El ingeniero de sonido Tony Platt explicó que la idea de instalarse en el Caribe sirvió para que el grupo hiciera el duelo y se uniera. El primer tema que grabaron fue “Back in Black”, con el riff que Malcom ya venía tocando desde hacía más de un año y que se volvería uno de los más reconocidos de la historia del rock. Pasaron cuatro semanas en la isla y luego volaron a Nueva York para realizar la mezcla en Electric Lady Studios, durante doce días.

En su libro Los Young – Los hermanos que crearon AC/DC, Jesse Fink cuenta que “Back in Black no solo anunció un sonido más pesado y más oscuro para la próxima década de AC/DC, sino que aún hoy es un indicador del momento en que Angus y Malcom fueron mayores de edad como músicos. Incluso, no sería exagerado verlo así, como hombres. Malcom tenía veintisiete años y Angus había cumplido veinticinco. Habían cambiado de managers, tuvieron que aceptar relegar a George, su hermano mayor, como mentor artístico y espiritual, y además perdieron a su cantante, amigo, guía, muso y letrista. Había un tipo nuevo con una gran mata de rulos al frente, y otro, todavía más extraño, detrás de la consola de grabación; alguien más exigente y meticuloso, pero indudablemente más brillante que cualquier otro que alguna vez hayan conocido dentro del negocio musical”.

“Back in Black -analiza Fink- fue también el álbum donde AC/DC felizmente utilizó los beneficios de la tecnología para mejorar su sonido y hacerlo más gordo y más grande, con la salvedad de que los trucos que usaron no eran nada obvios. Para “Highway to Hell”, cuenta Platt, las guitarras ‘fueron sobrecargadas en buena parte’ y el álbum fue un poco ‘menos en vivo’ que su sucesor”.

AC/DC, puro rock and roll
Además de “Back In Black”, “You Shook Me All Night Long” y “Rock And Roll Ain’t Noise Pollution”, el álbum cuenta con otro tema que se volvió un clásico del rock and roll por su riff infernal. “Hells Bells” abre el disco con el sonido de la campana y una potencia estremecedora. No contiene un mensaje ocultista como le gusta señalar a los más amarillistas, sino más bien, en palabras del periodista de Los Angeles Times, Robert Hilburn “es una canción de fanfarronería juvenil; el mensaje es rebelión, no adoración diabólica”. Y si hablamos de riffs poderosos no podemos omitir el de “Shoot To Thrill", que se sostiene sobre el ritmo prominente de la batería de Rudd mientras Johnson alardea: “Soy el hombre que te va a hacer arder”.

Desde la portada negra, el sonido de las campanas del inicio, el contexto y la afirmación de sus protagonistas, no quedan dudas que Back in Black es un tributo al cantante muerto, pero también es una celebración del rock and roll regada de alcohol y sexo, y la continuación lógica y superadora de “Highway To Hell”. El Rey ha muerto ¡Viva el Rey! El show debe continuar.

Es cierto que las letras hoy suenan sexistas y “son un culto al hedonismo machista”, como escribió Kitty Empire en “The Guardian”. “Given The Dog a Bone” es el mejor ejemplo por su letra explicita y vulgar sobre el sexo oral. Pero esa y otras canciones del álbum también se enmarcan en el contexto de la época, comienzos de los ochenta. El machismo, no es una novedad, está muy presente en grabaciones históricas del rock and roll, el blues, el tango y el folclore, entre otras músicas. ¿Podemos descartarlas u olvidarlas por el contenido de sus letras? Al respecto, la escritora Ariana Harwizs ironizó en Twitter: “Una periodista francesa dice que no leerá más a Hannah Arendt por blanca y eurocentrista. Propongo dejar de escuchar a Amy Winehouse por blanca, heterosexual y británica. Las Malvinas son argentinas, Amy”.

Back In Black atravesó cuatro décadas y nunca se fue del todo. Sus canciones fueron versionadas por decenas de artistas y utilizadas en infinidad de bandas de sonido. Una y otra vez entró en los charts de Estados Unidos y Europa. Todos crecimos: músicos (Malcom ya lo acompaña a Bon Scott en el más allá), críticos y fans, pero hay algo que es indudable, el disco todavía mantiene su efervescencia y rebeldía. Es el Dorian Gray de los álbumes de rock and roll.



Nota publicada en La Agenda de Buenos Aires

jueves, 16 de julio de 2020

La vida de un bluesman


Johnny Winter tiene los ojos entrecerrados y su larga cabellera rubia está recogida dentro de su sombrero texano. Sonríe y recuerda que cuando la conoció a Janis Joplin bebieron juntos Southern Comfort y como él estaba tan pasado de ácido terminó vomitando encima de ella. “Janis estaba tan borracha que no creo que lo recordara”, bromea. Su gesto cambia. Frunce el ceño y piensa en todos los que murieron en esa época. “Jimi Hendrix, Janis, Jim Morrison. Eso me dio miedo. Todas las jotas. Pensaba que yo sería el próximo”, dice. Y ante la pregunta de cómo logró superarlo responde: “Sólo fue suerte. Fui muy afortunado”.

Down & Dirty es un viaje a la intimidad de Johnny Winter. El documental, que fue producido por Paul Nelson, nos muestra la cara desconocida del albino. Sus miedos, sus añoranzas, sus tocs, sus sueños, sus vicios y su relación con su núcleo más íntimo. Pero también nos recuerda su trayectoria musical, sus grandes conciertos, sus discos, sus canciones y el respeto que sentía por sus fans. A seis años de su muerte, el film es una gran oportunidad para repasar vida y obra de uno de los guitarristas más fantásticos de los últimos 50 años.

El documental comenzó a filmarse durante la grabación de Step Back, el último disco de Winter y por eso cuenta con testimonios de algunos de sus invitados como Billy Gibbons, Susan Tedeschi, Derek Trucks, Warren Haynes y Joe Perry. Pero también hay otros entrevistados como la esposa de Winter, su hermano Edgar y hasta la mujer que vive en la casa de Beaumont, Texas, en la que creció, y a la que le dio tristeza volver a ver. Además, rescata entrevistas de archivo en las que dos de los más grandes bluesmen de la historia, Muddy Waters y B.B. King, se deshacen en elogios hacia él.

Una de las escenas más memorables es cuando Paul Nelson (también guitarrista de su banda, productor y hasta asistente) relata cómo lo ayudó a dejar la metadona, droga que consumió durante décadas para desengancharse de la heroína. La historia es tan alucinante y sorprendente que es mejor no contar más.

Winter va y viene con sus recuerdos. El bullying que sufrió de niño por ser albino; su aparición en Woodstock y el contrato millonario con Columbia que le cambiaron la vida; sus años como rockstar junto a Rick Derringer; su regreso al blues produciendo a Muddy Waters; y la fragilidad de su salud durante los noventa son algunos de los temas que aborda en la hora y media que dura el film. Pero también hay escenas extrañas como cuando canta en un karaoke en Hong Kong durante una gira o cuando se emborracha hasta le médula en un bar de Nueva Orleans.

Buena parte de la película transcurre arriba de la casa rodante con la que salía de gira por los Estados Unidos por lo que sus músicos y asistentes son coprotagonistas. Y en muchas escenas se percibe la ansiedad de Winter con respecto a la puntualidad y también su obsesión hasta para tomar agua de una botella de plástico.

Down & Dirty nos pone cara a cara con el legendario guitarrista. Podemos ver las impurezas de su piel, sus dientes amarillentos y sus movimientos lentos mientras suenan de fondo sus canciones, que resumen buena parte de la historia del blues moderno. Porque más allá de su éxito como rockero en los setenta, Winter siempre fue un verdadero hombre de blues.