miércoles, 29 de noviembre de 2023

En el nombre del blues: John Mayall, un guerrero de mil batallas


En la historia de la música contemporánea, hay nombres que brillan con luz propia, y uno de ellos es John Mayall, el maestro indiscutible del blues británico. El músico ejerció una notable influencia en la escena internacional, pero también fue clave en el desarrollo del rock nacional a fines de la década del sesenta y comienzos de los setenta. 

Nacido el 29 de noviembre de 1933 en Macclesfield, Inglaterra, Mayall comenzó su viaje musical a comienzos de la década del sesenta, una época de efervescencia cultural y creativa que vio el nacimiento de una revolución en el blues. Al frente de los Bluesbreakers, adaptó el sonido del blues negro a un público blanco en plena era del Swinging London que se debatía entre mods y rockeros. 

Mayall no solo tocó el blues; lo moldeó, lo desafió y lo llevó a nuevas alturas. Su habilidad para fusionar el blues con otros géneros, desde el jazz hasta el rock, le otorgó un estatus único en la escena musical. La alineación de los Bluesbreakers a lo largo de los años contó con nombres como Eric Clapton, Mick Taylor y Peter Green, todos grandes guitarristas que florecieron bajo la tutela de Mayall y luego dejaron una marca indeleble en la música por derecho propio.

Con más de 60 álbumes a lo largo de su carrera, Mayall exploró cada rincón del género, desde el blues eléctrico visceral hasta las raíces acústicas más puras. Cada álbum es un capítulo en la historia del blues, con Mayall como su narrador apasionado. Su capacidad para adaptarse y evolucionar a lo largo de los años ha sido una fuerza impulsora detrás de su longevidad artística.

Mayall expresó más de una vez su gratitud por la oportunidad de dedicar su vida a la música: "La pasión por el blues nunca se ha desvanecido. Cada día es una bendición poder seguir tocando y compartiendo esta música que amo con audiencias de todo el mundo".

Una vida dedicada al blues

Su padre Murray era guitarrista y coleccionista de jazz y blues y su influencia fue decisiva en su formación musical. El joven John desarrolló un amor temprano por los sonidos de los músicos de blues estadounidenses como Leadbelly y los pianistas de boogie woogie Albert Ammons, Meade "Lux" Lewis y Pinetop Smith. Fue escuchándo sus discos que aprendió por sí mismo a tocar el piano, la guitarra y la armónica. 

Tras servir para el ejército en la guerra de Corea, Mayall se compró su primera guitarra eléctrica y a partir de entonces nunca más dejó la música. Se matriculó en el Manchester College of Art y comenzó a trabajar con varias bandas. Después de graduarse, se convirtió en diseñador de arte, pero su amigo y mentor Alexis Korner lo convenció de dejar su trabajo, convertirse en músico a tiempo completo y mudarse a Londres. 

Mayall comenzó a tocar en locales de blues y R&B, como el célebre The Marquee, y empezó a tener seguidores. La primera edición de los Bluesbreakers grabó su sencillo debut, Crawling Up a Hill / Mr. James en 1964. Ese año, la banda ganó un puesto de telonero para la gira inglesa del bluesman John Lee Hooker. Poco después, Mayall se alzó con un contrato discográfico con Decca y grabó su álbum debut.

John Mayall Plays John Mayall fue editado en 1965, poco antes de que Eric Clapton dejara los Yardbirds y firmara con los Bluesbreakers (John McVie era el bajista del grupo). Su primer sencillo I'm Your Witchdoctor / Telephone Blues fue lanzado en octubre de 1965.

El célebre álbum Bluesbreakers with Eric Clapton se publicó en julio de 1966. Sus 12 temas incluían versiones de All Your Love de Otis Rush y Hideaway de Freddie King, así como cinco originales de Mayall. El disco alcanzó el puesto seis en las listas británicas y estableció la reputación de Clapton como guitarrista a nivel internacional. Sin que Mayall lo supiera, Clapton ya estaba preparando su salida de la banda y dejó la banda en junio para formar Cream con Ginger Baker y el ex (y futuro) acompañante de Mayall, el bajista Jack Bruce. 


El guitarrista Peter Green, que ya había reemplazado ocasionalmente a Clapton, aceptó sumarse a los Bluesbreakers. Esta encarnación de la banda resultó casi igual de breve pero prolífica. Su único álbum, A Hard Road, se publicó en febrero de 1967, pero Green también se fue poco después, y con el bajista John McVie y el ex acompañante de Mayall, Mick Fleetwood, formaron la encarnación original de Fleetwood Mac junto al guitarrista Jeremy Spencer.

Si bien el personal de Mayall casi siempre eclipsó sus considerables habilidades en la prensa, el multiinstrumentista era experto en sacar lo mejor de sus alumnos más jóvenes, especialmente cuando buscaban comprender y tocar el blues eléctrico de Chicago. Mientras formaba una nueva versión de los Bluesbreakers, Mayall experimentaba constantemente y ampliaba las formas del blues para encontrar un futuro que solo él podía escuchar. Publicó la innovadora grabación en solitario The Blues Alone en 1967, para la cual escribió todas las canciones y tocó todos los instrumentos excepto la percusión, que fue proporcionada por Keef Hartley. 


Bare Wires de 1968 fue el primer lanzamiento de Bluesbreakers que contó con el futuro guitarrista de los Rolling Stones, Mick Taylor. Ese año, Mayall disolvió los Bluesbreakers (existieron no menos de 15 encarnaciones diferentes entre 1963 y 1970) y grabó Blues from Laurel Canyon, su último álbum para Decca. Basado en una visita inicial al epicentro musical de moda de la región de Los Ángeles, el set en realidad se registró en Inglaterra. Pero Mayall ya tenía a Estados Unidos en mente. A finales de 1969 emigró al área de Los Ángeles y finalmente compró una casa en Laurel Canyon. 

A lo largo de los años, Mayall nunca dejó de grabar y girar, a pesar de los innumerables cambios en su formación. Por allí pasaron, en la década del setenta, músicos como el bajista Larry Taylor y el guitarrista Harvey Mandel, que provenían de Canned Heat. Más adelante, en los ochenta, se sumaron los guitarristas estadounidenses Walter Trout y Coco Montoya. Justamente con ellos en el grupo, Mayall vino por primera vez a la Argentina para tocar en el estadio de Vélez en el mítico festival organizado por la Rock & Pop.

John Mayall y su relación con la Argentina 

Los discos de Mayall de los sesenta, especialmente los que grabó con Clapton y Peter Green, fueron esenciales en el desarrollo del rock nacional. Músicos como Claudio Gabis y sus compañeros de Manal, Javier Martínez y el Negro Medina, se vieron muy influenciados por su sonido. Pero no fueron los únicos. Pappo, David Lebón, el Blusero León Vanella, Héctor Starc, por solo nombrar a algunos, encontraron en Mayall una puerta de acceso al blues tradicional de Muddy Waters, J.B. Lenoir, Freddie King y Otis Rush. Pero también nutrió a otros músicos argentinos que se dedicaron de lleno al blues como Botafogo, Daniel Raffo, Jorge Senno y Alberto García. 

Tras su primera visita en 1985, Mayall volvió al país en 1994 y tocó en el Gran Rex, esta vez con Buddy Whittington en guitarra. La Mississippi y La Napolitana fueron las bandas teloneras. En mayo de 2008, regresó por terecer vez: se presentó otra vez en el Gran Rex y con Whittington una vez más como gran animador. El viejo blusero deleitó con un repertorio muy variado. La Nación publicó una crónica del recital: “No hay botox, lifting, cirugías ni cremas de la doctora Aslan que provoquen el mismo efecto. El blues rejuvenece. Solo así se explica que ese señor canoso, de 74 años, con pinta de abuelo hippie, se moviera como un adolescente en el escenario del Gran Rex y lograra hacer sentir como niños felices a más de dos mil personas”. 

Mayall se mantuvo activo hasta la pandemia, pero los riesgos de los lugares concurridos y su avanzada edad lo obligaron a un retiro de los escenarios, pero no de los estudios. En 2021 editó su álbum número 60, The Sun Is Shining Down, por ahora el último, aunque con un guerrero de tantas batallas, nunca se sabe que más habrá en el futuro.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Roger Waters: un show descomunal en River y la defensa irrestricta de los derechos humanos

“Si sos de esas personas que ama la música de Pink Floyd, pero odias la postura política de Roger podes irte bien a la mierda”. Así, sin eufemismos, comenzó el show de Roger Waters en River. A decir verdad, así comienzan todos los shows del ex Pink Floyd, porque no hay censura, boicot o amenazas que puedan callarlo. La música de Waters viene con un mensaje de un fuerte contenido político: no a la guerra, no a las armas nucleares, no a la violencia institucional, no al racismo, no a la discriminación, no a la inequidad. En sus palabras no hay una pizca de antisemitismo, pese a lo que muchos quieren instalar.

La puesta en escena, por momentos teatral, los juegos de luces y los videos ultra HD que acompañan a las canciones son esenciales para un show que se destaca desde lo visual, pero en el que el sonido cuadrafónico es el corazón que da vida al show. Tal como sucedió en sus presentaciones anteriores (Vélez 2002, River 2007, River 2012, La Plata 2018), pero ahora con mejor tecnología, los graves y los agudos están perfectamente balanceados, el volumen en su punto justo, y los efectos especiales que se emiten desde parlantes laterales ubican al espectador en medio de un bombardeo, el aterrizaje de un helicóptero o ante el ladrido de un perro solitario.    

El show comenzó a las 21:20 con unos imponentes fuegos artificiales y la melodía de Comfortaby Numb. La primera referencia clara a la Argentina llega con la crítica al aparato represivo del Estado. Entre los nombres de víctimas como George Floyd, aparece el de Lucas González, el chico de Barracas que fue asesinado por policías de la Ciudad, que recibieron penas de perpetua por haber cometido un crimen de odio racial.

El mensaje, rechazado por buena parte de un mundo que se vuelca a la extrema derecha, no tiene pausa y atraviesa el show de punta a punta. Waters no se pone colorado a la hora de acusar a presidentes de Estados Unidos (Reagan, los dos Bush, Clinton, Obama, Trump y Biden) de criminales de guerra. Tampoco cuando señala por lo mismo a Putin o al norcoreano Kim Jong-un.

Waters vierte una catarata de verdades que incomodan a los poderosos y a quienes amplifican los mensajes de odio. Cada tema es un manifiesto en contra de la violencia, la inequidad y la desigualdad. Sus letras ponen sobre la mesa la miseria humana, el hambre y las injusticias. No se olvida de Chelsea Manning, Julian Assange y los periodistas de Reuters asesinados en Bagdad, ni tampoco de mencionar a los escritores que más lo influenciaron en la década del sesenta: George Orwell y Aldous Huxley.

El repertorio de la primera parte del show recorre buena parte de la historia de Pink Floyd con The Happiest Days of Our Lives, Another Brick in the Wall, Part 2 y Part 3, Have a Cigar, Wish You Were Here, Shine On You Crazy Diamond y Sheeps, en los que por momentos se respalda en imágenes de Syd Barret, Nick Mason y Richard Wright, aunque deja deliberadamente afuera a David Gilmour, acompañado por un relato en primera persona de su vida y su carrera. También hay lugar para sus temas solista como The Bravery of Being Out of Range y  The Bar, donde se sienta al piano y se muestra más reflexivo.

Transcurrida una hora de show se produce un intermedio en el que la mayoría del estadio comienza a cantar de manera espontánea “el que no salta votó a Milei” y “nunca más, nunca más”.

La segunda parte comienza con dos hitazos de Pink Floyd como In The Flesh y la poderosa Run Like Hell. Luego resurge un fuerte mensaje anticapitalista en canciones como en Is This the Life We Really Want? y Money, que se presenta como una contradicción en un estadio repleto de gente que pagó tickets carísimos para verlo y que cuenta con sponsors y una maquinaria comercial que le permite girar por todo el mundo. Así da paso a un set dedicado a The Dark Side of The Moon que incluye además Any Colour You Like, Us And Them y Brain Damage.

Antes de interpretar Déjà Vu, Waters le responde a los dueños de los hoteles que no lo dejaron alojarse: "La razón por la que no me dejan quedarme en los hoteles de Buenos Aires es porque yo creo en los derechos humanos, lo hago, siempre lo he hecho. Mi mamá me enseñó sobre derechos humanos cuando era así de alto. Así que los Derechos Humanos son el problema acá".

La segunda referencia a la Argentina llega sobre el final con el anuncio de Two Suns in the Sunset, un tema de The Final Cut (1982), disco que mucho tiene que ver la guerra de Malvinas y que le valió muchas críticas en Inglaterra, en el que se refiere a los proyectos en marcha para la identificación de soldados argentinos caídos durante la guerra, que están enterrados en las islas.  

El final, con un reprise de The Bar, llega con un elogio a Bob Dylan y en el que cuenta como se inspiró en Sad Eyed Lady of The Lowlands, de Blonde on Blonde, para escribir esta canción, que también le dedica a su esposa Camila y a su hermano John, recientemente fallecido.

Como bien lo describe Sergio Marchi en su libro Roger Waters – El cerebro de Pink Floyd sus letras “tienen que ver con la humanidad, con su relación con el dinero, con los miedos, las comunicaciones, las carencias, las esperanzas, y los anhelos. No se quedan en la superficie, van bien adentro, tienen significado, no son huecas. (…) Son canciones que han galvanizado el sentimiento de varias generaciones y que continúan flameando alto”.    

Roger Waters es un luchador incansable. Utiliza su música para transmitir un mensaje de paz en un mundo convulsionado, para denunciar un genocidio en Medio Oriente y también abusos de poder a un lado y otro del Atlántico. Lleva medio siglo transformando su bronca, sus miedos y su desazón en arte, porque no es solo música que entra por los oídos lo que él hace, sino que es un entramado magnánimo que apunta a sacudir todos los sentidos. La gira This is not a Drill está anunciada como su despedida y con sus 80 años parece que así será. Pero como siempre, en este último medio siglo, él tiene la última palabra.

jueves, 16 de noviembre de 2023

Billy Gibbons y La Mississippi armaron una fiesta a puro rock y blues en La Trastienda


Hay algo en el sonido de la guitarra de Billy Gibbons que es único y, por ende, irreproducible. Nadie suena como él y nadie lo hará. Su mantra es el de las tres “T” en inglés: tone, taste, tenacity (tono, gusto, tenacidad). El guitarrista lleva más de medio siglo activo y en el último tiempo debió enfrentarse a un cambio impactante en su vida: la muerte de su eterno compañero en ZZ Top, el bajista Dusty Hill. Eso lo llevó a reconfigurar buena parte de su agenda. El trío texano sigue tocando, con Elwood Francis al bajo, pero él también encontró su tiempo para apuntalar su proyecto solista, que lo aleja de los grandes estadios para tocar en lugares más pequeños, cara a cara con el público. Y ahora, también suma algo inédito en su carrera: salir a escena con una banda argentina.

La historia de Gibbons y La Mississippi comenzó a escribirse hace algunos años, aunque recién se materializó este miércoles con un show candente en La Trastienda, en la previa de los festejos por los 35 años de la banda que se realizará este sábado en el Luna Park. Lo de anoche fue una especie de premier que tuvo al guitarrista texano como protagonista exclusivo con un repertorio que combinó clásicos del blues y el rock con los temas más emblemáticos de ZZ Top.

El comienzo fue una sorpresa. Ricardo Tapia, líder de La Mississippi y maestro de ceremonias, presentó a Martín Guigui, un argentino radicado desde hace décadas en los Estados Unidos, que fue el nexo para que Gibbons pudiera venir a la Argentina. Guigui es tecladista y líder de una banda familiar que ha tocado con músicos de la talla de Joe Bonamassa, Warren Haynes y Keb’ Mo’. Sus hijas Esther y Rebecca, ambas adolescentes, son la vocalista y baterista, respectivamente. Mientras que el pequeño Noah se encarga de la guitarra. Tocaron un par de clásicos del rock como Dixie Chicken y Take Me To The River, y la imponente voz de Esther se ganó la primera ovación de la noche.

A las 21, Billy Gibbons apareció en escena con su Gibson SG/Les Paul Lil Red acompañado por La Mississippi con Tapia en guitarra rítmica y armónica, y el resto de los músicos –Gustavo Ginoi, Claudio Cannavo, Juan Tordó y Gastón Picazo- ocupando sus lugares. Comenzaron con Thunderbird, tema de ZZ Top con el que desde su letra y su groove invita al público a “volar alto”. Con un sonido intenso y espíritu de zapada, se lanzaron sobre otros clásicos del trío texano como Sharp Dressed Man y el blues Jesus Just Left Chicago, para luego presentar Treat Her Right de Gibbons como solista. En ese momento hubo un cambio en la batería: Gabriel Cabiaglia reemplazó a Juan Tordó quien se recupera de una operación y no está todavía para afrontar un show entero.

Luego se zambulleron en las aguas pantanosas del blues primero con Got Love If You Want It, del gran Slim Harpo, y después con Rock Me Baby en el que Tapia se hizo cargo de la voz. La psicodelia también se hizo presente con una demoledora versión de Foxy Lady de Jimi Hendrix. El público ya estaba frenético y todavía faltaba lo mejor. Tube Snake Boogie dio la pauta de que enseguida vendrían los himnos de ZZ Top. Tush fue como un tsunami imparable, con el público coreando desencajado y la guitarra filosa de Gibbons llevada al paroxismo, y La Grange,  el boogie hipnótico made in Texas, terminó por desatar la locura. Con Gibbons ya en retirada interpretaron Travelin’ Band de Creedence, otra vez con Tapia en su faceta de cantante demostrando porqué es el número 1 en lo que hace. La gente le dio una calurosa despedida al maestro y La Mississippi se hizo cargo del bis con su clásico Un trago para ver mejor.

El rock & roll clásico tuvo su fiesta en La Trastienda de la mano de una figura legendaria, uno de esos músicos que desafían al paso del tiempo y que, de alguna manera, comparte algo muy profundo con sus anfitriones, además de la pasión por la música y una clara simbiosis musical: mantener el espíritu de banda, pese a todo y hasta que la muerte los separe.  

sábado, 11 de noviembre de 2023

¡Escuchate esto!, el libro que repasa más de medio siglo de música soul a través de sus canciones

El soul tiene quien lo escriba. El periodista y músico Tony Vardé volvió a hacerlo de nuevo, aunque esta vez a cuatro manos, junto al español José Luis “Zepi” Crespo y un océano de por medio. ¡Escuchate esto! 75 joyas de la música soul es un libro que repasa la historia de ese género a través de un listado de canciones que también funciona como playlist para adentrarse en lo más íntimo de la música negra.

La sociedad entre Zepi y Tony nació a raíz del libro del segundo, Grabando emociones-La revoluciónde Stax Records. Tal como cuenta Zepi en el prólogo, él venía amasando la idea de escribir un libro en tono enciclopédico sobre el soul desde hacía un tiempo y cuando llegó a sus manos la obra de Tony se lanzó a la aventura de contactarlo. Luego todo fluyó con naturalidad y la pasión que une a dos melómanos, pese a los miles de kilómetros que los separan, lo hizo posible.

¡Escuchate esto! es también el nombre del blog de Tony en el que viene posteando reseñas e historias sobre música desde hace varios años, así que los autores decidieron que el libro fuera una continuidad de esa url que acumula muchísima información. Cada uno eligió 37 canciones y las reseñó, y una la hicieron en conjunto. El resultado son casi 150 páginas con el listado de temas en orden cronológico y un QR que nos lleva a descargar la playlist para que podamos escuchar las canciones a la par que avanzamos con la lectura.

Los temas elegidos por Zepi y Tony son representativos de más de 60 años de historia. Están los grandes clásicos como A Change Is GonnaCome de Sam Cooke; Use Me de Bill Withers; Time Is On My Side de Irma Thomas; Stubborn Kind of Fellow de Marvin Gaye; y I’d Rater Go Blind de Etta James. Pero hay también varios temas desconocidos para el gran público como Open The Door To Your Heart de Darrell Banks; y Someday de The Tempest. Si bien gran parte del cancionero corresponde a las décadas del sesenta y el setenta hay algunas joyas de artistas más recientes como Charles Bradley, Leon Bridges, Sharon Jones y Vintage Toruble.

La selección también ofrece sorpresas que se emparentan con el soul desde el jazz, el blues y el rock como la versión de Satisfaction de Jmmy Smith; I Got The Blues de los Rolling Stones; y Hate It When You Leave de Keith Richards, aquí con la imprescindible colaboración del periodista Esteban Schoj.

En cada reseña los autores cuentan la historia de la canción y del o los músicos que la interpretan, así como también vuelcan sus sensaciones y cuánto influyeron en sus vidas. Como en todo listado prima la subjetividad y alguno siempre considerará que falta uno u otro tema. Lo cierto es que ¡Escuchate esto! funciona como una puerta de entrada a uno de los géneros más sensuales y atrayentes de la historia de la música que todavía sigue vigente.

sábado, 21 de octubre de 2023

Hackney Diamonds, el nuevo disco de los Rolling Stones que abrió una grieta entre sus fanáticos

El nuevo disco de los Rolling Stones, el primero con temas propios en 18 años, divide las aguas entre los fanáticos de la banda inglesa. El mismo viernes, día en que salió a la venta, sus seguidores se hicieron oír. Muchos festejaron las doce canciones de Hackney Diamonds, pero otros se mostraron decepcionados y algunos hasta molestos. Todos exhibieron sus argumentos, dominados por la pasión, luego de escucharlo un par de veces. Los sentimientos los movilizaron, para bien o para mal, y no es para menos. Se trata del grupo que musicalizó la banda sonora de sus vidas y hoy, los octogenarios Mick Jagger y Keith Richards, con el infaltable Ronnie Wood, les ofrecen algo más. La pregunta obligada, entonces, es: ¿Era necesario un nuevo disco de los Stones?

Hace poco más de un mes, la banda presentó el primer adelanto del disco. Angry, que ahora abre Hackney Diamonds, un tema con el clásico riff stone que fue acompañado por un sensual video protagonizado por la actriz Sydney Sweeney. La expectativa creció porque la canción está en línea con lo mejor de los Stones y con un detalle no menor, era la primera grabación que se conocía de ellos tras la muerte de Charlie Watts, aquí reemplazado por Steve Jordan, viejo ladero de Richards en los X-Pensive Winos.

Pocos días después apareció el segundo adelanto. Sweet Sounds of Heaven, una hermosa balada con tintes góspel y bluseros en la que Jagger mantiene un dueto con Lady Gaga, más el aporte de Stevie Wonder en teclados. La melodía es bellísima, pero a muchos de los fans les hizo ruido el rol protagónico de la cantante emparentada con el pop. Aquí comenzó a manifestarse la grieta.

Ahora con la aparición del disco y todas las cartas sobre la mesa aparecen algunas certezas y varias dudas. Esos dos temas resultaron ser los mejores del álbum. El groove clásico de Charlie Watts, que marcó el sonido de los Stones durante décadas no está, por razones obvias, pero ni siquiera aparece en los temas en los que sí había grabado, Mess it Up y Live By The Sword. El álbum tiene una producción sobreabundante y eso fue responsabilidad de Andrew Watt.

Watt tiene apenas 33 años y antes de llegar a los Stones trabajó con músicos tan diversos como Justin Bieber, Avicii, Lana del Rey, Shawn Mendes, Blink 182 y Ozzy Osbourne, más allá del súper grupo que integró con Glenn Hughes y Jason Bonham, California Breed. Un curriculum bastante ecléctico que nos lleva a pensar que Jagger y Richards lo buscaron para sonar más aggiornados y llegar a un nuevo público, que para contentar a los viejos fans.   

La portada es un buen indicio. Ese corazón de diamantes apuñalado parece ser el de los fanáticos desencantados. Y con la letra de Angry, de alguna manera, Jagger pide disculpas. “No se enojen conmigo…”.

Whole Wide World es una de las canciones que sobresale por su melodía, que con un tempo más lento bien podría estar en un disco de Bon Jovi. Dreamy Skies es una hermosa balada country en línea con Wild Horses, pero sin la mística del tema lanzado en Sticky Fingers. Driving Me Too Hard se aproxima más a una de esas canciones de Bridges to Babylon o A Bigger Bang, y Tell Me Straight, cantada por Richards deambula en un océano calmo sin un destino claro. El disco termina con Rolling Stone Blues, de Muddy Waters, que lleva a Jagger y Richards a sus inicios, despojados de electricidad y sumidos en el sonido más crudo del blues. Principio y final en una sola canción. Olor a despedida… al menos de los estudios.

Los invitados, todos músicos de peso, de alguna manera pasan inadvertidos, a excepción de la ya mencionada Lady Gaga. Que Paul McCartney toque el bajo en un tema en un tema de los Stones es un hecho histórico, pero Bite My Head Off es apenas una frenética apología rockera en la que el ex Beatle no se destaca. Lo mismo sucede con Elton John y la reaparición con el grupo de su ex bajista Bill Wyman. Además llama la atención que no hayan participado de la grabación Darryl Jones y Bernard Fowler, quienes llevan años junto a los Stones.

Hackney Diamonds no es un mal disco, pero tampoco es un álbum que esté a la altura de sus grandes placas discográficas de la banda. La desazón de algunos de sus fanáticos es comprensible, pero también lo es la satisfacción de los otros. Tal vez en un futuro, cuando los Stones ya no estén más, este disco sea valorado de otra manera. En sus más de seis décadas como figuras centrales del rock and roll, los Stones siempre se adecuaron a los sonidos del momento. Undercover y Dirty Work fueron muy criticados en los ochenta y hoy pueden ser escuchados con conciencia histórica. Lo mismo sucede con el viaje ácido de las Majestades Satánicas, un disco con el que Jagger, Richards y Brian Jones se sumergieron en lo más profundo de la psicodelia de los sesenta.

Con todo, Hackney Diamonds nos recuerda que Jagger y Richards siguen activos con sus 80 años, que eligieron seguir tocando en lugar de irse a pescar y que aceptaron un nuevo desafío de sonar actuales. En una época de desesperanza, con guerras, pestes, desigualdades y catástrofes climáticas, que ellos sigan rocanroleando demuestra que este disco, pese a sus falencias, es muy necesario.  



jueves, 19 de octubre de 2023

Blackie, la voz que se dejó doblegar

La historia de Blackie es mucho más que la de una mujer que tuvo un rol central en el mundo del espectáculo y la cultura en la Argentina. Bucear en su vida nos lleva a fines del siglo XIX cuando los primeros colonos judíos desembarcaron en el país. Sus padres, Yedidio Efron y Sara Steinberg, arribaron siendo niños y fueron parte de la génesis de esa microsociedad pionera de la colectividad judía.

Con gran precisión y una prosa fluida, Hinde Pomeraniec reconstruye los primeros años de la vida de Paloma Efron. Su nacimiento e infancia en Entre Ríos, el traslado familiar a Buenos Aires, la relación con su padre, un hombre muy reconocido en el ámbito educativo de la colectividad judía,  y su adolescencia, en la que tuvo que abandonar la escuela para cuidar a su madre enferma, son las piezas del rompecabezas con las que ella fue forjando su personalidad.

El salto de Paloma Efron a Blackie no fue de un día para el otro, pero sí hubo un momento bisagra en su vida. Todavía adolescente consiguió un trabajo en el Instituto de Cooperación Argentino Norteamericano (ICANA) y allí se topó con un disco de spirituals, la música religiosa de la comunidad negra de los Estados Unidos. Si bien ella venía de una familia de melómanos, ese acontecimiento se volvería trascendental y, como sostiene la autora, para Paloma “se volvió una obsesión”.  

Su debut artístico coincidió con el período político de la Década Infame, “una época de frustraciones para la mayoría, y de privilegios para unos pocos”, y con los años dorados de la radio. Fue en ese medio donde Paloma se recibió de cantante, tras ganar un concurso organizado por la marca Jabón Federal, y recibió su apodo artístico de Blackie. La autora sobrevuela su etapa musical, su viaje a los Estados Unidos, donde se codeó con figuras como W.C. Handy y Duke Ellington, las grabaciones que realizó para Odeón, y las presentaciones que hizo, para luego centrarse en el plano más personal, el de su relación amorosa con el playboy Carlos Olivari, al tiempo que narra cómo era la noche porteña y el mundo del espectáculo de la década del cuarenta.

Su matrimonio con el dramaturgo y guionista, que se hizo famoso por su sociedad con Sixto Pondal Rios, tuvo relación directa con el primero de los cambios artísticos de Paloma, que fue el de dejar la música para convertirse en actriz, productora y periodista. Se separaron en el albor de la década del cincuenta y no tuvieron hijos, pero de acuerdo con lo que pudo reconstruir Pomeraniec, esos años de convivencia la marcarían por el resto de su vida.

El 17 de octubre de 1951 se realizó la primera transmisión televisiva de la historia en la Argentina. Ese acontecimiento, algunos meses después, se volvería trascendental en la vida de Blackie porque se sumó a ese medio y para el gran público su nombre siempre quedaría asociado a los inicios de la tevé. En los primeros años condujo programas, fue productora e incluso llegó a ser directora artística de Canal 7, cargo que ocupó hasta poco antes del golpe militar de 1955 que derrocó a Juan Domingo Perón.

En los sesenta, con la aparición de los canales privados, Blackie se convirtió en un personaje central de la pantalla chica. Encabezó decenas de programas, compartió la conducción con figuras como Carlos D’Agostino, Juan Carlos Mareco y hasta Roberto Galán; presentó a artistas internacionales de la talla de Nat King Cole y Sammy Davis Jr; fue pionera de los programas políticos y potenció a Bernardo Neustad, quien se volvería un referente en los ochenta y noventa. En el plano artístico lanzó las carreras musicales de Sandra Mihanovich y Susana Rinaldi.

En paralelo, desde sus inicios, siempre fue una figura destacada de la radio. Lo hizo como cantante, productora, presentadora y también como periodista. Su voz ronca por el humo de los Kent está en el recuerdo de quienes la escucharon durante años en diversos programas, en los que mantuvo un contacto fluido con sus oyentes, quienes le escribían cartas que leía con mucha atención y se enojaba ante las críticas que consideraba injustas o fuera de lugar.

Su paso por el periodismo gráfico también es narrado en el libro, editado por Gourmet Musical, que incluso traza un paralelismo entre Blackie y Victoria Ocampo marcando coincidencias, encuentros y, sobre todo, diferencias. La autora ahonda en las relaciones laborales de Blackie, una mujer que supo salir adelante en un mundo de hombres y la describe como “una feminista pionera, hablaba de una manera y actuaba de otra”. Según los testimonios que recogió, ella no empatizaba con mujeres que le pudieran hacer sombra y se llevaba mejor con los hombres. Se hizo un lugar a base de coraje, talento e insultos, algo que ella creía que la ponía de igual a igual con los hombres.

Blackie, una voz insumisa es una biografía atrapante que va un poco más allá del personaje. En palabras de Albert Gilbert: “Agitadora, polemista, divulgadora, Blackie demostró tempranamente en un mundo de hombres lo lejos que podía llegar una mujer de la que todos hablarían. No podía ser de otra que Hinde Pomeraniec la que reconstruyera con sagacidad y soltura algo más que su vida: un gran fresco de época, una historia cultural en la que la cuestión de género es algo más que un programa, un asunto mayor".

martes, 17 de octubre de 2023

Electric Ladyland, el viaje psicodélico de Jimi Hendrix que desafió los límites de la música


A mitad de camino entre el Verano del Amor, que de alguna marcó el inició de la contracultura hippie, y el Festival de Woodstock, que podría considerarse el fin de una era, Jimi Hendrix lanzó su álbum icónico Electric Ladyland, un disco revolucionario que, a pesar del paso del tiempo, se mantiene como un hito en la historia de la música y un pilar fundamental en el rock psicodélico. 

Electric Ladyland fue el tercer y último álbum de estudio de The Jimi Hendrix Experience, con Noel Redding en bajo y Mitch Mitchell en batería, y representa una amalgama de la creatividad musical y la innovación artística que caracterizaron al talentoso guitarrista de Seattle. El álbum llevó los límites del rock y el blues más allá de lo imaginado, con canciones que exploraban nuevos sonidos, texturas y temas líricos provocadores. 

La obra maestra de Hendrix, que salió al mercado el 16 de octubre de 1968, contiene himnos atemporales como All Along the Watchtower, una versión inolvidable de la canción de Bob Dylan, y Voodoo Child (Slight Return), una épica pieza que aún hoy es considerada una de las mejores interpretaciones de guitarra en la historia del rock. Otros grandes temas del disco son Crosstown Traffic, Burnign of The Midnight Lamp y Rainy Day, Dream Away. 

El álbum no solo desafió las convenciones musicales de su tiempo, sino que también abordó temas sociales y políticos candentes, reflejando la agitación y el cambio cultural de la década de 1960. 

A lo largo de los años, Electric Ladyland mantuvo su relevancia e influyó en generaciones de músicos, consolidando a Jimi Hendrix como un ícono musical.

Cómo se grabó Electric Ladyland 


Grabado entre 1967 y 1968, Electric Ladyland llevó la Jimi Hendrix Experience a explorar nuevos horizontes musicales. Las sesiones de grabación fueron un laboratorio de experimentación sonora, donde Hendrix y su equipo buscaron trascender los límites establecidos en la industria musical imperante. 

Uno de los aspectos clave fue la técnica pionera de grabación en estéreo. Hendrix y su ingeniero de sonido, Eddie Kramer, emplearon de manera innovadora la tecnología disponible en ese momento para crear efectos estereofónicos sorprendentes y envolventes. Esta innovación fue fundamental para la atmósfera psicodélica del álbum. 

Hendrix también desafiaba constantemente las convenciones musicales. Experimentaba con capas de sonido, efectos y distorsiones, creando paisajes sonoros únicos en canciones como Voodoo Chile y 1983... (A Merman I Should Turn to Be). Los músicos invitados -Stevie Winwood, Al Kooper, Jack Casady y Mike Finnigan- también contribuyeron a la riqueza y diversidad de sonidos en el álbum. 

El contexto social y político tumultuoso de la década del sesenta influyó en la temática de Electric Ladyland. Hendrix abordó temas como la guerra, la libertad y la espiritualidad, ofreciendo su perspectiva a través de letras poéticas e introspectivas.

La polémica por la portada


La portada original, diseñada por el propio Jimi Hendrix, presentaba a un grupo de mujeres desnudas y semidesnudas. Fusionaba la fotografía con elementos surrealistas y colores brillantes, capturando la atmósfera psicodélica y provocadora de la música contenida en el álbum. 

El diseño no estuvo exento de controversia y enfrentó censura y desafío a las normas sociales de la época. Muchos consideraron que era demasiado explícito y obsceno para el público en general, lo que llevó a varios países, incluyendo los Estados Unidos y el Reino Unido, a cambiar o modificar la portada. En algunos casos, se optó por una versión más recatada con una imagen de la banda en lugar de las mujeres. 

 El artista Karl Ferris, fotógrafo y amigo cercano de Hendrix, también contribuyó a la realización de la portada y capturó imágenes importantes que se utilizaron en el diseño final. Su enfoque innovador en la fotografía y su colaboración con Hendrix jugaron un papel esencial en la creación de esta obra de arte que desafió las normas establecidas.



jueves, 5 de octubre de 2023

Rod Stewart en GEBA, un mano a mano contra el paso del tiempo

 

El escenario es el ring en el que Rod Stewart pelea mano a mano con el paso del tiempo. A los 78 años, el cantante que supo adaptarse a los sonidos imperantes, brindó un show de dos horas en GEBA en el que interpretó más de una veintena de canciones de su repertorio más clásico, que adobó con su carisma, su eterna seducción y una puesta en escena descomunal.

En el Rod Stewart actual conviven los distintos Rod Stewart del pasado. Aquél del perfil stone, el rockero fuera de control que cantaba con Jeff Beck y los Faces es el más difuso. El de los pantalones ajustados y los brillos de la música disco de fines de los setenta y comienzos de los ochenta, el de “¿crees que soy sexy?”, lucha por mantenerse a flote con bastante dificultad. Y el ícono pop de los noventa surge con más naturalidad que cuando se pone en el modo crooner de los últimos años. En todo caso, más allá del perfil que asome, siempre prevalece un Rod Stewart auténtico.

Poco antes de las 21:30, el cantante apareció en escena con su melena desmechada y un traje  dorado rodeado de una descomunal banda de 14 músicos, entre los que sobresalen varias mujeres que se encargan de los coros y los instrumentos de cuerda. El tema elegido para dar comienzo a su nueva presentación porteña –antes estuvo en 1989, 2008, 2014 y 2018- fue Addicted to love, un tema de Robert Palmer que no es tan habitual que cante, aunque tampoco es una rareza de sus presentaciones en vivo. De entrada se notó que al sonido le faltaba envergadura. No era una cuestión de volumen, sino más bien expansión. La batería y el bajo estaban como relegados y eso hacía que no envolviera al público.

El campo de GEBA estaba colmado y en las plateas no había un solo lugar libre, otro ejemplo contradictorio de la crisis económica que vivimos. El público acompañó el show cantando los estribillos de las canciones más populares como Forever Young, Have You Ever Seen The Rain?, It’s a heartache y The First Cut is The Deepest. Pero no hubo gente bailando o muy eufórica, sino más bien que la mayoría parecía aletargada. La pelea contra el paso del tiempo no es solo del cantante, también lo es de su público.

Los grandes momentos de la noche fueron cuando, en el comienzo, cantó una sublime versión de Oh la la, un clásico de los Faces que acompañó en la pantalla con imágenes de sus ex compañeros de banda, Ronnie Lane y Ronnie Wood. Los otros fueron sus homenajes a dos grandes artistas recientemente fallecidas. El primero fue a Christine McVie, de Fleetwood Mac, con una hermosa versión de I’d Rather Go Blind, de Etta James. El segundo fue para Tina Turner con It Takes Two.  

El Rod Stewart más futbolero dijo presente en la mitad del show cuando interpretó You’re in My Heart, su oda al Celtic de Escocia que en esta oportunidad aprovechó para felicitar a los argentinos por la Copa del Mundo, con imágenes del penal de Gonzalo Montiel a Francia, lanzar un “Messi estás en mi corazón” y alzar un banderín de la AFA. Hubo un par de intervalos que aprovechó para cambiarse, del dorado al animal print y luego a un saco plateado oscuro, que las coristas se encargaron de llevar adelante con un tema de las Pointer Sister, I’m So Excited, y Lady Marmalade.

El Rod Stewart más humano apareció en Downtown Train, de Tom Waits, con un arranque fallido en el que pidió a la banda comenzar de nuevo y lanzó al público: “Mi error. La cagué”, algo que muestra es su música es en directo y no cuenta con pistas adicionales. En cada una de sus intervenciones mantuvo sus dotes de seductor y su voz osciló entre los grandes momentos de antaño y la realidad del paso del tiempo. El final lo encontró, como siempre, saltando de Da Ya Think I’m Sexy a la balada Sailing.

En los últimos años estamos asistiendo a un fenómeno nuevo, el de las estrellas de rock que, pese a los años, siguen con las botas puestas. En algunos casos, como el de Mick Jagger, es como si hubieran detenido el reloj de arena, pero en otros la decadencia es indisimulable. Rod Stewart, en tanto, transita la delgada línea entre lo fabuloso y lo ridículo, un camino que por ahora lleva con equilibrio y muchísima dignidad. Una pelea contra el paso del tiempo en la que recibió varios golpes, pero que todavía no logra tumbarlo.

jueves, 28 de septiembre de 2023

El día que Eric Clapton volvió de entre los muertos

La historia del rock está repleta de muertes tempranas, pero también de regresos. Y el que protagonizó Eric Clapton hace 50 años no fue uno más. Le abrió la puerta a una carrera solista que apenas había puesto primera en 1970 con el lanzamiento de su álbum debut, pero que pronto quedó interrumpida porque el músico sucumbió ante las drogas. 

El 13 de enero de 1973, el guitarrista de The Who, Pete Townshend, organizó un concierto en el famoso Rainbow Theater de Londres que marcó el regreso a los escenarios de Clapton tras un par de años de ausencia, durante los cuales solo se lo había visto en el evento benéfico The Concert For Bangladesh (1971) organizado por su amigo George Harrison. En ese período oscuro, Clapton estuvo al borde de la autodestrucción. Vivía solo, no salía de su casa y se la pasaba drogado. Su estado físico era lamentable: estaba sumamente delgado y descuidado.

La formación del Rainbow Theater fue impresionante, un verdadero seleccionado del rock inglés, con Pete Townshend en guitarra rítmica; Ron Wood, quien todavía no había comenzado su historia con los Rolling Stones, guitarra rítmica y slide; Ric Grech (Traffic y Blind Faith) en bajo; Steve Winwood y Jim Capaldi (Traffic) en voz y teclados, y batería respectivamente; Jimmy Karstein en batería; y Rebop Kwaku Baah (Traffic y Can) en percusión.

La placa discográfica vio la luz algunos meses después, en septiembre de ese año, gracias a la producción de Bob Pridden (The Who) e incluyó seis canciones, aunque en 1998 se lanzó una edición doble con muchos más temas que se llamó 25°Anniversary Edition.

El álbum original abre con el clásico Badge, escrito por Clapton y George Harrison, incluido en el último disco de Cream, Goodbye (1969). Sigue con Roll It Over, una canción de su etapa con Derek & The Dominos, coescrita con Bobby Whitlock. Esta pieza atrapó al público durante seis minutos y cuarenta y cinco segundos, en los que Slowhand demostró estar, pese a todo lo que estaba viviendo, en buena forma. El lado A del LP cierra con Presence of The Lord, escrita por Clapton en 1969 durante su tiempo con Blind Faith.

Pearly Queen de Winwood y Capaldi, interpretada originalmente por Traffic en su segundo álbum homónimo de 1968 es el tema que sigue y a continuación, el clásico de 1966 de J.J. Cale, After Midnight, del que Clapton se apropiaría durante la década del setenta, aquí destaca por su ritmo enérgico y virtuosismo.

El gran final llega con la mágica y surrealista Little Wing de Jimi Hendrix, grabada en 1967. Clapton, quien a fines de esa década se había sentido avasallado por la técnica y pasión del guitarrista estadounidense, ofrece aquí una interpretación candente, manteniendo la esencia original.

Los meses siguientes a la publicación del disco serían decisivos en la vida de Clapton. Continuó con su rehabilitación para desengancharse del consumo de heroína (en su biografía jura que nunca se la metió por vía endovenosa sino que la snifaba). En apenas tres años, que los pasó mayormente recluido, llegó a gastar (a moneda de hoy) unos 20.000 euros semanales para sostener su adicción.

Pronto vendría su segundo disco de estudio solista, 461 Ocean Boulevard, pero la pelea no había terminado. Si bien logró dejar atrás la heroína, el alcohol sería su nuevo acompañante por más de una década, aunque no impidió que en ese tiempo sacara algunos de sus mejores discos. 

El concierto en el Rainbow Theater se convirtió en un hito musical inolvidable, marcó el regreso triunfal de Clapton a los escenarios y dejó una huella imborrable en la historia del rock. 



jueves, 14 de septiembre de 2023

Florencia Andrada: “Un nuevo disco siempre marca un cierre y un nuevo comienzo a la vez”


Florencia Andrada lleva más de diez años dándole forma a un proyecto musical que rescata el sonido del viejo soul, un género con mucho groove pero reacio a las letras en español. Su primer disco, Otra realidad (2012), fue un verdadero desafío que sentó las bases de lo que ella buscaba. Con A pesar de la tormenta (2016) consolidó un estilo muy personal, sin alejarse de la esencia, que moldeó con esfuerzo, talento y perseverancia. Ahora, con Nada más por hoy termina de posicionarse como una referente ineludible del soul en la Argentina.

En su último trabajo confluyen letras más elaboradas, una instrumentación sublime y lo que ella siempre quiso, que su canto en español se amalgame con las métricas del género. Además, el álbum es una muestra de todo lo que creció como artista la chica que dio sus primeros pasos en la Escuela de Blues.

“Un nuevo disco siempre marca un cierre y un nuevo comienzo a la vez”, reflexiona Florencia Andrada en diálogo con NA. “Este disco tiene un componente emocional muy fuerte para mí, porque fueron años muy movilizantes, de mucho dolor y cambios, a nivel colectivo, sin dudas, pero sobre todo a nivel personal. Elegí ponerle ese nombre al álbum porque sin querer se convirtió en una necesidad”, sostiene.

Nada más por hoy reúne canciones que, de alguna manera, sintetizan sus últimos años como artista y sus vivencias aquí en la Argentina y en el exterior. Junto a Julio Fabiani, su compañero de vida, guitarrista y productor del álbum, emprendieron tres giras por Estados Unidos, de Nueva York a Los Ángeles, donde se codearon con músicos de Daptone Records, emblema del soul contemporáneo, y otros independientes, como ellos, con los que no solo compartieron escenario, sino también experiencias que resultaron aleccionadoras. Entretanto, siguió con proyectos paralelos y amplió sus horizontes corales al colaborar con artistas internacionales como Bernard Fowler, de los Rolling Stones, y Jimmy Rip.

“En este caso, por primera vez grabé un disco a lo largo del tiempo. Mis experiencias anteriores habían sido dos o tres días seguidos en el estudio, grabando todo en tiempo record. Y esta vez, nos agarró la pandemia cuando estábamos en proceso de producción así que tuvimos que adaptarnos”, cuenta.

“También –añade- fue la primera vez que saqué singles. Se había perdido esa modalidad y hace unos cuatro años se volvió a activar por diferentes razones. Eso también sirvió para ir compartiendo el proceso. Arrancamos a mediados de 2019 y terminamos de grabarlo a principios de este año, pero salieron cinco singles durante ese tiempo”.

El álbum tiene nueve temas y para grabarlos contó con la participación de más de 40 músicos, con secciones de cuerdas y vientos que le dan un sonido mucho más envolvente y atrapante. “Está bueno saber que todo lo que se escucha está grabado por humanos, instrumentos ejecutados por personas. Lo cual en la actualidad es algo muy complicado de llevar adelante pero yo lo sigo prefiriendo”, sostiene la artista.

A diferencia de sus dos trabajos anteriores, que fueron producciones independientes y se editaron en cd, su nuevo disco tiene el respaldo de un sello californiano, Love Soul Records, y salió en formato vinilo. El plus, la frutilla del postre, es que cuenta con el respaldo de Tom Brenneck, productor y miembro de los Dap-Kings, palabra autorizada en ambiente del soul contemporáneo. Sin dudas, Nada más por hoy es un verdadero salto en la carrera de Florencia Andrada.

miércoles, 23 de agosto de 2023

Pronounced 'Lĕh-'nérd 'Skin-'nérd, el legendario debut discográfico de Lynyrd Skynyrd



Hace medio siglo, en agosto de 1973, la banda de rock sureño Lynyrd Skynyrd lanzó su álbum debut Pronounced 'Lĕh-'nérd 'Skin-'nérd', que marcó el inicio de una carrera legendaria que dejaría una huella imborrable en la historia del rock. Con su fusión distintiva de rock, blues y alma sureña, el álbum se convirtió en un pilar del género y consolidó al grupo como una de las bandas más influyentes de la década del setenta. 

Pronounced 'Lĕh-'nérd 'Skin-'nérd' se sumó al hasta entonces incipiente catálogo del rock sureño, género que había nacido apenas un par de años antes gracias a los Allman Brothers. Canciones como Gimme Three Steps, Tuesday's Gone, Simple Man y Free Bird capturaron la esencia de la vida en el sur de Estados Unidos, combinando letras emotivas con riffs memorables, que nacieron de la amalgama de tres guitarristas notables como Gary Rossington, Allen Collins y Ed King. Ese detalle se convirtió en una característica icónica de su sonido, al igual que la tremenda voz de Ronnie Van Zant. 

La mayoría de las canciones del álbum habían estado en el repertorio en vivo de la banda durante algún tiempo. El productor Al Kooper encontró un lugar de ensayo rural cerca de Jacksonville, Florida, al que los músicos apodaron "Hell House" debido a las largas horas que pasaban allí tocando bajo el intenso calor. Fue allí donde compusieron y repasaron los temas sin cesar hasta que los perfeccionaron. Kooper se maravilló de lo bien preparados que estaban una vez que entraron al estudio: cada nota era inmutable y no se permitieron absolutamente ninguna improvisación. 

La fotografía de portada se tomó sobre la Main Street de la ciudad Jonesboro, Georgia, y muestra, de izquierda a derecha, Leon Wilkeson (sentado), Billy Powell (sentado), Ronnie Van Zant, Gary Rossington (sentado), Bob Burns, Allen Collins y Ed King. 

El disco inmediatamente puso a la banda en el mapa del rock and roll. Tras su lanzamiento, el periodista de rock Robert Christgau, uno de los más influyentes de los Estados Unidos, reconoció la calidad de las canciones y le dio una calificación de "A". Kooper, amigo cercano de Pete Townshend, aseguró a la banda un lugar como teloneros de The Who en su gira estadounidense. Tras ese inicio vertiginoso, Lynyrd Skynyrd emprendió el camino hacia audiencias mucho más grandes. 

"Sweet Home Alabama" y el legado de Lynyrd Skynyrd

Uno de los mayores éxitos del grupo, Sweet Home Alabama, editada al año siguiente en el disco Second Helping, se convirtió en un himno atemporal que resonó tanto en la cultura popular como en el mundo del rock. Con su distintivo riff de guitarra y sus letras que homenajean al estado natal del grupo, Alabama, la canción encapsuló el espíritu libre y rebelde del sur de Estados Unidos. A pesar de las controversias sobre su interpretación y las letras, Sweet Home Alabama sigue siendo una de las canciones más reconocibles de la historia del rock. 

Un trágico destino 

A pesar de su éxito, Lynyrd Skynyrd enfrentó desafíos devastadores en los años venideros. En 1977, tres miembros de la banda, Ronnie Van Zant, Steve Gaines y Cassie Gaines (los últimos dos se habían sumado en 1975), murieron en un accidente aéreo. 

El 20 de octubre, después de una actuación en el Greenville Memorial Auditorium en Greenville, Carolina del Sur, la banda abordó un Convair CV-240 alquilado con destino a Baton Rouge, Louisiana, donde estaba previsto que se presentarían la noche siguiente. En pleno vuelo la aeronave se quedó sin combustible y los pilotos intentaron un aterrizaje de emergencia antes de estrellarse en un área densamente boscosa cinco millas al noreste de Gillsburg, Mississippi. A raíz del impacto también murieron el asistente del tour manager Dean Kilpatrick, el piloto Walter McCreary y el copiloto John Gray. Otros miembros de la banda como Collins y Rossington, y varios integrantes del equipo de gira sufrieron heridas graves. 

Tras el accidente, el grupo se disolvió y volvió a reunirse en 1987. Desde entonces, con varios cambios en la formación y algunos períodos de inactividad, siguieron adelante brindando shows convocantes y lanzando discos con el mismo espíritu que hace 50 años cuando apareció esa joya del rock llamada Pronounced 'Lĕh-'nérd 'Skin-'nérd'.



sábado, 1 de julio de 2023

Del blues al góspel, la transformación de Georgia Tom

En los anales de la música afroamericana resplandece la figura polifacética de Georgia Tom, un virtuoso artista que surcó el tortuoso camino desde las profundidades del blues hasta las alturas celestiales del góspel. Su metamorfosis estilística, llevada a cabo en pleno apogeo de su éxito, fue radical, pero su genialidad interpretativa y su destreza compositiva dejaron una huella imborrable en ambos géneros.

Nacido como Thomas A. Dorsey el 1° de julio de 1899 en la pequeña localidad de Villa Rica, Georgia, este prodigio musical creció en la ciudad de Atlanta bajo la tutela de un pastor bautista, cuyos genes musicales parecían fluir con fervor desde su infancia. Dorsey se impregnó de una amplia variedad de estilos musicales, desde el blues y el jazz hasta el vodevil y los himnos religiosos, e incluso las canciones hillbilly. Sin embargo, fueron el blues y el ragtime los que encendieron su pasión musical desde temprana edad, llevándolo a presentarse como Georgia Tom desde adolescencia.

En 1918, se mudó a la bulliciosa ciudad de Chicago, donde comenzó a actuar junto a destacados músicos de jazz de la época, formando su propia banda, los Wildcats, y emprendiendo giras junto a la emperatriz del blues clásico, Ma Rainey. No obstante, fueron las partituras de canciones las que se convirtieron en su principal fuente de ingresos. En 1924 grabó varios discos para la compañía Paramount Records, dejando una impronta en la historia musical.

Hacia 1928, en compañía de Tampa Red, Georgia Tom forjó un grupo que alcanzaría el éxito arrollador con su grabación Tight Like That, vendiendo la asombrosa cifra de siete millones de copias. Sin embargo, en 1932, la vida de Georgia Tom experimentó una transformación trascendental y dolorosa tras la muerte de su esposa durante el parto de su primer hijo. Fue entonces cuando su espíritu inquieto encontró refugio en las catedrales sonoras de la devoción y la fe.

Inmerso en una búsqueda espiritual profunda en la década del treinta, cambió su nombre artístico por el de Rev. Thomas A. Dorsey y dirigió su talento hacia la creación de música sagrada. Junto a la destacada cantante Mahalia Jackson se convirtió en un artífice del góspel, componiendo melodías que fusionaban los lamentos del blues con los cimientos de la fe. Sus canciones, impregnadas de una espiritualidad profunda, se alzaron como monumentos sagrados en el paisaje sonoro, siendo Take My Hand, Precious Lord un himno imperecedero inspirado en la muerte de su esposa.

Dorsey murió en Chicago el 23 de enero de 1993 y su legado, esa amalgama única de blues y góspel, trascendió las barreras del tiempo y espacio. Su música se convirtió en un faro de esperanza en medio de la complejidad de la experiencia afroamericana, un testimonio de resiliencia y transformación.


viernes, 12 de mayo de 2023

Minton's, un lugar en el mundo

El viejo local de Minton's de Galería Río de la Plata

Me gustaría tener una foto de aquella época. Una imagen que recupere el momento en el que empecé a ser feliz rodeado de discos. Pero no eran tiempos de celulares todavía y tampoco era de andar con una cámara encima. Mi aventura en esa pequeña disquería de Belgrano transcurrió entre el 93 y el 97. Para el transeúnte ocasional era un comercio más de discos, pero para mí era un santuario, un club de amigos y una casa de estudios a la vez. En Minton’s escuchaba y aprendía. Me relajaba. La pasaba bien y gastaba bastante plata, no porque los discos fueran caros, sino porque compraba muchos. Ese pequeño local de la planta alta de la Galería Río de la Plata, sobre Avenida Cabildo, al lado del primer McDonald’s, fue para mí una usina inagotable de música.   

Era la época del boom del cd y sobre Cabildo estaba lleno de disquerías. Pero Minton’s ofrecía algo distinto. Vendía exclusivamente discos de jazz y blues, y el disquero era una especie de gurú para la mayoría de los que fuimos clientes. Minton’s existe y se volvió un sitio de referencia para el jazz porteño por su dueño, Guillermo Hernández. Ese mismo local con los mismos discos, pero sin Guille, no hubiera sido lo mismo. El tipo le imprimió su magia, compartió su conocimiento y a muchos nos abrió las puertas a una nueva etapa sensorial.

Guillermo Hernández y Adrián Iaies en los 90.
Comencé a ir a Minton’s al poco tiempo de que abrió. Por entonces yo tenía 20 años, estaba descubriendo el mundo del blues y recorría disquerías casi a diario en busca de material. Adrián Flores tenía un local en otra galería y vendía buenos discos de blues, pero los cobraba mucho más caros, tenía poco stock y además había que lidiar con él. Duró poco. Luego encontrabas algún que otro cd de blues interesante en otras disquerías como Suite o Downtown, pero el material que tenía Guille era único. En Minton’s descubrí a T-Bone Walker y Otis Rush, dos de sus guitarristas preferidos. Escuchar esas violas en los parlantes descomunales que tenía era todo un viaje.

Si empatizabas con Guille entrabas al círculo de confianza de Minton’s. Pasabas a la categoría de “lleválo, si no te gusta me lo traes de vuelta”. No era la relación de un comerciante con el cliente, sino del gurú con sus seguidores. Y lo más probable es que el que se llevara tal o cual disco no lo devolviera, y regresara con el dinero para pagarlo, porque Guille sabía la música que le gustaba a cada uno de sus habitúes. Ahora, si no le caías bien, él se iba a encargar de hacértelo notar.

Le debo haber comprado más de 300 discos en esos años. Pero me quedaron algunos que no supe apreciar en su momento y ahora me arrepiento. Había uno de Juke Boy Bonner del sello Arhoolie que lo tuvo durante años y nadie se lo compraba. Por entonces me resultaba un blues muy rústico, complicado de digerir. Hoy me encantaría tenerlo, pero es muy difícil de conseguir.

Pasé horas en el localcito de Guille. Con el tiempo empecé a ir en horarios determinados porque a última hora siempre caía la cofradía del jazz y no quedaba mucho espacio para el blues. No es que no me gustara el jazz, de hecho ahí también compré mis primeros discos de Miles, Coltrane (“A vos que te gusta el blues te va a encantar Lush Life”), Bill Evans, Oliver Nelson, Joe Pass y Thelonius Monk, artistas que empecé a disfrutar mucho tiempo después. Yo estaba metido en otra cosa. Estoy seguro de que Guille disfrutaba esos momentos de blues a media tarde, cuando recién abría. Una tarde cualquiera en Minton´s escuchábamos a Lonnie Johnson, Charles Brown y Big Joe Turner. Al día siguiente sonaban Jimmy Whiterspoon, Duke Robillard y Ronnie Earl. Así pasábamos las horas. Un disco atrás de otro y el cenicero lleno de colillas.

Las clases magistrales de Guille no solo abarcaban artistas y estilos, sino también sellos. Entre sus preferidos de blues, creo recordar, estaban los discos de Arhoolie, la serie Original Blues Classics de Prestige/Bluesville y los de Charly R&B. Pero también traía muchos de Evidence, Wolf, Columbia, Chess, Testament, Blind Pig y, desde ya, Alligator.  

Los jueves era el día clave. Llegaban los encargos que Guille hacía a Estados Unidos. Recuerdo que tenía el catálogo Penguin de discos que era como una guía telefónica. Ahí buscábamos los artistas y títulos disponibles y él los pedía a una distribuidora. Los cd’s llegaban en una caja de cartón rectangular. Venían sueltos sin sus cajas de acrílico, que Guille las compraba aparte en Buenos Aires. Armarlas también era parte de la tarea en Minton’s

A comienzos del 97, Guille me pidió si podía y quería atender el local los sábados de 10 a 13. Por su puesto que le dije que sí. Eso duró unos meses y fue una experiencia bárbara. Me tocó atender a Petinatto y a muchos otros que se volvieron reconocidos coleccionistas de jazz. Llegaba al local, me pedía un café y me ponía a escuchar música en soledad hasta que entraba alguien en busca de un pedido o a revisar las bateas.

A mitad de ese año me fui unos cuantos meses a estudiar a México y no volví más a Minton’s. Comencé a trabajar en Clarín y ya no contaba con las tardes libres. Al tiempo Guille cerró y se fue a España. Después de 2001 volvió a abrir pero en un local de Avenida Corrientes. Fui una vez sola para saludarlo y conocer el nuevo refugio del jazz porteño. Fue una charla genial como las de siempre y para honrar la historia le pedí que me recomendara un disco. Me ofreció Gerry Mulligan y Paul Desmond Quartet. Y se lo compré. 

¿Por qué no volví más a Minton’s? Creo que es un mecanismo interno para preservar el recuerdo. Sacrifico volver a ir para que esa etapa de mi vida siga presente. Sé que si vuelvo ya no será lo mismo, más allá de que Guille todavía esté rodeado de excelentes discos. Esos cuatro años de la década del noventa en la disquería fueron tan grosos que no hay forma de repetirlos. La música por entonces me sorprendía. Eran grabaciones que tenían 20, 30 o 40 años y me resultaba novedoso escucharlas. Era como un Big Bang sonoro. Tengo bien presente la primera vez que escuché la guitarra de T-Bone Walker, la voz profunda de Johnny Shines o el saxo de Sonny Rollins en Colossus.

Al haber dejado de ir hace tiempo no llegué a ser parte de la cofradía de Minton’s, que todavía se mantiene en pie y por estos días celebra junto a Guille los 30 años del local. La mía es una historia íntima y quiero conservarla así. Eso sí, me gustaría tener esa foto. La imagino medio opaca, conmigo acodado en el mostrador, atento, y Guille con un cd en la mano con ese gesto que siempre hacía cuando le gustaba lo que escuchaba, una onomatopeya que sonaba algo así como “uhhhjuuujuuu”. No la tengo ni la tendré, pero si conservo los discos y el recuerdo que hay en cada uno de ellos. Y eso es para siempre.