domingo, 29 de noviembre de 2020

Ganjas del oficio

Willie Nelson
Willie Nelson

Suspiró. Aflojó su moño y cerró la puerta. Detrás quedaban decenas de personas enfervorizadas. Eran sus diez minutos de descanso. El callejón estaba a oscuras y solo se escuchaba un murmullo que provenía del club. Se apoyó contra un auto y prendió un porro. Tras una chupada amable de sus labios gordos el humo penetró en sus pulmones, y una sonrisa reconfiguró su cara. Satchmo le pasó el porro a Vic, quien dio un par de pitadas y se lo devolvió. Tenían unos minutos más para relajarse. No podían demorarse mucho, la gente estaba ansiosa. Pero Satchmo y su baterista no volverían a subir al escenario esa noche. 

Dos policías aparecieron en escena y, sin darles tiempo a deshacerse de la tuca que ardía entre sus dedos, los detuvieron gracias al “dato” que algún músico celoso del éxito ajeno les había pasado. Y así fue como Louis Armstrong, una leyenda del jazz y la música contemporánea, pasó nueve días en una celda de un presidio de Los Ángeles y después fue condenado a seis meses de prisión. Si bien su condena no fue efectiva, tuvo que padecer el acoso de la prensa sensacionalista, visitar juzgados, reunirse con abogados y muchas más complicaciones. Todo por una tuca. 

Eso ocurrió en 1931. Y en ese preciso instante se inauguró lo que sería una larga y desmedida persecución del gobierno de los Estados Unidos a los músicos fumadores de marihuana. En la década del treinta empezaron con los que tocaban jazz, la sensación en ese momento, y en los sesenta encontraron un nicho aún mayor: el del rock. Además, el poder de lobby estadounidense logró que esa cacería se extendiera también a otros países, especialmente Gran Bretaña.. 

Harry Anslinger
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX hubo varios tipos que pusieron el ojo sobre los músicos consumidores de marihuana (y de otras drogas), porque ellos estaban en el centro de la escena. Claro que el objetivo fue siempre el mismo: endurecer las leyes antidrogas y recaudar más fondos para la denominada War on drugs, en la que los músicos quedaron en el medio. La lista de represores de ese medio siglo podría resumirse así: Harry Anslinger fue comisionado de Drogas Narcóticas y en 1930 comenzó la campaña antimarihuana más cruda de la historia; Richard Nixon fundó la DEA; Ronald Reagan otorgó un fondo de 1,7 billones de dólares para la lucha contra las drogas y llenó las cárceles de negros y latinos adictos. 

El autor del libro Historia del Rock y las Drogas, Harry Shapiro, lo explica de esta manera: “Los músicos de rock y las estrellas del jazz de primera línea consideraban el hecho de ser detenidos por posesión de drogas como un gaje más del oficio. Aunque los tiempos han cambiado, el atropello sigue siendo el mismo. (…) Los músicos son buen material para la propaganda contra los consumidores”. 

Fue así que, como fichas de dominó, fueron cayendo uno a uno casi todos. Y eso que afuera de esta crónica quedan los detenidos con heroína, cocaína, anfetaminas, LSD o cualquier otra sustancia declarada ilegal. Entonces la lista sería interminable. 

Empecemos por los más famosos. John, Paul, George y Ringo, o los cuatro de Liverpool, o los fantastic four, cayeron varias veces por tenencia de marihuana. Su primer porro lo habían fumado en 1964 junto a Bob Dylan (“Sentíamos cierto orgullo por haber sido introducidos a la marihuana por Dylan”, dijo alguna vez McCartney), y sus problemas con la ley empezaron a partir de 1967, cuando el grupo comenzaba su proceso de separación. Lennon y Yoko Ono fueron detenidos en octubre de 1968 en el departamento de Ringo Starr luego de que la policía allanara el lugar y encontrara resina de cannabis. A Harrison le pasó algo similar unos meses después. Otro allanamiento. Y otro beatle preso. Porque en su casa habían encontrado poco más de medio kilo de la más verde marihuana. 

Paul ya había caído preso un par de veces por tenencia de marihuana –y zafó en 1975, la vez que detuvieron a su esposa Linda– cuando un nuevo escándalo mediático se le vino encima. El gobierno japonés le negaba la visa por sus antecedentes, pero como era la época en que McCartney triunfaba con los Wings y llenaba estadios en todo el mundo, los promotores presionaron a los incorruptibles funcionarios japoneses y lograron que autorizaran al ex beatle a entrar al país. Pero como si fuera una burla del destino, el 16 de enero de 1980, el día que Paul pisó suelo japonés, un par de aduaneros rabiosos le dieron vuelta el equipaje y encontraron 200 gramos. La aventura nipona terminó con Paul subiéndose a otro avión nueve días después. El título de todos los diarios fue: “Deportado”. 

Lennon estuvo a punto de ser deportado también, pero de los Estados Unidos. Esa historia comenzó en 1971, cuando el músico le cantaba al mundo Imagine instalado en un luminoso departamento de Nueva York. Hasta ese momento las autoridades estadounidenses veían su afincamiento con desdén, pero a partir de su participación en el concierto para exigir la liberación de John Sinclair decidieron perseguirlo hasta acabar con él. 

John Sinclair
Sinclair era un poeta radical, miembro de las Panteras Blancas y representante del grupo de rock duro MC5, que se había ganado varios enemigos en el gobierno por sus mensajes “antisistema”. Por eso, en cuánto pudieron, lo hicieron caer. A Sinclair lo detuvieron con dos porros y le dieron una de las condenas más excesivas por ese “delito” que se recuerden: diez años de prisión. Pero cuando cumplía su segundo año hubo una movida popular encabezada por jóvenes para liberarlo, una movida que explotó con el concierto a beneficio de Ann Arbour, una fiesta en la que Lennon, Stevie Wonder, Bob Seger, el saxofonista Archie Shepp y el poeta Allen Ginsberg supieron ponerle música y letra a ese reclamo masivo. La Corte Suprema de Michigan finalmente liberó a Sinclair. Fue un pequeño triunfo, pero el costo lo cargó Lennon sobre sus espaldas. Nixon, el FBI y el senador republicano Strom Thurmond, con ayuda del Servicio de Inmigración, buscaron por todos los medios que fuera deportado ya que, sostenían, su condena por drogas de 1968 en Inglaterra no lo hacía apto para permanecer en EE.UU. 

El músico Art Garfunkel (creador de Sound of Silence y Mrs Robinson junto a Paul Simon) se solidarizó con Lennon. Por entonces declaró a la prensa que si Lennon era deportado “yo me voy también, con mis músicos y con mi marihuana”. La batalla legal fue dura y larga, pero al final los abogados de Lennon ganaron. Pudieron hacerlo gracias a que en Inglaterra habían condenado al policía que lo había arrestado en 1968, Norman Pilcher, por “conspiración para alterar el curso de la justicia”. 

El viejo Art se mantuvo fiel a sus principios y gustos. En enero de 2004 lo detuvieron en el estado de Nueva York por tenencia de marihuana. Iba en su limusina a toda velocidad. Lo pararon y… adentro.

Pilcher, un sabueso antidrogas y antirock, había perseguido también a Eric Clapton, pero nunca pudo atraparlo. En 1967 allanó su estudio de grabación, pero no encontró nada. A Pilcher le hubiera gustado estar el 20 de marzo de 1968 en California, cuando Clapton fue detenido por la Policía de Los Ángeles. Se lo llevaron preso junto a Neil Young y otros dos miembros del grupo Buffalo Springfield porque estaban en un lugar en el que había olor a marihuana. Todos tuvieron que pagar una fianza. 

Mick Jagger y Keith Richards
Otro escándalo fue el que a fines de los sesentas protagonizó la Justicia británica con los Rolling Stones. La Policía y el periódico News of the World le habían tendido una trampa a Jagger y Richards. Allanaron la casa en la que ellos estaban con unos amigos, entre los que estaban George Harrison y Marianne Faithfull, y secuestraron marihuana y anfetaminas. Harrison y su mujer Patti (sí, la misma del affaire con Clapton) zafaron, pero los dos stones fueron detenidos, y tiempo después llegaron a juicio. Richards fue condenado a un año de prisión. Jagger, a tres meses. Fue un verdadero circo mediático, bien al estilo inglés, y los stones no estuvieron presos más que algunas pocas horas. Ese fue sólo un capítulo en la historia de los encuentros de la Policía y los Stones. Pilcher, el mismo Pilcher de Lennon y Clapton, había detenido dos veces a Brian Jones. Ron Wood y Bill Wyman también tuvieron unos cuantos problemas con la ley. 

Uno de los primeros en caer con porro en Inglaterra (podríamos decir que inauguró la saga persecutoria que vendría después con los músicos) fue Donovan. El cantante de Season of the Witch y Sunshine Superman fue apresado en julio de 1966 por tenencia de marihuana. Fue multado con 250 libras y reprendido por el juez con exagerado tono paternal: “Nos gustaría que tenga en cuenta que ejerce una gran influencia sobre los jóvenes y es su deber comportarse adecuadamente”. 

Inglaterra también fue complicada para los músicos estadounidenses. El caso más insólito fue el de Steve Miller y los miembros de su banda. Corría 1968 y estaban allí grabando el disco Children of the Future cuando recibieron una caja de bombones desde EE.UU. Pero como los bomboncitos estaban rellenos con macoña, todos fueron presos. Después los deportaron. 

Jerry Garcia
La lucha contra la marihuana y los músicos que la consumían (¿todos?) también se hizo insoportable a finales de los sesenta del otro lado del Atlántico, especialmente en San Francisco, a donde los jóvenes llegaban a raudales para vivir la experiencia de amor y paz. Y si los policías tenían que perseguir a alguien, obviamente iban a empezar por los Grateful Dead. La banda que mejor representó la contracultura hippie sufrió varios acosos policiales. Su casa de Haight y Ashbury en San Francisco, donde los Dead vivían en comunidad, fue escenario de un exagerado allanamiento policial en 1967. A Bob Weir y el tecladista Pigpen McKernan se los llevaron presos por estar fumando unos churros, pero la Diosa Fortuna acompañó a todos los demás: si los vigilantes hubiesen revisado la despensa de la cocina, seguro se los llevaban presos a todos. En marzo de 1973 el que cayó fue Jerry García por tenencia de marihuana, LSD y cocaína. Fue liberado tras pagar una fianza de 2.000 dólares.

Jimi Hendrix también pasó un mal momento cuando llegó a Toronto, Canadá, para dar una serie de conciertos. El 3 de mayo de 1969 no solo lo esperaban funcionarios de la Aduana, sino también agentes de la tradicional Policía Montada. Dieron vuelta su equipaje, hallaron hachís y heroína. Nueve meses después, como en un largo parto del que Hendrix quería escapar, el caso llegó a juicio. Fue declarado inocente porque el jurado no pudo probar que las drogas fueran suyas. Pero a todo el mundo le quedó la sensación de que Hendrix había caído en una trampa de su manager para tenerlo más controlado y que no se fuera con otro. 

Llegaron los setenta y Lennon no fue el único al que molestaron. Joe Cocker (que ya había sido deportado de Australia) fue detenido en Estados Unidos por tenencia de marihuana. La lista sigue: los músicos de country Willie Nelson y Roy Price también fueron presos por marihuana. En el caso de Nelson la Justicia desestimó luego los cargos en su contra porque el operativo policial que encontró marihuana en su coche había sido ilegal. David Lee Roth (ex cantante de Van Halen), el guitarrista Carlos Santana, el rapero Snoop Doggy Dog y el fallecido padrino del Soul, James Brown, fueron detenidos en los noventas por posesión de marihuana. En 2000 la que se ganó las tapas de todos los periódicos sensacionalistas fue Whitney Houston cuando la detuvieron antes de que subiera a un avión en Hawai con 15 gramos. 

Las drogas duras se llevaron a muchos músicos, pero otros con mucho esfuerzo pudieron dejar las anfetas, las jeringas y las esnifadas. Algunos todavía conservan el hábito de fumarse un porrito cada tanto como David Crosby (ex Byrds y Crosby, Stills, Nash & Young). Placer, claro, que los policías no iban a permitir. En 2004 lo detuvieron cuando el empleado del hotel descubrió que en su habitación Crosby había dejado una pistola y 30 gramos de marihuana. Avisó a los de azul y el músico de los bigotes prominentes terminó tras las rejas. 

El caso de George Michael es insólito. Parece que un día de 2006 se quedó dormido frente al volante de su auto y chocó contra algunos vehículos que estaban estacionados. Cuando la Policía llegó él seguía allí, inmóvil. Revisaron su auto y le encontraron una buena cantidad de porro y fue preso. Días después, un amigo suyo declaró a los medios que el cantante pop tenía un problema de adicción a la marihuana y que su consumo diario llegaba a los 20 porros. 

Las detenciones siguieron, pero con menor frecuencia. El de Amy Winehouse fue uno de los últimos arrestos que conmocionaron a la opinión pública. En 2007, de gira por Noruega, la cantante fue demorada por tener siete gramos. Tuvo que pagar una multa de 500 euros. 

Bob Marley
Claro que esto no podía terminar sin mencionar al máximo referente de la cultura canábica. Bob Marley fumaba tanto y desde siempre, que en cuanto llegó a Inglaterra en 1976 para grabar sus discos Exodus y Kaya los policías británicos discípulos de Pilcher se fijaron en él. Lo detuvieron y recibió una condena menor por posesión. Ganjas del oficio: sus hijos siguieron sus pasos. A Julian Ricardo Marley y Stephen Nesta Marley los detuvo la Florida Highway Patrol en plena autopista, y cuando les revisaron el coche encontraron ocho grandes porros. ¿Por qué esos policías motorizados iban a comprender que eso era parte de su cultura y su esencia?  

El Marley africano, Fela Kuti, creador del Afrobeat (fusión de funky, jazz y cantos tradicionales africanos) y líder político sensible a los derechos humanos que luchaba por un socialismo africano también fue detenido en Nigeria por marihuana. Su caso es emblemático porque estuvo teñido de malas intenciones políticas. Kuti estaba muy involucrado y era una molestia para al gobierno nigeriano de los setenta. A pesar de que era un confeso fumador, cuando la Policía lo detuvo no le encontró nada, pero le “plantaron” unos gramos y se lo llevaron a la cárcel. Pero demostró que no había consumido marihuana -cuando sí lo había hecho- luego de un análisis fecal. Claro, las heces que entregó no eran suyas, sino de otro preso a quien se las había comprado para “zafar”. Recuperó la libertad y escribió una de sus canciones más populares: Expensive Shit, (Mierda cara). 

Durante décadas se gastaron millones de dólares en una lucha infame, dinero público despilfarrado por policías, jueces, fiscales y gobernantes. Persecuciones estúpidas y procesos absurdos que terminaron en condenas absurdas. Canciones censuradas por sus letras “sugestivas” y campañas mediáticas contra músicos por su afición a fumar porros. Aquí en la Argentina, el caso más emblemático es el de Andrés Calamaro y su frase “Qué linda noche para fumar un porrito”, que derivó en un proceso extenso y sin sentido. 

La marihuana estuvo, está y seguirá estando en el rock, así como en el jazz, el reggae, el blues, el soul o el género que sea. Ya lo dijo Bob Dylan hace más de 50 años en Rainy day women #12&35: “Everybody must get stoned”.

domingo, 15 de noviembre de 2020

Todo vuelve



En el cine y la tevé, todo vuelve. Todo se recicla. Y High Fidelity, la novela de Nick Hornby, no es la excepción. Primero fue película y ahora es serie. El eje es el mismo, la historia no cambia mucho, sino más bien que se adapta a los tiempos que corren. Los que sí cambiaron son los personajes. 

Rob, el personaje que encarnó John Cusack en la película, ahora es mujer. Y, a diferencia del protagonista del film, que estaba en Chicago y era blanco, ahora ella vive en Nueva York y es negra. A la nueva Rob la interpreta Zoe Kravitz, la hija de Lenny, que le dio vida al personaje con algunos rasgos distintivos que tenía el de Cusack, pero con su propia impronta, con sus mambos, otras preferencias musicales, más apertura sexual y una forma diferente de encarar (o no) los problemas. Las dos ambientaciones esenciales de la historia, el departamento y la disquería Championship Vynil son las mismas. 

La nueva Rob fluye emocionalmente, aunque tiene un andar errático. Muchos replanteos y una actitud perdedora que, al fin de cuentas, resulta uno de sus principales atractivos. Que la madre de Zoe Kravitz, la actriz Lisa Bonet, haya actuado en la película es apenas una anécdota, porque ella le dio una nueva identidad al personaje y nadie podrá cuestionar la elección del casting. 

También están muy bien los amigos de Rob. Los roles de la película de Barry (Jack Black) y Dick (Todd Lousio) aquí cambian por la intensa Cherise (Da'Vine Joy Randolph), que siempre llega tarde y quiere ser una estrella de la música, y Simon (David H. Holmes), ex novio de Rob, que al final resultó ser gay y se volvió su confidente. Y la mujer que le rompía el corazón al Rob de Cusack, la número uno del ranking de rupturas, Laura (Iben Hjejle), ahora se llama Mac (Kingsley Ben-Adir), es moreno, de sonrisa amplia y promete desvelar a nuestra nueva Rob en cada uno de los episodios. 

El libro fue tan genial y la película tan buena que la serie tenía la vara muy alta. Por tratarse de diez capítulos cortos y dinámicos, trascurre muy bien. Mucho humor, algo de drama y buena música son los componentes centrales de la historia. Y si a esto le sumamos actuaciones convincentes, la satisfacción está garantizada. Es cierto que para aquellos que vieron el film las comparaciones, aunque odiosas, serán inevitables, pero ahí es donde la serie saca pecho y no falla porque justamente en las diferencias, que son varias, es donde más sobresale.