domingo, 30 de septiembre de 2018

Otis Rush, el emblema del West Side


Esta es una de las interpretaciones más viscerales y sentidas de la historia del blues. Ocurrió en Berlín, en 1966, durante el American Folk Blues Festival. La presentación está a cargo del gran Roosevelt Sykes y la banda está conformada por Little Brother Montgomery en piano, Jack Myers en bajo y Fred Below en batería. La introducción vocal de Otis Rush en I can’t quit you baby alcanza un registro estremecedor y se sostiene por unos segundos, que uno desea que no se acabe nunca. Es de una profundidad y un sentimiento incomparable. También lo es el solo que despunta pasados los 2:40. Su marca registrada, su zurda mágica. La banda suena ajustada y muy compenetrada. El público, todos rubios y muy bien vestidos, lo escuchan absortos. El aplauso final es efusivo, a pesar de que ninguno haga una profusa manifestación de júbilo. Es apenas una interpretación que resume la vida y obra de este gran artista que contribuyó, como pocos, a la universalización del blues.

Otis Rush había nacido el 29 de abril de 1934 en Philadelphia, no en la gran ciudad del noreste estadounidense sino un pequeño poblado del estado de Mississippi de no más de siete mil habitantes. Como la mayoría de sus contemporáneos emigró a Chicago en la década del cuarenta con apenas 15 años. En la década del cincuenta se volvió uno de los guitarristas más importantes de la ciudad tocando regularmente en los principales bares. Con Magic Sam y Buddy Guy, principalmente, definieron el sonido del West Side de Chicago. A lo largo de los años grabó para los sellos Cobra, Chess, Duke, Vanguard, Cotillion, Capitol, P-Vine, Delmark y Blind Pig, entre otros.

Si bien su discografía es un tanto dispersa, tuvo algunos grandes éxitos, además de I can’t quit you baby, Double trouble y All your love (I miss loving), que pegaron especialmente en Inglaterra en la década del sesenta e influenciaron a grandes guitarristas como Eric Clapton, Peter Green, Jimmy Page y Jeff Beck.

Rush tocaba con una guitarra para diestros y por eso el sonido distintivo de su fraseo. Dueño de un tono único y un vibrato especial, al principio de su carrera utilizó la Fender Stratocaster y luego pasó a la Epiphone Riviera y más tarde cambió por la Gibson ES-355.

En 2003, Otis Rush sufrió un derrame cerebral y no pudo volver a tocar. En todo este tiempo estuvo acompañado por su mujer, Masaki Rush, la misma que este sábado 29 de septiembre confirmó que el guitarrista había fallecido. Fue un largo y tortuoso camino el que debió atravesar la pareja durante tres lustros hasta el inexorable final. Sin embargo, hace dos años, en el Festival de Blues de Chicago, tuvo su merecido tributo en vida. Encabezado por Michael Ledbetter y Mike Welch particparon músicos como Bob Stroger, Billy Flynn, Ronnie Earl y muchos más. Otis apareció en el escenario en su silla de ruedas. La ovación fue interminable.

Hace más de 20 tuve el honor de estrecharle mano y presenciar un show suyo en un bar de Nueva York. Fue uno de esos momentos que se dan unja sola vez en la vida. Lo recuerdo con sus anteojos negros, su clásico sombrero, una camisa roja y saco azul. Y su sonrisa. Enorme y blanca. Tocó su clásico repertorio y me hizo volar.

Otis Rush pasó a la inmortalidad y por eso su música nunca morirá.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Legado sureño


Tras la muerte de Gregg Allman, su guitarrista y director musical, Scott Sharrard, tuvo que volver forzadamente a su carrera solista. Y lo hizo con un disco excelente. Saving Grace rescata el legado musical de los Allman Brothers.

Sharrard, Derek Trucks y Warren Haynes son los herederos más directos del southern rock, estilo que nació y se desarrolló a partir del talento musical de los hermanos Allman. En Saving Grace, su quinto disco solista, el guitarrista y cantante oriundo de Dearborn, Michigan, nos lleva con sus canciones a lo más profundo de esa tradición.

El álbum ofrece esa mixtura de roots rock, blues, soul y R&B potenciado por el descomunal slide de Sharrard y su melodiosa voz. La mitad de las canciones las grabó en Memphis acompañado por la Hi Rythm Section, la misma que acompañó a Robert Cray en el álbum Robert Cray & Hi Rhythm. Las otras se registraron en los legendarios estudios FAME, en Muscle Shoals, Alabama, en la que estuvo respaldado por Spooner Oldham (teclados), David Hood (bajo) y Chad Gamble (batería).

El disco comienza con High cost of loving you, con una poderosa sección de vientos y una ajustada sección rítmica que sintetizan el sonido más puro del Memphis soul. Sigue con la acústica Faith to arise, del inglés Terry reid que aquí lo reconvierte como si fuera una nueva Melissa de los Allman Brothers. En Saving Grace combina su voz souleada con su guitarra blusera y un hammond gospel que eleva una plegaria musical.

Taj Mahal le pone la voz al tema más blusero del álbum, Everything a good man needs, una de las últimas composiciones de Gregg Allman. Angeline es una canción de amor que podría ser del catálogo de Bobby “Blue” Bland. Words can’t say mantiene el espíritu de Souslville, aunque con un tono más meloso. She can´t wait también tiene ese espíritu, pero con el poderos shuffle Sweet compromise nos lleva directamente a una iglesia sureña a blandir palmas. En Tell the truth, Sharrard deshilacha su guitarra con una intro elevadísima. Para el final se reserva la balada country Keep me in your heart, donde sobresale el piano de Spooner Oldham y un fabuloso solo con slide, y luego se despide con Sentimental fool, un tributo a Steve Crooper, Otis Redding y Stax, tres pilares del soul de Memphis.

Scott Sharrard nos lleva con Saving Grace a recorrer los sonidos más auténticos del sur de los Estados Unidos, pero con un toque muy personal. El guitarrista y ladero de Gregg Allman se lanza al fin a escribir su propia historia sin desconocer de dónde viene y teniendo muy en claro hacia dónde va.


sábado, 15 de septiembre de 2018

La máquina del tiempo


Cerrar los ojos un instante. Viajar a otra época. Un pequeño salón humoso con olor a whisky clandestino. Todo color sepia. Hombres con el cabello engominado y mujeres con sus sombreros cloché fumando con sus largas boquillas. Se escucha un piano de cola. Irrumpe un clarinete. Una voz femenina canta viejas canciones. El swing surge con naturalidad. La sangre fluye y las venas se ensanchan. La música nos transporta a las décadas del veinte o del treinta. Puede ser a Nueva Orleans, Memphis, St. Louis o a un barco a vapor que navega por el Mississippi.

Pero estamos en el Be Bop Club, en San Telmo, que de humoso no tiene nada, donde se sirve vino por copa y los tonos rojizos y azulados prevalecen por sobre cualquier otro color. En el pequeño escenario, de cara a una veintena de personas, están dos grandes músicos que bien podrían ser también profesores de historia.

Las manos de Carl Sonny Leyland son como arañas. Sus dedos se desprenden de las palmas y se mueven por las teclas del piano desplegando su tela rítmica. Chloe Feoranzo, discípula de Charles McPherson, lo acompaña desde los vientos, con el clarinete o el saxo. Él es inglés, pero hace décadas que se radicó en Estados Unidos y hoy vive en California. Ella, en cambio, es de Rhode Island y reside en Nueva Orleans. Se vuelven a juntar después de algunos años y es en Buenos Aires. Se nota la empatía que los une desde los primeros acordes, tanto cuando interpretan standards de jazz, boogie woogie o algún blues.

El repertorio incluye clásicos como Sugar (That sugar baby o' mine), que Ethel Waters grabó en 1926, y que Chloe canta con mucho ímpetu; Beale St. blues, de W.C. Handy, en la voz de Leyland, al igual que Back home in Indiana, de Eddy Arnold, y Big foot Pete, de Freddie Slack. Se suman un par de músicos invitados. Con Lucas Ferrari en contrabajo y Fernando Montardit en guitarra interpretan He ain't got rhythm y Between the devil and the deep blue sea. Ellos vuelven al escenario, junto al saxofonista Orlando Merlí, para una zapada final.

Si bien todo el show es de alto vuelo, el momento supremo, de esos que son únicos e irrepetibles, se da cuando Leyland le pregunta a Chloe si quiere cantar un blues. Ella le responde que le encantaría y entonces se sumergen en una descomunal y sentida versión de Empty bed blues, de Bessie Smith.

El recital resulta un paraguas en el medio de la tormenta. Una forma de escapar de la cruda realidad, aunque más no sea por una hora y media. Carl Sonny Leyland y Chloe Feoranzo nos transportan a una época dorada de la música con el sonido orgánico de un piano y un clarinete, y una verdadera lección de historia.

lunes, 10 de septiembre de 2018

El King argentino

Fotos gentileza Guille Martínez
Raffo inclina levemente su cuerpo hacia la izquierda, cierra los ojos y se muerde el labio inferior dejando al descubierto sus paletas separadas. Los músculos de la cara se le contraen y su piel se torna rojiza. Su mano izquierda se desliza por el mástil mientras que con la otra sostiene a la púa que rasga las cuerdas de su guitarra. Suena Have you ever loved a woman, de Freddie King, y el solo es un viaje al más allá. Es un momento inmaculado, Raffo en su máxima expresión. El King argentino muestra pura pasión y una técnica exquisita.

Daniel Raffo celebró el sábado por la noche sus 30 años al frente de King Size. Y lo hizo con un show extraordinario en el que contó con la participación de algunos ex miembros del grupo como invitados. La banda -encabezada por Guido Venegoni en voz, Martín Munoa en guitarra, Nandu Aquista en hammond, Mauro Ceriello en bajo y Juanito Moro en batería- abrió con un funk instrumental, para entrar en calor, que empalmó con un shuffle, potenciado por una vigorosa sección de vientos, casi como una fanfarria, comandada por Jorgelina Avigliano. Guido presentó al maestro Raffo y el público lo recibió con una ovación. “Muchas gracias por venir estoy realmente emocionadísimo”, fueron sus primeras palabras.

Raffo es el emblema de la guitarra de blues en la Argentina, pero el tiempo le dio también una versatilidad y amplitud estilística con la que logró expandir su fino toque hacia otros géneros que ama como el soul, el funk y el rock. Es por eso que el repertorio incluyó temas que no están en el cancionero habitual del blues como Rock people, de Lonnie Mack; Under my thumb, de los Rolling Stones; Play that funky music, de Wild Cherry; Soul man, de Sam & Dave; y Belle, de Al Green (su músico preferido, según dijo). A esas canciones hay que sumarle Hey Jude, de los Beatles, y Land of 1000 dances, de Wilson Pickett, las dos que cantó Daniel “El Gallo” Allevato, un perfomer old school que se comió el escenario con mucho entusiasmo respaldado por Fabián Yajid en bajo y Pato Raffo en batería.

Sol Cabrera y Martín Jakubowicz fueron los otros dos cantantes invitados, con registros diferentes a los de Guido Venegoni, que Raffo aprovechó más que nada en los temas en los que versionó a B.B. King: Darling you know I love you, cantada por Sol, y Midnight believer, que entonó “Jaku”. El cantante de La Groovisima también le puso la voz, con mucho ímpetu, a una exquisita versión de Old love en la que se sumó Mariano Slaimen con su armónica. Guido Venegoni, el cantante que más tiempo duró en King Size, hizo también las veces de maestro de ceremonia y bromeó en varias ocasiones con Raffo mostrando que para poner en escena un show muy profesional no hace falta la solemnidad.

El cierre de la fiesta blusera encontró a Raffo -que durante el show usó tres guitarras distintas- tocando Caldonia, con Jakubowicz en voz; Boogie thing, de James Cotton, en la que se sumó Guido con toda su estridencia; y Little Mae, de Johnny “Guitar” Watson.

Raffo blues es marca registrada y satisfacción garantizada. La celebración de sus 30 años al frente de King Size estuvo a la altura de su figura y su nombre.