miércoles, 29 de julio de 2015

Sonido vintage


- Escucha esto.
- ¡Qué bueno! ¿Quiénes son?
- The Headcutters.
- Tremendos. ¿De qué año es el disco? ¿56 o 57?
- No, 2015.
- Me jodes…

Este diálogo sintetiza la sorpresa que provoca escuchar a esta banda brasileña que reproduce un sonido vintage como muy pocos grupos de blues en el mundo.

El núcleo de los Headcutters son Joe Marhofer (harmónica y voz), Ricardo Maca (guitarra y voz), Arthur “Catuto” García (contrabajo) y Leandro “Cavera' Barbeta (batería). Los cuatro han logrado recrear el estilo clásico que se remonta al de la década del 50 en Chicago, de la mano de artistas como Muddy Waters, Howlin’ Wolf y Little Walter. Su tercer disco, Walkin’ USA, fue grabado de manera analógica en La Mesa, California, y contó con la producción y colaboración de una de las promesas del blues estadounidense, Jon Atkinson.

La selección de temas es exquisita. Interpretan con una fidelidad asombrosa The sun is shining, de Jimmy Reed; Need my baby, de Walter Horton; Be careful what you do, de John Brim; Worried life blues, de Big Maceo; Keep your hand out of my pocket; de Sonny Boy Williamson; y One more chance with you, de Little Walter, pero sin caer en los típicos clichés del género. La banda alcanza su pico máximo cuando versiona I’m worried, de Elmore James, cantada por Atkinson. Desde Jeremy Spencer en Fleetwoood Mac a fines de los 60 que no se escuchaba una interpretación tan leal a la original como esta. Atkinson también canta con una destreza impactante Moanin’ for my baby, reviviendo el espíritu del gran Chester Burnett. Pero no todos son covers: los Headcutters también componen. Aquí estrenan California breakwown y Hard drinking man, que tiene como marca distintiva un slide que parece la cuchilla afilada de un carnicero.

El disco tiene tres bonus tracks en los que se suman el cantante Jerry Careaga y el guitarrista Mark Mumea, de los Silver Kings, para arrastrar el blues a un etapa previa a la era dorada de Chicago con Can’t trust my self, de Big Joe Williams, como tema destacado.

La banda oriunda de Itajai, en el estado de Santa Catarina, al sur de Brasil, ya lleva diez años ininterrumpidos alentando la escena musical local y peleándola a nivel internacional. En ese período compartieron escenario con Junior Watson, Billy Branch, Eddie C. Campbell, Phil Guy, Lynwood Slim y Mitch Kashmar, así como también con otro músico brasileño de primer nivel, y guardián del sonido más clásico, como Igor Prado.

Pronto estarán caminando aquí en la Argentina. Primero presentarán el disco en Music Room, en la ciudad de Salto, el 13 de agosto y luego desembarcarán en el Conurbano bonaerense: el 14 en Espacio Dalí (Monte Grande), el 15 en Mr. Jones (Ramos Mejía) y el 16 en Loco Arte (Adrogué). Cada uno de esos shows será una buena oportunidad para realizar un viaje imaginario en el tiempo y revivir como sonaba el blues en Chicago hace más de 60 años.


miércoles, 22 de julio de 2015

Dylan lo hizo

Hace 50 años, Bob Dylan cambiaba la historia del rock para siempre. Entre junio y agosto de 1965, se encerró con una banda eléctrica en el estudio A de Columbia Records, en Nueva York, para grabar los nueve temas que conformarían el álbum Highway 61 revisited, entre ellos Like a rolling stone, tal vez la mejor canción de la música popular contemporánea.

El trasfondo es conocido: un año antes, Dylan conoció a los Beatles. Ese encuentro marcó a fuego tanto al cantautor como a los músicos de Liverpool. El primero quedó impactado con el sonido de la banda y ellos se maravillaron, porros de por medio, con la poesía de Dylan. A partir de entonces, ambos comenzarían a buscar un sonido diferente en sus carreras.

A comienzos de 1965, Dylan mostró un anticipo de lo que se estaba gestando en su interior con el lanzamiento de Bring it all back home, su quinto álbum, que acunaba tanto canciones folk como otras más rockeadas. Dylan estaba en el pináculo del mundo folk. Era la estrella absoluta. Sus discos anteriores, especialmente The freewheelin' Bob Dylan y The times they are a-changin', habían sentado las bases de la época y marcaban el pulso de los reclamos por los derechos civiles en los Estados Unidos. Era la voz de una generación, aunque él no se sentía muy cómodo con eso.

Michael Bloomfield
Para la grabación de su sexto álbum, Dylan se rodeó con una selección de jóvenes músicos de primer nivel: Al Kooper (teclados), Michael Bloomfield (guitarra), Bobby Gregg (batería), Harvey Brooks (bajo), Charley McCoy (guitarra), Paul Griffin (piano) y algunos más. Todos ellos contribuyeron con su toque mágico. Kooper aportó el riff inicial en Like a rolling stone, el único de los temas que fue producido por Tom Wilson, luego reemplazado por Bob Johnston, y Bloomfield le dio con sus punteos ese toque blusero que Dylan buscaba.

Like a rolling stone fue lanzado como single el 25 de julio de 1965. Una semana después, Dylan se presentó en el Newport Folk Festival junto a la Paul Butterfield Blues Band. La banda desplegó un sonido eléctrico estruendoso y provocó una reacción adversa en gran parte del público. A Pete Seeger, uno de los organizadores, se le atribuyó haber querido interrumpir el show de manera abrupta, aunque eso no fue del todo cierto. “A mí no me molestó que Dylan se electrificara. Yo me puse furioso porque había tanta distorsión que no se entendía lo que estaba cantando. Entonces le pedí al sonidista que lo arreglara y él me respondió que así era como la banda lo quería. Me enojé tanto que dije que si tenía un hacha cortaba los cables”, contó el propio Seeger en más de una oportunidad. Tras interpretar Maggie’s farm, Like a rolling stone y una versión preliminar de It takes a lot to laugh, it takes a train to cry Dylan se tomó un descanso. Al rato volvió solo con la acústica para calmar a los puristas. Interpretó It's all over now, baby blue y Mr. Tambourine man.

Bob Dylan
Tras la polémica aparición en Newport, Dylan siguió adelante con la grabación del disco. El tiempo que no estaba en el estudio de Manhattan lo pasaba en su residencia de Woodstock componiendo. En esos días, Dylan y la banda grabaron varias tomas de Tombstone blues, It takes a lot…, From a Buick 6, Highway 61 revisited, Ballad of a thin man y el resto de los temas que conformaron el álbum, así como también otras que quedaron afuera de la mezcla final y que con el tiempo serían editadas en sus clásicos Bootleg series.

El álbum fue lanzado el 30 de agosto de 1965 y se convirtió en un suceso absoluto, que se revalorizaría mucho más con el correr de los años. Más allá de consolidar a Dylan como uno de los artistas más trascendentes de la década del 60, abrió la puerta a un nuevo sonido, que tendría su pico de mayor creatividad entre 1967 y 1969. Dylan había reconvertido la esencia del rock and roll.

Y el blues tuvo mucho que ver en eso. La participación de Mike Bloomfield fue un aporte fundamental, pero lo más significativo fue la elección del nombre del álbum. La autopista 61 une la ciudad de Duluth, en Minnesota, donde nació Dylan, con St. Louis, Memphis y el Delta del Mississippi hasta llegar a Nueva Orleans. Muddy Waters, Charley Patton, Howlin’ Wolf, Roosevelt Sykes e infinidad de bluseros atravesaron esa ruta de norte a sur y de sur a norte cantando sus blues y ahogando sus penas. La leyenda dice que Robert Johnson hizo un pacto con el Diablo en el cruce de la 61 con la 49. De alguna manera, Dylan trasladó toda esa historia a esas nueve canciones que conforman Highway 61 revisited. Mezcló su pasado folkie, con aquellos viejos blues de los pioneros, una poesía profunda y rabiosa, y un sonido potenciado con 110 volteos. Nada volvería a ser igual en la música.

miércoles, 15 de julio de 2015

Generando conciencia


Neil Young hizo de todo. Grabó discos acústicos y eléctricos. Rock, rockabilly, folk, country, grunge, música experimental y blues fueron algunos de los géneros que abarcó en su extensa carrera. Compuso algunas de las más extraordinarias canciones de los últimos 50 años y tocó con Bob Dylan, Pearl Jam, Daniel Lanois y, por supuesto, con Crosby, Stills & Nash. Hizo un disco contra Bush, otro conceptual sobre un pueblo llamado Greendale, uno dedicado a los autos usados y otro doble en el que confrontó versiones acústicas de las mismas canciones con interpretaciones orquestadas. A esta altura es, sin dudas, uno de los músicos más creativos y activos del rock. Y, como evidentemente no puede parar, ahora arremete contra las corporaciones, haciendo foco en la agroquímica Monsanto.

The Monsanto Years es un disco estupendo, en el que de alguna manera vuelve al sonido de Crazy Horse pero sin los Crazy Horse. Lo acompaña Lukas Nelson & Promise of the Real, con una impronta más hilybilly. Los hijos de Willie Nelson, Lukas y Micah, están a cargo de las guitarras, y el resto de la banda la conforman Anthony Logerfo en batería, Tato Melgar en percusión y Corey McCormick en bajo.

El álbum suena espontáneo y tiene muy pocos clichés de las canciones de protesta. Neil Young canaliza su bronca contra la corporación a través de nueve canciones muy intensas, a veces con guitarras enfurecidas y distorsionadas, como en el track inicial New day for love; o con melodías más campestres, como Wolf moon en la que sopla su armónica al estilo Harvest. People want to hear about love tiene una sonoridad exquisita, así como en Let’s impeach the President, que sirve para potenciar su denuncia con cierta ironía: “No hablen de las corporaciones secuestrando todos sus derechos / No mencionen la pobreza en el mundo, hablen del amor global”.

En Big box, Neil Young otra vez descarga su furia melódicamente y con las guitarras encendidas: “Son demasiado grandes para equivocarse, demasiado ricos para ir a prisión”. Y arremete contra el gigante Walmart sin miedo a las represalias. A continuación, pone el foco en Starbucks. Rock Star Bucks a Coffe Shop tiene un ritmo más entretenido, animado por un coro de silbidos: “Yo quiero una taza de café pero sin GMO (organismos genéticamente modificados). No quiero empezar mi día ayudando a Monsanto”.

Workin’ man es muy enérgica, Young despliega unos solos imponentes. Luego baja unos decibeles para dar paso a Rules of change, en la que denuncia la pasividad de la justicia ante el avance corporativo. Monsanto years es todo un alegato: “El veneno está listo, es todo lo que la corporación necesita”. Young resume la problemática, el atropello, con una frase sencilla: “No estamos seguros ni hasta cuando compramos el pan para el desayuno”. El último tema, If I don’t know, potenciado por la exquisita armonía vocal de un coro, sigue en clave de protesta, pero ya no con letras tan directas sino de manera más metafórica.

Más allá de que reciba algunas críticas, Neil Young cumplió su meta. Elevó, en clave musical, su mensaje anti corporativo. Sus armas son sus canciones, tal vez poco para combatir al poder concentrado, pero al menos es un buen instrumento para generar conciencia.




jueves, 9 de julio de 2015

Derecho de autor


El 21 de marzo de 2014 se cumplieron 50 años de la muerte de Armenter Chatmon, conocido artísticamente como Bo Carter, uno de los músicos de blues de pre-guerra más trascendentales, especialmente por su rol dentro de los Mississippi Sheiks, y por haber escrito Corrine, Corrina, tema que integra el cancionero tradicional del género. Ahora, su nombre aparece en los tabloides estadounidenses e ingleses porque sus herederos, los que tienen derecho sobre su obra, decidieron demandar a Rod Stewart porque grabó una versión de ese canción en su disco Time, de 2013.

El tema en cuestión, como la mayoría de los clásicos de la época, tiene un origen difuso. Bo Carter la grabó por primera vez en diciembre de 1928 y dos años después fue registrado por los Mississippi Sheiks bajo el nombre de Alberta. Claro que, previo a la primera versión, se pueden encontrar raíces del mismo tema en Has anybody seen my Corrine?, compuesta por Roger A. Graham en 1918, o Corrina blues, grabada por Blind Lemon Jefferson en 1926. Según los archivos de los Lomax, posteriormente el tema fue registrado por distintos bluesmen no sólo como Corrina o Alberta sino también como Roberta.

Según consignan varios portales de noticias, el requerimiento es contra el cantante, Universal Music y Capitol Records. Los herederos del viejo bluesman sostienen que la canción, que Stewart incluyó como bonus track de la edición inglesa bajo el nombre de Corrina, Corrina, tiene una composición muy similar, más allá de que la letra, la melodía, el ritmo, la métrica y el tempo no sean los mismos. El gran inconveniente, y en el que hace foco la familia, es que en el crédito de la canción se lee "tradicional” y no el nombre del autor. El copyright, de acuerdo con The Hollywood Reporter, se remite a 1929 y 1932, actualizado en 1960, durante la época del revival blusero.

Un dato curioso es que la demanda omite mencionar si los herederos recibieron royalties por las decenas de versiones que se grabaron en las últimas décadas, como las de  Bob Dylan, Willie Nelson, Joni MItchell y Taj Mahal, entre muchos otros.

¿Es justo qué hagan ese reclamo? Están los que los tildan de oportunistas y aprovechadores. Pero también los que están de acuerdo con la exigencia. Rod Stewart es una figura mundial que basó gran parte de su carrera en grabar temas de otros, y está muy bien que siga recreando, a su manera, viejos clásicos que para un público masivo son desconocidos. Pero la mención de “tradicional”, si bien no falta a la verdad, resulta insuficiente. Digamos que para el artista, los productores y la discográfica no era muy difícil consignar el nombre correcto. Así que, más allá de que los demandantes tengan como fin un resarcimiento económico, sería justo que un fallo favorable siente precedente para otros casos. Preservar el legado musical de los pioneros del blues es fundamental para que la historia no se borre con el paso del tiempo.




miércoles, 1 de julio de 2015

Es la guitarra de Raffo


Daniel Raffo sale otra vez a la cancha con lo mejor que tiene: su guitarra. Su primer disco, editado en 2010, recopiló el trabajo de varios años junto a distintos músicos, incluido el gran Duke Robillard. Ahora, fue directo al grano y sin rodeos: acaba de lanzar Raffo blues, que fue grabado en noviembre de 2013 en el estudio Luis Alberto Spinetta de Vorterix. Se trata de un álbum instrumental, con las seis cuerdas como protagonistas excluyentes, aunque hay algunas pequeñas incursiones vocales del Afrosound Choir. “Este disco nos presenta un abanico de ritmos con un único denominador común que es el blues”, escribe en el booklet del CD Laura Lagna-Fietta, la mujer de Raffo y productora del álbum junto a Mario Pergolini.

Raffo lidera un equipo de grandes músicos, entre los que figuran su hijo Pato en batería, Mariano D’andrea en bajo y Tavo Doreste en piano. También hay una lista de invitados encabezada Nico Raffetta, quien aporta el groove de su hammond B3 en la mitad de los temas.

El disco comienza don Swing shuffle, algo así como la marca registrada de este gran guitarrista nacido en Floresta. Luego destila el ADN de B.B. King en una exquisita versión de My mood. El pianista Manuel Fraga reemplaza a Doreste en Festival de los elásticos donde Raffo muestra su faceta más jazzera. Planeta shuffle es un blues bastante animado donde el guitarrista cede un poco el protagonismo para darle aire a la armónica de su ex compañero en King Size, Mariano Slaimen, y a las dulces armonías vocales de las coristas.

En la mitad del disco aparece una sorpresa: My sweet lord, de George Harrison, que Raffo reconvierte con arreglos muy cuidados que incluyen el brillante aporte de la lap steel de Santiago “Rulo” García y, otra vez, la suma de las voces del Afrosound Choir. Thanks D.R. es un blues lento y punzante dedicado a Duke Robillard. En Jazzin’ the blues, Raffo se desmarca de los moldes y da rienda suelta a un torbellino de swing. Aquí se luce también Raffetta desde el hammond y la cuota de color la aporta Marcelo Yeyati con un sublime y equilibrado solo de flauta traversa. Raffocaster es una oda a la guitarra eléctrica, en lo que podría considerarse el tema más rockeado del disco. Mientras que en Silbando bajito vuelve sobre el shuffle más auténtico. Raffo blues, el último track, es el resumen de un hombre y su guitarra, la pasión que los une y el sentimiento que fluye.