jueves, 21 de mayo de 2020

La historia de una foto


La revista Vanity Fair tuvo la primicia: la tercera foto confirmada de Robert Johnson estará en la portada de Brother Robert-Growing Up With Robert Johnson, el libro de memorias de Annye C. Anderson, hermanastra del mítico bluesman del Delta del Mississippi, escrito por Preston Lauterbach, que saldrá a la venta en los próximos días.

En la imagen, de tono sepia, se ve al músico sonriente con una guitarra en sus manos. La camisa que tiene puesta parece ser la misma a la que luce en una de las dos fotos suyas que se conocen desde hace décadas, la que tiene un cigarrillo en la boca. En las dos también lleva tiradores, por lo que no se descarta que hayan sido sacadas en el mismo momento. La guitarra parece ser la misma, aunque en la nueva imagen la quema el flash y eso dificulta la comparación. La tercera foto, la más popular, es la que está en la portada del álbum doble del sello Columbia, The Complete Recordings, en la que se lo ve vestido con un traje a rayas, corbata y sombrero, y también tiene una guitarra entre sus manos.

Robert Johnson es una de las figuras más emblemáticas de la historia del blues. La leyenda del pacto con el Diablo en una encrucijada de caminos creció tras su temprana muerte, el 16 de agosto de 1938, y se volvió parte del folcore del sur de los Estados Unidos. Su legado musical de 29 canciones influenció a cientos de músicos alrededor del planeta, y fue trascendental en la década del sesenta en la formación de guitarristas de rock como Keith Richards, Eric Clapton y Johnny Winter.

En los últimos años trascendieron otras supuestas fotos del músico que buscaron legitimación, pero naufragaron en su intento. Ahora, en cambio, sí se pudo corroborar su autenticidad.

En un pasaje del libro que anticipa Vanity Fair, Annye C. Anderson, de 94 años, rememora cómo se tomó, a mediados de la década del treinta, la hasta ahora inédita imagen: “Había un lugar para tomarse fotos sobre Beale Street, cerca de la calle Hernando (en Memphis), que era propiedad de un hombre que se llamaba John Henry Evans. Estaba justo al lado de Pee Wee’s, el bar donde Mr. Handy componía sus blues. Un día, cuando yo tenía 10 u 11 años, caminé hasta allí con mi hermana Carrie y mi hermano Robert. Recuerdo que él llevaba su guitarra e iba rasgueándola en el camino. Adentro no había fotógrafo. Entré en una cabina, puse cinco centavos en la máquina, corrí la cortina y me saqué una foto. Robert hizo lo mismo y se sacó un par”.

Anderson agrega que “conservé la foto de mi hermano Robert en un baúl de mi padre que estaba en el pasillo de la casa, mientras viví con mi madre. Luego, cuando ella murió, me llevé todas las fotos envueltas en un pañuelo y me fui a vivir a la casa de Ma y Pops Thompson. Al tiempo me mudé con mi hermana Charlyne (…) y las fotos las guardé en un cofre de cedro. Siempre tuve esta foto”. La mujer concluye que “la foto muestra a mi hermano Robert como siempre lo recordé: abierto, amable y generoso. No luce como el hombre de la leyenda, el borracho peleador que describieron personas que realmente no lo conocieron”.

El músico e historiador Elijah Wald, autor de decenas de libros sobre música, escribió en su perfil de Facebook que Anderson es una fuente inapelable: “La señora Anderson es conocida por todos los investigadores (de Robert Johnson). No hay dudas sobre su identidad, de si lo conocía, ni de que ella y su hermana tenían las fotos de la familia”. Y contó que el crítico musical “Peter Guralnick fue testigo de cuando ella le enseñó la foto a Muddy Waters en un show en Boston”.

Otros reconocidos historiadores, recopiladores y difusores del blues como Scott Barretta, Max Hoeffner y Ted Gioia, así como la prestigiosa revista Living Blues, también reconocen a Anderson como una fuente confiable y acreditan la autenticidad de la imagen.

La única voz discordante es la de Bruce Conforth, autor junto con Gayle Dean Wardlow de una de las biografías más completas de Robert Johnson. Él sostiene que Anderson no tenía vínculo de sangre con el músico, porque era la hija del primer marido de la madre de Robert Johnson. De todas maneras, no cuestiona que ella perteneció a "su gran familia" y tampoco la autenticidad de la foto, sino lo que la mujer cuenta del vínculo que el guitarrista tenía con la religión.

A más de 80 años de su muerte, Robert Johnson sigue dando que hablar y eso es un signo inequívoco de la importancia de su legado en la música popular.

jueves, 14 de mayo de 2020

Alma de blues


“Empecé a tocar blues por tres razones: porque lo amo, porque la gente lo ama y porque el blues me ama a mí”. 

B.B. King, el rey indiscutido del blues, el primer músico que entendió que la universalización del género era lo mejor que le podía pasar a la música surgida en el sur de los Estados Unidos, murió hace cinco años y su legado está más vigente que nunca. La imagen que recordamos de B.B. es la de un hombre voluptuoso cantando con pasión y abrazado a su fiel Lucille. Recordamos sus solos estirando las cuerdas, ese toque que patentó e influyó a cientos de miles de guitarristas alrededor del mundo. Nos acordamos de él siempre arriba de un escenario, en un teatro o un estadio. Fue como ese padre o abuelo que nos mostró la mejor cara de la vida. Escuchamos sus discos y nos emocionamos. Puede ser Live at The Regal, Completely Well, Indianola Mississippi Seeds o alguno de los tantos compilados que le editaron, y en cada uno de esos álbumes se perciben la pasión y el amor con los que vivió y tocó.

Pero también, en una fecha como esta, es bueno rememorar al B.B. de sus comienzos, porque le costó mucho llegar. En su autobiografía, Blues all around me, que escribió junto a David Ritz, B.B. cuenta detalladamente todo lo que padeció de niño y de adolescente, como la temprana muerte de su madre, las largas jornadas juntando algodón para poder comer y la segregación racial. Como muchos hombres negros de su generación, el blues fue su salvación.

Según describió, sus primeras influencias musicales fueron Blind Lemon Jefferson y Lonnie Johnson. De su primo Bukka White no absorbió su estilo, pero sí su sinceridad como artista y su forma de sentir el blues. El sonido de T-Bone Walker le cambió la vida y la estirpe de Muddy Waters lo marcó para siempre. Pero también lo influenciaron guitarristas como Charlie Christian y Djando Reinhardt, y otros músicos de jazz como Ben Webster, Lester Young y Count Basie. Y siempre admiró a dos pesos pesados del canto como Frank Sinatra y Nat “King” Cole. Pero fue Sonny Boy Williamson II fue quien le brindó su gran oportunidad.

B.B. King dejó la plantación en 1948 y se fue al norte en busca de un futuro mejor. Si bien ya había probado suerte antes en Memphis, esta vez eligió West Memphis, en Arkansas. Allí contactó a Sonny Boy, que era disc jockey en la radio KWEN. B.B. cuenta que entró al estudio y le pidió cantar una canción al aire y Sonny Boy lo dejó. Interpretó Blues at sunrise y le salió bastante bien. Cuando terminó el show, un ejecutivo de la radio le dijo que habían recibido muchos llamados elogiando su presentación. Y así comenzó su carrera.
Esa presentación le abrió las puertas en Memphis y consiguió trabajo como DJ en la WDIA durante el día, mientras tocaba por las noches. Su nombre artístico era Beale Street Blues Boy, luego se lo acortó a Blues Boy, hasta que quedó como B.B. a secas. El jingle del medicamento Pepticon fue, curiosamente, su primera creación, al tiempo que musicalizaba con temas de Louis Jordan, Charles Brown, Amos Milburn, Lowell Fulson, Art Tatum, Roy Milton y, por supuesto, T-Bone Walker. Su show de radio se volvió muy popular y eso fue una gran ayuda para que su nombre trascendiera en Tennesse, Arkansas y Mississippi.

Y eso lo llevó a su primera sesión de grabación, en la que registró cuatro canciones para el sello Bullet: Miss Martha King, dedicada a su primera esposa, I’ve got the blues, Take a swing with me y How do you feel when your baby packs up and goes. El resto es historia, aunque el éxito rotundo le llegó muchos años después con The thrill is gone.

B.B. King contribuyó como muy pocos artistas a la música popular. Su nombre es reconocido en todo el mundo y desde hace décadas es sinónimo de blues. Y ese es el mejor homenaje que puede recibir.

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sábado, 9 de mayo de 2020

Redescubriendo a Lonnie Johnson



- "¿Eres Lonnie Johnson? ¿El Lonnie Johnson que grabó Blue ghost blues en 1938?". La respuesta sonó trémula del otro lado línea, apenas un "sí" alargado, inquietante. El que preguntaba era Joe Boyd, un joven entusiasta amante del blues y del jazz, quien junto a su hermano Warwick y a su amigo Geoff Muldaur hurgaban por entonces en lo más puro de la música tradicional norteamericana. Ahí estaban los tres, parados alrededor del teléfono. "¿Podrías venir a Princeton y dar un concierto la próxima semana?". Lonnie Johnson accedió a cambio de un pago de 50 dólares.

En las páginas de su libro Blancas Bicicletas, Boyd rememora el verano de 1960 cuando volvió a su casa de Princeton luego de un semestre duro en la Universidad de Harvard, y se reencontró con su hermano y con Geoff, con quienes compartiría muchas aventuras musicales. En esa época los tres se habían deslumbrado con la serie de discos Encyclopedia of Jazz, del sello RCA-Victor, que contenía temas de King Oliver, Louis Armstrong y muchos más. Fue entonces cuando descubrieron una radio de Filadelfia que de madrugada emitía un programa de blues y jazz, cuando la mayoría de las emisoras difundían sólo música blanca. Una de esas interminables y sofocantes noches escucharon que el conductor, Chris Albertson, anunciaba que Lonnie Johnson estaba vivo y trabajaba como cocinero en un hotel de Filadelfia.

Johnson, que entonces vivía a sólo una hora y media por autopista de donde ellos estaban, era un guitarrista versátil y muy melodioso que había empezado tocando country blues y luego amplió su repertorio al jazz y las baladas. Entre 1925 y 1948 había grabado una cantidad asombrosa de material como solista, a dúo con el guitarrista Eddie Condon o en las orquestas de Louis Armstrong y Duke Ellington. La ruta de su vida era como la de muchos músicos de aquél entonces. Había nacido en Nueva Orleans donde creció con la música a su alrededor, hasta que la necesidad post Gran Depresión lo llevó bien hacia el norte: Chicago, la meca.

Pero en los años cincuenta desapareció del mundillo musical, hasta que Joe Boyd agarró la guía telefónica y tuvo esa breve charla que derivó en una exclamación que arrancó unos cuantos gritos de felicidad. "¡Habíamos contratado a Lonnie Johnson!", recuerda con entusiasmo Boyd. Los tres jóvenes alquilaron un salón y empezaron a difundir el concierto entre amigos y conocidos, a quienes les dijeron que la entrada costaría un dólar. Cuando llegó el día, se subieron a un viejo Rambler y fueron a Filadelfia a buscar a Lonnie. "Delante de un hotel del centro, en el bordillo de la acera, estaba un hombre de pelo gris, impecablemente vestido, con una guitarra y un pequeño amplificador", rememora el autor de Blancas Bicicletas.

En el viaje hacia Princeton, Lonnie Johnson les contó por qué había "desaparecido" en la última década. Al regresar de una gira por Europa, en 1951, descubrió que su novia se había fugado con su dinero, sus guitarras y su colección de discos, y eso lo deprimió, lo dejó muerto en vida, lleno de blues. Su crisis amorosa coincidió con el auge del rock and roll, con Elvis a la cabeza, y quedó afuera del circuito musical como muchos otros bluesmen. Entonces empezó una vida errante que lo llevó a instalarse en Filadelfia, donde realizó distintos trabajos para sobrevivir.

Cuando Joe Boyd, Lonnie Johnson y los muchachos llegaron a Princeton, la sala estaba llena. Al músico no debió sorprenderle que en realidad apenas un puñado de chicos lo conociera vagamente. Pero había una onda especial en el ambiente, un músico con ganas de tocar y un público con ganas de expandirse. Era el comienzo de los sesenta, y mientras por un lado las políticas conservadoras y el "cinturón bíblico" ampliaban la segregación racial, por el otro la música creaba una ambiente de paz multicultural. Lonnie empezó a rasgar su guitarra y "todos quedaron atónitos", cuenta Boyd. Tocó baladas y viejos blues como I cover the waterfront y Red sails in the sunset, y durante el show hasta tuvo tiempo de coquetear con una jovencita negra que se había sentado en primera fila. El concierto fue un éxito. Todos quedaron deslumbrados por la música de Lonnie, por su carisma y por las breves historias que contó entre tema y tema. Joe, Geoff y Warwick habían recaudado 100 dólares y se los dieron al viejo Lonnie, que quedó más que satisfecho y agradecido con los muchachos.

Todavía faltarían diez años para su final: en 1969 fue atropellado por un auto en Toronto, Canadá. El accidente lo postró durante un año hasta que murió el 16 de junio de 1970. Pero durante toda esa década Lonnie Johnson volvió al ruedo con grabaciones para el sello Prestige Records (dejando discos memorables como Blues by Lonnie Johnson, Losing game o Another night to cry), presentaciones en festivales de blues y jazz y un concierto de reencuentro con Duke Ellington en el New York Town Hall. Su carrera no había terminado cuando su novia lo dejó sin sus discos, su dinero y sus guitarras, y mientras Elvis movía la pelvis, él esperaba en modo suspendido... hasta que alguien tomó el teléfono y lo llamó.

domingo, 3 de mayo de 2020

La absurda muerte de Curtis, el Rey

Tuvo una muerte absurda e inesperada, como tantas otras muertes. Pasó cuando estaba en el mejor momento de su carrera. Cuando su nombre era sinónimo de talento y prestigio. Desde entonces sus restos descansan en el Pinelawn Memorial Park, en Farmingdale, Nueva York, el mismo en el que están enterradas dos glorias del jazz: John Coltrane y Count Basie.

King Curtis fue un emblema del saxo. A diferencia de tantos otros músicos extraordinarios, Curtis nunca se encasilló en un género o estilo. Tocó rhythm and blues, rock and roll, soul, blues, funk y jazz, y grabó infinidad de discos como solista o acompañando a músicos como Wynton Kelly, Buddy Holly, Champion Jack Dupree, The Coasters, Aretha Franklin o John Lennon. Era un saxofonista sofisticado, con altas dosis de swing en sangre y un groove irreprochable. Se lucía tanto con el saxo tenor, el alto o el soprano.

John Lennon y King Curtis
Era texano, de la ciudad de Forth Worth y si bien todos lo llamaban Rey, su verdadero nombre era Curtis Ousley. Había nacido el 7 de febrero de 1934 y no tardó mucho en mostrar sus inclinaciones musicales. Empezó con el saxo cuando todavía era un niño y nunca más lo dejó. Por aquella época escuchaba lo que podía en la radio. Así fue como descubrió a Lester Young y a Louis Jordan, sus máximas influencias. El instrumento se convirtió en una extensión de su ser. Tanto que lo hizo dejar la escuela para sumarse, con 16 años, a la banda de Lionel Hampton. En 1954, se instaló en Nueva York donde se convirtió en uno de los músicos de sesión más buscados de la ciudad. Un día podía grabar con Sam Cooke y al otro con Bobby Lewis.

Duane Allman y King Curtis
Los sellos discográficos se peleaban por él. Grabó como solista para Atco, entre 1958 y 1959, y para Prestige, entre 1960 y 1961. Uno de sus singles, Soul twist, de 1962, editado por Enjoy Records, fue número uno del ranking de R&B. Los dos años siguientes grabó para Capitol Records y en 1965 lo hizo para Atlantic. Memphis soul stew y Ode to Billie Joe son sus hits de esa época. Trabajó codo a codo en la producción con Jerry Wexler y se comprometió de lleno con Aretha Franklin para liderar su banda, The Kingpins. Cuando la década del 60 se encaminaba hacia su ocaso, Curtis grabó con dos de los guitarristas más extraordinarios que hayan pasado por este mundo: Jimi Hendrix y Duane Allman.

La calurosa noche del 16 de agosto de 1971, Curtis estaba en su departamento de Nueva York, sobre la calle 86, con algunos amigos. El aire acondicionado estaba al máximo y uno de sus invitados le pidió que lo bajara un poco. Para eso, Curtis tuvo que e ir hasta el sótano del edificio. Cuando bajaba las escaleras se encontró con dos adictos que se estaban escondiendo para consumir heroína. Curtis les dijo que se fueran de allí, pero uno de ellos se resistió. Hubo insultos y un forcejeo. El desconocido sacó una navaja y le asestó una certera puñalada en el pecho, a la altura del corazón. Herido, Curtis le arrebató la navaja y le provocó seis cortes a su atacante. El músico quedó tendido en el piso, mientras que el otro escapó. Una ambulancia trasladó al músico al Hospital Roosevelt, pero llegó muerto. El agresor, identificado como Juan Montañez, de 26 años, logró sobrevivir y fue detenido al llegar por sus propios medios al mismo centro médico. Tiempo después fue condenado por homicidio. Así de triste y repentino fue su final.

Su muerte causó una gran conmoción y el funeral fue una verdadera celebración a su vida y su música. El sermón lo realizó el reverendo Jesse Jackson, importante líder político y social de los EE.UU., y Aretha Franklin y Stevie Wonder lo despidieron cantando. El Rey ha muerto ¡Viva el Rey!