martes, 26 de noviembre de 2013

El blues desde acá

Estos tres discos de producción nacional independiente fueron grabados en los últimos años y demuestran el crecimiento del blues en la Argentina, y los distintos abordajes y miradas del género que realizan los artistas.

Tana Spinelli – Brave (2011). La música de la Tana Spinelli no está vinculada a ninguna moda pasajera, sino que está inspirada en un sentimiento profundo que la remonta a una etapa embrionaria del blues. Con un estilo simple y directo, reproduce viejos clásicos del género que, en la mayoría de los casos, fueron compuestos antes de la Segunda Guerra Mundial. Brave fue producido por Horacio Cuadrelli, quien también aporta su armónica en un par de temas. El repertorio tiene composiciones de Skip James (Illinois blues), Ma Rainey (Daddy goodbye blues), Memphis Minnie (Conjur man), Odetta (Oh my babe) y Robert Johnson (Love in vain), que la Tana canta una pasión conmovedora. Pero además hay un puñado de temas que fueron compuestos por ella y que demuestran su vocación por el sonido de antaño, minimalista y puro. Un ejemplo de eso son Lullaby to my daughter y la canción que da nombre al álbum. Otras dos interpretaciones más que interesantes son la de Crawling kingsnake -en la que canta a dúo con Lorenzo Thompson- y Ain’t no sunshine, de Bill Withers, el único tema en el que se apoya en una base eléctrica. A pocas semanas del lanzamiento de su segundo disco, este un buen momento para repasar este, en el que ella desnuda su alma a puro blues.

Jorge Senno – En el Cosmos no hay error (2011). En este disco, el tercero de su carrera, Senno combina su notable técnica con el slide, tanto en guitarras resonadoras, eléctricas o lap steel, con su pasión y conocimiento por el blues de raíz porteña surgido en los albores del rock nacional. El álbum abre con una majestuosa interpretación del lap steel en Baguala sin límites y luego se sumerge en canciones que mezclan el influjo y la lírica de Manal con arreglos inspirados en distintas épocas de la historia del blues. British blues es un claro ejemplo de eso. Quiero decirte es una balada con mucho slide, una especie de reconversión campestre y más poética de Desconfío. En No me puedo levantar resaltan los coros vigorosos de Claudia Puyó y la armónica serpenteante de Franco Capriati. 5rrespondencia es un instrumental santanesco en el que cuenta con el respaldo del hammond de Ciro Fogliatta. Perfumes clandestinos, en la que la voz está a cargo de Claudia Puyó, destella una hermosa y muy pegadiza melodía. En el Cosmos no hay error sorprende con un arranque feroz, muy al estilo Canned Heat, en el que Carburo le imprime una voz decidida por sobre la fusión de la guitarra punzante de Senno, los teclados de Fogliatta y la rítmica precisa de Freddy Prochnik y Damián “Hueso” Casanova. Para el final se reserva un funky, Vi al mago, con el saxo expeditivo de Eduardo Introcaso, y un blues de guitarra sangrante, Demabulando por Rosario. En el Cosmos… es un gran disco que muestra todo el talento de un artista en perpetuo crecimiento.

The Black Cat Bone – Jammin’ (2012). El album fue grabado de una sola toma en estudios El Abridor. El quinteto que se terminó de consolidar a partir de 2010 es descendiente directo de los Young Blues Brothers, la banda que Blind Willy Iglesia y Walter De León formaron en 1989. En todos estos años fueron modificando la formación pero el sentimiento siempre fue el mismo. No hay otra cosa para ellos que el blues eléctrico, especialmente el de Chicago. Blind Willy canta y es la primera guitarra mientras que Deleón se ocupa del bajo. La banda se completa con Gustavo Lazo en armónica, Nicolás “El Indio” Sartoris en guitarra y Ariel Olmedo Prida en batería. El track list está conformado por todos clásicos. Sobresalen los estandartes de Muddy Waters, Manish boy y Hoochie Coochie man, así como All your love, de Otis Rush; Key to the highway, de Big Bill Broonzy; Messin’ with the kid, de Junior Wells; y The thrill is gone, de B.B. King. Jammin’ no es otra cosa que un grupo de amigos tocando con respeto y amor esos viejos temas que todos los amantes del blues disfrutamos desde siempre.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Encrucijada de guitarras


¿Es posible reunir en un mismo escenario a los Allman Brothers, Keith Richards, B.B. King, Buddy Guy, Jimmie Vaughan y Jeff Beck? Sí, es posible y Eric Clapton lo hizo. Ocurrió el 12 y 13 de abril de este año en el Madison Square Garden, en Nueva York, para una nueva edición del Festival Crossroads, la gran celebración de la guitarra.

Clapton fundó el Crossroads Centre en 1997. Se trata de una clínica de rehabilitación para músicos con problemas de adicción a las drogas y el alcohol, que funciona en la isla caribeña de Antigua. En 2004, para recaudar fondos, se le ocurrió organizar este festival benéfico que está a un paso de convertirse en un clásico. Por ahora hubo cuatro. El segundo se hizo en 2007 y el tercero en 2010. Como en los anteriores, ahora acaba de salir el cd doble y dvd con lo mejor del evento.

Entre los dos discos hay más de 40 canciones que tienen al blues, el rock, el country y el jazz, en ese orden, como protagonistas excluyentes. Repasemos: el disco abre con un solitario Eric Clapton interpretando Tears in Heaven. Luego empiezan a subir sus amigos: primero su ladero Andy Fairweather Low, para una versión de Spider jiving, dedicada a la memoria de Carl Radle; y más tarde Vince Gill con quien hace Lay down Sally.

Clapton deja el escenario para que Booker T. Jones y sus teclados hagan las veces de anfitriones de otros guitarristas como Steve Crooper, Matt “Guitar” Murphy, Keb’ Mo y Albert Lee, quienes suman talento en Born under a bad sign y Green onions. Luego aparece Robert Cray acompañado por B.B. King, Jimmie Vaughan y Clapton para Every day I have the blues.

Sonny Landreth, Gary Clark Jr. y Doyle Bramhall II aportan lo suyo antes de un breve set de inclinación jazzera protagonizado por Earl Klugh y Kurt Rosenwinkel. Gary Clark Jr. vuelve a la tarima principal para mostrar su costado más blusero con Next door neighbor blues. Aparece John Mayer haciendo un tema propio, Queen of California, y luego junto a Keith Urbnan un cover de los Beatles, Don’t let me down. Buddy Guy le muestra al pequeño Quinn Sullivan toda su maestría blusera en Damn right, I’ve got the blues. El disco uno termina con los Allman Brothers y Clapton haciendo Why does love got to be so bad y después, solos, los músicos sureños estremecen con una épica versión de Whipping post.

En el disco dos se juntan los maestros del slide Sonny Landreth y Derek Trucks y regalan un poco de Nueva Orleans con Congo Square. Robert Cray acompaña a Los Lobos en I got to let you know y Beth Hart canta con pasión Goin’ down con la guitarra encendida de Jeff Beck como telón de fondo. Gary Clark vuelve a tener una aparición rutilante, y Taj Mahal y Keb’ Mo llevan las aguas fangosas del Delta del Mississippi al centro de Nueva York con Walking blues y Driving duck blues. Pero lo mejor llega cuando Gregg Allman, Warren Haynes y Derek Trucks, solos con sus guitarras, versionan a Neil Young con una sensacional The needle and the damage done y luego arremeten con Midnight rider.

El final es muy intenso y a todo Clapton. Toca junto a Keith Richards Key to the highway y con Robbie Robertson, I shall be released. Como no podía dejar de lado su historia con Cream descolla con Crossroads y Sunshine of your love. El álbum no tiene desperdicio: la combinación de músicos, la elección de los temas, la calidad del sonido y la pasión en vivo que cada uno de los participantes lo hacen esencial. Además, entre canción y canción, hay breves comentarios de los protagonistas en los que expresan sus emociones y sensaciones de semejante gala histórica.

domingo, 17 de noviembre de 2013

La zurda mágica


Hubo un momento que será imposible olvidar. Promediaba el show cuando Eddy Clearwater empezó a tocar Come up the hard way, un blues lento que editó en su disco West Side Strut. Sentado en una silla alta entonó los primeros versos del tema, mientras Pato Raffo y Mariano D’Andrea marcaban el ritmo con absoluto control y Juan Codazzi rellenaba los contornos con unos acordes sutiles. The Chief entró en un trance absoluto y se llevó a los músicos con él. El espíritu del West Side de Chicago se adueñó de La Trastienda. Un espeso halo cubrió su silueta espigada a la par de los solos más profundos que un bluesman pueda alcanzar. Eso habrá durado entre ocho y diez minutos, pero el clima de hipnosis generalizado era tal que Clearwater decidió estirarlo y casi no se notó cuando, con el mismo sentimiento, la zurda mágica pasó a tocar Driftin’ blues.

Esa escena resume uno de los shows de blues más vibrantes que hayamos visto en Buenos Aires. Ese momento quedó marcado por la técnica y el sentimiento del artista, y la sinergia espectacular que logró con la banda. Fue el cierre ideal para el segundo Festival de Blues de Buenos Aires.

Eddy Clearwater dejó en claro porque le dicen “El Jefe” desde que pisó el escenario. Como en todos sus shows apareció con el tocado indio mientras la banda interpretaba una marcha cherokee. El blues no tardó en aparecer. Todavía luciendo las plumas empezó a cantar Messin’ with the kid y aprovechó el solo de Codazzi para conectar su Gibson 335. A partir de ese momento todo sería blues a gran escala en tres direcciones: el sonido limpio del lado oeste como en Easy is my style; el funk abrasivo de All your love; o el rock and roll más clásico de To old to get married.

Nico Smoljan aportó su armónica en dos temas y sobresalió especialmente en Walking trhu the park. Sobre el final subió a escena Kenny “Blues Boss” Wayne, quien decidió postergar su regreso a Estados Unidos por un día para poder tocar junto a Clearwater. Empezaron con un boogie -el piano no pedía otra cosa, claro- y luego siguieron al ritmo del rockabilly para pasar a Midnight Groove, una canción que The Chief grabó en 2003. Ya eran casi las 3 de la mañana y los músicos lejos de sentirse presionados por la mirada intimidante de uno de los dueños de La Trastienda siguieron zapando a lo grande. Clearwater se divirtió mucho con el sonido del teclado de Wayne, que puso un efecto vocal muy funky. Ambos se despidieron y, pese a la hora, el productor y responsable del festival, Mariano Cardozo, preguntó: “¿Quieren una más?”. A la respuesta obvia del público siguió una larga afinación de Eddy Clearwater que terminó con el sello de Chuck Berry: Sweet little rock & roller.

La noche del sábado había comenzado con el show de Embajador del blues argentino, Gabriel Grätzer, quien se sobrepuso a un virus a último momento y se brindó como siempre lo hace. Sus presentaciones son como libros abiertos de la historia del blues. Acompañado por los Big Tequilas –Fernando Zof y Diego García Montiveros- tocó Black rat swing, de Memphis Minnie; y dos clásicos que editó en su disco El blues lleva tiempo: Rag mama rag y Highway 49. Terminó su presentación con una exquisita versión de John Henry.

Entre Grätzer y el maestro del blues de Chicago se presentó la banda pampeana Yergue la oreja, que ya tiene dos discos editados: Intentando blues (2005) y Las cosas planeadas (2011). Sonaron bien, muy parejos, aunque me pareció que un poco contenidos. La combinación de guitarras de Luis Arriaga y Mauricio Flores se mece entre las apariciones rutilantes de la armónica de Diego Murgia, aunque falta un poco de intensidad vocal. Tocaron todos temas propios y se fueron con la sensación de que muy pronto volverán para lucirse en Buenos Aires.

Así se terminó un fin de semana con el más puro blues, ese que trajeron los viejos lobos del blues, que se mezcló con el talento creciente y la pasión de los músicos locales. El blues tuvo una nueva fiesta y, por supuesto, no será la última.

sábado, 16 de noviembre de 2013

El desembarco de la patronal del blues


La patronal del blues desembarcó con Kenny “Blues Boss” Wayne. Anoche inauguró la segunda edición del Festival de Blues de Buenos Aires a puro boogie woogie y dejó el escenario caliente para que hoy lo termine de incendiar el gran Eddy “The Chief” Clearwarter, con su zurda endemoniada.

Los encargados de inaugurar el festival fueron los muchachos de 50 Negras. Para ellos significó su debut en un lugar importante como La Trastienda, ante una buena cantidad de público, y realmente se lucieron. Más allá de algún desacople casi imperceptible al principio, en Dirty girl (tema de Bill Willis, que Jimmie Vaughan grabó para su disco Do you get the blues?) y en Long distance call, luego fue todo en ascenso. La rítmica -a cargo de Rodrigo Benbassat y Daniel Carboni- sonó concisa y con fuerza, el cantante Benjamín Aquino le aportó toda su pasión y buen registro vocal, con la solvencia de Andrés Fraga en armónica. Tito Maza derramó tanto boogie que intuyo debe haber sorprendido a Kenny Wayne, que lo escuchaba detrás de escena. Párrafo aparte merecen los guitarristas: Mariano Bisbal y Brian Figueroa tienen estilos diferentes que se conjugan a la perfección sobre el escenario. Así lo hicieron en Rock this house, Going to Mississippi y, especialmente, en Messin’ with the kid, en la que cambiaron los tiempos y le arrancaron al público una tremenda ovación. Los ganadores del Segundo Concurso de Bandas de Blues demostraron que se lo están tomando en muy serio, que están ensayando, esforzándose y que vislumbran para sí mismos un gran futuro.

Luego fue el turno de Alambre González y su selección de músicos. Respaldado por Pato Raffo y Mauro Ceriello, más el aporte de Jorge Simonian en armónica, Silvio Marzolini en teclados y Pablo Martinotti en guitarra, dio rienda suelta a toda su experiencia arriba de un escenario al que ya subió infinidad de veces. Empezó con El Rey y luego hizo subir a un par de cantantes invitadas, porque, como él mismo explicó, “estoy cansado del olor a bolas”. Claudia Leibovich entonó una delicada versión de I’d rather be blind y luego Antonella Giunta le imprimió mucho funk con The blues is my business y Night in Tunisia, inspirada en la versión de Chaka Khan. Para el cierre hubo duelo de guitarras entre la Strato de Alambre y la Telecaster de Pablo Martinotti en un blues lento y un boogie instrumental.

A la 1 de la mañana se corrió el telón y el fulgor centelleante del sacó amarillo de Kenny “Blues Boss” Wayne captó la atención de todos. El primer tema fue Tanqueray, del legendario Johnnie Johsnon, justamente el último pianista de blues que vino a la Argentina. Acompañado por los Easy Babies Roberto Porzio y Mauro Diana, más Gabriel Cabiaglia en batería, Wayne tocó boogie y blues, aromatizado por el espíritu de Nueva Orleans.

Kenny Wayne nació hace 68 años en el noroeste de los Estados Unidos, en Spokane, estado de Washington. Vivió en San Francisco y Los Ángeles, y un breve período en Nueva Orleans, que le bastó para moldear su estilo inspirado en dos grandes pianistas como Professor Longhair y Fats Domino. Pero ellos no fueron sus únicas influencias: Ray Charles, Charles Brown y Floy Dixon también lo marcaron a fuego. Un poco de todo eso se vio y se escuchó anoche.

Con una mano derecha alocada y un swing vibrante, Blues Boss dejó sentadas sus bases con algunos temas propios como Searching for my baby, que lo editó en su disco de 2011, An old rock and roll y clásicos como You dont’ know me, de Ray Charles. En el medio le cedió varios solos a Roberto Porzio, quien no lo desaprovechó y mostró porque es uno de los guitarristas de blues con más prestigio. Para terminar eligió Sweet Home Chicago, en el que invitó a escena a Alambre, con quien tuvo un mano a mano brutal.

Para los bises reapareció solo. Primero tocó Kansas City, luego un tema de Fats Domino y cerró con Wonderful world, del maestro Louis Armstrong. Así se fue la primera noche del Festival de Blues, con un pianista de primera haciendo de las suyas, como hacía 15 años que no pasaba en esta ciudad, desde ese memorable show de Johnnie Johnson, que abrió para Bo Diddley, en el Gran Rex.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Volver al juke joint


Charlie Musselwhite recorrió un largo camino. En enero cumplirá 70 años, de los cuales más de 50 los lleva dedicados a la música. Nació en las entrañas del Mississippi y tiene el raro privilegio de ser uno de los pocos músicos blancos de esa región que trascendió en el mundo del blues. Con el tiempo se convirtió en un eslabón de la música de raíces, el sonido de Chicago y la generación de jóvenes bluseros estadounidenses de los 60, que encabezó con Johnny Winter, Paul Butterfield, Mike Bloomfield y John Hammond. Hoy es uno de los armonicistas más codiciados y, pese al largo recorrido, cada vez que sopla su armónica sigue innovando.

Este año está resultando muy provechoso para su carrera. En enero lanzó un disco notable junto a Ben Harper, que va camino a ser uno de los mejores de 2013. Grabado en el mítico sello Stax, combina country blues, baladas y elementos del blues moderno. Ahora, con Juke joint chapel, editado por un pequeño sello independiente, Musselwhite lleva sus instintos musicales a lo más primario: el contacto directo con el público, cara a cara, en un reducto de Mississippi donde todo huele a alcohol y sudor.

El álbum fue grabado en agosto de 2012 en el Juke Joint Chapel, Shack Up Inn, sobre la Highway 49, en Clarksdale, Mississippi, a pocos metros de donde la leyenda dice que Robert Johnson celebró su pacto con el Diablo hace más de 80 años. Acompañado por Matt Stubbs en guitarra, Mike Phillips en bajo y June Core en batería, el cantante y armonicista recrea algunos viejos clásicos y temas de su propia autoría.

Al calor de un público enfervorizado, Musselwhite comienza con Bad boy, de Magic Slim, y desde ahí hasta el final no da respiro, alternando solos de armónica con los punteos de Stubbs. Los puntos más altos del disco son la rendición a Shakey Jake Harris en Roll your money maker; la interpretación de su himno confesional, Blues overtook me; o Feel it in your heart, que compuso en 1997 para su disco Rough news, y en la que se destaca un contagioso ritmo sincopado de la batería.

“El blues sonó esa noche como el que yo escuchaba cuando era joven. Muchos piensan que el blues es triste, pero creo que después de escuchar estas canciones pueden cambiar de parecer”, dijo en una entrevista al sitio American Blues Scene. Y así fue, un Musselwhite crudo, enérgico y visceral un día volvió al juke joint para dar cuenta de que su origen sigue intacto, pese al largo camino que lleva transitado.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Lo que ordena la guitarra


"Cuando inclino la cabeza para esconder una lágrima, estoy viviendo y muriendo lo que ordena la guitarra", Atahualpa Yupanqui.

Fue una noche de devoción por las seis cuerdas. Una noche de blues puro y auténtico. Pero más que nada fue una noche de amor por la música y respeto entre los protagonistas. Cinco guitarristas de primer nivel mostraron lo suyo sin egos ni competencias absurdas.

La presentación del disco Blues en Movimiento Vol. 2 fue un éxito y los cinco violeros coparon el escenario elevado de Makena, en pleno Palermo. El encargado de abrir el show, pasadas las 22, fue Nacho Ladisa. Respaldado por Anahí Fabiani en teclados, Roberto Porzio en guitarra rítmica, Mauro Diana en bajo y Gabriel Cabiaglia en batería; Ladisa mostró su estilo vintage, inspirado en los maestros de los 50 y los 60, primero con una Epiphone Casino y luego con una Fender Stratocaster. Tocó It’s my life, de Bobby “Blue” Bland, Motorhead baby, de Johnny “Guitar” Watson, y You belong to me, de Magic Sam.

En segundo lugar apareció el multifacético Julio Fabiani. Lejos del frenesí de Támesis o del dulce soul de Florencia Andrada, se avocó al blues eléctrico más apasionado. Empuñando una Stratocaster abrió con Frosty, un instrumental de Albert Collins, y cantó Yours truly, el clásico de Dave Bartholomew, y All your love, otra del gran Magic Sam. Su hermana Anahí siguió en escena y la rítmica cambió por Mauro Bonamico en bajo y Homero Tolosa en batería.

Luego vendrían dos de las máximas promesas de la guitarra blusera. Esos chicos que, según sus propios compañeros, tienen un don innato y apenas pasaron los 20 años. Uno, Nicolás Yudchak, más tirado al sonido de los Allman Brothers y Freddie King. El otro, Federico Verteramo, con vocación por el estilo más clásico de Chicago. El primero comenzó con un instrumental, Zan ho say, y siguió con Look at little sister y Pack it up. En las últimas dos contó con la participación de Gina Valente en voz, mientras que la rítmica siguió a cargo de los mismos que acompañaron a Julio Fabiani, más el aporte de Nandu en teclados.

El zurdo Verteramo tiene un talento sobrenatural que contrasta con su timidez arriba del escenario. Con su Stratocaster blanca encaró una versión instrumental de Blues after hours, de Pee Wee Crayton y, ya con Darío Soto como cantante, desgarró las seis cuerdas con Mary Ann, de Ray Charles, y You don’t konw, de B.B. King.

La “eminencia”, como le gritaron a Roberto Porzio cuando subió a escena, fue el último de los cinco violeros en mostrar lo suyo. La sección rítmica de Nasta Súper, Mauro Ceriello y Gabriel Cabiaglia, más Anahí Fabiani, tuvieron la tarea de respaldarlo. Solo con su Epiphone Riviera hizo la intro de Devil got my woman, de Skip James. Sacó el slide y atacó los acordes de Bobby’s rock, de Elmore James, ya con la banda sonando a full. Cantó con exquisito registro The things that I used to do y, con Florencia Andrada y Gina Valente en coros, se zambulló en el maravilloso mundo de Otis Rush con I feel so bad.

El epílogo tuvo a los cinco juntos. Cada uno aportando lo suyo y apoyando a los demás. Esfuerzo, compañerismo y talento mancomunado. Tocaron Wham!, de Lonnie Mack, y finalizaron con un punteo cada uno, separado por el estruendo de la batería de Cabiaglia. Las guitarras de blues del futuro ya están aquí.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Clase de historia

Fotos Edy Rodríguez
El Roxy estaba lleno de gente. Contra todos los pronósticos, había más nacidos desde el advenimiento de la democracia para acá que cincuentones nostálgicos. Antes de que empiece el show, por los parlantes sonaba música de los 90 -Red Hot Chili Peppers, Soundgarden- y generó confusión en más de uno. Un canoso de anteojos le preguntó a su amigo pelado: “¿Che, no nos habremos equivocado de boliche?”. Unos minutos después sus dudas se disiparon. Se corrió el telón y apareció Claudio Gabis con su Gibson ES 335 y todo el halo de historia que lo rodea.

A Gabis también le sorprendió el promedio de edad del público. Pensar que en una época, cuando Manal estaba en su pico creativo, la vida era muy diferente a lo que es ahora. Los músicos eran hostigados, perseguidos, molestados y amenazados. Por eso hoy son más que músicos, son héroes y sobrevivientes de una época infame. Ellos combatían con canciones, armas mucho más valiosas y perdurables que las de fuego que los otros usaban para intimidarlos, lastimar y matar.

El otro día, en una entrevista, Gabis me dijo que en los 80 el público, colegas y periodistas le hicieron sentir que él estaba demodé, que ya no tenía más lugar en la escena musical. Eso lo impulsó a irse del país en busca de nuevos horizontes. Ahora, cada vez que viene a la Argentina la cosa se pone mejor. Su música es la música de todos. Sin Manal, Los Gatos, La Pesada o Almendra no habría rock nacional. Las modas pasajeras y sectarias con el tiempo desaparecen, la canción con alma y de raíz perdura y se revaloriza.

El show comenzó con La Cofradía del Blues haciendo un slow blues y luego Corazón destrozado, un boogie instrumental para calentar la sala. Respaldado por dos veteranos del rock embrionario, Ciro Fogliatta en teclados y Juan Rodríguez en batería, y dos de la nueva generación, Gustavo Giannini en bajo y Frans Banfield en guitarra y voz, Gabis dio rienda suelta a toda su expresividad y sentimiento.

Al principio hubo temas de La Pesada, la extraordinaria Bajando a Buenos Aires, Blues de la Tierra Supernova y Blues del terror azul, cantada por una efusiva Claudia Puyó, tal como lo hizo ante Néstor Kirchner en la Casa Rosada en 2007. Esto se acaba aquí, con Marcos Lenn como cantante invitado, y Rock de la mujer perdida, de Los Gatos. Un enérgico Frans Banfield cantó Crossroads, de Robert Johnson, con Gabis al mejor estilo Clapton en Cream, en lo que fue el único tema en inglés de la noche.

“Queremos homenajear a Pappo, el Maradona de la guitarra de blues”, anunció Gabis antes de los primeros acordes de Desconfío, que cantaron a dúo Lenn y Marcelo Champanier, vocalista argentino que, al igual que Banfield, vive en España.

“Ahora quiero presentar a mi hermano del alma, el Negro Medina”. El bajista apareció en escena con su enorme porte y vestido para un fogón. Detrás avanzó con paso firme Black Amaya. Las figuras históricas reemplazaron a Giannini y Rodríguez. Frans Banfield se quedó solo con los veteranos y dijo: “No puedo creer que esté parado acá”. “Disfrutálo, flaco”, le gritó uno desde el público. Entonces empezó la parte más Manal del show. Alejandro Medina cantó Avellaneda blues, Blues de un domingo lluvioso, con Pericles en saxo, y No pibe, mientras Gabis seguía con sus solos marca registrada.

“Este es uno de esos temas de Javier Martínez que son insuperables. Un aplauso también para Javier”, pidió Gabis y Medina hizo un gesto con su mano y agregó bromeando: “Pero uno solo, eh”. Gabis tocó Informe de un día medio tono más arriba que Medina y después pasaron a Más allá del valle, con Jorge Senno en lap steel. Sobre el final, y ya en clima de zapada pura, se lanzaron con Jugo de tomate, con todos los invitados cantando, más la mujer del Negro, Lola Medina. El bis llegó con Boogie de Claudio. Fue la despedida ideal para una noche cargada de nostalgia y buena onda, una noche de rock nacional y blues porteño que se transformó en una verdadera clase de historia.


martes, 5 de noviembre de 2013

El jefe del blues


Empezó como un imitador de Chuck Berry y eso al principio le valió algunas críticas. Lo cierto es que hoy, a más de medio siglo de su debut sobre los escenarios, Eddy Clearwater es uno de los máximos exponentes del estilo del West Side de Chicago, ese que desarrollaron Magic Sam, Buddy Guy y Otis Rush, entre otros. Clearwater es un bluesman zurdo de selección, uno de esos guitarristas que no se pueden dejar pasar.

Edward Harrington nació el 10 de enero de 1935 en el pequeño poblado de Macon, en Mississippi. A los 13 años se mudó con su familia a Birmingham, Alabama, y como la mayoría de sus contemporáneos empezó a cantar y tocar la guitarra en la Iglesia, aunque también estuvo expuesto a la música country-western y, por supuesto, los blues. A comienzos de los 50 se mudó a lo de un tío en Chicago y, con el seudónimo de Guitar Eddy, empezó a recorrer la noche y los bares de blues. En ese momento Chess y sus artistas estaban en pleno auge, así que para él se hizo normal asistir a los shows de Muddy Waters, Bo Diddley, Chuck Berry y Howlin’ Wolf. Sus primeras grabaciones fueron para el pequeño sello Atomic-H y las registró bajo el nombre de Eddy Clear Waters (aguas limpias), como desafiando a Muddy Waters (aguas fangosas). Con el tiempo empezó a desarrollar un estilo similar al de Chuck Berry y pasó a llamarse Eddy “The Chief” Clearwater. Lo de “el jefe” le quedó porque se le ocurrió salir a escena luciendo un tocado de plumas indio.

Sus shows se volvieron sobresalientes: su puesta en escena era notable y la combinación de rock and roll, rythm & blues y blues se volvió letal. Durante los 60 y los 70 siguió grabando singles para sellos como Federal y LaSalle, aunque su primer disco lo editó para Rooster en 1980. Se llamó The Chief y en la portada aparece él montando a caballo con el tocado indio y alzando una Telecaster como si fuera un arma. Desde entonces, grabó más de una docena de álbumes. El último, West Side Strut, para el sello Alligator, contó con la colaboración de Ronnie Baker Brooks, Lonnie Brooks, Billy Branch, Otis Clay y Jimmy Johnson.

Eddy Clearwater está casado con Renee Greenman. La referencia es importante porque además de ser su esposa y madre de sus dos hijos, es su manager y mano derecha. Adonde él va, ella lo acompaña. También era primo de Carey Bell y, por ende, tío Lurrie. La gran familia del blues siempre está presente.

El próximo sábado 16 de noviembre tendremos la oportunidad de ver su debut en suelo porteño. El escenario será el de La Trastienda, en el marco del Festival de Blues de Buenos Aires. Eddy Clearwater estará acompañado por Juan Codazzi (guitarra), Marina D’Andrea (bajo) y Pato Raffo (batería). La promesa es mucho blues del West Side y rock and roll clásico, lo que siempre hizo y lo que siempre hará. Porque esa es su esencia y con ella morirá.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Carta de presentación


Laith Al-Saadi es oriundo de Ann Arbor, Michigan. Empezó a tocar la guitarra a los 13 años y a los 15 formó su primera banda de blues. Tres años después fue telonero de Buddy Guy, Luther Allison, Taj Mahal y Son Seals. Esas presentaciones lo llevaron a una inesperada pero intensa gira por Holanda y a su regreso se inmiscuyó en la escena musical de Detroit. Allí tocó con músicos locales como Johnny Trudell, Thornetta Davis y Jocelyn B. Con los años se fue consolidando y siguió abriendo shows para músicos como Leon Russell, Robben Ford, Johnny Winter y Hubert Sumlin. Pero su punto máximo fue cuando teloneó en 2006 a B.B. King en el House of Blues de Chicago.

Ese mismo año editó su primer disco, Long time coming, y en 2009 el segundo, In the round. Pero como todavía su nombre estaba circunscripto a un área determinada esas grabaciones no pudieron expandir su música. Ahora, su nuevo material, promete llevar su nombre al gran circuito internacional del blues.

El EP fue grabado de una. En vivo, sin mezclas, ni edición, ni overdubs. Blues en estado puro, brotando del alma de este hombre de 36 años que tiene un sentimiento profundo para tocar la guitarra y cantar. Gone es el primer tema, un blues melodioso y acústico con un tinte góspel que se cuela en su canto. Luego enchufa su guitarra para animar con un sonido más alegre en What it means y en el final se despacha con un solo en el que hace gala de su virtuosismo. El único cover del disco no es justamente un blues: se trata de una conmovedora versión de Ophelia, el tema que The Band lanzó en su álbum Northern Lights-Southern Cross, de 1975.

How it’s gonna be es otra presentación hecha a la medida de un solo de guitarra expeditivo, mientras que en Complete disgrace combina lo eléctrico con un slide sobre una guitarra dobro. El último tema original es Last time you’ll see me cry que parece rescatado de los campos profundos de Alabama o Mississippi: otra vez acústico y con coros, aunque esta vez suenan más a field hollers que cantos de iglesia. Los últimos dos temas son versiones alternativas de Gone y What it means.

La banda que lo acompaña es un lujo: Jimmy Vivino en guitarra y coros, Lee Sklar en bajo, Larry Goldings en teclados y el legendario Jim Keltner en batería. A ellos se le suman los vientos: Tom Scott (saxo tenor), Lee Thornberg (trompeta) Brandon Fields (saxo barítono) y Nick Lane (trombón).

Real es la gran carta de presentación de este músico innovador que combina el blues tradicional, sazonado con un poco de Nueva Orleans y otro poco de Chicago, más un aporte fundamental del rock de raíces sureño. Una fusión fenomenal para un artista que seguramente en el futuro nos dará mucho más.