martes, 29 de marzo de 2016

El legado de Johnny Winter


Años en la ruta junto a Johnny Winter lo marcaron a fuego. Tras el dolor por la muerte del albino, surgió la oportunidad para dar un vuelvo a su carrera. Así, Paul Nelson pasó de productor y sideman a figura estelar. Hoy sale al ruedo con su segundo disco solista, que en realidad podría considerarse como el primero. Muy atrás quedó el instrumental Look, del año 2001, que grabó antes de que Winter se convirtiera en su amigo y mentor. El flamante trabajo, Badass generation, es intenso y explosivo. Es el fiel reflejo de un artista en la cresta de la ola. Rock and roll en su máxima expresión, con solos de densa extracción blusera y mucho feeling sureño.

La sociedad de Paul Nelson y Johnny Winter comenzó en 2004 con la grabación de I'm a bluesman, disco que significó el regreso del tornado texano a los estudios tras 12 años. El productor de ese álbum fue Dick Shurman, quien trabajó codo a codo con Nelson y Tom Hambridge, otro de los músicos que participó de las sesiones. A partir de ese momento Nelson y Winter no se separarían más: juntos realizaron cientos de shows en Nueva York y alrededores, e infinidad de giras por los Estados Unidos y Europa. Pero además, Nelson revisó todos los archivos musicales del albino de la década del 70 y así produjo y lanzó la colección Bootleg Series (el primer disco se editó en 2007 y esta año apareció el duodécimo). En 2010, Nelson consideró que Winter tenía que grabar un disco rodeado de grandes músicos. Eso se concretó al año siguiente con Roots, que tuvo como invitados a Warren Haynes, Sonny Landreth, John Popper, Susan Tedeschi, Derek Trucks y Edgar Winter. El suceso de ese álbum los llevó a grabar la secuela, Step back, que contó con la participación de Eric Clapton, Joe Bonamassa, Billy Gibbons, Dr. John, entre otros. El disco recién vio la luz en septiembre de 2014, un par de meses después de la muerte de Winter, y les valió un premio Grammy. Como para terminar de redondear su vínculo, Nelson produjo el documental sobre la vida de su maestro, Down & dirty.

Es por todo lo mencionado que Nelson se volvió en el hombre de mayor confianza de Winter, el que lo acompañó hasta el final y el que logró que el albino muriera en su ley.

Sin embargo, Badass generation es un disco muy personal, que poco tiene del sonido de Johnny Winter en la superficie, aunque está claro que en su esencia tiene retazos de aquellos grandes shows setentosos en los que el albino aclamaba estar "still alive and well". El sonido del álbum es puro rock clásico, con letras dirigidas a una nueva generación. "La influencia de Johnny Winter siempre será parte de mí. Hay muchas veces en las que agarro mi guitarra y siento su música. Sé que de alguna manera él está conmigo, pero también tengo otras influencias. Es la hora de abrir mis alas? Absolutamente. Soy un músico y tengo que seguir componiendo y tocando", dice Nelson en el booklet del CD.

La banda que lo rodea la conforman el cantante Morten Fredheim, el bajista Christopher Alexander y el baterista Chris Reddan, y en un par de temas se suma el tecladista de Gov't Mule Danny Louis. Todos los temas tienen una impronta bien actual y el sonido de la guitarra es demoledor, tanto cuando ataca con un solo como cuando se acopla a la rítmica con mucho ímpetu. El comienzo con Down home boogie tiene tanta fuerza como un tema del ZZ Top más combativo y Keep it all together parece una pieza digna de los herederos de Lynyrd Skynyrd. Please come home tiene en su génesis el espíritu de J.J. Cale, pero con el devenir de la canción y el filo del slide se asienta como una de las composiciones más personales de Nelson. Come with me sorprende con la melodía más agradable de todo el repertorio, hermosos coros y un gran estribillo. Out of time y Trouble son pura combustión rockera sin aditivos.

Badass generation es la llave que a Nelson seguramente le abra la puerta del éxito. "El mundo del blues hace esto: un músico te pasa la antorcha y luego uno trata de correr con ella. Johnny se enorgullecía de haberme hecho escuchar a Robert Johnson, T-Bone Walker, Muddy Waters, el blues del Delta, de Texas y de Chicago. Yo sabía lo que estaba haciendo por mí y realmente se lo agradezco”. Ese es su ADN musical. Las canciones de su nuevo álbum son otra cosa, pero no desentonan para nada con el legado que recibió. Seguramente Johnny Winter estaría orgulloso de él.


domingo, 20 de marzo de 2016

En el camino


Salimos a la ruta. Llevamos Bien al Sur - La Historia del Blues en la Argentina a Cañada de Gómez, provincia de Santa Fe. Fueron cuatro horas de auto que compartí con Gabriel Grätzer y nuestro editor Leandro Donozo. En el camino escuchamos los clásicos de blues de Sun Records, un compilado de los Rolling Stones y Río Místico de Yalo López. Charlamos de música, de libros y Gabriel dejó algunas frases picando al mejor estilo Héctor Starc, que no serán reproducidas en esta crónica para preservar su integridad física e imagen.

Fuimos por la ruta 9 hasta Villa Gobernador Gálvez, allí tomamos la Avenida Circunvalación 25 de Mayo y a la altura del Casino de Rosario subimos a la autopista que va a Córdoba. Llegamos a Cañada poco después de las 19 del viernes. En la puerta del Hotel Universal, frente a la plaza principal, nos esperaba Ezequiel Piccioli, el organizador de la presentación. Nos dio la bienvenida y nos dijo que nos pasaría a buscar una hora más tarde. Nos registramos el hotel, una pintoresca construcción del siglo XIX, que todavía tiene operativo un antiquísimo intercomunicador telefónico. Subimos por una fastuosa escalera a la habitación 421. Dejamos las mochilas, nos acicalamos y bajamos a esperar a Ezequiel.

A unas cinco o seis cuadras de allí, en Boulevard López al 900, nos esperaban una veintena de personas. El lugar es conocido como MAC, un viejo edificio ferroviario en el que funciona el Museo de Arte Cañadense. Adentro había una exposición de fotos de músicos de blues que tocaron en esas ciudad. Las imágenes de Don Vilanova, Matías Fernández, Marcelo Marín, Vanesa Harbek, Nico Smoljan y Florencia Ruiz, entre otros, nos dieron el marco ideal. Mientras Leandro acomodaba algunos libros para vender, a Gabriel y a mí nos hicieron un par de notas para medios locales. Cerca de las 21, comenzamos con la exposición. Leandro habló primero sobre la editorial y el rol del editor. Después yo hice una síntesis detallada del libro y Gabriel terminó poniendo el foco en los músicos y la escena blusera del interior, un capítulo esencial de Bien al Sur. La charla duró unos 45 minutos. No hubo preguntas y solo un aplauso cuando terminamos. Pero faltaba algo más: Gabriel tomó una guitarra que le prestaron e invitó al armoniquista local Martín Truco. Juntos interpretaron Night time is the right time y Highway 49, y le pusieron música a la noche.

Afuera estaba fresco. La brisa invitaba a refugiarse en algún lugar cerrado. Con Ezequiel, Martín, su mujer, Pablo Di Tomaso (director del MAC) y Rulli, de un perturbador parecido al Bocha Bochini, fuimos a cenar a La Imperial, un restaurante muy palermitano, con luces tenues y música de Jack Johnson, ubicado en la esquina de Lavalle y España. Tomamos Love Malbec de Finca Las Moras y yo comí unos exquisitos ñoquis rellenos con salsa de hongos. Un par más pidieron pastas mientras que otros eligieron bondiola de cerdo o algún plato de carne. El Embajador del Blues optó por un "crocante de pollo" que acompañó con un jugo de maracuyá y no sé qué otra fruta exótica. Regresamos al hotel a las 2 y nos fuimos a dormir. Mis compañeros de viaje conciliaron rápidamente el sueño. A mí me costó un poco más: el sonido de una pésima banda de rock pesado, que daba un recital en un Club Social ubicado a pocos metros del hotel, se infiltró en mi cabeza.

El sábado a la mañana nos despertamos temprano, desayunamos y volvimos a la ruta. En el camino de vuelta nos acompañaron los Allman Brothers, Johnny Cash, ZZ Top y una grabación del programa de radio conducido por Bob Dylan. Atrás dejamos unos cuantos nuevos amigos y el gusto de haber hablado sobre algo que amamos: nuestro libro de blues argentino.

martes, 15 de marzo de 2016

El cancionero de Luther Dickinson


Luther Dickinson resumió su vida en un disco. Los 21 temas que conforman Blues & Ballads fueron compuestos por él, inspirados en los músicos y canciones que lo moldearon. Algunos los escribió en el último tiempo y otros los rescató de su propio archivo y les dio una vuelta de tuerca. Se trata de un cancionero muy especial, que rescata la tradición del Mississippi Hill Country blues, la memoria de su padre, Jim Dickinson, y la de viejos bluseros de esa zona como Othar Turner. En definitiva, podría catalogarse como nueva música tradicional, o vieja música de la nueva generación.

El álbum tiene una sorprendente cohesión. Desde el primer tema hasta el último se nota un trabajo sentido y cuidado por parte de Dickinson. Su voz se eleva con pasión acompañado por distintos instrumentos de cuerda, mucho slide y una percusión intermitente, que asoma en algunas canciones y en otras no. Para concretar este proyecto, Dickinson recurrió a muchos amigos y músicos talentosos, con algunos de los cuales ya ha trabajado anteriormente.

Mavis Staples suma su poderosa voz en la emotiva Ain't no grave en la que Dickinson le canta a su padre acompañándose con guitarra eléctrica con slide. Jimbo Mathus, banjo en mano, colabora en Shake (Yo mama), tema que enarbola la bandera del boogie más asfixiante como Shake your hips, que traza una línea recta entre el viejo Slim Harpo y los Rolling Stones. En My leavin', Sharde Thomas, la nieta de Othar, sopla el pífano y canta una melodía suave y atrapante. Otros invitados son J.J. Grey, Alvin "Youngblood" Hart, Will Sexton y Charles Hodges, quien predica con su hammond B3 en Let it roll, un tema que resume la simbiosis entre el gospel y el blues del Delta.

Muchos de los tracks fueron grabados en el estudio Zebra de Coldwater, Mississippi, propiedad de la familia Dickinson, otros en el legendario Sun Records de Memphis, y un par en Chicago y Nashville. Todos tienen en común que salieron en una toma. Blues & Ballads, su cuarto disco solista (Onward and Upward, 2009; Hambone's Meditation, 2012; Rock 'n' Roll Blues, 2014), es una autobiografía musical impresionante. Él lo sintetiza así: "Esta colección de canciones interpretadas simplemente, grabadas en vivo, solo o acompañado por un pequeño grupo de amigos, refleja mi relación con la música, las canciones, la palabra y la tradición".


lunes, 7 de marzo de 2016

Dead head


Las letras comienzan a desdibujarse por el paso del tiempo. Con una birome reescribo las dos palabras que conforman el nombre de la banda que figura en el ticket, el único recuerdo material que tengo de aquella noche de 1994 en la que vi, por primera y única vez, a los Grateful Dead. Fue el jueves 15 de diciembre, ocho meses antes de la muerte de Jerry Garcia, en el Sports Arena de Los Ángeles. El trazo de la birome negra reconstruye los contornos de las doce letras sin tanta precisión, algo similar a lo que acontece en mi cabeza cuando trato de recrear los detalles del show.

Fueron seis meses en los Estados Unidos en los que vi a los Rolling Stones en el Rose Bowl, con Buddy Guy y los Red Hot Chili Peppers como teloneros; a Eric Clapton y Jimmie Vaughan en el Forum; a Elvin Bishop, Joe Louis Walker, Nine Below Zero y Alvin Lee en The Coach House, un excelente antro ubicado en San Juan Capistrano; a Taj Mahal, Bo Diddley, Homesick James, Billy Boy Arnold, Lowell Fulson, Jeff Healey, Robert Cray, Buddy Guy -sí, dos veces - en el Festival de Blues de Long Beach, entre muchos más. Los Dead fueron el cierre perfecto de esa etapa.

Cinco de esos seis meses estuve instalado con unos amigos argentinos en un departamento de Seal Beach, una pintoresca localidad al sur de Long Beach. El tiempo transcurrió entre partidos de tenis, visitas a la universidad, trabajos esporádicos y mucha música. Todos los martes a la noche, por ejemplo, era menester ir a un bar que estaba en la zona de la Marina. Creo que el lugar se llamaba Blue Moose y lo que me convocaba, además de la cerveza Old Milwaukee y una misteriosa sueca cuyo nombre olvidé, era Cubenesis, una banda de covers de los Grateful Dead que todavía sigue vigente. Por entonces solía ir también a un Tower Records que estaba en Costa Mesa. Allí me compré mis primeros discos de los Dead: Workingman's Dead, American Beauty y Anthem of the Sun. Así fue creciendo mi pasión por ellos.

Mi tiempo en California llegaba a su fin cuando leí en el L.A. Weekly que los Dead se iban a presentar en vivo a mediados de diciembre. Creo que la entrada la compré en una disquería que era un punto de venta de los que informaban por teléfono, cuando Internet era como otra galaxia. El precio: 30 dólares. El día tan ansiado llegó y con Nicolás García del Río, uno de los amigos con los que vivía, nos subimos a la fusca amarilla modelo 67 a la que llamábamos "El Diego", que parecía que siempre te iba a dejar a gamba -y algunas veces lo hizo-, y tomamos la autopista 710, luego empalmamos la 405 y enseguida la 110 que nos llevó directo a South L.A.

El tramo final fue complicado. El tráfico estaba denso y los estacionamientos estaban bastante lejos. Pero los gringos son organizados para este tipo de eventos y había un servicio de combis que te acercaba hasta la puerta del estadio, ubicado a espaldas del mítico Coliseum. Bajarnos de la camioneta representó algo más que poner los pies en el asfalto. Nos trasladó en el tiempo, un viaje al Verano del Amor, al sueño hippie. Esas imágenes las tengo más claras que las del recital en sí. Remeras de colores, pelos largos y desgreñados, bandanas, artesanos, globos y mucho olor a porro. Estábamos asombrados y un tanto descolocados. Para nosotros el show ya había empezado y faltaba más de una hora para que Garcia, Bob Weir y compañía salieran a escena. No eran épocas de cámaras digitales ni celulares inteligentes, así que ni tengo ni una foto propia del recital.

Foto Internet del show del 16/12/94
Entramos al estadio cubierto y nos ubicamos en nuestros asientos. Teníamos que girar la cabeza levemente a la derecha para ver de frente el escenario. Delante nuestro estaba sentada una pareja, de unos treinta y pico, tal vez cuarenta, muy formales ambos. Les llamó la atención nuestra conversación, más que nada por el acento. Nos preguntaron si éramos italianos y, una vez aclarada nuestra procedencia, comenzamos a hablar de los Dead. Como la mayoría de los que estaban allí no era su primer concierto de la banda y eso nos hizo pensar a Nico y a mí que tal vez éramos los únicos debutantes esa fresca noche de diciembre. Hace años que trato de recordar los temas que tocaron en esas dos horas que duró el show, pero mi memoria no ofrece garantías. Sé que me quedé con las ganas de Ripple y Box of Rain, mis temas preferidos, y eso es todo. Ahora, por fin, Internet me dio la respuesta: en el sitio https://www.cs.cmu.edu/~./gdead/setlists.html están compilados todos los set list de los shows que el grupo dio entre 1972 y 1995.

Comenzaron con Shakedown Street y con los primeros acordes la pareja prendió un porro. Nos convidaron y un par de pitadas después habíamos entrado en total sintonía con la música. Ya éramos dos dead heads más. Según la lista, después tocaron Wang dang doodle y es probable que yo haya disfrutado ese blues de Willie Dixon sumido en un éxtasis total. No lo recuerdo, desde ya, pero lo imagino. El repertorio siguió con Lazy River Road, Me and My Uncle, Mexicali Blues, Row Jimmy y Promised Land. La luz ambiente era rojiza y por momentos se tornaba azulada. Los solos de Jerry Garcia eran intermitentes pero muy envolventes. Las armonías vocales se elevaban como un canto gregoriano bañado en ácido. Había mujeres que bailaban con total libertad. Extendían sus brazos, cerraban los ojos y daban vueltas en círculos poseídas por la conjunción de acordes y melodías .

Hubo un intervalo. La banda volvió para una segunda parte en la que un solo de batería un tanto extenso dominó la escena y se escucharon canciones con impronta psicodélica como Corrina, Uncle John's Band y Morning Dew. Fue como un rito inicial. Una comunión con todo un colectivo al que éramos ajenos pero que, aún sin registrar nuestra presencia, nos sumó a su historia. Estábamos ahí y éramos parte de eso. Dos dead heads más. 

La web afirma que el bis de esa noche fue Liberty. Al día siguiente, los Dead tuvieron como invitado a Branford Marsalis, pero eso yo no lo vi. No tengo más precisiones y a Nico hace años que no lo veo, pero estoy seguro que él recuerda menos que yo. Después de eso, los Dead dieron unos cuarenta y pico de conciertos más. El último fue el domingo 9 de julio en el Soldier Field de Chicago. Jerry Garcia murió el 9 de agosto de 1995 en una clínica de rehabilitación. Tenía 53 años.

El sábado vi The other one, el documental de Netflix sobre la vida de Bob Weir, y esa misma noche leo un tuit que el periodista Nicolás Lantos hablando de los Grateful Dead. Esas dos casualidades me llevaron a hurgar en los recovecos de mi cabeza sobre aquél momento trascendental en mi vida. Por suerte algo pude rescatar.

martes, 1 de marzo de 2016

Con la armónica como estandarte

Jorge Costales & The Evil Blues Band - Shock instrumental. Si se llamara George Costales y fuera californiano, tranquilamente podría sentarse a la mesa de las grandes armónicas de la Costa Oeste. Sin dudas sería bien recibido por Rod Piazza y James Harman, y también por aquellos que ya no están entre nosotros como William Clarke, Paul deLay y John "Juke" Logan. Al frente de la Evil Blues Band -Juancho Hernández (guitarra), Anahí Fabiani (teclados), Hernán Morana (bajo) y Germán Pedraza (batería)-, Costales demuestra con fraseos exquisitos y muy expresivos toda su versatilidad, tanto cuando se embarca en algún shuffle bien animado como cuando encara un blues más al estilo Chicago. Ya desde el comienzo, con Little bitty pretty one, Costales deja bien en claro cuál es su propuesta. La banda responde para que la armónica se luzca con absoluta naturalidad. El resto del repertorio, todo instrumental, tal como afirma el nombre del álbum, incluye tres temas de Clarke -Greasy gravy, Blowin' like hell y Blowin' the family jewels-; Boogie thing, de James Cotton; Relaxin' de Big Walter Horton; y The turtle walk, de Lou Donalson. Shock instrumental fue producido por el propio Costales, contó con el inigualable Daniel DeVita en la consola de grabación y fue masterizado en los estudios Joyride de Chicago, la cuna del blues eléctrico. Se trata de un disco que los fanáticos de la armónica van a disfrutar con ganas y los que gustan del blues más refinado también.

Delta Catfish - Volviendo al barrio. “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo?... ¿Cuándo?... si siempre estoy llegando”. Así, con la voz de Aníbal Troilo, comienza el flamante álbum de Delta Catfish, el primero de estudio y con la nueva formación. De los miembros originales, que ganaron el Primer Concurso de Bandas de Blues organizado por Blues en Movimiento en 2012, solo queda el armoniquista, y ahora también cantante, Alejandro Álvarez. En este disco se nota que el grupo se desprendió de las ataduras del blues de Chicago y logró un sonido más volcado a Memphis y la Costa Oeste. Son muy buenas las versiones de Real gone lover, y Black Night, en la que brilla un solo sublime de guitarra de Toto Palacio y también se luce el pianista de Matías Coco, uno de los invitados. Pero además la banda muestra todo su caracter en Start it up, uno de los temas más conocidos de Robben Ford, y en Revelation, de los Yellowjackets. La rítmica encabezada por Gonzalo Sottil en bajo y Lucas González Sette en batería tiene una aceitada sincronización que se percibe en cada uno de los tracks, pero que resalta especialmente en el clásico No more doggin', de Rosco Gordon. Álvarez se muestra con solos diligentes de armónica, a veces respaldado por los caños de Agustina Acosta y Willy Rangone, y también sorprende con un buen registro vocal apuntalado por momentos por la dulce voz de Gina Valente. La novedad aquí es que Álvarez también se lanzó componer y grabó dos temas en español: Depresión de oficina y Me olvido todo. Los Delta Catfish están de regreso, aunque nunca se fueron del todo.