sábado, 25 de abril de 2020

La increíble historia de un amor inesperado

Willy Quiroga, Rinaldo Rafanelli, Quebracho, B.B. King, Héctor Starc y Pappo

“No sé cuántas veces vine. Amo venir a la Argentina. La gente es agradable y muy buena”.

B.B. King (1925-2015) 


Carlos “Pirimpimpin” Geniso y Carlos Pan eran dos de los cinco integrantes del grupo Avalancha, una banda de culto de los setenta que interpretaba rock and roll con una marcada influencia blusera. Ellos estaban a cargo de la sección rítmica, mientras que Dicky Campilongo y Miguel “Botafogo” Vilanova tocaban las guitarras, y Liliana Lagardé era la voz principal. En 1975 grabaron su único single para el sello Parnaso. El lado A contenía el tema Cómo me gusta el rock and roll, con Charly García como invitado, y el B tenía la bluseada y pegadiza La rusa se fue con los basureros, con la colaboración del guitarrista Nacho Smilari y el aporte de David Lebón al piano. Tras ese registro y una serie de shows memorables, el grupo se disolvió y cada uno siguió su camino. Geniso y Pan decidieron irse a los Estados Unidos y ese viaje, tiempo después, derivaría en un acontecimiento singular e inesperado para aquél entonces: la primera visita de B.B. King a Buenos Aires, de la que ahora que se cumplen 40 años.

Botafogo recuerda cómo fue la cocina de esa primera gira del Rey del Blues: “En los setenta, mientras estaban en Nueva York, Pan y Geniso se las arreglaban como podían para vivir. Pirimpimpin empezó a vender hot dogs en una esquina de Manhattan y un día tuvo un golpe de suerte: vio que pasaba B.B. King. Como era uno de sus ídolos ni lo dudó y se le acercó. Lo saludó y le regaló un pancho. El negro se sorprendió con el gesto, le agradeció y se fue. Resulta que justo en un edificio de esa esquina tenía sus oficinas el manager de B.B., Sid Seidenberg, y esos encuentros se repitieron con mucha frecuencia. B.B. pasaba y Pirimpimpin le regalaba un pancho”.

"Un buen día -agrega Botafogo- B.B. King lo invitó a la oficina de su manager y allí Geniso le dijo que quería llevarlo a la Argentina. El manager le respondió qué si le ponía 15 mil dólares arriba de la mesa, la gira se hacía. Pasó un buen tiempo hasta que Pirimpimpin juntó el dinero y lo logró”.

Peter Deantoni, autor del libro Pappo Made in USA (Editorial Planeta), y road manager de aquella primera gira de B.B. King al país, añade que “Carlitos Geniso cumplió con todo: juntó el dinero vendiendo remeras del Papa Juan Pablo II y alguna que otra cosa, y pagó dólar por dólar para traerlo”.

Para montar el evento, Geniso y Pan armaron la productora “Memphis” y contaron con la colaboración de Daniel Grinbank, a quien todavía le faltaban algunos años para fundar la radio Rock&Pop y volverse el empresario número uno del rock, y algunos artistas conocidos como Nito Mestre. “Los chicos -dice Deantoni- gastaron una fortuna en producción: empapelaron Buenos Aires con afiches del show, alquilaron Obras durante dos noches y reservaron suites en el Hotel Bauen para que B.B. King se alojara con su banda y asistentes, que eran más de una docena de personas”.

La llegada del Rey 

“Lo fuimos a buscar con Carlos Geniso al aeropuerto de Ezeiza. Esa fue la primera vez que lo vi a B.B., con quien luego trabajé en muchísimas giras más a lo largo de los años y nos hicimos muy amigos. Él era un tipo muy reservado y salía poco cuando estaba de gira porque por lo general si no tocaba le gustaba descansar. Una tarde fuimos caminando a Blue’s (un local de venta de instrumentos musicales ubicado en Rodríguez Peña al 300) que era sponsor de la gira. Allí se sacó una foto con Carlos Onorato, el dueño, y también le firmó un disco. Las otras dos salidas que recuerdo que hizo fueron para comer: una a Pippo y la otra a Bachín, un restaurante que estaba en Sarmiento y Montevideo”, rememora Deantoni.

El sábado 26 de abril de 1980, el Rey del Blues debutó con un show íntimo para la prensa e invitados especiales en el salón de la planta baja del Hotel Bauen. El poeta, escritor y periodista Miguel Grinberg dejó constancia de esa noche en un artículo titulado “Apogeo de música y de fraternidad” que escribió para el extinto diario La Opinión:

Todo adjetivo es insuficiente. Toda alabanza resulta estrecha. Decir que B.B. King es maravilloso apenas hace justicia a su conmovedora grandeza, a su descomunal sencillez. No ha habido en muchísimos años en Buenos Aires una ceremonia musical de esta naturaleza, expresión en pequeña escala de la inevitable apoteosis que tendrá como escena el estadio Obras. El show comenzó a plena orquesta, bajo la conducción del trompetista Calvin Owens. Óptima, con un potencial rítmico irresistible. […] En un amplio marco de blues, rhythm and blues y soul, la orquesta es portadora de un espíritu que no decae con las décadas, que coexiste con otros modos musicales blancos llamados rock, folk o country and western, pero que los sobrepasa en vigor y armonía. 

Es el alma negra resistiendo, sobreviviendo, amando, riendo, emocionando a todo aquel capaz de ser natural. B.B. King y su guitarra Lucille son la máxima expresión de los blues modernos. Ya no se trata de antiguas cadencias rurales o suburbanas. Desde 1970 en adelante, con The Thrill Is Gone, King se implantó en el ámbito de la pop music, revitalizando todo posible abordaje de los blues remontándolos a cumbres incomparables. Cuando canta, canta, no toca la guitarra. Y cuando toca la guitarra no canta, toca. En ambos casos, conmueve, exalta. La gente en el Bauen terminó de pie, extasiada, bailando, cantando coros, feliz. B.B. King -después de estrechar decenas de manos- bajó del estrado lagrimeando, y murmuró a su manager: “Es increíble, gente que no tiene en general dominio del inglés y de la música ha sido tan atenta, tan compañía”. 

Después de su conferencia de prensa, el viernes pasado, cuando la prensa se había retirado, B.B. King terminó de cenar. Supo que había músicos argentinos (roqueros) en el lugar y los llamó a su mesa. Propuso un brindis: “Amigos, un hombre simple dice cosas simples. Brindo porque cuando yo me muera en este lugar tan austral, siga habiendo gente que toque rock y blues”. 

La banda que vino con B.B. King aquella primera vez fue una de las mejores que tuvo en sus más de sesenta años de carrera profesional: además del trompetista y director musical Calvin Owens, lo acompañaron James “Bogaloo” Bolden (trompeta), Robert Garner (saxo tenor), Edgar Synigal Jr. (saxo barítono), Sam Hurt (trombón), Leonard Gill (guitarra), Joseph Carrier (piano), Russell Jackson (bajo) y Calep Emphrey Jr. (batería).

domingo, 19 de abril de 2020

Tres hombres


ZZ Top es la banda más estable de la historia del rock. No hay ningún otro grupo que se haya mantenido 50 años con la misma formación. El documental de Sam Dunn, That Little Ol’ Band From Texas, bucea en la historia del trío para tratar de desentrañar semejante misterio.

El film, que dura una hora y media, logró recopilar cientos de imágenes inéditas de las distintas etapas de la banda y tiene como hilo conductor los relatos de sus tres protagonistas: Billy Gibbons, Dusty Hill y Frank Beard.

La prehistoria del grupo se remonta a fines de los sesenta en Dallas cuando Dusty Hill y su hermano Rocky sumaron a Beard para integrar el grupo The Warlocks, en pleno auge del rock psicodélico. Para diferenciarse del sonido del momento, que era más o menos lo mismo que hacían todas las bandas de la zona se cambiaron el nombre por el de American Blues, pero pronto se separaron. Beard se mudó con su novia embarazada a Houston y esa decisión sellaría el destino del grupo. Allí conoció a Billy Gibbons, que tocaba en una banda bastante popular en la zona que se llamaba The Moving Sidewalks y que había teloneado a Jimi Hendrix, The Doors y The Animals, pero que se disolvió porque dos de sus miembros fueron reclutados para ir a Vietnam. Beard y Gibbons empatizaron y decidieron formar un power trío. El baterista le presentó a su viejo compañero de Dallas y así nació ZZ Top.

Si bien comenzó como una banda de rock con una fuerte impronta blusera, con el tiempo fue encontrando su propio sonido. Testimonios de sonidistas, productores, road managers y otros músicos que los admiran le agregan al film una visión externa. Desde afuera y desde adentro, todos coinciden en que uno de los secretos del éxito de ZZ Top fue su representante, Bill Ham, que se inspiró en el trabajo del coronel Tom Parker, legendario mánager de Elvis Presley, y supo crear una mística alrededor de ellos que les permitió salir de Texas, o mejor dicho, llevar la música de Texas hacia el resto de los Estados Unidos. Porque ese fue parte del plan: no mostrar algo que no eran, sino presentarlos como una auténtica banda texana.

Y luego vino la reconversión. Aparecieron las barbas largas, MTV y el suceso del álbum Eliminator. Y pasaron los años, las giras, más discos, el ingreso al Rock & Roll Hall of Fame y todavía están juntos haciendo lo que mejor saben hacer. “Hay una respuesta fácil -dice Billy Gibbons- en qué fue lo que mantuvo unida a la banda por cinco décadas: todavía disfrutamos lo que hacemos y nunca miramos hacia atrás”.




(Crónica del show que dieron en el Luna Park en 2010)

sábado, 11 de abril de 2020

Lanzamientos en tiempos de coronavirus

Jimmy Burns – Chicago Blues Sessions. Qué más podemos decir de Jimmy Burns que no hayamos dicho en alguna de sus tantas visitas a la Argentina. Si bien es uno de los músicos más representativos de la escena de Chicago actual, su estilo no es del todo convencional, aunque no se aparte tanto del sonido tradicional. ¿Una contradicción? De ninguna manera. Si hasta aquí alguien tenía alguna duda sobre esa afirmación debería escuchar su último disco, Chicago Blues Sessions, donde el cantante y guitarrista se despacha con un puñado de clásicos a los que logra reinventarlos una vez más. El álbum fue producido por Laust Krudtmejer Nielsen, que terminó en su Dinamarca natal la mezcla de los temas que se grabaron en la Ciudad del Viento. El repertorio cuenta con Killing floor, Everyday I have the blues, Mean old Frisco y I’m ready, a los que suma su versión inmaculada de Cold as ice, del grupo Foreigner, y Standed in Clarksdale, que compuso para su álbum Back in the Delta. Otro tema es I know you’re gone, que escribió el guitarrista Morten Lunn, uno de los músicos daneses que conformaron la banda que acompañó a Burns en la grabación. Además, el disco tiene tres temas recitados en los que Burns cuenta su historia de vida ligada al blues. Este nuevo trabajo es todo un desafío para Burns, que acaba de cumplir 77 años. Aquí demuestra que el blues de Chicago está vigente y que a su vez también es permeable a reinterpretaciones y variaciones de su sonido clásico sin perder su esencia.

Robert Cray – That’s What I Heard. Así como lo hizo en 1999, 2014 y 2017, Robert Cray volvió a juntarse con el productor Steve Jordan para este nuevo disco en el cual, otra vez, antepone sus raíces de southern soul. El álbum se nutre de nuevas composiciones, un exquisito cover de Curtis Mayfield (You’ll want me back), un tema escrito por Jordan y Kim Wilson (Promises you can’t keep) y la hermosa balada You’re the one, que lleva la rúbrica de Dedric Malone. Si bien el southern soul y el R&B son los estilos que predominan en el álbum, una de las canciones que más se destaca tiene una marcada impronta gospel, Burying ground, en el que la voz sencilla y apasionada de Cray se combina con un coro estremecedor. El lanzamiento de That’s what I herad se da, además, a 40 años de la edición de su primer disco, Who’s been talking, su álbum más blusero. En todos estos años, el guitarrista demostró que con cada nuevo trabajo siempre tuvo algo para decir, a veces con mejores resultados que otros, pero nunca cayendo en clichés o meras repeticiones. Si bien el blues fue su cuna y ahí fue donde lo encasillaron los críticos y la industria, él siempre se sintió más cómodo en otros terrenos musicales, más allá de que cuando toca blues lo hace como los dioses. Este nuevo trabajo viene a reivindicar una trayectoria, un estilo y, por qué no, a sentenciar el lugar en el que siempre quiso estar.

jueves, 2 de abril de 2020

El patriarca

Ellis y Wynton Marsalis
Ellis Marsalis fue un ícono del jazz moderno, el patriarca de una talentosa familia y un maestro ejemplar. Como pianista grabó más de una veintena de discos; como padre les transmitió a sus hijos los valores de la tradición de Nueva Orleans, el arte de la improvisación y el amor por la música; y como docente formó a grandes figuras del jazz como Harry Connick Jr., Terence Blanchard y Nicholas Payton.

El miércoles por la noche, un día después del fallecimiento del trompetista Wallace Roney por coronavirus, Marsalis murió afectado por la misma enfermedad que asola al mundo y nos tiene en cuarentena. Tenía 85 años.

“La neumonía fue la causa directa de la muerte, pero fue ocasionada por el covid-19”, confirmó la familia Marsalis en un comunicado.

Ellis Marsalis nació y se crió en Nueva Orleans. La música estuvo siempre con él. Se formó tocando el saxo, pero con el tiempo se volcó al piano. Con ese instrumento se destacaría en su carrera que, irónicamente, despegó a mediados de los ochenta luego del éxito de dos de sus hijos: Wynton y Brandford. Otros dos, Delfeayo y Jason, también son reconocidos músicos de jazz.

En la década del sesenta integró la banda estable de un reconocidoclub de jazz de Nueva Orleans, participó en discos de los hermanos Cannonball y Nat Adderley y tocó en el grupo del trompetista Al Hirt, otro prodigio de esa ciudad. En la década del setenta se dedicó a la docencia y fue recién en 1982 cuando su nombre saltó al mainstream del jazz.

El curioso álbum Fathers & Sons fue un disco editado por el sello Columbia, que en su cara A tenía a Ellis, Wynton y Branford en formato quinteto junto al contrabajista Charles Fambrough y el baterista James Black interpretando algunos temas originales y una exquisita versión de Lush Life, de John Coltrane. En el lado B cambiaba todo: los protagonistas eran Von y Chico Freeman, padre e hijo respectivamente, con otra formación acompañándolos. Ese disco fue un verdadero trampolín para Ellis y sus hijos, aunque Winton ya se había hecho popular en el mundo del jazz un año antes, cuando, con apenas 19 años, grabó su álbum debut respaldado por la sección rítmica que Miles Davis tuvo en los sesenta: Herbie Hancock, Wayne Shorter, Ron Carter y Tony Williams.

En los años siguientes, Ellis Marsalis grabó álbumes para los sellos ELM -fundado por él-, Rounder, Rhino y Blue Note. Para este último, precisamente, registró un álbum en formato trío alcanzando un pico musical y unas ventas razonables. Eso lo puso bajo la órbita Columbia, que ya los tenía fichados a Wynton y a Branford. Su primera aparición para el gigante discográfico fue con el tema This is Christmas, en el álbum navideño Jazzy at Wonderland que sumaba a las figuras del jazz que integraban el catálogo: Harry Connick Jr., Tony Bennett, Grover Washington Jr., Nancy Wilson, Joey DeFrancesco y, por supuesto sus dos hijos famosos. Luego vendrían cinco discos solista al hilo que, al día de hoy, son sus mejores trabajos de estudio: Heart of Gold (1991), Whistle Stop (1993), Joe Cool’s Blues (1994), Loved ones (1995) y Twelve’s it (1998). En cada uno de esos discos, Ellis Marsalis mostró sus dotes como pianista, su inacabable capacidad para improvisar, unos fraseos exquisitos y una sonido cálido y sentimental.

Cuando su vínculo con Columbia terminó, el pianista firmó con Sony para un disco que fue lanzado en 1999 y luego empezó a rebotar en sellos más pequeños como Munck Music o ESP, y también en su propio ELM, para los que registró más que nada discos en vivo, muchos en el Jazz & Heritage Festival, el más prestigioso de Nueva Orleans.

“Se fue de la misma manera en que vivió: aceptando la realidad”, tuiteó anoche Wynton.

Mientras que Branford eligió estas palabras para despedirlo: “Todos podemos maravillarnos de la absoluta audacia de un hombre que creyó que podía enseñarles a sus hijos negros a ser excelentes en un mundo que rechazaba esa posibilidad, y entonces verlos llegar a redefinir lo que significa la excelencia para siempre”.