viernes, 29 de junio de 2012

Pinoteando

En los últimos años hubo un boom de pinot noir en la Argentina. Como ya expliqué en otros post, el efecto Entre copas, por la película que protagonizó Paul Giamatti, generó que el pinot se convirtiera en la uva top del mercado vitivinícola estadounidense y también en algunos países europeos. Y aquí pasó algo similar. El pinot desplazó casi por completo del mercado al merlot. Recuerdo que me lo había anticipado hace un par de años el sommelier Daniel López Roca: “El merlot no se lo van a vender a nadie”, me dijo. Hoy en las vinerías, hay botellas de pinot de casi todas las grandes bodegas y de otras más pequeñas también. El fin de semana probé el Unoaked cosecha 2010 de Nieto Senetiner, un vino fresco, delicado en boca y muy equilibrado. Según explica en la contraetiqueta, el enólogo de la bodega decidió no pasar el vino por madera para “potenciar sus bondades”. Y la verdad hay que decirla: es un vino exquisito. Esta vez fue compañero de unos capeletis caseros con manteca y salvia al ritmo del blues.

miércoles, 27 de junio de 2012

Entre el Cielo y el Infierno

The Devil ain’t got no music es un viaje en el tiempo para Lurrie Bell. Hace años, cuando estaba en el sur, a Lurrie no lo dejaban cantar blues como a muchos otros jóvenes, ya que sus abuelos y la comunidad en las que vivían la consideraban la música del Diablo. Entonces él aprendió a disimular sus gustos tocando en su guitarra acordes bluseados con un canto apasionado de Iglesia por encima. Esa fusión que absorbió desde la adolescencia la volcó de lleno en este disco de blues y góspel acústico. Lurrie Bell nos muestra así como fue su vida entre el Cielo y el Infierno, antes de convertirse en el guitarrista eléctrico que lo llevó a la cima del blues de Chicago.

Probablemente este sea uno de los dos o tres mejores discos del año. Se trata de un compendio de canciones emitidas directamente desde el alma. Auténticas, profundas, impulsivas. Sólo un hombre que sufrió en la vida como Lurrie pudo lograr un álbum así.

El disco tiene cuatro spirituals tradicionales: Swing low, It’s a blessing, Trouble in my way y Don’t let the Devil ride; dos canciones del Reverendo Thomas Dorsey, Search me lord y Peace in the valley; y una versión conmovedora de Death don’t have no mercy, del Reverendo Gary Davis, con la que Lurrie cierra el disco solo con su guitarra y aullando sus blues.

El repertorio fue elegido cuidadosamente y muy bien trabajado por el productor Matthew Skoller, quien compuso el track que le da nombre al disco, The Devil ain’t got no music, en el que lo acompaña con la armónica junto a Kenny “Beedy Eyes” Smith, hijo del legendario Willie Smith, en batería, y Josef Ben Israel en contrabajo. Después hay dos elecciones muy curiosas. La primera es Way down in the hole, el tema de Tom Waits que David Simon eligió para musicalizar la serie The Wire. Aquí, Lurrie canta con una fuerza sobrenatural acompañado otra vez por Kenny Smith y Cynthia Butts en coros. La otra es Lo and behold, una canción que James Taylor grabó en su disco Sweet baby James, de 1970.

Lurrie también se anima solo a una emotiva versión campestre de Why don’t you live so God can use you, un tema religioso que Muddy Waters compuso cuando vivía en la plantación Stovall, en el Delta del Mississippi. Y I’ll get to Heaven on my own fue compuesta por Joe Louis Walker, que aquí aporta su toque aplaudiendo y haciendo coros. JLW también toca la guitarra con slide en It’s a blessing. Además participaron de la grabación el histórico amigo de Lurrie, Billy Branch, quien sopla su armónica en Trouble in my way, y Bill Sims Jr, de la Heritage Blues Orchestra, en otras tres canciones.

The Devil ain’t got no music es un trabajo fascinante donde la música del Diablo se entrelaza con la del Señor, como el yin y el yan, en el alma de un bluesman de pura cepa.

lunes, 25 de junio de 2012

Ganó el blues

Fotos Ramiro Colombatti
Anoche tuve el honor de integrar el jurado del Primer Concurso de Bandas organizado por la Escuela de Blues y Blues en Movimiento. El escenario fue República de Acá, en Lacroze y Álvarez Thomas, donde se presentaron cinco bandas en vivo: dos de Capital, una de Longchamps, otra de Ramos Mejía y la restante de Rosario. El evento estuvo sensacional. La organización fue impecable, hubo muy buena onda, excelente música y una gran compañía.

Los responsables de todo fueron Gabriel Cabiaglia, Mauro Diana, Florencia Rodríguez y Gabriel Gratzer, éste último también fue el maestro de ceremonia. Sentados a mi lado estuvieron otros dos colegas, Pablo Piñeiro y Guillermo Blanco “Señor Alvarado”, el productor y músico, Mariano Cardozo, todos ellos amigos con los que compartimos ya muchas noches de blues. Los otros dos miembros fueron Diego Ripoll y la cantante Cristina Dall. Pero el desafío de anoche sobre el escenario en realidad había comenzado hace varios meses. Los chicos de Blues en Movimiento vieron y analizaron la performance de decenas de bandas por video y finalmente eligieron a estas cinco.

50 Negras Blues Band
Las reglas eran simples. Para las bandas, tres temas en 20 minutos cada una; para nosotros, puntuarlas de de 1 a 10, mientras comíamos una rica pizza con un buen malbec. El lugar estaba casi repleto de familiares y amigos de los más 30 de músicos que estuvieron en escena. Primero comenzó 50 Negras Blues Band, que tocó, por ejemplo, clásicos del blues como Long distance call y Crosscut saw. Sonaron bien, pero tal vez, por ser los primeros, arrancaron un tanto nerviosos y tuvieron un par de desacoples. De todas maneras creo el cantante es muy bueno y tienen presencia arriba del escenario.

Luego siguió otra banda porteña con un nombre curioso y una propuesta diferente. Atún blues ofreció un sonido country, muy Nashville, que nos sorprendió a todos. Los dos primeros temas campestres me gustaron, uno me pareció que era Lovescik blues, sobre todo por las armonías vocales. Pero en el único blues blues que tocaron, Before you accuse me, se los notó como que no estaban muy cómodos.En tercer lugar subieron al escenario unos muchachos del sur bonaerense, con saco y sombrero, que se presentaron bajo el nombre de Black Jack. Ellos fueron los únicos que tocaron dos temas propios y cantados en español, que sonaron un poco a la Mississippi y otro poco a Memphis, pero que estamparoncon un sello personal. El cantante, en este caso, compensó algún desliz vocal con mucha actitud arriba del escenario. Y me gustaron algunos arreglos interesantes que mostraron, aunque para el último tema no fueron muy creativos con la elección de Got my mojo workin’.

Natalia Nardiello
Después apareció en escena Semilla Negra, un dúo de rosarinas, Florencia Ruiz y Natalia Nardiello, que presentó un set de canciones tradicionales como Stealin’, un tema viejísimo que recuerdo haber escuchado por la Memphis Jug Band; otra de Memphis Minnie, que me pareció que era In My girlish days; y por último St. James Infirmary. Pero más allá del exquisito repertorio la propuesta fue muy interesante desde lo instrumental por la combinación de teclado, banjo y voz, algo que no se ve con frecuencia por estos pagos. Ellas tuvieron algunos problemas de sonido, unos acoples molestos que de todas maneras no influyeron en su buena presentación.

Emiliano De Lio, cantante de Delta Catfish
Cerró el quinteto de Ramos Mejía, Delta Catfish. Su presentación, por el estilo, se asemejó a la de 50 Negras. Blues eléctrico con un anclaje en Chicago y con un repertorio que combinó a Muddy Waters y Little Walter. Si bien la elección de temas no fue sorprendente –incluso también tocaron Got my mojo workin’- sonaron más ensamblados que los demás. Se notó una buena conexión entre todos ellos, una rítmica sólida y mucha prestancia de cara al público. Y muy buena la armónica de Alejandro Álvarez.

La elección fue muy reñida: en segundo lugar quedó Semilla Negra y ganaron los Delta Catfish, quienes ahora podrán grabar un EP de tres temas producidos en los estudios de la Escuela de Blues y abrirán una de las noches del Ciclo Blues en los Barrios. Pero más allá de la contienda en sí, lo importante fue que un evento así se pudo llevar a cabo y que, seguramente, el año que viene se volverá a repetir. Y, como dijo Mauro Diana, el verdadero ganador fue el blues.

viernes, 22 de junio de 2012

Blues blanco

Mike Bloomfield
El 19 de junio de 1954, un joven nacido en Tupelo, Mississippi, entró por segunda vez a los estudios Sun Records, en Memphis, para grabar That’s all right, un blues que Arthur “Big Boy” Cudrup había compuesto ocho años antes. Ese muchacho, de voz profunda y movimientos irreverentes para la época, se convirtió en el Rey. Su nombre: Elvis Presley. Hay una simplificación histórica que indica que ese podría ser el surgimiento del blues blanco o el nacimiento del rock. Es un buen punto de partida, pero no del todo exacto, ya que Jackie Brenston junto a Ike Turner habían grabado Rocket 88 en 1951 y el padre de la música folk, Woody Guthrie, venía cantando sus blues nómades desde hacía décadas, así como otros pioneros como Jimmie Rodgers, Hank Williams o los Allen Brothers.

Alexis Korner
Unos pocos años después de la irrupción de Elvis, la música de raíces norteamericana comenzó a invadir las costas de Gran Bretaña. A fines de los 50, los barcos llevaban a los puertos británicos discos de artistas como Muddy Waters, Chuck Berry, Howlin’ Wolf y Eddie Boyd. El primero que absorbió esos sonidos fue Alexis Korner, creador de la banda Blues Incorporated, que tuvo entre sus filas a Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Ginger Baker, entre otros. Así comenzó el blues inglés, que en los años sucesivos se ramificó de una manera brutal con el surgimiento de bandas como los Rolling Stones, los Pretty Things, los Animals y los Yardbirds. En paralelo, otro maestro del género, John Mayall, formó los Bluesbreakers, que tuvo entre sus filas a Eric Clapton, Peter Green y Mick Taylor. Esa explosión de blues inglés, que incluyó otros nombres como Jeff Beck, Rod Stewart, Jimmy Page y Robert Plant, desembarcó a mediados de los 60 en Estados Unidos.

Eso fue como un cachetazo para los jóvenes blancos de ese país. Desde el otro lado del Atlántico estaban reescribiendo la música de su tierra y refregándoselas en el rostro. Claro que en los Estados Unidos pasaba algo que en Inglaterra no ocurría: la segregación racial. Hasta comienzos de los 60 era una locura pensar en bandas mixtas. Solo unos pocos se habían atrevido a eso y eran músicos de jazz como Louis Armstrong, Duke Ellington o Miles Davis.

Bob Dylan, 1962
El surgimiento del blues blanco estadounidense, tal como se lo conoce, está muy ligado al despertar de los derechos civiles. Por caso vale mencionar el disco debut de Bob Dylan, de 1962. Siguiendo los pasos de Woody Guthrie, Dylan grabó un puñado de canciones acústicas de músicos originarios como Blind Willie Johnson, Fred McDowell, Blind Lemon Jefferson y Bukka White. Dylan hizo base en Nueva York y el aporte de sus canciones al movimiento por los derechos civiles fue fundamental. También en la Gran Manzana, pero dos años después, surgió un amigo suyo, e hijo de un prestigioso reclutador de talentos musicales, que se mostraba muy orientado al blues del Delta. Entre 1964 y 1967, John Hammond Jr. grabó una serie de discos fundamentales para el desarrollo del blues blanco.

Paul Butterfield
A comienzos de los 50, Chicago se convirtió en la meca del blues moderno. El sello Chess hizo historia grabando a artistas como Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Little Walter, Willie Dixon, Bo Diddley y Sonny Boy Williamson. Tuvieron que pasar poco más de diez años para que un grupo de jóvenes blancos se animara a subir a los escenarios de la ciudad a tocar sus blues. Eso sucedió en 1964 de la mano de Paul Butterfield, un exquisito armonicista que supo rodearse de dos guitarristas fabulosos: Mike Bloomfield y Elvin Bishop. Ellos empezaron haciendo covers y tiempo después, con el auge del hipismo, la Paul Butterfield Blues Band llevaría su música a la Costa Oeste, principalmente a San Francisco. Allí, Mike Bloomfield decidió seguir por su cuenta y formó junto a Nick Gravenites la banda Electric Flag, con una orientación más rockera.

En 1966, también en California, pero bien al sur, en la ciudad de Los Angeles, dos coleccionistas de discos se juntaron para crear una de los grupos más poderosos de la historia del blues moderno. Alan Wilson y Bob Hite, apodado “El Oso”, sumaron al fabuloso guitarrista Henry Vestine y una buena sección rítmica para dar forma a Canned Heat. Si bien participaron de los principales festivales de de la época –Monterey Woodstock- y grabaron unos discos decisivos, la muerte de Wilson en 1970 golpeó duro a la banda.

Johnny Winter
En el sur de los Estados Unidos también hubo movimientos importantes. En Texas, apareció el más blanco de los blancos tocando como si fuera el más negro de los negros: Johnny Winter. Él y su hermano Edgar habían escuchado blues en el corazón del Mississippi, durante el tiempo que les tocó vivir en Leland. Uno con la guitarra y el otro con el saxo y los teclados comenzaron a darle forma al blues blanco texano de fines de los 60. En la década siguiente ambos se alejarían hacia la senda del rock and roll hasta que Johnny Winter decidió volver a las fuentes para producir a Muddy Waters, en 1977. Pero mientras los albinos llenaban grandes estadios, en 1974 aparecieron los Fabulous Thunderbirds, con Jimmie Vaughan y Kim Wilson a la cabeza, tocando un estilo de blues influenciado por los Nightcaps, plagado de shuffle, que abrazaba al R&B y al rock and roll por igual. Ellos serían clave una década más tarde con el resurgimiento del blues que tuvo a otros texanos como protagonistas, especialmente a Stevie Ray Vaughan.

Dr. John
También en los 60, pero en Nueva Orleans, apareció un personaje clave hasta el día de hoy. Mac Rebennack, más conocido como Dr. John, había empezado a tocar la guitarra a fines de los 50, pero un accidente que le afectó una mano lo orientó al piano, donde se dejó llevar por el estilo de Professor Longhair y James Booker. Su música no se ciñó al blues, sino que más bien hizo un collage con los diferentes sonidos de la ciudad como el boogie woogie, el funk y el jazz. A mediados de los 60 emigró a Los Angeles, donde sumó nuevos elementos a su estilo: el voodoo y la psicodelia lo convirtieron en el Night Tripper.

Duane Allman
Un poco más al este, pero siempre en el sur profundo, otros dos hermanos comenzarían tocando blues para terminar creando un nuevo género: el rock sureño. Gregg y Duane Allman formaron la Allman Brothers Band en Macon, Georgia, en 1969. Los primeros dos discos de la banda, el álbum homónimo e Idlewild south, son una excelente demostración de cómo la música de los negros estaba en su sangre. La temprana muerte de Duane, en un accidente de moto, obligó a Gregg a reemplazarlo tiempo después con Warren Haynes, aunque no se apartaron de su senda.

Todos ellos, los ingleses y los gringos, con el tiempo se cruzaron: Mike Bloomfield grabó un disco junto a Dr. John y John Hammond. Eric Clapton se juntó con Duane Allman para las Layla sessions bajo el nombre de Derek & The Dominos. Paul Butterfield tocó con John Mayall. Y así el blues siguió derribando fronteras, mezclando razas, intercambiando sonidos y sentimientos. Como lo sigue haciendo hoy.

miércoles, 20 de junio de 2012

Dos décadas de blues

La Vieja Ruta ya lleva 20 años haciendo sonar sus blues en escenarios porteños, bonaerenses y de otras regiones de la Argentina. Es por eso que hoy es una de las bandas más longevas de la escena local. Además de tocar buenos blues, a veces mezclados con boogie woogie o funky, tiene una rara virtud: haber sufrido pocas modificaciones en su formación a lo largo de los años. Eso habla bien de los integrantes de la banda y se nota que además de amoldarse musicalmente también lo hacen como personas.

J.W. Jones
En sus comienzos, se convirtieron en una de las bandas preferidas del recientemente fallecido Adrián Otero y hasta su primer álbum, Vendiendo el alma, fue reseñado por la revista Living Blues. Hoy dos décadas después siguen con la misma energía de siempre y acaban de lanzar su tercer disco. Trabajo fino fue grabado en vivo en los estudios Circo Beat y contó con la producción de Martín Gandulfo. El álbum tiene diez temas: nueve fueron compuestos por la banda y el único cover, High compression, de James Cotton, tiene una particularidad: cuenta con la guitarra del canadiense J.W. Jones que grabó desde Ottawa, creando un puente virtual de norte a sur muy interesante.

Ricardo Tapia
Además del músico canadiense, el disco cuenta con otros dos invitados de peso del blues local: Ricardo Tapia, cantante de La Mississippi, aporta su potencia vocal en La negra de mis sueños y el guitarrista Daniel Raffo suma un solo apasionado en Yiro perfumado. Pablo Cabrera y Gustavo Dinerstein, también conocidos como la Norman’s Horns, aportan en algunos temas el sonido de los saxos.

Las letras de las canciones giran en torno a pasarla bien con amigos, amores no correspondidos y pasiones que se apagan. No hay una lírica poética profunda, sino que las letras son directas y simples, muy fáciles de memorizar para cantar con ellos en sus shows. En líneas generales, el álbum es más bien festivo y tiene un solo blues lento: Te lo tengo que contar, que cuenta con un buen slide Ariel Rogé y un muy buen solo de armónica de Walter “Rana” René. El resto de la banda la completan el otro guitarrista Fernando Heller, el pianista Ariel Masini, el saxofonista Martín Tojo, el bajista Daniel Garavaglia y el baterista Adrián Scollo.

El arte del álbum merece un párrafo aparte: el dibujo de tapa fue realizado por Facundo Teyo y las fotos fueron hechas por Ornella Capone. Tanto en lo musical como en lo visual se nota que La Vieja Ruta logró lo que buscaba: un trabajo fino para celebrar 20 años a puro blues local.


lunes, 18 de junio de 2012

Volver al pasado

Sólo los fanáticos saben lo que significa que Neil Young saque un nuevo álbum, porque cada disco es una sorpresa. El viejo Neil puede sorprender con un trabajo en solitario o bien volver una y otra vez a sus fieles caballos locos. Esta vez eligió lo último para su flamante disco Americana que, tal como lo anticipa el título, se trata de todas –o casi todas, más bien- canciones tradicionales de un pasado que, si bien parece lejano, en manos de Neil Young cobra un nuevo sentido.

Siempre es bueno escuchar a Neil Young rodeado por Ralph Molina (batería), Frank "Poncho" Sampedro (guitarra) y Billy Talbot (bajo), ya que ellos conocen a la perfección todos los yeites del canadiense. Ya hacía bastante que no estaban juntos, desde aquel fenomenal álbum conceptual Greendale, de 2003. Neil Young definió así a Americana: “Lo que une estas canciones es el hecho de que, aunque pueden representar a un país que ya no existe, las emociones y los escenarios detrás de ellas aún resuenan con lo que está pasando en el país hoy en día, si bien no tienen el impacto de hace 200 años. Las letras reflejan las mismas preocupaciones y siguen siendo significativas para una sociedad que pasa por problemas económicos y culturales, especialmente en un año electoral. Son tan conmovedoras y poderosas hoy en día como el día en que fueron escritas”.

Canciones tradicionales como Oh Susannah, Gallows pole o High flyin’ bird suenan como si fueron grabadas de primera toma en un garaje, algo que es propio de Young con los Crazy Horse. Clementine, una balada country folk, que se remite a la fiebre del oro de los años 20, resume uno de los temas que la lírica de Young abarca desde hace décadas. Musicalmente el disco es sólido. Las guitarras suenan con fuerza entre la voz del canadiense, casi siempre respaldada por el coro de los músicos y su esposa, Pegi. El único tema que no me gustó es el cover de Woody Guthrie, This land is your land, no tanto por la instrumentación, sino por el coro de niños alegres que acompaña de fondo. Y también me pareció curiosa la inclusión de God save the Queen, que poco tiene ver con el resto de las canciones. Pero más allá de esos “deslices”, Americana es la reinterpretación del pasado de uno de los músicos contemporáneos más influyentes.

sábado, 16 de junio de 2012

El Verano del Amor

 En 1969 cientos de miles de jóvenes con mensajes de paz y amor, sorprendieron al mundo con tres días a puro rock & roll. Así, Woodstock pasó a la historia como el más grande de todos los festivales de rock y su sola mención sintetiza una época exaltada por la guerra de Vietnam, los conflictos raciales, los derechos civiles, los crímenes políticos y la psicodelia. Pero Woodstock no inauguró la época de los recitales masivos y mucho menos la del flower power. El inicio había sido dos años antes, en pleno verano boreal, cuando otro festival gratuito atrajo a más de 200.000 almas. Los días 16, 17 y 18 de junio de 1967, hace 45 años, marcaron el comienzo del llamado Verano del Amor. Desde lo musical, el Monterey Pop Festival fue revolucionario: apareció en escena Janis Joplin y Jimi Hendrix prendió fuego su guitarra mientras interpretaba Wild Thing y cambió para siempre la historia del rock.

Otis Redding
Monterey es una pequeña ciudad californiana a dos horas al sur de San Francisco, custodiada por colinas bajas y hermosas playas que dan al océano Pacífico. Ese paraíso de pequeños viñateros y pescadores fue el lugar elegido por los productores Lou Adler y Alan Parisier, y el grupo The Mamas and The Papas para hacer el concierto masivo y multicultural que soñaban.

Los artistas de rock del momento eran Los Beatles —que acaban de editar el monumental Sgt. Pepper—, los Rolling Stones, Cream, The Beach Boys y Bob Dylan. Por distintas razones ninguno de ellos pudo presentarse, pero eso no significó un escollo para el éxito del evento. Al final, un beatle y un stone contribuyeron con la organización: Paul McCartney integró la comisión del festival y fue quien sugirió que incluyeran a Hendrix, hasta entonces un guitarrista estadounidense poco conocido en su país que ya había cautivado a los ingleses. Brian Jones fue uno de los maestros de ceremonia.

Janis Joplin
El festival comenzó el viernes 16 con el show de The Association, un grupo pop californiano que se codeaba con la psicodelia. Ese día además se presentaron el cantante Low Rawls, Simon & Garfunkel, Johnny Rivers y los británicos The Animals.

El sábado fue un día muy intenso y repleto de blues: Canned Heat, Paul Butterfield Blues Band, Steve Miller y The Electric Flag, la banda del guitarrista Mike Bloomfield. Pero hubo mucho más. La ciudad de San Francisco, cuna del movimiento hippie, se vio representada por dos bandas de pura cepa psicodélica: Jefferson Airplane y Moby Grape. Y la gran urbe de Los Angeles aportó a los populares The Byrds, que tocaron varios temas de Dylan como Chimes of Freedom y He was Friend of Mine.

Paul Butterfield
Ese mismo día el mundo descubrió a quien se convertiría en la gran voz blanca del blues y en un ícono de la contracultura hippie. Janis asomó tímidamente al frente de Big Brother & The Holding Company y cautivó a todos con una notable versión de Down on me. Luego la siguió el cantante soul Otis Redding. Su poderío vocal explotó con Try a little Tenderness.

El domingo abrió el músico indio Ravi Shankar, el único que cobró dinero (3.000 dólares) por presentarse en el festival. Hipnotizó al público con el sonido de su sitar. El trance seguiría con los shows de Buffalo Springfield (con Stephen Stills y Neil Young), los Grateful Dead y una nueva aparición de Janis Joplin y su banda.

The Mamas and The Papas cerró el show con su hit California Dreamin' y el clásico Dancing in the Street. Pero antes que eso, apareció la Hendrix Experience en escena. Empezó con toda la potencia del blues Killing floor y siguió con Like a Rolling Stone de Dylan, Foxey Lady, Purple Haze y el memorable final de Wild Thing. Tocó con los dientes, por detrás de la espalda con una precisión y un virtuosismo nunca visto hasta entonces. Ya sabiendo lo que les esperaba, The Who decidió presentarse antes que Hendrix. "Cómo íbamos a tocar después de él, se hubieran reído de nosotros" admitió tiempo después Pete Townshend. "La guitarra se volvió una extensión de su cuerpo", contó luego el actor Dennis Hooper, testigo de aquella noche mágica, en la que el rock cambió para siempre.

Esta nota, con algunas modificaciones, fue publicada en Clarín hace cinco años

jueves, 14 de junio de 2012

Diminuendo and Crescendo in blue

Esta es una pequeña historia dentro de la gran historia del jazz. Es el relato de un momento mágico que recuperó la carrera de un genio. Es una buena síntesis del poder de la música.

Duke Ellington fue una especie de amo y señor del jazz durante 30 años: líder de la mejor orquesta, compositor inigualable, pianista brillante. Sus presentaciones en el célebre Cotton Club de Harlem, en Nueva York, se convirtieron en legendarias. Su Big Band sonaba a la perfección en radios de todo lso Estados Unidos. Aparecía en tevé y conquistaba tanto al público de Broadway como al de Hollywood. Pero entre 1954 y 1955 comenzaron los problemas: sus shows ya no eran tan requeridos como antes y sus músicos, que se habían mantenido junto a él durante todo ese tiempo, comenzaron a dejar la formación. Todo eso repercutió en sus finanzas. Sus cuentas estaban en rojo y su ánimo por el piso.

Paul Goncalves
Pero a mediados de 1956 tuvo su gran oportunidad. El empresario George Wein lo invitó a participar en la tercera edición del Festival de Jazz de Newport, que convocaba a gente de alto poder adquisitivo de la Costa Este, y el 7 de julio Ellington se presentó con su Big Band. Según cuenta Ken Burns en su magnífico documental sobre el jazz, antes de salir a escena Ellington arengó a sus músicos como nunca antes lo había hecho. Ya frente al público, presentaron una pieza llamada The Newport Festival Suite que tuvo una discreta recepción, pero antes de que se aproximara el final, mucha gente comenzó a irse y Ellington lo notó. Fue entonces cuando empezaron a tocar el clásico Diminuendo and Crescendo in blue.

Lentamente el swing fue ganando la escena y la gente que se estaba yendo regresó a sus asientos. Cuando el saxofonista Paul Goncalves comenzó su solo ya no habría marcha atrás. Una mujer rubia, muy sensual, no aguantó más el clamor del ritmo, se levantó y comenzó a bailar. Ellington percibió que algo mágico estaba ocurriendo y le hizo señas a Goncalves para que siguiera tocando. Y el saxofonista así lo hizo durante 27 coros. El resto del público se contagió de la música y de la mujer, y todo terminó como una gran fiesta a puro frenesí. Ellington confesó que, a pesar de las tres décadas que llevaba al frente de su banda, nunca le había pasado algo así. Fue un nuevo despertar para el viejo y carismático líder.

Ese show fue editado en un disco bajo el nombre de Ellington at Newport, que se convirtió en su álbum más vendido de la historia. De todas maneras, la grabación de Diminuendo and Crescendo in blue no es completamente la original, sino que tuvieron que volver a grabarla por algunas cuestiones de sonido, aunque los murmullos de la gente que se escuchan de fondo si son los verdaderos.

Duke Ellington compuso Diminuendo and Crescendo in blue en 1937. El tema se volvió en un clásico en la década del cuarenta. Pero fue recién en 1951 cuando Goncalves se animó a pedirle al Duque que lo dejara improvisar un solo más extenso durante un show en el Birdland de Nueva York. Esa vuelta fueron 26 coros y la gente también estalló. Algunos especialistas dicen que fue aún más intenso y creativo que el de Newport, pero la historia tiene sus bemoles y tuvo que pasar lo que pasó para que esa canción se convirtiera en el puntapié para la recuperación de uno de los más grandes compositores de la historia de la música contemporánea.




martes, 12 de junio de 2012

La escena del crimen

La crónica policial y la historia de la música contemporánea se entrelazan en este post.

Robert Johnson (1911-1938). Mucho se ha hablado de la vida de este bluesman del Mississippi. Con el tiempo, su historia fue adquiriendo detalles fantásticos, que si bien nadie se anima a confirmar, muy pocos los contradicen. El supuesto pacto con el Diablo en una encrucijada de caminos, las 29 canciones que compuso y grabó entre 1936 y 1937, y las únicas tres fotos suyas que existen son algunas de las cosas que alimentan su leyenda. Su misteriosa y temprana muerte, el 16 de agosto de 1938, inauguró la saga trágica de los 27 años. Según se pudo reconstruir, algunos días antes de esa fecha se presentó para tocar en un juke joint (bar característico del Mississippi) de Three Forks, a 20 kilómetros de la ciudad de Greenwood. Esa noche habría bebido moonshine (whisky clandestino) de un vaso que le dieron y poco después empezó a sentirse mal. Pasó varios días agonizando en una habitación alquilada hasta que murió. Las sospechas es que fue envenenado por un marido celoso, probablemente el dueño del antro en el que estaba tocando.

John Lee “Sonny Boy” Williamson (1914-1948). Uno de los máximos exponentes del blues de preguerra también murió de una manera brutal. Williamson fue un armonicista extraordinario, el maestro de los maestros, el pionero en hacer escuela con ese pequeño instrumento. Estaba en el apogeo de su carrera, su canción Shake that boogie era un éxito, cuando la muerte se interpuso en su camino. El 1º de junio de 1948 tocó en The Plantation Club, en la calle 31 y la avenida Giles, en la zona sur de Chicago. Era una noche calurosa y luego de una jornada agotadora, Williamson decidió volver caminando a su casa. En el trayecto fue víctima de un asalto. No hubo armas de fuego ni cuchillos. Simplemente Lo molieron a golpes. Sus últimas palabras fueron: “Señor ten piedad”. Sus restos descansan en Jackson, Tennessee, tal como él lo había pedido.

Sam Cooke (1931-1964).El 11 de diciembre de 1964, Sam Cooke estaba alojado en el Hacienda Motel, en Los Ángeles, y lo que pasó esa noche solamente lo sabe la mujer que lo mató: Bertha Franklin, la conserje. Ella confesó el crimen, pero dijo que fue en defensa propia. Según su relato, Cooke, que se había alojado poco antes con una mujer, apareció abruptamente en su oficina, semidesnudo y descontrolado. Empezaron a forcejear, ella alcanzó a tomar su arma y le disparó un tiro en el pecho. Como Cooke seguía en pie, Franklin tomó una escoba y le dio con el palo en la cabeza. Ese fue el final del cantante que había revolucionado a la música soul de comienzos de los sesenta con su encantadora voz. La noticia generó un cimbronazo en la comunidad negra en pleno auge de los derechos civiles. Los investigadores establecieron que Cooke se registró con una prostituta, que ésta le robó dinero y sus ropas, y que cuando salió a buscarla enfurecido se topó con Franklin quien se asustó y todo eso derivó en el trágico desenlace. La justicia de California cerró el caso y la mujer fue absuelta por tratarse de un caso de legítima defensa, aunque siempre quedaron dudas si todo no se trató de una emboscada.

Brian Jones (1942-1969). El 3 de julio de 1969, el cuerpo de Brian Jones, fundador de los Rolling Stones, apareció flotando en la pileta de la mansión de Sussex en la que se había recluido luego de dejar la banda, o mejor dicho, después de que Jagger y Richards lo echaran. Durante tres meses estuvo solo o acompañado por su novia sueca Anna Wohlin, a pura droga y alcohol. Así que la versión de que se había ahogado de forma accidental no sorprendió a nadie. Y esa hipótesis fue la que prevaleció durante varios años, aunque siempre hubo rumores de que algo más había pasado. En 1993, Frank Thorogood, un constructor que a fines de los 60 tuvo la tarea de refaccionar la mansión y también la de vigilarlo por pedido de su manager, confesó a un allegado que lo había matado. Varios años después se intentó reabrir el caso pero todo quedó en la nada, principalmente porque el hombre que había escuchado la supuesta confesión lo negó. Y además porque la policía, tal vez para cubrir algunos errores del pasado, optó por no profundizar la investigación.

Al Jackson Jr. (1935-1975). La música de Stax, el soul de Memphis, no sería lo mismo si no hubiera existido Al Jackson. Él fue el hombre que le dio el beat tan característico al sonido de Booker T & The MG’s, una de las mejores house-bands de la historia. Además de participar de grabaciones inolvidables como las de Green onions o Time is tight, tocó con casi todos los músicos que surgieron del corazón de Soulsville: Otis Redding, Wilson Pickett, Sam & Dave, Rufus Thomas, Eddie Floyd y William Bell. Tiempo después, en los primeros años 70, llegó a participar en sesiones de otros músicos como Eric Clapton, Freddie King y Shirley Brown. El 1º de octubre de 1975, Jackson vio por tevé junto a Eddie Floyd la pelea en la que Muhammad Ali venció a Joe Frazier en Manila, Filipinas. Luego volvió a su casa donde fue baleado por la espalda y murió. Su esposa alegó que habían entrado ladrones, pero a los investigadores les quedaron muchas dudas. El supuesto asesino fue el que por entonces era el novio de la cantante Denise LaSalle, quien murió meses después durante un tiroteo con la policía. El crimen de Al Jackson Jr. sigue siendo un “caso abierto”.

John Lennon (1940-1980). El crimen más famoso de la historia del rock sacudió al mundo el 8 de diciembre de 1980. Mark David Chapman ejecutó al ex Beatle de cuatro balazos calibre 38 por la espalda en la puerta del edificio Dakota, a metros del Central Park, en Nueva York. Lennon fue llevado de urgencia al Hospital Roosvelt pero los médicos no pudieron hacer nada. Murió a las 23.07, 17 minutos después de haber sido herido. Chapman estaba obsesionado con él y El Guardián entre el centeno, de J.D. Salinger. Justamente cuando la policía llegó al lugar lo encontró leyendo ese libro. Ese día, Chapman llegó temprano a la puerta del Dakota, sobre la calle 72, conversó con algunos fans, el portero del edificio y hasta logró que Lennon le firmara una copia de su disco Double fantasy cuando salía con Yoko Ono. El asesino esperó. Merodeó durante toda la tarde hasta que la pareja volvió y concretó su plan criminal. Chapman fue condenado a perpetua, aunque el juez ordenó que fuera tratado psiquiátricamente. Hoy sigue preso en una cárcel de Nueva York. La justicia le rechazó seis pedidos de libertad condicional.

Felix Pappalardi (1939-1983). Su nombre está asociado a un hito de fines de los 60, Cream, el power trío que definió el sonido del rock psicodélico. Él fue el productor que acompañó a Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker en la grabación del álbum Disraeli gears. Pero también se lo reconoce por su trabajo como bajista en Mountain, la banda que encabezaba Leslie West y que a comienzos de los 70 revolucionó a todos con el tema Mississippi Queen. El 17 de abril de 1983, Pappalardi fue baleado por su esposa, Gail Collins, y murió. Hacía tiempo que el músico mantenía un romance con otra mujer y por eso al principio no había dudas sobre cuál había sido el motivo del crimen. Pero durante el juicio, la defensa de Collins logró imponer su hipótesis, que se había tratado de una muerte accidental cuando Pappalardi le enseñaba a su esposa cómo usar el arma. Por eso Collins fue condenada a cuatro años de prisión por homicidio culposo.

Marvin Gaye (1939-1984). Un día antes de su cumpleaños número 45, el ícono del soul Marvin Gaye discutió acaloradamente con su padre. La disputa acabó de la peor manera: con Marvin muerto de un disparo de un arma que él le había regalado a su padre cuatro meses antes. Algunas notas periodísticas de la época revelan que todo se trató de la crónica de una muerte anunciada. Marvin Gaye hacía rato que padecía una fuerte depresión y, por eso, a fines de 1983 se mudó con sus padres en busca de contención. Pero nada de eso sucedió y se involucró en un espiral de violencia que agudizó su condición psiquiátrica. Durante el juicio por homicidio, Marvin Sr. fue diagnosticado con un tumor cerebral, pero el debate siguió adelante. Finalmente fue condenado a cinco años de probation, ya que el jurado consideró que actuó en un estado de emoción violenta. La muerte de Marvin Gaye fue un duro golpe para sus fans, pero eso no impidió que hoy, a casi 30 años del hecho, su música esté más vigente que nunca.

Jaco Pastorius (1951-1987). La carrera de Jaco Pastorius fue meteórica y su final fue tan trágico como increíble. En la década del 70 se convirtió en uno de los bajistas más respetados del naciente jazz rock, con una técnica completamente innovadora. Se podría decir que fue el primer músico en llevar a ese instrumento al centro de la escena. Integró la poderosa banda Weather Report, editó algunos álbumes solistas y tocó en discos de Joni Mitchell, Blood Sweat and Tears y Bireli Lagrene. Pero a mediados de los 80 comenzó a sufrir serios trastornos psiquiátricos que se agudizaron por el consumo de drogas y alcohol. Luego de protagonizar varios incidentes públicos, Pastorius se convirtió en un paria para la industria de la música. En sus últimos años, pasó la mayor parte de su tiempo en edificios donde se consumía crack. En septiembre de 1987 fue detenido en Fort Lauderdale por robar un coche y cuando salió de la cárcel intentó sabotear un show de Santana, por una vieja rencilla con el bajista Alphonso Johnson. Pero un guardia de seguridad lo echó y le dio una paliza brutal. Pastorius agonizó durante diez días hasta que murió.

Peter Tosh (1944-1987). No fue el Rey del reggae simplemente porque existió Bob Marley. Pero sin duda fue un músico notable, un pionero del movimiento Rastafari y un exponente fiel del sonido más puro de Jamaica. Comenzó junto a los Wailers, pero en 1971 optó por seguir por su cuenta. Su carrera solista incluyó una gira con los Rolling Stones, un hit junto a Mick Jagger -Don't Look Back- y ocho discos. Pero además fue un activista en pos de la legalización de la marihuana, de hecho su primer y más emblemático álbum se llamó Leagalize it. Su muerte ocurrió el 11 de septiembre de 1987 en su casa de los suburbios de Kingston. Tosh había regresado hacía poco al país luego de ganar un premio Grammy por su disco No nuclear war y estaba reunido con algunos amigos cuando tres hombres armados irrumpieron en su casa. Uno de los delincuentes era conocido de Tosh y fue quien lo ejecutó de dos tiros en la cabeza. Durante el ataque otra persona murió y hubo cinco heridos. La hipótesis es que los asesinos buscaban un dinero que Tosh habría traído de su viaje. El asesino, Dennis ‘Leppo’ Lobban, se entregó y fue condenado a muerte, aunque las apelaciones lograron evitar la ejecución. Hoy sigue preso, mientras que nunca se supo quienes fueron sus cómplices. De todas maneras, aún hoy persisten las dudas de que ese haya sido el motivo del crimen.

BONUS: 2 Pac / Notorius BIG. El mundo del hip hop tiene algunos crímenes en su cuenta. Los más célebres fueron los de 2 Pac y Notorius BIG. Los dos fueron baleados: el primero en septiembre de 1996 y el otro seis meses más tarde. Ambos crímenes alimentaron la teoría de una guerra entre los representantes de la Costa Oeste contra los del Este, pero también sacaron a la luz contratos sucios, drogas y pandillas.

sábado, 9 de junio de 2012

House of blues

Fotos Télam
La vida tiene ironías como esta. Imagino a auténticos músicos de Nueva Orleans como John Boutte o Kermit Ruffins viniendo a Buenos Aires y a duras penas llenando La Trastienda. Tengo mis dudas incluso de que un monstruo como Dr. John, tal vez la máxima inspiración musical de Hugh Laurie, pueda llenar un Gran Rex. Pero Dr. House pudo más y copó un Luna Park (hoy lo hará de nuevo). Y digo Dr. House porque el grueso de la gente fue a ver al personaje y no al músico.

Y Hugh Laurie cumplió con sus fans. Apareció en el escenario y arrancó gritos histéricos de una intensa platea femenina. Se paró frente al micrófono y comenzó a hacer una mímica mientras se escuchaba la voz del doblaje en español original de la serie. Aplausos y más aplausos. “Es verdad soy un idiota inglés y no hablo español”, fueron sus primeras palabras. Y luego, ya en su idioma, dijo: “Vamos a tocar unas canciones y tengo a la mejor banda del mundo, así que escúchenlos a ellos y mírenme a mí”, bromeó.

Entonces Vincent Henry empezó a soplar en su armónica las primeras notas de Mellow down easy, un clásico que Willie Dixon compuso para Little Walter. Esa fue la primera sorpresa de la noche, aunque tal vez la mayoría de la gente, que copó hasta el último rincón del Luna Park, ni reparó en ese detalle. Hugh Laurie es muy carismático, canta y toca el piano muy bien y baila con naturalidad, todos requisitos que un artista de primera línea debe cumplir. Para el segundo tema, Laurie se sentó al piano, en el que estaban las banderas de Argentina, Gran Bretaña, Canadá y EE UU, y lanzó la intro de St. James Infirmary, “una canción que cruzó el océano cientos de veces”, dijo.

El escenario estaba cálidamente ambientado como si fuera el living de una casa. A él se lo vio muy cómodo tanto para cantar Crazy arms, un viejo tema country de Ray Price, como para hacer bromas ante sus histéricas fans, o para relatar breves historias -como un storyteller moderno- de cada una de las canciones. Así, contó como Leadbelly fue indultado por el gobernador de Louisiana por sus hermosas composiciones, o como Mahalia Jackson cantaba góspel y hasta se dio lujo de recomendar a todos que busquen discos de J.B. Lenoir, “un verdadero genio que se murió muy joven”, explicó.

Hizo varios temas de su disco Let them talk: You don’t know my mind, Battle of Jericho, Buddy Bolden’s blues, Winin’ boy blues y The whale has swallowed me. Pero también interpretó algunas que nadie esperaba como Unchain my heart, de Ray Charles; Yeh yeh, el tema que Georgie Fame llevó a la cima de los charts en 1965; o los clásicos Junco partner y Careless love.

Además de Vincent Henry, que también se lució con los saxos y el clarinete, la otra pieza clave de la formación es Kevin Breit, un verdadero maestro con la guitarra eléctrica, la acústica y el banjo. Si quieren escuchar un buen disco de él les recomiendo el que grabó el año pasado junto a Harry Manx. Kevin Warren (teclados), David Piltch (contrabajo) y Jay Bellerose (batería) completan la formación de la Copper Bottom Band. Todos ellos, cuando promediaba el show, se tomaron un shot de whiskey junto a Laurie. “Lo hacemos desde la primera vez que entramos a un estudio para calentar un poco el ambiente”, contó.

El cierre del show tuvo muy buenos momentos. Laurie dedicó dos temas a dos de los pianistas más tradicionales de Nueva Orleans: Tipitina, de Professor Longhair, y Let them talk, que dio nombre a su disco, de James Booker. Y también hizo la canción que a él lo marcó de pequeño cuando tomaba sus primeras lecciones de piano, Swanee river. Para los bises volvió al escenario con una camiseta argentina (demagogia que no hacía falta) para interpretar Tanqueray, de Johnnie Johnson, y luego una extraña versión de El choclo cantada en inglés, aunque aclaró “No sé si deberíamos hacerlo, pero ya que estamos acá vamos a improvisar”. Luego subieron un par de parejas de a bailar el tango y una cantante local que cantó las últimas estrofas en español. Y eso fue todo: casi dos horas con un tipo muy entrador que no sólo se dedicó a tocar, sino que divirtió y hasta dio una clase, breve pero contundente, sobre la historia del blues.

jueves, 7 de junio de 2012

Cada día canta mejor

Las comparaciones con las sesiones que grabó Johnny Cash en sus últimos años de vida, que fueron producidas por Rick Rubin y que se llamaron American Recordings, son inevitables. En Spirit in the room, el cantante galés logra un sonido despojado, auténtico y muy orgánico. Luego de su fabuloso Praise & blame, de 2010, en el que desembarcó completamente en el terreno de blues, ahora optó por adentrarse aún más en el sonido más puro de la música folclórica estadounidense. De todas maneras, algunas las canciones que eligió para este disco -no todas, claro- son más contemporáneas, pero las interpreta con una solvencia espiritual majestuosa y una voz que cada día suena mejor. Olvídense de What's new pussycat? o Sex Bomb y prepárense para escuchar uno de los mejores discos del año.

Tom Jones abre con una notable versión de Tower of song, de Leonard Cohen, donde ironiza sobre haber nacido con una voz de oro, y después se zambulle en temas de Paul McCarteny, Paul Simon, Tom Waits y Richard & Linda Thompson. Pero sin dudas su mejor interpretación es la de The Soul of a man, el clásico que Blind Willie Johnson grabó hace más de 80 años. Y sorprende con un inspirado cover de Travelin’s shoes, que pertenece a la olvidada artista folk Vera Hall Ward, y que suena como si Jones lo cantara sentado en el porche de una casa del Mississippi.

También se embarca en una hipnótica versión de All blues hail Mary, de Joe Henry, y en una animada Hit or miss, de Odetta. Ethan Johns, que el año pasado recibió el Brit Award al mejor productor del año, hizo un trabajo sensacional con este disco. No sólo por como moldeó las canciones, o por como priorizó la voz de Tom Jones, sino también por la elección de músicos de sesión de primer nivel, sin mucho cartel, que aportaron la cuota justa entre pasión y técnica.

El disco original tiene diez canciones, pero hay una edición deluxe que tiene cuatro bonus tracks. Uno es el lisérgico Just dropped in, de Kenny Rogers, que se popularizó con la banda de sonido de la película El Gran Lebowski. Las otras son Lone Pilgrim, un tema que rescató Bob Dylan para su disco World gone wrong; When the deal goes down, que Dylan grabó para su álbum Modern Times; y una versión editada para la radio de Hit or miss. Un disco de grandes canciones cantadas por uno de los mejores vocalistas del mundo. Imposible pasarlo por alto.

 

lunes, 4 de junio de 2012

Lanzamientos

Lil’ Ed & The Blues Imperials – Jump start. El sobrino del legendario J.B. Hutto acaba de lanzar su octavo disco para el sello Alligator con la misma fórmula de siempre, pero con todas canciones nuevas. Lil’ Ed Williams está acompañado por sus enérgicos Blues Imperials: Michael Garrett (guitarra), James "Pookie" Young (bajo) y Kelly Littleton (batería), más la participación en algunos temas de Marty Sammon en teclados. La banda se mantiene fiel a su estilo: interpretaciones sin respiro con uno de los slides más punzantes de toda la escena de Chicago. Además de la herencia de su tío, Lil Ed’ reúne lo mejor de otros dos históricos en eso de hacer deslizar un cilindro metálico por las cuerdas, Elmore James y Hound Dog Taylor. Y también se caracteriza por hacer bailar a la gente con sus blues festivos. Jump start es un gran disco para sumar a la colección o para aquellos que nunca lo escucharon puedan empezar a disfrutarlo. 

Anders Osborne – Black eye galaxy. Este es otro disco editado por Alligator pero que nada tiene que ver con el de Lil ed’. Osborne, un sueco que adoptó Nueva Orleans como su hogar, es un obsesivo de la innovación, pero que respeta a rajatabla el influjo de la ciudad creciente. Aquí descolla con algunos temas de máxima potencia, como Send me a friend, donde su guitarra cobra cierta impronta electro-espacial. En Mind of a junkie, Osborne baja un poco las revoluciones con una melodía melancólica y un estribillo de esos que es difícil olvidar. Lean on me/believe in you es otra hermosa canción y en When will I see you again? Sorprende con una instrumentación parecida a la de los Crazy Horse de Neil Young. Pero sin dudas los mejores temas son el que da el nombre al álbum, Dancing in the wind, y la mística Higher ground, que compuso junto a Henry Butler y que tiene unos fabulosos arreglos de cuerdas.

Justin Townes Earle - Nothing's gonna change the way you feel about me. En su disco anterior, Harlem river blues, el hijo de Steve Earle empezó a recorrer una muy senda personal. Ahora, con este disco, ratifica ese camino y deja de manifiesto como lo seduce el sonido de Memphis. El blues está presente y parece que él no se alejará de esa dirección. Memphis in the rain es una de las canciones más bonitas del álbum. Pero hay un par de blues acústicos que demuestran como las influencias sureñas impactan en su música: So different blues y Automobile blues. Todos los temas fueron compuestos por él, aunque también se notan resabios del sonido de Johnny Cash en su forma de encarar las canciones. Las letras de sus temas son sofisticadas y muy personales. Justin, cuyo segundo nombre es en honor a Townes Van Zandt, es uno de los músicos que dará que hablar en el futuro porque realmente tiene con qué.

sábado, 2 de junio de 2012

Este es Guy King

Viernes a la madrugada. Son casi las 2 cuando los invitados llegamos a los estudios de radio América. Tengo el privilegio de compartir la invitación con dos músicos internacionales: Guy King y el brasileño Decio Caetano. América no duerme, el programa en cuestión, comienza en punto. A Guy King se lo nota fusilado. Decio también, pero hace un esfuerzo para disimularlo. Es que salieron muy temprano de Brasil y pasaron todo el día jueves yendo a de acá para allá para promocionar su show. Matías Colombatti y Luis Mielniczuk, los anfitriones, me dan libertad absoluta para preguntar y así nos enteramos de que King nació en Israel y que se fue de muy joven a probar suerte con su guitarra a Chicago. Cuenta que en cuanto conoció a Willie Kent, hace más de diez años, hubo un “click” inmediato entre ellos y que se sumó a su banda poco tiempo después. Anticipa que está terminando dos discos: un álbum doble más orientado al jazz y otro más blusero e íntimo. Hablamos del blues como lenguaje universal. La charla dura media hora y los invitados se van a dormir. Yo me quedo hablando de blues hasta las 5.

Viernes a la noche. Me junto con Matías y Luis en Moby Dick, un bar que está en la zona del Abasto, en Gallo al 700. Nacho Ladisa y Hughis López están tocando unos blues y nosotros comemos una pizza con  cerveza. Llega Federico Verteramo y emprendemos viaje a Mr. Jones, el pub blusero de Ramos Mejía. Son las 23 cuando nos ubicamos en una mesa al lado del escenario mientras una banda liderada por el pianista Gustavo Villegas y el ex bajista de Pappo, Machi Madco, toca algunos clásicos del rock y un poco de blues. A las 23.30 comienza el show que fuimos a ver. Villegas y su hijo Julián en batería, junto a Martín Cipolla en bajo, lanzan los primeros acordes. Decio Caetano, impecable con un traje gris y zapatos de cocodrilo, vierte su estilo moldeado por la influencia de Freddie King, T-Bone Walker y Junior “Guitar” Watson, y saca unas notas vibrantes de su Epiphone mientras nosotros tomamos una refrescante cerveza artesanal. Diez o quince minutos después, Roger, el dueño de Mr. Jones, convoca al escenario a Guy King. El tipo aparece vestido como si fuera el padrino de un casamiento. En ese momento, esos segundos previos a que agarre su Telecaster, es inevitable prejuzgarlo por su atuendo. Pero en el instante en que toca la primera nota la ropa pasa a ser apenas una anécdota. Countdown, un tema de Willie Kent, es el primero. Y sorprende hasta a los más escépticos. Porque el tipo canta genial y toca mucho mejor.

Sábado a la madrugada. Guy King ya lleva como una hora arriba del escenario. Alterna solos con Decio y con Gustavo Villegas, quien hace gala del piano rhodes. King toca con sus dedos y se nota que de joven no sólo escuchó a Eric Clapton, sino que estudió muy bien a Albert Collins y T-Bone Walker. El show va ganando en intensidad. King transpira y transpira. Decio lo sigue con admiración. La banda suena acompasada, como si hubieran ensayado decenas de veces, aunque sólo lo hicieron una vez. Otra de las influencias de King, Ray Charles, se cuela en el repertorio con dos canciones formidables: What I’d say y Georgia on my mind. También es sublime la versión de Sunny, el clásico de 1966 de Bobby Hebb. Durante unos minutos King se queda solo para tocar un par de temas de Robert Johnson, 32-20 y When you got a good friend, con la Epiphone de Decio. Pero el momento máximo de la noche, donde King saca todo lo que tiene, es con Gangster of love. Una interpretación realmente fulminante. A las 2 de las mañana, 24 horas después de la entrevista, King anuncia que Isn’t she lovely será el último tema y abre la puerta para una próxima visita a la Argentina. Su carta de presentación fue demoledora y la próxima vez que venga, el boca a boca, convocará mucha más gente. ¡Hasta la próxima!