miércoles, 26 de febrero de 2020

En el nombre de Wes


En tiempos de Spotify, música ligera y magras ventas de cd’s, un músico argentino de jazz se animó a editar un disco doble, en cajita de acrílico y con un booklet de varias páginas con fotos e información. No se trata de una apuesta comercial, claro está, sino de un sentido homenaje. Essence of Wes Montgomery es la forma en la que Juan Valentino le devuelve a su máximo ídolo todo lo que le dio.

El álbum fue grabado en vivo en Thelonius Club el 9 de marzo del año pasado y de las 18 canciones 12 pertenecen al legendario guitarrista de Indianápolis. Otras selecciones son In a sentimental mood, de Duke Elington, cantada de forma conmovedora por Carrie Dianne Ward; la tradicional Down by the Riverside; y una composición del propio Valentino, There will never be another Wes.

En la primera parte del álbum el guitarrista está respaldado por la Jazz Bazar conformada por Matías Valentino en piano, Augusto Peloso en contrabajo, Timothy Cid en batería. Luego se suman Carlos Casas en congas y Martín Sánchez en vibráfono. En el final se suma la Big Band de Daniel Camelo para mostrar la faceta más orquestada del imponente repertorio del gran Wes.

“Para rendirle homenaje a Wes mentalicé el show homenaje de 2019 basándome en tres de sus formaciones, la clásica del cuarteto, la que incorpora el vibráfono y la que grabó con la Big Band y supongo que, añorando esas grabaciones de antes o tal vez por el increíble trabajo que estábamos desarrollando en cada ciclo aniversario de Wes, surgió el tema de grabar el disco en vivo”, dijo Valentino.

En cada una de las canciones Valentino deja que su guitarra fluya con libertad, desdibujando melodías con un swing fabuloso siguiendo los lineamientos trazados por Wes Montgomery hace más de medio siglo. Pero en Unit 7 y Movin’ Wes (Part 2), Valentino interpreta los solos originales de las grabaciones porque, según explica, “interpretar a Wes es como hacerlo con Mozart o Beethoven”.

El proyecto Essence of Wes requirió unos cuantos meses de preparación y lanzar el disco un año más, tiempo que parece poco cuando uno piensa que era el sueño de Valentino de toda una vida.


martes, 18 de febrero de 2020

Hombre de blues


Se fue uno de los últimos protagonistas de la edad dorada del blues, un pianista que participó en el desarrollo del sonido de Chicago en la década del cincuenta y que tocó con la crema de la crema del género. Se fue una leyenda que viajó por el mundo llevando su mensaje y su historia para compartirla con músicos y público de otras latitudes. Se fue un verdadero evangelizador del blues.

Henry Gray murió a los 95 años. Desde hacía un tiempo estaba mal de salud, pero hasta que el cuerpo se lo permitió siguió subiéndose a los escenarios a hacer lo que siempre hizo: tocar blues. Había comenzado cuando era un adolescente en su Louisiana natal y a mediados de los cuarenta, con apenas 20 años, se mudó a Chicago, el lugar indicado en el momento preciso.

Tocando en un humoso club de la Ciudad del Viento cautivó al mismísimo Big Maceo, quien se volvió su maestro y protector. Luego la historia fue decantando sola: entre 1956 y 1968 fue el pianista de la banda de Howlin’ Wolf y también sesionista de Chess Records. La lista de músicos con los que tocó en esos años en Chicago conforman una verdadera enciclopedia del género: Muddy Waters, Robert Lockwood Jr., Billy Boy Arnold, Johnny Shines, Hubert Sumlin, Lazy Lester, Little Walter, Otis Rush, Buddy Guy, James Cotton, Little Milton, Jimmy Rogers, Jimmy Reed y Koko Taylor.

A fines de los sesenta volvió a su pueblo en Louisiana y, tras realizar algunos trabajos en el negocio familiar de la pesca, volvió a tocar y a desarrollarse en el estilo del swamp blues (blues del pantano). Su primer disco solista, Lucky Man, lo editó el sello Blind Pig en 1988 y desde entonces se volvió una figura frecuente en el Festival de Jazz de Nueva Orleans y también alrededor del mundo.

El legado musical de Henry Gray es inmenso, pero también lo es su historia. Un hombre que durante 80 años se dedicó al blues no puede no ingresar al Panteón de los grandes maestros del género. Se ganó ese lugar con talento y perseverancia. Hasta siempre, maestro.


sábado, 8 de febrero de 2020

La malevolencia oculta del blues


El 13 de febrero de 1970, el heavy metal se presentó formalmente en sociedad. Si bien Led Zeppelin, Deep Purple y Blue Cheer habían comenzado a darle forma a ese género, fue el primer disco de Black Sabbath el que le dio su identidad. El sueño hippie de amor y paz había llegado a la cúspide con el Festival de Woodstock, que paradójicamente también preanunció su final, y tras los crímenes del clan Manson, la muerte de Brian Jones, el homicidio de Altamont y el caos de la Isla de Wight, el panorama musical de la década del setenta comenzó alterado a la par de un mundo siempre convulsionado. Es por eso que un nuevo sonido, cargado de riffs, letras oscuras y una estética ocultista, surgió como una nueva forma de expresión.

La génesis de Black Sabbath fue en 1968 en la ciudad inglesa de Birmingham cuando el guitarrista Tony Iommi y el baterista Bill Ward decidieron romper con el molde del rock británico que, por entonces, salvo algunas excepciones, parecía ir dejando de lado su costado más blusero para acercarse a una vertiente pop más comercial. Iommi y Ward contactaron a dos músicos que tocaban en la banda Rare Breed, el bajista Terry “Geezer” Butler y Ozzy Osbourne, que ya por entonces comenzaba a hacer gala de sus atributos de showman provocador. El grupo primero se llamó The Polka Tulk Blues Band y también contaba con el guitarrista Jimmy Phillips y el saxofonista Alan Clarke, pero estos últimos duraron poco tiempo. Como cuarteto se rebautizaron como Earth, grabaron unos singles y se fueron de gira a Hamburgo, Alemania. Allí, decidieron cambiar su nombre porque había una banda que se llamaba igual y al final eligieron Black Sabbath, en homenaje al filme de terror de 1963 protagonizado por Boris Karloff.

Tras varios meses tocando en pequeños y humosos antros de su ciudad y alrededores les llegó la oportunidad. En noviembre de 1969, la productora Tony Hall Enterprises les adelantó la suma de 600 libras y los músicos ingresaron a los estudios Regent Sound de Londres. Según contó Iommi en varias entrevistas, “grabamos el disco en apenas dos días, con Ozzy cantando al mismo tiempo, encerrado en una pequeña cabina dentro del estudio. Creo que hubo pocas segundas tomas”.

El disco, editado por Vertigo Records, salió el viernes 13 de febrero, pero no tuvo la difusión esperada. Su sonido distintivo no cautivó a las emisoras de radio. Pero eso no frenó lo inevitable: se empezó a expandir entre los jóvenes como un virus, a tal punto que en tres meses alcanzó el puesto número 8 de los charts británicos y en mayo se editó en los Estados Unidos a través de Warner Records.

Una de las claves del sonido de Black Sabbath se debe, en parte, a un accidente laboral que sufrió Iommi en una de sus manos años antes de formar el grupo. Trabajando con una máquina perfiladora de planchas de metal se rebanó la primera falange de los dedos medio y anular de la mano derecha. Al tratarse de un guitarrista zurdo, esa situación casi lo hace abandonar la música. Pero recurrió a unas prótesis plásticas en sus dedos y comenzó a utilizar cuerdas ligeras, como las del banjo, que destensó para bajarle la afinación. Esos cambios, y su afinación en DO, dio la tonalidad característica del sonido del heavy metal. En su reseña para el sitio Allmusic.com. Steve Huey determinó que la clave del sonido de la banda fue que “encontró la malevolencia oculta del blues”. “La escala pentatónica siempre utilizó el tritono o la quinta disminuida, llamada ‘blues note’. Sabbath sólo extrajo esa idea y la utilizó en uno de los riffs definitivos del heavy metal”, apuntó el autor.

En su libro Una Historia Pesada (Editorial Distal / 2013), Daniel Helou analiza el tema Black Sabbath, que abre el álbum: “Se ve que usaron unos acordes (Mi contra Fa, con Si) que se conocen como ‘El intervalo del demonio’, que transmitían un sonido oscuro y misterioso. Unido a la letra, lograba un marcado contraste con la música folk y hippie de otros artistas. La gente reaccionaba con entusiasmo y se dieron cuenta que habían descubierto algo poderoso y único. Inspirados por el resultado, decidieron componer más material en esa onda”.

“Sin proponérselo -amplía el autor-, Black Sabbath se ubicó en el extremo opuesto al de los Beatles, que popularizaron el ‘Yeah, yeah, yeah’, mientras que Ozzy imploraba ‘No, no, por favor, no’, siempre de una manera personal que respetaba la melodía y la afinación, sin recurrir a los gritos histriónicos de otros exponentes del metal”. Ese detalle es muy significativo porque Ozzy era fanático de los Beatles y porque en ese momento los fabulosos cuatro de Liverpool estaban atravesando el último tramo de su carrera juntos y finalmente se separarían en abril de 1970.

    ¿Qué es esto que se levanta delante mío? / Figura de negro que me señala con el dedo / Me doy la vuelta rápido, y empiezo a correr / Me entero que soy el elegido / Oh noooooo 

    Enorme figura negra con ojos de fuego / diciéndole a la gente sus deseos / Satanás está sentado allí, sonriendo / Mirando esas llamas subir más alto y más alto / Oh no, no, por favor Dios ayúdame 

    ¿Este es el fin mi amigo? / Satanás se está volviendo loco / personas corriendo porque están aterradas / Mejor que la gente se vaya y tenga cuidado / ¡No, no, por favor, no! 

El disco sigue con The Wizard, una canción inspirada en Gandalf, el personaje creado por el escritor británico J. R. R. Tolkien. Comienza con Ozzy soplando la armónica hasta que se pliega el resto del grupo con otro riff que pasaría a la historia. Behind the Wall of Sleep está basada en un cuento corto de H.P. Lovecraft y aporta, ¡cuándo no!, otro riff clásico. En la edición estadounidense el tema forma parte de un medley que comprende el interludio de apertura Wasp y un memorable solo de bajo de Butler que deriva en N.I.B.

El lado B del álbum está más orientado al sonido blues-rock primario del grupo. La edición británica incluía Evil Woman, uno de los primeros singles que habían grabado, un cover del grupo Crow, pero que en la edición estadounidense fue reemplazado por Wicked World, con arreglos un tanto más psicodélicos y un solo de Iommi de colección. En Inglaterra el álbum cerraba con dos canciones –la acústica Sleeping Village y el cover de The Aynsley Dunbar Retaliation, Warning-, mientras que en Estados Unidos ambas aparecen en un mismo track con el misterioso e inexplicable nombre que los precede: A Bit of Finger.

La portada resulta tenebrosa: una mujer con expresión lúgubre posa en lo que parece ser una lúgubre tarde otoñal frente a una vieja construcción, que no es otra cosa que un molino hidráulico. La foto fue tomada por el artista Keith Lionel McMillan, más conocido como Markus Keef, y la mujer era una modelo que fue contratada por un día para esa sesión y que los músicos apenas recuerdan por su nombre de pila, Louise.

Ese disco inició la saga de lo que los fans denominan los Big Six, los seis primeros LP’s de Sabbath, una banda que con el correr de los años cambió su formación infinidad de veces y editó decenas de álbumes (el último The End, una grabación en vivo en Birmingham en 2017), sin perder -casi nunca- su identidad.

En su reseña para la BBC, realizada en 2007, Pete Mash concluyó que el primer disco de Black Sabbath “todavía es poderoso, es icónico como Anarchy In The UK, Whole Lotta Love e incluso A Love Supreme. Sólo Dios sabe cómo deben haber sonado para una generación de adolescentes pelilargos a comienzos de 1970. Con los bestiales rffs de Tony Iommi como estandarte, la banda llevó el heavy rock en una nueva dirección”.

sábado, 1 de febrero de 2020

Bandas de sonido

Hay canciones que cobran vida con una película. Otras reviven a partir de un film determinado. El cine y la música se complementan. Hay temas que acompañan escenas memorables, que tal vez con otra canción no lo serían tanto. Alguien se imagina a Dustin Hoffman en El Graduado sin Mrs. Robinson de fondo. O a Peter Fonda y Dennis Hooper andando en sus motos sobre una ruta desértica sin Born to be wild. La música muchas veces define a una película.

Aquí, cinco bandas de sonido definitivas:

FORREST GUMP (Robert Zemeckis / 1994). La música de esta maravillosa película protagonizada por Tom Hanks entrelaza la historia del entrañable Forrest con los grandes acontecimientos de los Estados Unidos, fundamentalmente en los sesenta. Todos los temas están ordenados cronológicamente: el álbum comienza con Elvis interpretando Hound dog, de 1956, y termina con Against the wind de Bob Seger, de 1980. Todas las canciones narran las aventuras del protagonista en paralelo al asesinato de Kennedy, la lucha por los derechos civiles, la guerra de Vietnam, el auge del hippismo, la llegada del hombre a la luna y la decadencia social de post guerra. El cancionero lo conforman Blowin' in the Wind (Dylan), Fortunate son (Creedence), California dreamin’ (The Mamas & The Papas), For what is worth (Buffalo Springfield), Sweet home Alabama (Lynyrd Skynyrd) y On the road again (Willie Nelson), por solo nombrar algunas. Un disco doble que no tiene desperdicio.

ALMOST FAMOUS (Cameron Crowe / 2000). Cuando era un adolescente, Cameron Crowe tuvo la oportunidad de trabajar para la revista Rolling Stone y cubrir giras de Led Zeppelin, Allman Brothers y los Eagles. En esta película, combinó sus memorias, la de un joven que descubre las maravillas del rock y el sexo, con algo de ficción que le da más flexibilidad a la narración. Así, el joven protagonista (Patrick Fugit) se involucra con groupies, guitarras distorsionadas, micros de larga distancia y entabla una relación muy cercana con la bella Penny Lane (Kate Hudson) y Russell Hammond (Billy Cudrup), el carismático líder del grupo (ficticio) Stillwater. La banda sonora es un decálogo del rock de los setenta: Every picture tells a story (Rod Stewart), One way out (Allman Brothers), Tiny dancer (Elton John), Simply man (Lynyrd Skynyrd) y I’m waiting for the man (Lou Reed).

PULP FICTION (Quentin Tarantino / 1994). La película fue un verdadero boom de taquilla a mediados de los noventa y, al día de hoy, es la obra mejor lograda de Tarantino. El guiión entrelaza tres historias relacionadas con el crimen organizado de Los Ángeles. Las características centrales son los diálogos estilizados, la combinación de humor y violencia, el relato no lineal y la música. Una escena memorable es la del baile de Vincent Vega (John Travolta) y Mia Wallace (Uma Thurman) al ritmo de You never can tell, de Chuck Berry. Otra particularidad en cuanto a la música es su variación estilística con clásicos como Let’s stay together (Al Green), Son of a preacherman (Dusty Sprinfield) y Lonesome town (Ricky Nelson) con una reversión magistral de Girl, you'll be a woman son, de Neil Diamond, por Urge Overkill, que Uma Thurman inmortalizó en una gran escena.

HIGH FIDELITY (Stephen Frears / 2000). La película está basada en la obra de Nick Hornby. Cuenta las desventuras amorosas de Rob Gordon (John Cusack), un ex DJ que trabaja en una disquería no muy lucrativa de Chicago. Lo acaba de dejar Laura (Iben Hjejle), su última novia, la que él creía que era la “elegida” y entonces empieza a repensar su vida amorosa desde que era pequeño. En ese viaje hacia el pasado, con tono de comedia romántica, la música se vuelve un eje central, ya que Rob era fan de grabar mix-tapes. La banda de sonido es una joya porque prescinde prácticamente de súper hits, a excepción de Let’s get it on, de Marvin Gaye, aquí cantada por Jack Black, pero cuenta con grandes canciones originales como Most of the time, de Bob Dylan; Oh! Sweet Nuthin', de The Velvet Underground; I believe, de Stevie Wonder; y la extraordinaria Dry the rain, de The Beta Band. También aparecen otros grandes artistas como The Kinks, John Wesley Harding y Love. La selección es un tanto ecléctica y ese es su punto más fuerte, el de saber amalgamar temas distintos para conformar un gran álbum.

MY BLUEBERRY NIGHTS (Kar-Wai Wong / 2007). La banda de sonido de este hermoso y melancólico road movie protagonizado por Jude Law y Norah Jones, con las participaciones de Rachel Weisz y Natalie Portman, es otro acabado ejemplo de cómo la música puede ser una gran protagonista de un filme. El primer tema es un clásico tema jazzeado de Norah Jones, con una melodía suave y exquisita en la que el piano se combina con absoluta naturalidad con el pesado sonido del contrabajo de Lee Alexander. El disco cuenta con dos temas de Cat Power, Living proof y The Greatest, está última como la canción insignia de la película. Además, hay tres composiciones instrumentales originales de Ry Cooder -Ely Nevada, Logn ride y Bus ride- y una más cantada por Mavis Staples, Eyes on the prize, que aportan el clima necesario. Y como si fuera poco también aparecen en el soundtrack Otis Redding, Ruth Brown, Cassandra Wilson versionando a Neil Young y nuestro Gustavo Santaolalla con la incidental Pájaros.