martes, 30 de enero de 2018

Patrimonio de la humanidad


Para algunos puede resultar irritante que prácticamente no haya músicos de blues en este homenaje por los 100 años del nacimiento de Elmore James. Pero en realidad es algo para destacar: la participación de estos artistas resalta la influencia del guitarrista más allá de las fronteras del blues.

Elmore James fue uno de los músicos más revolucionarios de la historia del género. A comienzos de la década del cincuenta, con su slide asesino, su guitarra enchufada y su voz apabullante, adaptó el estilo de Robert Johnson a una nueva era marcando una de las instancias más claras de la evolución del blues. Aquel sonido cautivante del Delta del Mississippi de la década del treinta se transformaba en esa ebullición eléctrica y chirriante que tanto influenciaría a las grandes bandas de rock de los sesenta. Elmore James contribuyó con mucho más que potentes riffs a la música contemporánea y este álbum es una prueba de ello.

Strange angels: In flight with Elmore James fue producido por Marco Giovino y Tom Siering. Si bien cada canción tiene un artista diferente como protagonista, musicalmente está sostenido por la banda Elmore's Latest Broomdusters, conformada por los guitarristas Rick Holmstrom y Doug Lancio, Rudy Copeland en hammond B3 y el propio Giovino en batería. Viktor Krauss y Larry Taylor, en tanto, alternan en bajo.

La selección de temas representa lo mejor del repertorio de James. El disco comienza con Elayna Boynton, una joven cantante californiana de soul que interpreta con mucha pasión Can’t stop loving you. Luego aparece la experimentada vocalista Bettye LaVette junto al guitarrista G.E. Smith para el clásico Person to person. Una de las figuras más importantes de la escena de la música country, Rodney Crowell, se despacha con una soberbia versión de Shake your moneymaker. Uno de los momentos más intensos del álbum llega con Done somebody wrong, por el tsunami sonoro que provoca la tremenda voz del galés Tom Jones.

Los guitarristas Warren Haynes (Allman Brothers) y Billy Gibbons (ZZ Top), junto con el armoniquista Mickey Raphael, se despachan con una descollante versión de Mean mistreating mama. Deborah Bonham, hija del histórico baterista de Led Zeppelin, John Bonham, se encarga de Dust my broom, tal vez el tema más emblemático de Elmore por ese riff inconfundible y por ser una composición original de Robert Johnson que él reescribió y grabó para el sello Trumpet en 1951. Warren Haynes vuelve a escena, esta vez con el músico country Jamey Johnson para un extenso cover de It hurts me too, donde se destaca un solo de hammond de Rudy Copeland. Las hermanas Shelby Lynne y Allison Moorer interpretan Strange angels, por momentos jazzeada y por otros un tanto psicodélica por el reverb de Holmstrom.

Tal vez el músico más asociado al blues de este disco, y flamante ganador de un premio Grammy, Keb’ Mo’, le pone su sello a Look on yonder Wall. Mollie Marriott (la hija del legendario Steve Marriott), que compartió escenario con la crema de la crema del rock inglés e incluso grabó coros en un disco de Oasis, aquí aporta su exquisito registro vocal en My bleeding heart, un tema de Elmore más asociado al repertorio de Jimi Hendrix. Chuck E. Weiss, aquél cantante y poeta, que animó la escena de Los Ángeles en los setentas junto a Rickie Lee Jones y Tom Waits, canta Hawaiian boogie antes de que una ignota Addi McDaniel, rodeada de cuerdas y un clima jazzy, se lance sobre Dark and deary. El disco cierra con el instrumental Bobby’s rock a cargo de los Elmore's Latest Broomdusters.

El disco es rico en matices y sonidos. Y lo más interesante que tiene es que, a pesar de los distintos enfoques y estilos con los que abordaron sus canciones, todas suenan a Elmore James. Esto demuestra que la música del viejo bluesman no es patrimonio de unos pocos puristas, sectarios y pendencieros, sino que es de toda la humanidad.


martes, 23 de enero de 2018

Relaciones bilaterales

Dave Riley & Junior Binzugna Band - Fired up. El sitio Blues Junction, de David Mac, lo definió como “el mejor álbum de Riley de su extensa carrera”. La afirmación de Mac tiene sustento. El cantante y guitarrista nacido en Hattiesburg, Mississippi, uno de los máximos exponentes del down home blues del Delta, encontró en la banda de músicos argentinos, comandada por Junior Binzugna, un sostén notable para dar rienda suelta a toda su pasión y experiencia. El álbum, que fue grabado en octubre de 2016 en Fidelius Studio, en Buenos Aires, logró captar la esencia misma de este artista itinerante, que está siempre dispuesto a compartir su música. Binzugna cumplió un triple rol con éxito: hizo la producción ejecutiva del disco, la artística y también tocó la armónica con gran destreza. El resto de la banda la integraron Federico Verteramo en guitarra, Tavo Doreste en piano, Mariano D’Andrea en bajo y Maximiliano Bergara en batería. Germán Pedraza colaboró tocando la batería en tres temas y el rhodes en otros tres. El repertorio es por demás excelente. Riley interpreta un par de composiciones propias, pero también algunos blues de Frank Frost y Muddy Waters, donde por momentos ataca con el slide. Se vuelca al soul con Bring it on home to me y Trying to live my life without you, y al rock and roll con un medley que incluye Tutti Frutti, Whole lotta shakin' goin on y Great balls of fire donde sobresale el gran pulso de Doreste en el piano. Fired up, además, cuenta con un excelente arte de tapa realizado por Edi Libedinsky. En definitiva, el disco no tiene desperdicio: un músico de blues auténtico respaldado por una banda de jóvenes talentos de la escena local. El señor Mac tenía razón.

Chris Cain & Nasta Súper - Romaphonic session. Tras varios años de compartir escenarios en Buenos Aires y otras ciudades del interior argentino, Chris Cain y Rafa Nasta se metieron en un estudio y grabaron un puñado de clásicos para dejar testimonio discográfico de esa prolífica relación. Acompañados por la formación estable de Nasta Súper -Walter Galeazzi en hammond, Mauro Ceriello en bajo y Gabriel Cabiaglia en batería- el dúo de guitarristas ratificó la simbiosis que los caracteriza. El álbum comienza con Cain honrando la memoria de su máxima inspiración, Albert King, con Cold women with warm hearts. Sus solos son profundos y llegan hasta el hueso. La banda entra en trance y Cain nos prende fuego, lentamente, con una conmovedora versión de Ain't nobody's business. Después aceleran el ritmo para que Cain despliegue su magia con Barefootin’ y vuelven a bajar unos cuantos cambios para Sweet sixteen, en la que Cain canta con un registro extraordinario y desde la guitarra despliega los más apasionados solos. En Help the poor uno puede imaginar a Mauro Ceriello moviendo la cabeza, como suele hacerle cuando enchufa su bajo, y el groove que le imprime junto a Gabriel Cabiaglia es desbordante. Cain se sube a ese colchón rítmico como un surfista a una gran ola. El último tema es otra composición de B.B. King, la hermosa Guess who, con un fabuloso solo de hammond y, otra vez, Cain exteriorizando todas sus sensaciones con su voz y las seis cuerdas. El álbum guitarrista californiano con la banda argentina con la que tan bien se lleva y a la que conoce al detalle. Era algo que los músicos se debían. Por ahora no fue editado en CD pero sí puede escucharse en distintos soportes musicales. Vale la pena hacerlo.

lunes, 15 de enero de 2018

El hechicero noruego


Herre es un pequeño poblado de la región de Telemark, al sur de Noruega, en el que viven poco más de mil personas. Allí, donde no hay mucho más que hacer que soportar el intenso frío durante ocho meses al año, el 15 de enero de 1980 nació Christoffer Andersen. Kid, como lo llaman todos, es uno de los músicos de blues más importantes de la escena estadounidense y hoy, radicado en San José, California, es el cerebro de esa maquinaria sonora llamada Greaseland.

Kid Andersen empezó a tocar la guitarra a los 11 años gracias a un primo suyo que le enseñó lo básico para que pudiera tocar rock and roll. Una tarde de 1996, estaba viendo la televisión en la casa de su abuela cuando en las noticias pasaron el aviso del Notodden Blues Festival, que tenía como atracción principal a Robert Cray. “Ese instante quedó grabado en mi cabeza”, contó Kid en una entrevista que le hizo la revista Blues Blast. A partir de entonces, el blues se volvería una bola de nieve. Un amigo músico le prestó un cassette de Stevie Ray Vaughan y poco tiempo después conoció al guitarrista Morten Omlid, su mentor.

“Omild tenía una gran colección de discos. De un lado guardaba los de músicos negros y del otro los de blancos. La sección de músicos negros era más grande así que empecé por ahí”, recordó. Así fue como se llevó a su casa los primeros LP’s de los tres King, Otis Rush y T-Bone Walker. Y también uno de Little Walter. “Omild me dijo que si quería aprender a tocar bien tenía que saber cómo hacerlo detrás de un armoniquista”, explicó Andersen.

Tery Hanck
Al poco tiempo, se fue a vivir a Oslo, la capital de Noruega, y empezó a frecuentar el Muddy Waters, uno de los bares de blues más importantes de la ciudad. En ese esencario comenzó a ganar experiencia y pronto sería el guitarrista rítmico de muchos músicos internacionales que pasaron por allí como Jimmy Dawkins, Willie “Big Eyes” Smith, Nappy Brown y Homesick James. En 1998, en el festival de Notodden, conoció al saxofonista estadounidense Terry Hanck, quien sería decisivo en su vida y su carrera musical. Hanck quedó tan impresionado con el chico noruego que lo incorporó a su banda y se lo llevó a California. "Me di cuenta enseguida que era especial. No sólo aprendía rápido, sino que instintivamente sabía el tono y el sentimiento que yo quería para una canción”, relató.

En California se le abrió un mundo. Tras cuatro años junto a Hanck se fue a tocar durante un lustro con Charlie Musselwhite. Luego se incorporó a la banda de John Nemeth, pero sus problemas con el alcohol lo obligaron a dar un paso al costado. Pero la suerte estuvo de su lado. En 2009, ya recuperado, aprovecho que Charlie Baty dejaba los Nightcats y se sumó a la nueva versión comandada por Rick Estrin, formación con la que editó cuatro discos y vino a la Argentina en 2011.

Desde sus días con Charlie Musselwhite, Andersen también forjó una carrera solista, aunque con más bajo perfil. Editó tres discos Rock Awhile (2003), Greaseland (2006) y The Dreamer (2007). Y además grabó junto a Junior Watson y la leyenda del blues noruego Vidar Busk el disco Guitarmageddon (2004). Pero eso no fue todo: su nombre figura en los discos Raisin' Hell Revue (2011) de Elvin Bishop; Road Dog's Life (2013) de Smokin’ Joe Kubek y B’Nois King; Snap your fingers (2013) de Finis Tasby; If nothing Ever Changes (2015) de Wee Willie Walker; The Real Deal (2016) de John “Blues” Boyd; entre otros. Todas esas colaboraciones reflejan la versatilidad del guitarrista, que se adapta a distintos estilos de blues y otros géneros.

Su híper actividad musical se complementa con su rol como CEO de los estudios Greaseland, donde es productor artístico y técnico de sonido al mismo tiempo. Allí creó un polo muy interesante donde prolifera el sonido clásico, no sólo del blues sino de géneros afines como el soul, rockabillly, funk, gospel y hasta surf music. Pero el blues sigue siendo lo que realmente lo mueve.Hace poco editó un álbum tributo a Howlin’ Wolf con leyendas como Henry Gray y Tail Dragger como invitados; y otro dedicado a Little Walter en el que sobresalen las armónicas de Musselwhite, Billy Boy Arnold y Sugar Ray Norcia.

Kid Andersen es el hechicero, el mago que todo lo arregla. Dicen que todo lo que toca cobra un nuevo sentido y, a juzgar por todos los discos mencionados, eso es una gran verdad. En Noruega, su tierra, lo saben bien y cada vez que vuelve al festival de Notodden lo homenajean. Y en Estados Unidos también lo saben, por eso cada vez más músicos recurren a él.


sábado, 13 de enero de 2018

Los pies en la tierra


Víctor Hamudis levantó un poco el pie del blues y se afirmó entre el country y el southern soul. Esa es la principal diferencia entre su primer disco y su nuevo trabajo, Demos & little love songs. Por lo demás, mantiene el mismo feeling y buen gusto, con un sonido orgánico y minimalista, y otra vez interpreta una notable selección de composiciones propias.

El álbum está dedicado a los músicos que lo inspiraron: Leon Russell, Delaney Bramlett, Wilson Pickett, Dan Penn y Don Nix, pero también está marcado por el sonido de My favorite picture of you, el disco que Guy Clark editó en 2013, y que estalló frente a él como una revelación.

Cada una de las canciones de Víctor Hamudis remiten a un viaje imaginario de Muscle Shoals a Memphis y de allí hasta Tulsa. El primer tema, Home, es una obra maestra. La guitarra de Hamudis se combina con las de Pablo Martinotti y Rulo García, mientras que Germán Pedraza y Edu Muñoz marcan una sutil y efectiva base rítmica, sobre un colchón melodioso que aporta Nandu Aquista desde los treclados. Es una canción que, parece, estuvo siempre entre nosotros, como un viejo clásico reversionado… pero no, es una composición nueva.

En Rollin’, Hamudis y Rulo García se sacuden el polvo mientras recorren una vieja carretera desértica. El disco sigue con Make love, una balada souleada en la que Pato Raffo aporta su inconfundible toque en la batería y un delicado coro femenino eleva el canto de Hamudis como una plegaria sureña. Said enough es una de las canciones más lindas: el slide de Rulo García está cargado de nostalgia y la voz de Hamudis le suma más melancolía, al tiempo que Mauro Ceriello los ampara con una base rítmica muy acogedora. Baby what you gonna do vuelve sobre la propuesta de Make love, aunque aquí con más presencia de las guitarras.

La segunda parte del disco tiene joyas como Two lovers, en la que sobresale el acordeón de Gabriel Gerez, y Bones con la que vuelve a la misma fórmula de Said enough. Lo mismo logra en Fool y So faraway, aunque el bajo está a manos de Mariano D’Andrea. Llegando al final, irrumpe con Sometimes, tal vez el tema más animado del disco, en el que las voces las coristas Alba Rubio y Gigi Francescutti se elevan como si estuvieran en el Ryman. El álbum cierra con Devil knock my door, un encuentro místico entre Hamudis y su guitarra.

Víctor Hamudis tardó en editar este disco porque en un momento captó la atención de Litto Nebbia, quien buscó colaborar con la producción artística pero sus sugerencias y aportes se alejaban de lo que Hamudis quería. Y él, con toda su obstinación, recuperó el control del álbum, puso los pies en la tierra y logró esta maravilla que brilla por su simpleza y naturalidad.

martes, 2 de enero de 2018

Alma negra


Queríamos empezar el año a puro blues y tuvimos mucho más que eso. Marcelo Ponce y Viviana Dallas nos dieron una lección de historia de la música negra en el primer Blue Monday de Bluscavidas de 2018. La noche de Sheldon se destacó por la selección de temas, la fusión de géneros y por sobre todas las cosas, los exquisitos arreglos de armonías vocales.

El show empezó a las 21.30 con Marcelo Ponce tocando y cantando Mama, talk to your daughter, inspirada en la versión de J.B. Lenoir. Cuando terminó se sumó Viviana Dallas y juntos cantaron Down in Mississippi, luego de explicar el contexto de segregación racial que dio origen a esa canción. Así pasaron de Lenoir a los Staple Singers, que son el eje troncal de la música a la que se volcaron hace tiempo. Con la aparición de dos de las tres Salmonettes, Camila Teodori y Paloma Scassano, explotaron las voces y el juego de armonías. El sonido se elevó y abrazó todo el salón. Por momentos parecía que sonaba una banda, pero apenas era un guitarra y cuatro vocalistas. El primer tema que interpretaron todos juntos fue For what is worth, de Buffalo Springfield que los Staple editaron a fines de los sesenta.

No fue el único clásico del rock que versionaron: también hicieron The last time, de los Stones; Drive my car y The word, de los Beatles; y A hard rain's a-gonna fall, de Dylan. Cada una de esas intepretaciones tuvieron el feeling de los Staple Singers y la pasión que le ponen ellos. Viviana Dallas es una tremenda cantante y las Salmonettes están ahí para hacerla brillar aún más. Y Marcelo Ponce es el arreglador y director musical, el motor del ensamble. El cancionero también incluyó dos temas de Blind Willie Johnson, Nobody’s fault but mine y Jesus make up my dying bed.

El dúo, además, contó con un invitado: Sergio Catalano sopló su armónica en Let’s do it again y Glory, glory hallelujah. Sobre el final siguieron meciéndose entre el góspel y el soul con Down in the river to pray, Freedom highway y I’m just another soldier antes de despedirse con el mayor éxito de los Staple Singers, Respect yourself. El local estaba lleno y eso ayudó a que todo saliera mejor.

Los Dallas-Ponce animan la escena del blues desde hace casi 30 años y en cada show vuelcan toda su experiencia para transmitir un mensaje que no prescribe con el tiempo. El universo de ellos se nutre de lo más puro de su alma, la música negra, ese núcleo que componen el blues, gospel y soul. Y a todo un espíritu didáctico y mucha onda.