lunes, 28 de noviembre de 2016

Sangre azul


José Luis Pardo es uno de los músicos argentinos de blues con mayor proyección internacional. Es un eximio guitarrista, un gran cantante y en el último tiempo se lanzó a componer sus propias canciones. Pardo entiende al blues como algo dinámico y evolutivo, y eso se percibe en sus últimos discos. En 13 formas de limpiar una sartén buscó un sonido distinto, con elementos del R&B y el soul, mucho groove y con temas en español, para tratar de llegar a un nuevo público. Ahora, en Ruccula for Dracula, logró un equilibrio mucho más interesante entre el blues que lleva en sus entrañas y esa exploración de nuevos caminos.

El nexo entre esos dos álbumes es I'll go on ( without your love), la versión en inglés de Voy a intentar seguir sin vos, el hit del disco anterior. En 13 formas... ese tema lo compuso e interpretó buscando darle una forma de soul en español, pero tal vez por un tema idiomático y la melodía pegadiza sonó más pop de lo que él pretendía. Aquí, en cambio, el tema recobra un impulso bien souleado y está más de acuerdo con su estilo. Otra de las canciones que regrabó fue Walk away, también cantada en inglés pero tocada con mayor intensidad.

El resto son composiciones propias, todas en inglés, el idioma con el que Pardo se siente más cómodo a la hora de componer. La balada campestre y desenchufada Blues for Brenda es la joya perdida del disco. Más allá de esa canción, Pardo parece afirmarse con mayor ímpetu que antes en los temas soul, por lo general acompañados por una buena dosis de caños, como Girl come home, con la voz de Florencia Andrada, o Don't treat me this way.

El disco tiene blues y shuffle, por supuesto, y ahí sobresale la magia de Pardo con la guitarra, a la que hay que sumarle el talento y renombre de sus invitados. En J.L. shuffle parece homenajear a Jimmie Vaughan con el descollante saxo de Doug James, de Roomful of Blues, mientras que Bob Stroger marca el pulso del tema desde el bajo. Kenny "Blues Boss" Wayne aporta su barrelhouse piano en la primera canción, la demoledora Talkin' bout my baby, y su profunda voz, como en una película de misterio, en la superlativa The dirty story of Dirty D. Y Vasti Jackson le imprime funky, mucho funky, con su guitarra con wah wah, James Brown style, a All you got to do now.

El disco, grabado en La Escuela de Blues de Madrid, fue producido por el propio Pardo aunque no dejó de consultar a su productor anterior, Gabriel Cabiaglia, quien además toca la batería en la mayoría de los temas. El resto de los músicos varía entre algunos españoles como el armoniquista Quique Gómez, Edu Manazas y el tecladista Carlos Murillo, y argentinos como Román Mateo, Mauro Ceriello, Machi Romanelli y Guillermo Raíces.

El arte de tapa está muy bien logrado y es un punto más a favor de Ruccula for Drácula, un disco con el que Pardo demuestra que rehúsa encasillarse y que siempre está buscando algo más. No se trata de solos descomunales, que desde ya los tiene, sino de canciones, melodías, letras y una propuesta integral, que de un disco a otro puede variar, pero que en líneas generales mantiene la sangre, azul de tanto blues, fluyendo por sus venas.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Big mama's blues


Las big mamas del blues van al frente sin temores y con mucho ímpetu. Vuelcan una descarga sexual sobre el escenario y llevan al público de sus narices hasta donde ellas quieren. Atraen a los hombres y logran la empatía de las mujeres con actitud, movimientos provocadores y voces descollantes. El blues es lo que sienten y lo expresan sin pudor. Annika Chambers es una de ellas. Su voluptuosidad es comparable con la intensidad de su canto. Ella es capaz de tener al mundo en sus manos. Todo le sale natural, no fuerza ni tuerce nada. Viernes a la noche en La Trastienda, más bien madrugada de sábado, y ella da todo lo que tiene porque es lo único que sabe hacer cuando se corre el telón.

Igor Prado pisa el escenario acompañado por Tavo Doreste en teclados, Mauro Bonamico en bajo y Gabriel Cabiaglia en batería. El guitarrista zurdo comienza con un tributo instrumental a Albert King dedicado al productor Mariano Cardozo en el día de su cumpleaños. "Todos los buenos violeros tocan Albert porque fue el mejor de todos", dice Rafa Nasta mientras mira como Igor arremete con los primeros solos. Un rápido repaso mental de guitarristas no hace más que confirmar las palabras de Nasta.

La introducción dura unos minutos hasta que Igor Prado anuncia: "Desde Houston, Texas, ¡Annika Chambers!". Y ella entra con toda la seguridad que caracteriza a las big mamas. Lleva puesto un vestido corto y ajustado como el ritmo que le marca la banda. Sacude las trenzas con los primeros acordes de Barnyard blues y cuando empieza a cantar todos quedan absortos. Casi sin corte pasa a Old man magnet y al terminar se nota que ya entró en calor. El tercer tema, Raggedy and dirty, se lo dedica a la memoria de su autor, Luther Allison, y la banda la respalda con buen pulso y compromiso pese a que no pudieron realizar ni un solo ensayo. Cabiaglia es como un castor cuando mastica madera, persistente y parejo; Bonamico le imprime swing desde el bajo y Doreste rellena con sus teclas los flancos que va dejando libres Igor Prado.

Es la hora de un blues cargado y denso, como un café bien negro, y Annika entona las primeras estrofas de I'm in a dangerous mood, de B.B. King. Destila sensualidad y hay un ida y vuelta fluido con el público. Con Jelaous kind es cuando llega a su mejor registro. En su entonación confluyen el gospel de su infancia y el southern soul de su adolescencia. Se baja a cantar entre la gente sin amplificación. Un hombre, corpulento como ella, la abraza y hace el gesto de que está enamorado. Una rubia se acerca corriendo, le da un abrazo exagerado, un beso y le tira de las trenzas mientras su novio intenta sacarle fotos desde lejos. Annika se da vuelta y cuando empieza a encarar de nuevo para el escenario un muchacho le cierra el paso y empieza un juego de llamada y respuesta al que ella se presta con ganas. Cuando logra subir a la tarima la banda la recibe con un vibrante andanada rockera.

Annika y la banda cambian el eje y el GPS los lleva a Nueva Orleans para la animada Pooky away y luego a Chicago para I'm a woman, de Koko Taylor, con Natacha Seará acompañando en armónica. Ya pasaron las dos de la mañana y el final es a todo esplendor con la sublime I'd rather go blind con la que Annika da una nueva muestra de su genialidad. No hay bises porque el Ejército prusiano que custodia La Trastienda ya empezó con el operativo desalojo y la gente emprende la retirada mirando hacia atrás con ganas de escucharla, aunque sea, una vez más.

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La quinta edición del Buenos Aires Blues Festival comenzó con la presentación de Jorge Costales & The Evil Blues Band. El armoniquista, que este año lanzó su primer disco solista, estuvo acompañado por Anahí Fabiani en teclados, Juancho Hernández en guitarra, Mauro Bonamico en bajo y Germán Pedraza en batería. En poco más de 20 minutos interpretó con mucha holgura y gran prestancia un set de cinco temas -Blowing the family jewels, Little bitty pretty one, Greasy greavy, Relaxin' y Blowing like hell- que sintetizan su pasión por el sonido del West Coast y, especialmente, por el legendario William Clarke. La banda tiene un sonido cuidado, respetuoso de las influencias que busca destacar Costales, quien a su vez encara cada uno de los temas, tanto con armónica cromática o diatónica, con mucha expresividad. El show fue todo instrumental y contó con una pareja de bailarines arriba del escenario porque, como explicó Costales, "el blues es para bailar".

Luego aparecieron en escena Los Mentidores, una banda relativamente nueva procedente de la ciudad de Córdoba. El grupo, liderado por el reconocido productor José Palazzo, aquí en su rol de bajista, tuvo su debut porteño con un repertorio blusero pero una impronta más rockera. Interpretaron clásicos como Don't you lie to me, Boom boom y Rock me baby, algún tema propio y una extraña e interesante versión del Tren de las 16. La banda tiene un sonido crudo pero no vintage y compensó cierto caos rítmico con mucha personalidad. Iván Goméz Singh en guitarra y voz fue quien tuvo el papel protagónico, aunque tampoco se quedaron atrás el guitarrista Franco Rochetti y el armonicista Fernando Ormeño. Los Mentidores estaban decididos a celebrar y pasarla bien y por eso invitaron amigos al escenario: Rubén Veneske acompañó con washboard y armónica y también subieron Natacha Seará, el Indo Márquez, el Gitano Herrera y el maestro Botafogo.

El quinto Buenos Aires Blues Festival siguió el sábado con la presentación del histórico trompetista de B.B. King, James "Bogaloo" Bolden acompañado por El Club del Jump, y las actuaciones de Willy Crook y Willy Busquets.

lunes, 14 de noviembre de 2016

El Rey Leon


Introducción

Claude Russell Bridges nació el 2 de abril de 1942 en Lawton, Oklahoma. Ese es apenas un dato anecdótico. Lo importante es que él se hizo famoso como Leon y su nombre es sinónimo del sonido de Tulsa, estilo que pulió a fines de la década del cincuenta junto a otros íconos de la ciudad como J.J. Cale y Elvin Bishop. El estado de Oklahoma está ubicado en el centro de los Estados Unidos y eso tal vez explique porque Leon Russell incorporó a su música diversos estilos como el rock and roll, country, blues, gospel y soul.

Capítulo 1 - El sesionista 

En 1958, con apenas 16 años y con la experiencia de haber tocado en los bares de Tulsa, emigró a Los Ángeles. Cuando llegaron los sesenta y la música empezó a tomar una nueva dirección, Russell estaba donde tenía que estar. Pasó a integrar la Wrecking Crew, "la pared de sonido" de Phil Spector, que reunía a los mejores sesionistas y que grababa para artistas top como Sonny & Cher, The Mamas & the Papas y Frank Sinatra, entre muchos otros. En ese selecto grupo de profesionales, Leon se codeó con Dr. John, Jim Keltner, Jack Nitzsche, Glen Campbell y Barney Kessel. En los setentas, ya alejado de la Wrecking Crew, y en paralelo a su carrera solista, Russell trabajó con Bob Dylan, grabó un disco con Willie Nelson, tocó con Delaney & Bonnie, con George Harrison en Bangladesh y hasta con los Rolling Stones.

Capítulo 2 - El compositor 

En 1965, fue contratado por Snuff Garrett y con él empezó a desarrollar su faceta de compositor. Ese mismo año lanzó su primer single, Everybody’s talking ‘bout the young, que fue apenas la semilla de todo lo que vendría después. En 1969, escribió Delta lady que pronto sería un súper hit en la voz de Joe Cocker. Compuso Get a line on you, que fue la génesis de Shine a light, de Jagger y Richards. Su canción más emblemática es A song for you, que editó en su álbum debut de 1970 y que fue versionada por una amplia y ecléctica selección de músicos como Ray Charles, The Carpenters, Herbie Hancock, Cristina Aguilera, The Temptations, Simply Red, Donna Summer, y a la que Elton John calificó como un "american classic". Otros de sus temas más recordados son Stranger in a strange land (Leon Russell and the Shelter People / 1971), Tight rope (Carney / 1972), y Lady blue (Will O' the wisp / 1975).

Capítulo 3 - Un pie en el blues 

En 1969, junto a Denny Cordell, creó el sello Shelter Records y uno de sus principales artistas fue el guitarrista texano Freddie King, que llegó a ellos como parte de un relanzamiento de su carrera. Fue así que en 1971, Russell llevó a King a Chicago y en los viejos estudios de Chess grabaron el disco Getting ready, en el que King mezcló viejos clásicos del blues con temas compuestos por Leon y Don Nix. Al año siguiente lanzaron Texas Cannonball, un álbum en el que King se animó a versionar a John Fogerty, Isaac Hayes y Bill Withers. El final de la trilogía de King con Shelter Records y Leon Russell llegó con el aclamado Woman acorss the river, de 1973. Pero esa no fue la única vez que pisó fuerte en el blues: Leon tocó el piano en tres temas en el disco de B.B. King, Indianola Mississippi seeds: Ask me no questions, King's special y Hummingbird. Décadas más tarde, en 2001, volvió a hacerlo, pero esta vez por su cuenta, y grabó Guitar blues, un disco que pasó desapercibido.

Capítulo 4 - El reconocimiento 

En 2009, Elvis Costello le hizo una entrevista a Elton John en la que el pianista inglés recordó a Leon Russell como uno de sus ídolos de la juventud. A partir de ese momento, Elton sintió la necesidad de devolverle a Leon todo lo que él le había regalado con su música. Luego de un par de charlas telefónicas los dos pianistas se pusieron de acuerdo y comenzaron a construir The Union. El disco, producido por T-Bone Burnett, fue editado en 2010 y contó con la participación de músicos como Doyle Bramhall II, Marc Ribot, Don Was, Jim Keltner, Booker T. Jones, Robert Randolph, Neil Young y Brian Wilson. Fue el gran regreso de Leon al mainstream del rock and roll. Al año siguiente, fue investido en el Rock and Roll Hall of Fame.

Capítulo - En primera persona

Mi primer acercamiento a Leon Russell fue a comienzos de los noventa, a través de esos discos de Freddie King. La curiosidad me hizo indagar y un día, ya no recuerdo bien cómo, conseguí el cassette de Will O' the wisp. Poco después, cuando incorporé el cd a mi vida, uno de los primeros discos dobles que me compré fue Gimme shelter-The best of Leon Russell. En 2013, a 20 años de haber descubierto sus canciones, el destino lo cruzó en mi camino. Una noche húmeda y calurosa de julio, en medio de una oleada de artistas de primer nivel que copaban la cartelera del Montreal Jazz Festival, en Canadá, me topé con su nombre y el de su viejo camarada de la Wrecking Crew, Dr. John. Leon abrió el concierto, tocó sus grandes éxitos y varios covers como Wild horses, Jumpin’ Jack flash, Paint it black, Papa was a rolling Stone y Kansas City. Lo recuerdo sentado frente a los teclados, con su larga y blanca cabellera, su barba prominente y un sombrero también blanco, cantando con esa voz única. Un acto imborrable. Hace dos años tuve mi último acercamiento al viejo Leon. Me compré su disco Life journey, un poco cautivado por la foto de la portada, en la que se ve en primer plano de su rostro arrugado, una foto impactante que respalda el título, que cuenta  con un repertorio que resume su vida y bien podría ser su epitafio.

Epílogo

Leon Russell murió este domingo en su casa de Nashvlle. Tenía 74 años. En julio había sufrido un infarto y se tuvo que someter a una cirugía de by-pass que lo alejó de lo que más amaba: salir de gira y tocar. Se fue la misma semana que Leonard Cohen y el mismo año que David Bowie, Prince, Lonnie Mack y Buckwheat Zydeco. Pero como bien sabemos, los grandes, los grandes de verdad, no mueren nunca. ¡Larga vida al Rey!



martes, 8 de noviembre de 2016

El secreto de Robert Finley


Tal como sucedió el año pasado con los discos de Wee Willie Walker y Billy Price junto a Otis Clay, o con cada nuevo lanzamiento de Charles Bradley, el soul de la vieja escuela vuelve a reinventarse, esta vez, de la mano de Robert Finley. A los 63 años, este carpintero de Louisiana y ex soldado del Ejército de los Estados Unidos, acaba de editar su primer disco, una obra soberana que grabó en Memphis con los mejores sesionistas locales.

Editado por el sello Big Legal Mess Records, con base en Oxford, al norte de Mississippi, y distribuido por Fat Possum, Age don`t mean a thing rescata lo mejor del sonido clásico del soul de Memphis. Finley tiene una voz poderosa y natural, y en eso se enfocaron los productores Jimbo Mathus y Bruce Watson. Su registro vocal y sus inflexiones definen cada una de las canciones que interpreta, más allá de que se trate de una balada como Make it with you, un funky como Come on o soul en estado puro como You make me want to dance.

El álbum comienza con la animada I just want to tell you, cargada de groove y con los caños estallando detrás de su canto sublime. La rítmica, a cargo de los Bo-Keys, es concisa y el coro femenino le da un destello aún mayor a la voz de Finley. El tema que da nombre al álbum, algo que muchos músicos le gusta destacar en sus canciones, que la edad no importa para cantar/tocar/amar/vivir, comienza con un solo suyo de guitarra breve pero muy distintivo y luego se desangra con una entonación conmovedora.

Finley tuvo una vida errante que lo llevó en la década del setenta a Alemania como técnico de helicópteros del Ejército y eso le permitió integrar una banda con otros soldados con los que tocó en varios países de Europa hasta que lo dieron de baja. Por aquél entonces volcó el canto gospel de su infancia en clásicos del soul y el R&B y se ganó una buena reputación. A su regreso a los Estados Unidos intentó empezar una carrera como músico profesional pero no tuvo suerte y, ya sin la contención castrense, se dedicó al oficio que le había enseñado su padre. Pese a su trabajo y las dificultades cotidianas nunca abandonó la música y siguió tocando para satisfacer su espíritu en fiestas o para amigos. Hasta que quedó prácticamente ciego y no pudo seguir trabajando.

Su ceguera se convirtió en oportunidad gracias a la Fundación Music Maker Relief que lo asistió y le dio la posibilidad de empezar su carrera como músico que tanto había anhelado. Su flamante disco sintetiza todo eso: sus influencias, su vida, sus sueños, sus frustraciones y su lucha. “Yo puedo sentirlo. No necesito ver, me impulsa la energía del público”, suele decir Finley. Sus sentimientos más profundos conforman el núcleo de música, le permiten ver más allá, y componer e interpretar esas canciones tan intensas y emotivas . Ese es su secreto.