jueves, 30 de marzo de 2017

De promesa a realidad


Hace unos años hice una encuesta entre medio centenar de músicos del blues local y una de las preguntas era ¿Quién es la promesa del blues argentino? Once de los 51 consultados eligieron a Federico Verteramo. En segundo lugar quedó Juan Manuel Torres con seis votos. Por entonces Verteramo tenía 20 años y era el guitarrista de una banda que se disolvió, Los Huesos de Gato Negro, pero que dejó su huella entre la nueva generación de bluseros argentinos. Desde entonces, el guitarrista zurdo no paró de perfeccionarse y de trabajar con distintas agrupaciones. Tocó en la banda de Adrián Flores, en la de Xime Monzón y con Jorge Costales. Se fue de gira a Europa con Nacho Ladisa y desde hace un tiempo es uno de los guitarristas de Easy Babies. Ahora, al frente de su proyecto Verteramo Trío, acaba de lanzar su disco debut.

A sus dotes como guitarrista le sumó un estilo de canto despojado, con un feeling especial y buen registro. El álbum reúne once temas, diez de ellos son covers y una composición instrumental propia, Mala suerte amigo, con la que se despide. Verteramo contó con la co-producción de Julio Fabiani y la mezcla de Daniel De Vita.

Si bien la banda y el disco se llaman Verteramo Trío solo en dos temas se presenta con ese formato –con Germán Pedraza en batería y Chirstian Morana en bajo, la rítmica de Los Huesos...- y son justo dos instrumentales, el mencionado Mala suerte amigo y Don't lose your cool, de Albert Collins. En las demás canciones cuenta con una amplia gama de invitados que jerarquizan su sonido y le permiten destacarse aún más dentro de los diferentes estilos de blues que abarca. Comienza con Don´t say that no more, la gran composición de Jimmy Reed, con el piano de Anahí Fabiani sosteniendo la melodía. Sigue con la poderosa I got a rocket in my pocket, clásico de la década del cincuenta, al que le imprime unos riffs de guitarra fabulosos respaldado por Tavo Doreste en piano y los caños de Yair Lerner, Federico Álvarez y Gonzalo Pérez. En Mean old train explora el blues de Chicago antes de homenajear con mucho ímpetu a Freddie King con Big legged woman, con la incomparable voz de Guido Venegoni y otra vez el soporte de la sección de vientos y Doreste aporreando las teclas.

En la mitad del álbum sorprende con una exquisita interpretación de Honky tonk woman de los Stones, mucho más bluesy que la original, con un buen aporte en slide de Julio Fabiani y los coros sublimes de Florencia Andrada. En Letter to my girlfriend, inspirada en la versión de Guitar Slim, Verteramo y los vientos sobrevuelan la tradición del temprano R&B y el sonido de Nueva Orleans. Night time is the right time, con Florencia Andrada ahora en voz principal, mantiene la vara muy alta, y luego vuelve sobre la figura de Jimmy Reed con I´m going upside your head con Julio Fabiani otra vez acompañándolo en guitarra. Para el final suma la armónica de Jorge Costales en Sleeping in the ground y así redondea un álbum formidable y muy variado.

En cada uno de los temas el guitarrista despliega toda su técnica y sentimiento, con fraseos soberbios y unos punteos muy intensos y profundos. Verteramo ya no es más aquel niño prodigio al que sus pares eligieron como la promesa del blues argentino, es un músico hecho y derecho, con un gran presente, que le asegura a la tradición del blues, y sus distintos estilos, un gran futuro.


martes, 21 de marzo de 2017

¿Cuál es el futuro del blues?


Las primeras reacciones ante las muertes de James Cotton y Chuck Berry, con apenas 48 horas de diferencia, fueron de consternación, pero inmediatamente surgieron los interrogantes sobre el futuro del blues. ¿El género sobrevivirá con la ausencia de sus próceres? ¿Los jóvenes músicos estarán a la altura de sus predecesores? ¿Seguirá siendo blues o mutará en estilos inclasificables?

Es cierto que Chuck Berry trascendió al ámbito del blues y es reconocido como uno de los pioneros del rock and roll. Pero no nos olvidemos que fue uno de los músicos insignia de Chess Records en la década del 50, la era dorada del blues de Chicago. En esas grabaciones contó con la participación de Willie Dixon, Matt Murphy, Johnnie Johnson, Fred Below, Lafayette Leake y algunos otros músicos que aún hoy no se logró determinar quiénes fueron y figuran como "unknown" en los catálogos. Berry llegó al sello de los hermanos Chess gracias a Muddy Waters.

Por ese entonces, James Cotton, nueve años menor que Berry, se sumó con su armónica a la banda de Waters. Es decir, los dos estuvieron en un momento clave del desarrollo del blues eléctrico –que coincidió con el nacimiento del rock & roll- y cada uno hizo su aporte significativo. Por el lado de Berry, lo suyo no varió mucho con el correr de los años. De alguna manera quedó atrapado, por el resto de su carrera, en un loop perpetuo de Johnny B. Goode, Maybellene y Roll over Beethoven. A tal punto que en los últimos años de su vida, sus hijos lo explotaron comercialmente, llevándolo por varios países, entre ellos Argentina, montando un espectáculo que el pobre y viejo Chuck no estaba en condiciones de dar. (Esto promete seguir porque Chuck dejó un disco grabado que sus hijos ya anticiparon que editarán en breve cuando el cadáver de su padre todavía está tibio).

El caso de Cotton fue muy diferente. Entre fines de los sesenta y mediados de los setenta grabó algunos álbumes más inclinados a los sonidos de la época, con sección de vientos, funky y soul, en busca de una oportunidad comercial. Luego llegó su vínculo con Alligator Records, editó algunos de sus mejores discos y se convirtió en un referente indiscutible de la armónica contemporánea. Las últimas dos décadas lanzó, en su mayoría, discos híper producidos para distintos sellos importantes. En síntesis, su carrera siempre fue ondulante y en muchos momentos priorizó lo comercial por encima de lo estilístico. Y no está mal, de hecho eso lo hicieron la mayoría de los bluseros, como B.B. King, Buddy Guy y hasta Muddy Waters.

Buddy Guy
Hay una cuestión generacional que es ineludible. Las viejas glorias del blues se mueren y la pregunta es qué le depara al género en el futuro. Veamos: Buddy Guy tiene más de 80 años, se lo ve muy bien de salud y gira alrededor del mundo con su show for export que muchos bluseros tradicionales detestan. Pero el tipo vende discos, llena teatros y, guste o no, es el máximo referente del blues en estos momentos. Luego están Henry Gray, Billy Boy Arnold, Cedell Davis y Lazy Lester, aunque ya por su edad y distintas problemas de salud su protagonismo en la escena musical es casi nulo. Otis Rush sigue vivo pero hace años que está inactivo. Y los pocos que giran con cierta frecuencia son Bobby Rush, Jimmy "Duck" Holmes, Robert "Bilbo" Walker, John Primer, Lurrie Bell y Eddy Clearwater... no muchos más. Después está el elenco de bluseros blancos con amplia trayectoria encabezado por Ronnie Earl, Duke Robillard, John Mayall, Sugar Ray Norcia, Anson Funderburgh, Jimmie Vaughan, John Hammond Jr. y Charly Musselwhite . Todos ellos siguen vigentes, tanto en festivales y/o grabando frecuentemente, cada uno de ellos con un estilo determinado. Pero todos superan los 60 años y el reloj está corriendo.

Jontavius Willis
Entre los de la nueva generación, el que más se destaca -y al que más critican también- es Joe Bonamassa. Los puristas lo detestan pero el tipo sacó discos en vivo en los que homenajea a los tres King, a Muddy Waters y Howlin' Wolf, o toca temas de Charley Patton y así esparce la palabra blues por el mundo. En la otra punta se ubica Jontavious Willis, un joven de 20 años, discípulo de Taj Mahal, que toca blues tradicional, pero como bien señala Juan Urbano López no ostenta un estilo definido como los bluseros de antaño sino que va del ragtime al blues del Delta, al piedmont e incluso Chicago. Probablemente sí, esa parte del folclore tradicional, de los bluesmen que solo tocaban música de su región esté a punto de extinguirse.

Jontavious descubrió el blues en YouTube. Lo mismo le pasó a otro joven talento, Dylan Bishop. Y es probable que lo mismo haya sucedido con Marquise Knox, Rhiannon Giddens o Christone Kingfish Ingram. Todos ellos están expuestos a un bombardeo de información permanente difícil de manejar y tal vez en el futuro terminen haciendo algo que muchos consideren que no es blues. Les pasó, sin ir más lejos, a las esperanzas del blues tradicional de la década del noventa: Corey Harris se volcó al reggae; Alvin "Youngblood" Hart al rock; y Keb' Mo' se obsesionó con las nominaciones al Grammy.

Daniel De Vita
En contraposición, en un país tan distante del Mississippi como la Argentina, hay músicos jóvenes muy enfocados en preservar la tradición o algún estilo en particular. Daniel De Vita, An Díaz, El Club del Jump, Xime Monzón y Federico Verteramo son los principales referentes. Leo Parra Castillo, gran intérprete de country blues me lo dejó muy claro cuando le pregunté si no tocaba nada de Mississippi John Hurt. "Por ahora estoy concentrado en Charley Patton, Son House, Robert Johnson y el sonido más puro del Delta y trato de no perderme en la sobreabundancia de información", respondió. Todos ellos respetan a rajatabla distintos estilos de blues como lo hicieron –y lo hacen- Daniel Raffo, Adrián Jiménez, Nico Smoljan, Damián Duflós y tantos otros. En el otro extremo están los que escriben sus propias canciones en español y siguen la línea del blues argentino, desde Botafogo y La Mississippi hasta Easy Babies y 50 Negras.

En definitiva, las muertes de James Cotton y Chuck Berry golpearon duro al ambiente del blues –y de la música en general- pero de ninguna manera constituyen el certificado de defunción del género. Desde sus inicios, el blues fue dinámico y evolutivo. El blues no se murió con el nacimiento del rock and roll, por el contrario tuvo un redescubrimiento. Con la llegada del CD se editaron y reeditaron muchos más discos de los que se editaban hasta entonces. Internet y las redes sociales acercaron de manera brutal y sin filtro a una nueva generación.

Hoy el escenario es distinto, pero eso no significa que todo esté perdido, sino que la gama de ofertas bluseras es mucho más amplia y está a la distancia de un click. Me parece inconducente la discusión sobre qué es y qué no es blues. A comienzos de los cincuenta, Big Bill Broonzy decía que Muddy Waters no tocaba blues y lo que pasaba, en realidad, es que no tocaba blues como él lo conocía. De cara al futuro, la comunidad blusera deberá aceptar que el paso del tiempo es ineludible y reconocer que las nuevas generaciones tendrán otra forma de expresar el blues. Y éstas deberán asumir el compromiso, independientemente del estilo que toquen, de preservar y difundir el legado y la esencia del viejo blues.

viernes, 17 de marzo de 2017

Hill colombian blues


Carlos Elliot Jr. está vestido igual que en la tapa de su disco Del Otún & el Mississippi, el último que editó. Lleva camisa a cuadros, la misma remera negra por debajo, el sombrero que lo caracteriza, pantalón de jean y botas de gamuza. Camina por entre las mesas y se sienta a charlar con todos los que fueron hasta el Balcón de Blues para ver su debut porteño. Es un tipo agradable, conversador y se muestra muy agradecido. El show empieza poco después de las 23, la Telecaster roja cuelga de sus hombros mientras sopla un pífano y el baterista Eduardo Oviedo, colombiano como él, marca el ritmo de un blues hipóntico con el que el que invocan a los espíritus del Hill country blues.

Toma la guitarra y larga los primeros acordes de Dance with me. El repiqueteo de la batería es incesante, no hay respiro. Elliot Jr. hace la rítmica, lanza unos riffs serpenteantes y cuela unos solos furtivos. Son dos pero suenan como si fueran cinco. “Y ahora vamos a tocar un tema dedicado a una vieja mula de mi tierra”. La zona es Pereira, epicentro del eje cafetero, la perla del Otún. La mula es Katrina. El ritmo es desenfrenado y seductor.

Entonces empiezan a desfilar los amigos: Rubén Vaneske –ex armoniquista de La Mississippi y productor del show- sube con su washboard y su armónica, y también lo hacen sus ex compañeros de la banda, los saxofonistas Eduardo Introcaso y Zeta Yeyati. Carlos Elliot Jr. anuncia el siguiente tema, Shake your body on the dance floor, y la música toma un camino insondable: el Hill country blues se pierde en un alocado frenesí de jazz avant garde, que se agudiza con Love you with all my heart. Y mientras los saxos deambulan por el éter de la improvisación, el guitarrista camina entre las mesas, se sube a una banqueta, luego a la barra y sigue tocando como si solo estuviera haciendo la mímica de lo que está sonando. El cierre de la primera parte encuentra otra vez solos a los músicos colombianos interpretando Got this feeling con un espíritu más souleado.

El intervalo, que anunció de “cinco, o diez, o quince minutos”, dura casi media hora. El hechicero colombiano vuelve a escena con su baterista y Héctor Bracamonte, el Bracagol del blues, en segunda guitarra, lugar que luego ocupará el zurdo Hernán Tamanini. Y Carlos Elliot Jr. vuelve a caminar entre las mesas, pero esta vez va más allá, cruza la puerta y sale a la calle. El semáforo de Lavalle y Mario Bravo está en rojo, no pasan autos y en el cruce de ambas arterias el tipo se acuesta sobre el asfalto y sigue tocando como si fuera algo normal.

En nuestro país no hay casi exponentes del sonido del Hill country blues, tal vez los más destacados, por no decir los únicos, son los cordobeses de Alligator's Sons, así que la presentación de Carlos Elliot Jr. es de un valor doble: un músico colombiano tocando el estilo del norte del Mississippi en la Argentina. Una muestra más de que el blues sigue derribando fronteras.

martes, 14 de marzo de 2017

Ambos mundos


El disco tiene un instante trascendental de diez segundos. En ese breve lapso, la voz de An Díaz entra en erupción como un volcán. Es la introducción de I can't quit you baby y ella llega a un registro vocal extraordinario, inspirado en ese comienzo mágico de Otis Rush cantando en vivo en uno de los American Folk Blues Festival. Luego entra la banda -Daniel De Vita en guitarra, Mauro Ceriello en bajo y Gabriel Cabiaglia en batería- y despliega un soporte eléctrico con el que la voz de An se esparce con comodidad sin perder intensidad.

Ese tema aparece promediando el álbum -EP, más bien- debut de An, una paleta colorida que, como explicó ella, refleja lo que pasó en su vida desde que comenzó con la música no hace mucho tiempo atrás. El álbum tiene blues y gospel, sus dos mundos, casi en proporciones idénticas.

Todo comienza con ella rasgando una guitarra acústica y cantando You can talk about me, de Jessie Mae Hemphill, en una búsqueda profunda de sus raíces musicales, bien al norte del Mississippi. Luego deja el porche de una cabaña desvencijada e ingresa en una iglesia junto al brasileño Luciano Leães. quien sostiene una base de hammond para que ella entone If I can help somebody, de Mahalia Jackson. Sigue en la misma línea espiritual con I'm gonna live (the life I sing about in my songs), pero esta vez la acompaña en voz y guitarra acústica su maestro Gabriel Grätzer, y el sonido imita las viejas grabaciones de de las décadas del veinte y el treinta.

Con mucha fuerza y, el sostén rítmico de Dany De Vita en guitarra eléctrica, versiona Anytime you want de Sean Costello. Después de la apabullante interpretación de I can't quit... sigue en Chicago y con mismo el trío eléctrico para rendirle tributo a Magic Sam con Keep on lovin' you baby. El disco termina con An entonando Death is awful, de Vera Hall, con base de percusión electrónica y extractos del discurso de I have a dream de Martin "Luther" King. Pero hay algo más... un track oculto, An's song, en el que Lee -músico oriundo Clewiston, Florida, radicado en Buenos Aires- la acompaña en Rhodes y voz.

La calidad de grabación es óptima porque detrás de la consola estuvo De Vita y además Mariano D'Andrea sumó know how durante la sesión de 9 de octubre del año pasado.

Ella eleva su voz, potente e inmaculada, cualidades que distinguen al blues y al gopel de raíz.

Los dos mundos de An.


lunes, 6 de marzo de 2017

El Club del Progreso


Es sorprendente la evolución musical de El Club del Jump. Hace apenas poco más de tres años era una banda en formación y hoy es un grupo de nivel internacional. Y no hay ni la más mínima exageración en esa sentencia. Alcanzaron un sonido prolijo y exquisito, un ensamble modélico y los arrebatos individuales de los hermanos Burguez, desde la guitarra o los teclados, son formidables. A todo eso le sumaron la composición y algunos de los temas que escribieron tranquilamente podrían pasar a ser parte del repertorio de músicos como Ronnie Earl o Sugar Ray Norcia.

Basta con escuchar Don't worry, el segundo tema del disco, escrito por Martín Burguez, para comprender de qué va la cosa. Martín se convirtió en un músico excepcional, claramente tiene un talento innato al que le agrega una cuota importante de sacrificio y dedicación. Porque para llegar a tocar así, con tanto swing y timming, hay que practicar y ensayar hasta que los dedos pidan clemencia. Pero no es sólo con la guitarra con lo que se destaca. Su canto encaja perfectamente en el molde del jump y el west coast.

Todo el disco tiene un sonido cuidado, no hay ni un bache y la rítmica, encabezada por Christian Morana en bajo y Gonzalo Rodríguez en batería, motoriza la dinámica aplastante de la banda y, cuando es necesario, allana el camino, con un pulso equilibrado, para que se destaquen los solistas. Checkmate cuenta además con dos invitados internacionales, los brasileños Camila Dengo e Iván Marcio. Ella canta una sensual versión de 5,10,15 hours, y él colabora en voz y armónica en el clásico Lonesome train. Nico Smoljan también sopla su armónica en Ain't got you, de Billy Boy Arnold, tal vez, el único tema Chicago del disco. Y luego están Yair Lerner en trompeta y Federico Álvarez en saxo que suman el poder de los caños en tres de las 14 canciones del disco.

El álbum, el segundo de la banda, cuenta también con algunas curiosidades que vale la pena destacar. La primera es la versión sublime y bluseada de La Calabresa, una canción tradicional italiana que Martín Burguez me contó que solía cantársela su abuelo. Los solos de piano y guitarra son realmente fantásticos. La segunda es Dance and feel the blues, un tema escrito por los hermanos Burguez inspirados en el sonido de Nueva Orleans, con un gran aporte de los caños. Y la tercera es Buffalo jump, en el que la banda muestra su potencial jazzero.

Checkmate es un álbum que no tiene desperdicio. Marca la evolución de una banda que sabe lo que quiere y cuál es el rumbo que debe seguir. Pongan el disco, sírvanse un whisky y disfruten de esta fusión fantástica de blues y swing.