jueves, 30 de agosto de 2012

Rockin' blues

Adrián Jiménez es un referente ineludible de la armónica blusera en la Argentina. Tiene un curriculum extenso y envidiable. Empezó a estudiar con un histórico, Luis Robinson, y se perfeccionó en clínicas que dieron músicos estadounidenses como Bruce Ewan, Billy Branch y Norton Buffalo. Además de formar su propia banda, tocó junto a créditos locales como Gabriel Grätzer, King Size y los Easy Babies, y con estrellas internacionales de la talla de Eddie C. Campbell, John Primer y Phil Guy, hermano de Buddy Guy.

Rockin’ blues es su segundo álbum y es la continuación perfecta del primero, Armónica blues, editado en 2006. Aquí, como en su antecesor, Jiménez se enfoca en clásicos del género a los que le suma un par de instrumentales propios. Así, su armónica cromática o su Marine Band sobrevuelan composiciones de Muddy Waters, Willie Dixon, Sonny Boy Williamson y Little Walter, todos referentes del blues de Chicago, aunque también se luce en una magnífica versión de Careless love, un tema que nos remite al Nueva Orleans de los años 20.

Los músicos que lo acompañan son todos de primer nivel y varían según la canción. Juan Codazzi, Roberto Porzio y Matías Cipilliano alternan la guitarra en 14 de los 15 temas que tiene el disco. Lo mismo pasa con el bajo y la batería, donde Mauro Diana y Mauro Ceriello se turnan con las cuatro cuerdas, y Gabriel Cabiaglia y Pato Raffo hacen lo mismo con la percusión. Apenas la mitad de los temas son cantados y para eso también hay invitados: Ricardo Tapia -de La Mississippi-, Javier “Ciego” Goffman y Gabriel Grätzer. La joya del disco es la versión de Stop breakin’ down, en la que Jiménez apenas se rodea de la guitarra de Daniel Raffo y la voz de Tapia para homenajear al legendario Robert Johnson.

La grabación de Rockin’ blues se realizó en tres sesiones en el Estudio Inartec, entre julio de 2010 y agosto del año pasado, y recién fue editado hace pocas semanas. Como sucede siempre en el ámbito del blues local, el disco demandó mucho esfuerzo y pasión, y el resultado refleja todo eso.

domingo, 26 de agosto de 2012

La encuesta del Blues local

Pappo y Botafogo
El blues argentino nació del rock. Aquí podemos reescribir la vieja frase de Muddy Waters “Blues had a baby and they named it rock and roll”, por “El rock tuvo un hijo y lo llamaron blues local”. Es que los pioneros del rock nacional fueron también los primeros en tocar blues. Manal, Pappo, La Pesada y Pescado Rabioso, entre otros, recibieron el sonido de Chicago y Mississippi tamizado por rockeros como Jimi Hendrix, Cream, Fleetwood Mac, los Rolling Stones y los Animals, y a esa música le incluyeron su propia voz. Al margen están los casos de Oscar Alemán, Blackie y Lois Blue, que ya interpretaban viejos blues y standards desde hacía años, aunque sus nombres quedaron más emparentados con la escena del jazz.

Daniel Raffo, de King Size
A fines de los 60 y comienzos de los 70, el blues local lo interpretaban bandas de rock, en su mayoría con letras en español. Con los años comenzaron a llegar con más frecuencia discos de B.B. King, Muddy Waters, Howlin’ Wolf y una pequeña tribu de músicos y oyentes se fue inclinando por el blues más tradicional y cantado en inglés. Así fueron surgiendo bandas que animarían la escena local por varios años combinando la influencia del blues local con el sonido que llegaba del norte y su propia voz. Memphis la Blusera, La Mississippi, Durazno de Gala, Las Blanacablus y King Size son algunos ejemplos. En los 90, con el auge del CD, la muerte de Stevie Ray Vaughan y un aluvión de shows internacionales de primer nivel nació una nueva generación independiente del contexto local. Dos programas de radio hicieron escuela durante esa época, uno en la Rock and Pop y el otro en FM del Plata; y surgieron bares dedicados exclusivamente al género: el Blues Special Club y El Samovar de Rasputín, en La Boca, y Betty Blues, en Belgrano, fueron los más importantes.

La crisis de 2001 también afectó al blues, y de qué manera. Las grandes bandas que habían llenado Obras y teatros porteños se vieron frente a una nueva realidad. Durante cinco años no vino casi ningún artista internacional. Además, la tragedia de Cromañón y la muerte de Pappo, con dos meses de diferencia, fueron dos cimbronazos. Pero en el último tiempo hubo un cambio importante y lo que hasta hace unos años parecía difícil de revertir, hoy anda por buen camino. Vienen más músicos que en los 90, existe la Escuela del Blues y el proyecto Blues en Movimiento, y la joven guardia blusera la pelea noche tras noche para hacerse un lugar.

Esta es una breve encuesta de cuatro preguntas realizada a 51 músicos argentinos de blues sobre sus gustos e influencias a nivel local.

Pappo
1) ¿Quién es el músico o banda emblema del blues local? El ganador fue Pappo por abrumadora mayoría, pese a que muchos de los que lo votaron dijeron que ya no lo escuchan o no lo consideran una influencia. En total recibió 25 votos, es decir el 50 por ciento. En segundo lugar quedó Daniel Raffo con seis votos. Manal, la banda de Martínez, Medina y Gabis, quedó en tercer lugar con cinco. La Mississippi y Botafogo obtuvieron dos votos cada uno, al igual que Adrián Flores.

Manal, 1970
2) ¿Cuál es el mejor disco de la historia del blues nacional? Aquí los votos estuvieron muy repartidos. Ganó con siete votos el disco debut de Manal, editado en 1970, ese que contiene grandes clásicos como Jugo de tomate frío, Avenida Rivadavia, Avellaneda blues o Todo el día me pregunto. El segundo lugar fue para Blues local con seis, el álbum con el que Pappo volvió al blues en 1992. Y tercero, con cinco votos, quedó El blues paga mal, el disco de Easy Babies, la banda liderada por Mauro Diana y Roberto Porzio. Hay que señalar que Pappo sumó varios votos por otros discos: Pappo’s Blues Vol. 3 recibió cuatro votos igual que Buscando un amor. Mientras que Pappo’s Blues Vol. 1 fue elegido por tres músicos. Armónica blues (Adrián Jiménez), Alma bajo la lluvia (Memphis La Blusera) y Sacale el jugo (Durazno de Gala) sumaron dos votos cada uno.

Federico Verteramo
3) ¿Quién es la promesa del blues argentino? El guitarrista zurdo Federico Verteramo fue el elegido de los músicos con once de los 51 votos. Uno de los que lo eligió lo describió así: “Nosotros nos pasamos horas estudiando para poder hacer lo que a él le sale de manera natural”. Federico tiene 20 años y está siempre tocando. Integra cuatro bandas: Los Huesos de Gato Negro, Nacho Ladisa Blues Club, Blues Special Band y los Easy Babies. Vale la pena ir a escucharlo. Segundo quedó Juan Manuel Torres, violero de Mariano Slaimen R&B Band, Darío Soto & Soulville y FourFunky, que fue votado por seis músicos. Tercero resultó el armonicista Nicolás Smoljan con dos votos. Todos los demás votados sacaron una unidad cada uno.

Rick Estrin & The Nightcats
4) ¿Cuál fue el mejor show de blues internacional en el país? Tal vez porque muchos de los consultados tienen alrededor de 30 años o menos, ganó un recital reciente, el de Rick Estrin & The Nightcats, que se hizo el año pasado en La Trastienda. Recibió once votos. Segundo quedó el de Albert Collins en el Gran Rex, de 1992, con cuatro votos. El tercer lugar fue para el show de James Cotton en el mismo teatro y en el mismo año con tres votos, aunque recibió otros dos sufragios por su show de 2009. Una curiosidad: B.B. King recibió varios menciones pero por distintos shows. Hay que recordar que vino al país muchas veces: 1980, 1991, 1992, 1993, 1998 y 2010. El recital de Albert King en el Gran Rex, pocos meses antes de su muerte, sumó tres votos.

VOTARON: 1) Cristina Dall, 2) José Luis Pardo, 3) Gustavo Villegas, 4) Roberto Porzio, 5) Víctor Hamudis, 6) Goyo Delta Blues, 7) Gabriel Cabiaglia, 8) Yalo López, 9) Adrián Jiménez, 10) Nacho Ladisa, 11) Fernando Gabriel Heller, 12) Marcos Lenn, 13) Rafo Grin, 14) Ricky Muñoz, 15) Nicolás Smoljan, 16) Gabriel Grätzer, 17) Federico Verteramo, 18) Mauro Diana, 19) Damián Martín Duflòs, 20) Homero Tolosa, 21) Guillermo Fernández, 22) María Heer, 23) Alejandro Álvarez, 24) Gus Quin, 25) Juan Urbano López, 26) Ale Gallo Negro, 27) Walter Gandini, 28) Walter Galeazzi, 29) Mariano Cardozo, 30) Gustavo Lazo, 31) César Valdomir, 32) Vincha Blues, 33) Natalia Nardiello, 34) Maximiliano Hracek, 35) Hughis López, 36) Florencia Andrada, 37) Juan Manuel Torres, 38) Julio Fabiani, 39) Rafael Nasta, 40) Perro Gorosito, 41) Mariano D’Andrea, 42) Matías Cipiliano, 43) Darío Soto, 44) Agustín Coppola, 45) Martín Luka, 46) Nicolás Raffetta, 47) Javier Goffman, 48) Sabrina González, 49) Mar Nerone, 50) Walter Loscocco, 51) Mauro Ceriello.

jueves, 23 de agosto de 2012

Más y mejores blues

Lurrie Bell tocó en La Trastienda por tercer año consecutivo. Y paso lo que nunca antes había pasado en un show de blues: mientras Lurrie cerraba con una acelerada y caliente versión de Hideway, abajo del escenario unas 30 personas casi inauguran la era del pogo en el blues. Fue una noche tremenda, en la que Lurrie estuvo completamente encendido. Su Gibson USA parecía un lanzallamas endemoniado y la banda sonó muy ajustada. Después de este show no hay dudas de que Lurrie es un referente indiscutido para toda una generación de bluseros argentinos.

La noche empezó de manera especial. Florencia Andrada y su banda impusieron un sonido soul setentoso y con mucha personalidad. Once músicos en escena –dos guitarras, tres caños, dos coristas, teclado, bajo y batería, más ella- hicieron por primera vez ”una Trastienda” con mucha soltura y buena música. En media hora tocaron cuatro temas propios, del disco que acaban de terminar de grabar y que saldrá dentro de un par de meses. Cerraron con People get ready, el clásico de Curtis Mayfield.

Cuando se corrió el telón, Roberto Porzio (guitarra), Gustavo “Bohemio” Rubinsztein (bajo), Walter Galeazzi (teclados) y Gabriel Cabiaglia (batería) comenzaron a tocar un blues instrumental para darle la bienvenida a Lurrie. Ese blues se convirtió en el shuffle adecuado para la presentación y Roberto animó al público: “¿Están listos para Lurrie Bell? ¡Está mejor que nunca!”. La respuesta fue un “sí” unánime. Y Lurrie apareció en escena con su guitarra a cuestas y casi la misma ropa que el año pasado. Se sumó al shuffle para entrar en calor y la zapada se extendió por casi diez minutos. Después bajó los decibeles y nos llevó a todos hacia el Tin Pan Alley, ese lugar duro donde la gente mata por un trago de whisky, gin o vino. Siguió con Pretty baby, un tema de su padre Carey Bell, y She’s nineteen years old, de Muddy Waters. En cada uno de esos temas el pulgar de su mano derecha arremetió contra las cuerdas de su guitarra y sacó unos solos tan intensos como su propia historia.

Hizo un puñado de clásicos más, I need you so bad y Cold, cold feeling, los dos bien extensos, donde dejó que Roberto y Walter tuvieran sus minutos para mostrarse: y ellos lo aprovecharon con unos solos bien sentidos. Después invitó al escenario al guitarrista Alambre González para los últimos dos temas y el bis: Big legged woman, Messin’ with the kid y Hideway. Fue una noche ardiente, en la que Lurrie Bell, heredero del sonido más tradicional de Chicago y portador de la esencia misma del blues, dejó en claro que de aquí en más sólo tendrá más y mejores blues para dar.




Reseña del show de 2011

Reseña del show de 2010

martes, 21 de agosto de 2012

El peregrino

James Harman está acodado en la barra. Disfruta de un vaso de whisky celosamente custodiado por una botella de agua mineral. Sabe que no puede abusar del alcohol y menos de la comida, porque hace poco le diagnosticaron diabetes. Escucha con atención como The Black Cat Bone, la banda de Blind Willie y Gustavo Lazo, pasa de clásico en clásico: Hoochie Coochie man, All your love, Catfish blues. Harman asiente con la cabeza al compás del ritmo. En eso abre los ojos, mira a Juan, su productor, y le pregunta cuánto falta para salir a escena. “Unos diez minutos” le contesta el otro. Harman se levanta y se va hacia el camarín. Se cambia la camisa y sale. Cuando está volviendo a la barra se cruza con la encargada del bar y le dice en inglés: “Qué preciosa estás”. Ella se sonroja y sonríe. La otra banda acaba de terminar los acordes de un tema de Jimmy Reed y el bluesman sabe que es el momento de subir a escena.

Harman tiene una larga trayectoria. Es un verdadero peregrino del blues. Nació hace 66 años en Anniston, Alabama, y creció en el norte del estado de Florida. Grabó sus primeros singles en Atlanta, la peleó en Chicago y Nueva York, y se consolidó en el sur California, entre Los Ángeles y Long Beach. Tocó junto a John Lee Hooker, T-Bone Walker, Albert Collins, Johnny “Guitar” Watson y ZZ Top. Desde hace unos meses está de gira y su humanidad ya se desplazó por 26 países.

Ahora está arriba del escenario de Boris, en Palermo, a punto de mostrarnos como se canta blues. El lugar está muy bien puesto, pero es un poco frío. Harman se acomoda la camisa y deja que la banda haga un tema para entrar en calor. Los hermanos Zafra, en guitarra y bajo, Guillermo Raíces, en teclados, y Walter Loscocco, en batería, se ponen a tono con el sonido del West Coast, aunque a Harman le gusta decir que ese sonido como tal “no existe”. Él es un heredero de George “Harmonica” Smith y eso es lo que transmite cuando toca la armónica.

Es un excelente armonicista y también un cantante excepcional. Cada canción la vive con una pasión desmedida. Se nota por cómo su cuerpo se contrae y unas muecas desdibujan su rostro. Elige los temas en el momento. Le gusta improvisar y que la banda lo siga. Con una seña y un par de palabras les explica a los músicos qué es lo quiere hacer. Desde la parte superior del bar una mujer le grita en un inglés de roble: “¡Cuéntanos de las mujeres!”. Al principio le cuesta entender lo que le están tratando de decir. Cuando lo logra, retruca: “Desde que llegué sólo vi lluvia. Pero sí puedo hablar de la comida: he probado bife y lemon pie. Ahora no llueve, así que espero ver una mujer esta noche”. Su médico no estaría contento.

Y los blues siguen. Harman alienta a Guillermo Raíces en cada solo. Tiene ganas de escuchar el piano. Los temas que canta son todas composiciones propias, que fueron editadas en alguno de sus diez discos solistas. Son letras que hablan más de desencantos amorosos, madrugadas de soledad y sentimientos cruzados, que de noches interminables regadas de alcohol como en otras épocas. Harman sopla su armónica y canta: “The telephone is ringing, but she won’t answer…” Así, entre blues y más blues, se va la noche. Cuando el show termina y los aplausos se disuelven, Harman vuelve al camarín y se cambia la camisa sudada por una remera con el estampado de un festival de blues. Regresa a la barra pero esta vez no se apoya. Entre saludos y fotos, mira alrededor. Se lo ve satisfecho. Fue una buena noche de música y afuera no llueve. Ahora, como lo debe hacer en cada ciudad que visita, el peregrino tiene empieza a buscar a una mujer.

viernes, 17 de agosto de 2012

Bentonia blues


Jimmy "Duck" Holmes
Bentonia es un pequeño pueblo de 500 habitantes que está en el condado de Yazoo. Si bien no está dentro del área del Delta del Mississippi, entró en la historia grande del género gracias a su hijo pródigo, el legendario Skip James. Él y, luego, el bluesman Jack Owens definieron lo que hoy se conoce como Bentonia blues o Bentonia school: una forma de tocar la guitarra con una afinación en Re menor abierto, sin púa, creando atrapantes líneas de bajo. No hace falta más que escuchar los discos de Skip James, tanto las grabaciones de la década del 30 como las de los 60, para darse cuenta que fue uno de los músicos más innovadores del sur profundo.

Skip James
La historia cuenta que Skip James aprendió a tocar de esa manera gracias a la influencia del bluesman Henry Stuckey, quien había desarrollado un estilo muy particular que aprendió en Francia durante la Primera Guerra Mundial, luego de escuchar a un soldado de la repartición que había enviado Bahamas. Stuckey nunca llegó a grabar pero James y Owens absorbieron su sonido y le imprimieron letras oscuras e introspectivas. James fue el creador de clásicos inigualables: Hard time killin' floor blues, Devil got my woman y I’m so glad, tema que deslumbró a Eric Clapton en los 60 y reconvirtió en la poderosa canción de Cream.

Jack Owens
Skip James murió en 1969 y Owens, en 1997. Sin embargo, el blues en Bentonia sigue vivo por el impulso y la pasión de un solo hombre. Allí funciona el Blue Front Café, el juke joint más viejo del estado y su dueño, Jimmy “Duck” Holmes, es el responsable de que la tradición se mantenga viva.

Blue Front Cafe
Holmes nació en 1947. Sus padres, Carey and Mary Holmes, que se dedicaban a juntar algodón, decidieron abrir el Blue Front Café un año después. El blues se fue metiendo en el cuerpo del pequeño Jimmy como un virus salvaje. En los 70, cuando rondaba los veintitantos, se hizo cargo del bar. La decoración no varió mucho desde entonces. Se trata de un local con techo a dos aguas, unas pocas mesas con sillas destartaladas, una barra que sirve bebidas alcohólicas y unos amplificadores recostados sobre un costado para que se ubiquen los músicos. Una de las paredes tiene pegadas decenas de fotos y recortes de diarios de músicos de blues que pasaron por el lugar, como una especie de Wall of Fame. Jack Owens se presentó allí cientos de veces. Otro que lo hizo en varias oportunidades fue el armonicista Bud Spires. Hoy, sino estña de gira, Jimmy “Duck” Holmes anima las noches de los fines de semana.

Como tantos otros bluesmen del sur de los Estados Unidos, Holmes fue grabado por Alan Lomax en la década del 70, aunque recién pudo editar su primer álbum en 2006. Back to Bentonia fue también el primero de los tres discos que grabó para el sello Broke & Hungry. Los otros dos fueron Done got tired of tryin' (2007) y Ain’t it lonesome (2010). En el medio fue contratado por Fat Possum, la discográfica del norte de Mississippi responsable de las grabaciones de Junior Kimbrough y R.L. Burnside, para grabar Gonna get old someday, que vio la luz en 2008 y es probablemente su trabajo más consistente. El heredero de la escuela de Bentonia sigue firme con su guitarra en su pequeño y humilde juke joint, uno de esos lugares como los que ya no quedan en el Mississippi.


domingo, 12 de agosto de 2012

Luther's blues, la trilogía

Una de las cosas que me gustan del blues es que más allá de los referentes –Muddy Waters, Buddy Guy, B.B. King, Robert Johnson, T-Bone Walker, Albert King, Son House- hay cientos de músicos más que se destacan –o destacaron- por peso propio y gran talento. Muchos de ellos dejaron su huella y otros siguen llevando el blues a los costados más recónditos del mundo. Aquí tres ejemplos de grandes guitarristas, representativos del sonido del West Side de Chicago, que sólo hay que escucharlos una vez para seguir haciéndolo por el resto de la vida.

Luther Tucker (1936-1993). La guitarra mágica de Luther Tucker aparece en decenas de grabaciones de blues desde los 60 hasta fines de los 80, secundando a músicos como Otis Rush, Robben Ford, Jimmy Rogers, Snooky Pryor, Muddy Waters, John Lee Hooker y Elvin Bishop. Pero sin dudas, sus trabajos más importantes fueron junto a dos tremendos armonicistas: durante los 50 fue uno de los guitarristas detrás de Little Walter, en las legendarias grabaciones para el sello Chess, una era dorada para el blues eléctrico. Tiempo después se sumó a la banda de James Cotton. Un gran disco de esa época es el que grabaron en vivo en Antone’s, en 1987. Tucker había nacido en Memphis, pero de muy chico se fue a vivir a Chicago. Allí empezó a tocar una rústica guitarra que le había fabricado su padre, al tiempo que escuchaba a músicos como Big Bill Broonzy, que anticipaban la revolución musical que estaba por venir. Otro de sus mentores fue Robert Lockwood jr., quien dedicó tiempo y esfuerzo en ensañarle algunos de los secretos de la guitarra eléctrica. A mediados de los 70, Tucker se fue a vivir a San Francisco, donde formó su propia banda. Recién en 1990 pudo grabar su primer disco solista: el sello texano Antone’s editó Sad hours, un álbum de once temas clásicos en los que dejó demostrado que no sólo era un gran acompañante, sino también era un frontman sensacional. Tres años después, luego de su muerte, el sello Blue Rock it, lanzó un disco póstumo junto a la Ford Blues Band.

Luther Allison (1939-1997). Nació en una granja de Arkansas, donde sus padres se ganaban la vida juntando algodón. Tuvo 14 hermanos y desde muy chico se inclinó por la música. Como muchos de sus contemporáneos, en la adolescencia se la pasaba escuchando a B.B. King en el King Biscuit Show, que se transmitía por la radio WDIA de Memphis, mientras tocaba el órgano y cantaba en la Iglesia. Tiempo después, su familia se mudó al West Side de Chicago, y eso selló su destino, aunque hubo una posible desviación hacia otro rubro que no prosperó. En la escuela era un gran jugador de béisbol y fue tentado para seguir adelante con el deporte. Pero sus trasnochadas en los clubes de blues pesaron mucho más. Su primer trabajo importante lo tuvo como bajista de Jimmy Dawkins. Eso le sirvió para ir ganando experiencia y empezar a codearse con los reyes del lugar, Freddie King, Magic Sam y Otis Rush. Pero su virtuosismo sería opacado por la deslumbrante aparición de Buddy Guy, un guitarrista que había dejado su Louisiana natal para instalarse en Chicago. Su debut discográfico sucedió en 1969, cuando grabó Love me mama para el sello Delmark. Eso captó la atención del poderoso Motown, que se hizo de sus servicios, a pesar de que su extenso catálogo sólo incluía músicos de soul y R&B. Si bien los dos discos que grabó para Motown no se vendieron bien (¡qué tremendo es Bad news is coming!), pudo viajar alrededor del mundo con sus blues. A mediados de los 70, se radicó en París y durante años recorrió Europa decenas de veces y grabó para varios sellos, especialmente el francés Black & Blue. Durante ese período, en su país se olvidaron de él. Aunque tuvo su revancha en 1995 cuando firmó para el poderoso sello Alligator. Grabó tres discos, el último –Reckless- en el mismo año en que murió (en 1999 fue editado un cuarto álbum en vivo). Allison realmente se distinguió por una forma exquisita de tocar la guitarra, con ribetes jazzeros, y una potencia vocal demoledora. Hoy, su legado sigue vigente en las manos de su hijo Bernard.


Luther “Guitar Jr.” Johnson (1939). Es el único de esta trilogía que sigue vivo. Nació en Itta Bena, Mississippi, el mismo pueblo que dio a luz al rey del blues, B.B. King. Y también integra otra trilogía de menor cartel, que es la que forma con otros dos Luther Johnson, el que apodaban “Snake” y al que llamaban “Houserocker”. Pero lo elegí a él para acompañar a Tucker y Allison porque su forma de tocar y su trayectoria, de alguna medida se emparenta más con los últimos dos. Él también se crío con esa combinación de blues y góspel, que tanto marcó a los músicos de los últimos 60 años. La música que los llamaba y los atraía –la del Diablo- y la música que les imponían su familia y la Iglesia –la de Dios-. Se mudó a Chicago a comienzos de los 50, donde desarrolló un estilo bien anclado en el sonido de la ciudad. En los 60, durante dos años integró la banda del notable Magic Sam y tempo después se sumó como guitarrista de Muddy Waters. En 1976, cuando estaba de gira por Europa con el padre del blues de Chicago, el sello Black & Blue –el mismo para el que grababa Luther Allison- lo convocó al estudio junto a los otros músicos de la banda (Bob Margolin, Pinetop Perkins, Calvin Jones, Willie Smith y Jerry Portnoy). Así se grabó su debut, Luther’s blues, que años más tarde fue reeditado por la compañía Evidence. En los años siguientes lanzó siete álbumes más para los sellos Bullseye yTelarc. Country sugar papa (1994) y Slammin' on the West Side (1996) son sus mejores trabajos. Si bien hace once años que no entra a un estudio, Luther sigue tocando en vivo, como lo hizo siempre. Como lo hará hasta el día de su muerte.

jueves, 9 de agosto de 2012

Crónicas mordaces


Este disco podría ser un anexo del anterior, Pull up some dust and sit down (2011), porque aquí Cooder se mece otra vez entre la música de raíces, especialmente el folk y el blues. Las canciones de Election special pueden considerarse crónicas de los Estados Unidos de hoy. Las letras se centran en las próximas elecciones presidenciales, en algunos personajes y situaciones reprochables de la política de Washington.

Ry Cooder hizo de todo en los últimos 40 años: tuvo una banda de blues junto a Taj Mahal (Rising Sons), tocó con los Rolling Stones (Let It Bleed y Sticky Fingers), grabó junto al músico africano Ali Farka Touré (con quien ganó un Grammy), y fue responsable del redescubrimiento de los músicos cubanos enrolados bajo el nombre de Buena Vista Social Club. Además tocó en sesiones de Warren Zevon, John Hiatt, Aaron Neville y participó de las bandas de sonido de cuatro películas: Crossroads (Ralph Macchio), Primary colors (John Travolta), Last man standing (Bruce Willis) y Paris, Texas (Nastassja Kinski). Toda su carrera, además, estuvo marcada por una particularidad: se presentó muy pocas veces en vivo. “No me importan los aplausos”, dijo más de una vez.

A los 65 años sigue completamente involucrado en la música, a la que le agregó el condimento de la crítica política. Election special es un álbum minimalista, en el que Cooder toca la guitarra, la mandolina y el bajo, y sólo lo acompaña su hijo Joachim en batería. Las canciones tienen un sabor agridulce; son cuestionamientos duros al sistema mezclados con agudas humoradas. Seguramente la que más dará de hablar es Mutt Romney blues, dedicada al candidato republicano que tratará de desplazar de la Casa Blanca a Barak Obama. El nombre viene de un juego de palabras: el político se llama Mitt y “Mutt” significa estúpido, ignorante. El narrador de la canción es el viejo perro de Rommey, Seamus, al que ató al techo de su auto durante un viaje de vacaciones junto a su familia en 1983. El pobre animal estuvo doce horas a la intemperie. La letra dice: “No se ve bien, no parece estar bien / Calor durante el día, frío por la noche / Adónde voy, no lo sé”. Más allá de la letra, se trata de un blues fabuloso inspirado probablemente en el sonido del slide de Fred McDowell.

Cold, cold feeling es otro blues arrastrado en el que el narrador es Obama y dice: “Caminé de punta a punta por la Casa Blanca (…) y no tuve nada más que un frío, frío blues presidencial”. Este tema, así como el mencionado antes, están en la línea de John Lee Hooker for president, del álbum anterior. Pero sin duda la letra más áspera, en la que Cooder cuestiona sin pudor las violaciones a los derechos humanos cometidos por el gobierno de su país en el mundo, es la de Take your hands off it. Con un ritmo más animado, como si fuera un country rock bien crudo, les dice a los funcionarios: “Saquen sus sangrientas manos de nuestra Constitución”.

En total son nueve temas, nueve crónicas mordaces. Es la banda de sonido de una época marcada por el recorte de los derechos civiles, falsas promesas, falta de empleo, ejecuciones hipotecarias y desigualdad.


domingo, 5 de agosto de 2012

Lanzamientos: guitarras en llamas

Melvin Taylor – Sweet taste of guitar. El flamante álbum del guitarrista formado en Chicago tiene muy poco que ver con los discos que grabó durante los 90 para el sello Evidence junto a la Slack Band. Por aquellos años, Taylor estaba completamente absorbido por la figura de Stevie Ray Vaughan y eso lo dejó plasmado especialmente en el álbum Dirty pool. Sweet taste of guitar es un disco de jazz, en el que Taylor da rienda suelta a toda su versatilidad. Hay algo de blues, claro, pero es la excepción. Por ejemplo That’s my blues tiene una base clásica pero cuando la guitarra de Taylor empieza a volar los doce compases hacen un esfuerzo por no esparcirse. El álbum tiene un par de particularidades: una es que Taylor grabó todos los instrumentos y la otra es que es completamente instrumental. Sweet taste of guitar parece su tributo al sonido de grandes guitarristas como Wes Montgomery, Kenny Burrell y George Benson, pero donde también se nota el espíritu de Albert King y Otis Rush.

Pat Travers – Blues on fire. Pat Travers siempre se movió entre el hard rock y el blues recargado. Desde comienzos de los 70, su forma de tocar la guitarra siempre estuvo ligada a la potencia, el virtuosismo y la velocidad. Y eso no cambió nada. Lo que fue variando, con el paso del tiempo, fue la selección de material que decidió interpretar. Ahora, por primera vez en su larga trayectoria, afrontó un repertorio repleto de clásicos del blues de las décadas del 20 y del 30. Pero Travers no se amolda al sonido de preguerra, sino que reconvierte las canciones en piezas que derraman electricidad y ferocidad. Así, por ejemplo, una enérgica versión Nobody’s fault but mine, de Blind Willie Johnson, cobra nueva vigencia. El resto del álbum, editado por el sello Purple Pyramid, se nutre de temas de Blind Blake, Bessie Smith, Tampa Red y Blind Lemon Jefferson, entre otros.  La versión de Death letter, de Son House, es la única en la que baja hasta el quinto infierno del blues deslizando el slide por las cuerdas de una guitarra dobro. Un disco óptimo para los que buscan solos profundos y arrolladores.

Debbie Davies – After the fall. Debbie Davies surgió del riñón de Albert Collins. Maduró musicalmente como guitarrista rítmica de la banda del legendario violero texano y, poco antes de que éste muriera, ella pudo editar su primer disco solista. Picture this fue lanzado en 1993 y desde entonces grabó alrededor de una docena de discos para los sellos Blind Pig, Shanachie Records, Telarc y Blueside. Su debut para M.C. Records es extraordinario. Su guitarra suena efectiva, tanto cuando se zambulle en un shuffle o cuando intenta un blues al estilo Chicago o una balada melódica. Su voz es suave y aguerrida a la vez, y eso le da más vitalidad al combo de canciones elegidas, compuestas en su mayoría por ella con la colaboración en algunos tracks de su baterista Don Castagno. Es clave también la participación de Bruce Katz con el hammond B3. After the fall es un disco sentido para Davies, dedicado a una amiga que murió hace un par de años y donde además se posiciona de cara al futuro, como una referente indiscutida de la guitarra blusera.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Poderoso e innovador

El segundo disco de Rick Estrin al frente de los Nightcats es mucho mejor que el anterior, que fue bastante bueno. En Twisted, de 2009, Estrin se despidió de su compañero de siempre, Little Charlie, para probar suerte junto al noruego Kid Andersen. El álbum fue realmente bueno y dejó abierta una puerta a futuro. Kid Andersen luego se sumó al proyecto Raisin’ Hell Revue de Elvin Bishop y al poco tiempo volvió con Estrin para salir de gira –con la que vinieron a la Argentina- y grabar un nuevo álbum para el sello Alligator. One wrong turn es un trabajo impresionante, mucho más consistente y atrevido que el anterior. Un disco poderoso, y en cierta medida innovador, que posiciona a la banda como una de las mejores del blues actual.

La sociedad entre Estrin y Andersen -apoyada por Lorenzo Farrell, en contrabajo, y J. Hansen, en la batería- alcanzó una nueva dimensión creativa. El álbum comienza con D.O.G y la armónica amplificada de Estrin resonando entre los riffs de Andersen, un blues con mucho swing, algo que se repetirá bastante a lo largo de las doce canciones. Luego siguen con Lucky you, puro traqueteo visceral con Estrin cantando como con cierto desapego mientras su armónica surca el contorno del pentagrama. En Callin’ fools bajan un poco los decibeles, con una melodía más medida y un sonido que se balancea entre el blues de los 50 y el groove de Jimmy Smith gracias al aporte de Andersen en el hammond.

Estrin y Andersen en La Trastienda
(I met her on the) Blues cruise tiene una letra irónica y divertida, un ritmo contagioso y un estribillo pegadizo que seguramente se convertirá en el tema que todos les pedirán que toquen en sus shows. Movin’ slow es una balada sensual, que fue concebida para que las parejas la bailen sin pudor. El tema que da nombre al disco, One wrong turn, aporta más humor y más swing, mientras Andersen hace todo tipo de locuras con su guitarra, entre unos coros femeninos muy seductores. En Desperation perspiration encontramos un ritmo más funky, en el que Farrell reemplaza el sonido tradicional del contrabajo para azotar con el pulgar las cuerdas de un bajo eléctrico. Aquí, una vez más, el estribillo entonado por un coro femenino sobresale.

Broke and lonesome es un slow blues, con punzantes solos de guitarra, que por momentos gana en intensidad rítmica para volver enseguida a su estado natural. You ain’t the boss of me es la única que no canta Estrin, sino que lo hace quien la escribió: J. Hansen. Old news es una pieza magistral de Estrin solo con su armónica, en la que logra ese sonido tan característico que adoptó de Sonny Boy Williamson.

El álbum tiene dos instrumentales. Uno es el jazzeado Zonin’ y el otro es The legend of Taco Cobbler, un tema épico escrito por Andersen que es un collage entre Dick Dale, el spaghetti western, el tex mex y el soul de Memphis con algunos riffs clásicos. Un joya de siete minutos, que si bien no tiene mucho que ver con el resto del disco, muestra a la perfección la creatividad de los músicos y lo ensamblada que está la banda. Con ese tema hicieron explotar a los porteños cuando tocaron en La Trastienda el año pasado. Si ese show nos pareció impresionante este disco es la rúbrica de que estos muchachos están haciendo las cosas muy bien.