En la historia de la música contemporánea, hay nombres que brillan con luz propia, y uno de ellos es John Mayall, el maestro indiscutible del blues británico. El músico ejerció una notable influencia en la escena internacional, pero también fue clave en el desarrollo del rock nacional a fines de la década del sesenta y comienzos de los setenta.
Nacido el 29 de noviembre de 1933 en Macclesfield, Inglaterra, Mayall comenzó su viaje musical a comienzos de la década del sesenta, una época de efervescencia cultural y creativa que vio el nacimiento de una revolución en el blues. Al frente de los Bluesbreakers, adaptó el sonido del blues negro a un público blanco en plena era del Swinging London que se debatía entre mods y rockeros.
Mayall no solo tocó el blues; lo moldeó, lo desafió y lo llevó a nuevas alturas. Su habilidad para fusionar el blues con otros géneros, desde el jazz hasta el rock, le otorgó un estatus único en la escena musical. La alineación de los Bluesbreakers a lo largo de los años contó con nombres como Eric Clapton, Mick Taylor y Peter Green, todos grandes guitarristas que florecieron bajo la tutela de Mayall y luego dejaron una marca indeleble en la música por derecho propio.
Con más de 60 álbumes a lo largo de su carrera, Mayall exploró cada rincón del género, desde el blues eléctrico visceral hasta las raíces acústicas más puras. Cada álbum es un capítulo en la historia del blues, con Mayall como su narrador apasionado. Su capacidad para adaptarse y evolucionar a lo largo de los años ha sido una fuerza impulsora detrás de su longevidad artística.
Mayall expresó más de una vez su gratitud por la oportunidad de dedicar su vida a la música: "La pasión por el blues nunca se ha desvanecido. Cada día es una bendición poder seguir tocando y compartiendo esta música que amo con audiencias de todo el mundo".
Una vida dedicada al blues
Su padre Murray era guitarrista y coleccionista de jazz y blues y su influencia fue decisiva en su formación musical. El joven John desarrolló un amor temprano por los sonidos de los músicos de blues estadounidenses como Leadbelly y los pianistas de boogie woogie Albert Ammons, Meade "Lux" Lewis y Pinetop Smith. Fue escuchándo sus discos que aprendió por sí mismo a tocar el piano, la guitarra y la armónica.
Tras servir para el ejército en la guerra de Corea, Mayall se compró su primera guitarra eléctrica y a partir de entonces nunca más dejó la música. Se matriculó en el Manchester College of Art y comenzó a trabajar con varias bandas. Después de graduarse, se convirtió en diseñador de arte, pero su amigo y mentor Alexis Korner lo convenció de dejar su trabajo, convertirse en músico a tiempo completo y mudarse a Londres.
Mayall comenzó a tocar en locales de blues y R&B, como el célebre The Marquee, y empezó a tener seguidores. La primera edición de los Bluesbreakers grabó su sencillo debut, Crawling Up a Hill / Mr. James en 1964. Ese año, la banda ganó un puesto de telonero para la gira inglesa del bluesman John Lee Hooker. Poco después, Mayall se alzó con un contrato discográfico con Decca y grabó su álbum debut.
John Mayall Plays John Mayall fue editado en 1965, poco antes de que Eric Clapton dejara los Yardbirds y firmara con los Bluesbreakers (John McVie era el bajista del grupo). Su primer sencillo I'm Your Witchdoctor / Telephone Blues fue lanzado en octubre de 1965.
El célebre álbum Bluesbreakers with Eric Clapton se publicó en julio de 1966. Sus 12 temas incluían versiones de All Your Love de Otis Rush y Hideaway de Freddie King, así como cinco originales de Mayall. El disco alcanzó el puesto seis en las listas británicas y estableció la reputación de Clapton como guitarrista a nivel internacional. Sin que Mayall lo supiera, Clapton ya estaba preparando su salida de la banda y dejó la banda en junio para formar Cream con Ginger Baker y el ex (y futuro) acompañante de Mayall, el bajista Jack Bruce.
El guitarrista Peter Green, que ya había reemplazado ocasionalmente a Clapton, aceptó sumarse a los Bluesbreakers. Esta encarnación de la banda resultó casi igual de breve pero prolífica. Su único álbum, A Hard Road, se publicó en febrero de 1967, pero Green también se fue poco después, y con el bajista John McVie y el ex acompañante de Mayall, Mick Fleetwood, formaron la encarnación original de Fleetwood Mac junto al guitarrista Jeremy Spencer.
Si bien el personal de Mayall casi siempre eclipsó sus considerables habilidades en la prensa, el multiinstrumentista era experto en sacar lo mejor de sus alumnos más jóvenes, especialmente cuando buscaban comprender y tocar el blues eléctrico de Chicago. Mientras formaba una nueva versión de los Bluesbreakers, Mayall experimentaba constantemente y ampliaba las formas del blues para encontrar un futuro que solo él podía escuchar. Publicó la innovadora grabación en solitario The Blues Alone en 1967, para la cual escribió todas las canciones y tocó todos los instrumentos excepto la percusión, que fue proporcionada por Keef Hartley.
Bare Wires de 1968 fue el primer lanzamiento de Bluesbreakers que contó con el futuro guitarrista de los Rolling Stones, Mick Taylor. Ese año, Mayall disolvió los Bluesbreakers (existieron no menos de 15 encarnaciones diferentes entre 1963 y 1970) y grabó Blues from Laurel Canyon, su último álbum para Decca. Basado en una visita inicial al epicentro musical de moda de la región de Los Ángeles, el set en realidad se registró en Inglaterra. Pero Mayall ya tenía a Estados Unidos en mente. A finales de 1969 emigró al área de Los Ángeles y finalmente compró una casa en Laurel Canyon.
A lo largo de los años, Mayall nunca dejó de grabar y girar, a pesar de los innumerables cambios en su formación. Por allí pasaron, en la década del setenta, músicos como el bajista Larry Taylor y el guitarrista Harvey Mandel, que provenían de Canned Heat. Más adelante, en los ochenta, se sumaron los guitarristas estadounidenses Walter Trout y Coco Montoya. Justamente con ellos en el grupo, Mayall vino por primera vez a la Argentina para tocar en el estadio de Vélez en el mítico festival organizado por la Rock & Pop.
John Mayall y su relación con la Argentina
Los discos de Mayall de los sesenta, especialmente los que grabó con Clapton y Peter Green, fueron esenciales en el desarrollo del rock nacional. Músicos como Claudio Gabis y sus compañeros de Manal, Javier Martínez y el Negro Medina, se vieron muy influenciados por su sonido. Pero no fueron los únicos. Pappo, David Lebón, el Blusero León Vanella, Héctor Starc, por solo nombrar a algunos, encontraron en Mayall una puerta de acceso al blues tradicional de Muddy Waters, J.B. Lenoir, Freddie King y Otis Rush. Pero también nutrió a otros músicos argentinos que se dedicaron de lleno al blues como Botafogo, Daniel Raffo, Jorge Senno y Alberto García.
Tras su primera visita en 1985, Mayall volvió al país en 1994 y tocó en el Gran Rex, esta vez con Buddy Whittington en guitarra. La Mississippi y La Napolitana fueron las bandas teloneras. En mayo de 2008, regresó por terecer vez: se presentó otra vez en el Gran Rex y con Whittington una vez más como gran animador. El viejo blusero deleitó con un repertorio muy variado. La Nación publicó una crónica del recital: “No hay botox, lifting, cirugías ni cremas de la doctora Aslan que provoquen el mismo efecto. El blues rejuvenece. Solo así se explica que ese señor canoso, de 74 años, con pinta de abuelo hippie, se moviera como un adolescente en el escenario del Gran Rex y lograra hacer sentir como niños felices a más de dos mil personas”.
Mayall se mantuvo activo hasta la pandemia, pero los riesgos de los lugares concurridos y su avanzada edad lo obligaron a un retiro de los escenarios, pero no de los estudios. En 2021 editó su álbum número 60, The Sun Is Shining Down, por ahora el último, aunque con un guerrero de tantas batallas, nunca se sabe que más habrá en el futuro.
“Si sos de esas personas que ama la música de Pink Floyd,
pero odias la postura política de Roger podes irte bien a la mierda”. Así, sin
eufemismos, comenzó el show de Roger Waters en River. A decir verdad, así
comienzan todos los shows del ex Pink Floyd, porque no hay censura, boicot o
amenazas que puedan callarlo. La música de Waters viene con un mensaje de un
fuerte contenido político: no a la guerra, no a las armas nucleares, no a la
violencia institucional, no al racismo, no a la discriminación, no a la
inequidad. En sus palabras no hay una pizca de antisemitismo, pese a lo que
muchos quieren instalar.
La puesta en escena, por momentos teatral, los juegos de
luces y los videos ultra HD que acompañan a las canciones son esenciales para un
show que se destaca desde lo visual, pero en el que el sonido cuadrafónico es el
corazón que da vida al show. Tal como sucedió en sus presentaciones anteriores
(Vélez 2002, River 2007, River 2012, La Plata 2018), pero ahora con mejor tecnología,
los graves y los agudos están perfectamente balanceados, el volumen en su punto
justo, y los efectos especiales que se emiten desde parlantes laterales ubican al
espectador en medio de un bombardeo, el aterrizaje de un helicóptero o ante el
ladrido de un perro solitario.
El show comenzó a las 21:20 con unos imponentes fuegos
artificiales y la melodía de Comfortaby Numb. La primera referencia clara a la
Argentina llega con la crítica al aparato represivo del Estado. Entre los
nombres de víctimas como George Floyd, aparece el de Lucas González, el chico
de Barracas que fue asesinado por policías de la Ciudad, que recibieron penas de
perpetua por haber cometido un crimen de odio racial.
El mensaje, rechazado por buena parte de un mundo que se
vuelca a la extrema derecha, no tiene pausa y atraviesa el show de punta a
punta. Waters no se pone colorado a la hora de acusar a presidentes de Estados
Unidos (Reagan, los dos Bush, Clinton, Obama, Trump y Biden) de criminales de
guerra. Tampoco cuando señala por lo mismo a Putin o al norcoreano Kim Jong-un.
Waters vierte una catarata de verdades que incomodan a los
poderosos y a quienes amplifican los mensajes de odio. Cada tema es un
manifiesto en contra de la violencia, la inequidad y la desigualdad. Sus letras
ponen sobre la mesa la miseria humana, el hambre y las injusticias. No se
olvida de Chelsea Manning, Julian Assange y los periodistas de Reuters
asesinados en Bagdad, ni tampoco de mencionar a los escritores que más lo
influenciaron en la década del sesenta: George Orwell y Aldous Huxley.
El repertorio de la primera parte del show recorre buena
parte de la historia de Pink Floyd con The
Happiest Days of Our Lives, Another Brick in the Wall, Part 2 y Part 3, Have a
Cigar, Wish You Were Here, Shine On You Crazy Diamond y Sheeps, en los que por momentos se respalda en imágenes de Syd
Barret, Nick Mason y Richard Wright, aunque deja deliberadamente afuera a David
Gilmour, acompañado por un relato en primera persona de su vida y su carrera.
También hay lugar para sus temas solista como The Bravery of Being Out of Range y The Bar, donde se sienta al
piano y se muestra más reflexivo.
Transcurrida una hora de show se produce un intermedio en el
que la mayoría del estadio comienza a cantar de manera espontánea “el que no
salta votó a Milei” y “nunca más, nunca más”.
La segunda parte comienza con dos hitazos de Pink Floyd como
In The Flesh y la poderosa Run Like Hell. Luego resurge un fuerte mensaje
anticapitalista en canciones como en Is
This the Life We Really Want? y Money,
que se presenta como una contradicción en un estadio repleto de gente que pagó
tickets carísimos para verlo y que cuenta con sponsors y una maquinaria
comercial que le permite girar por todo el mundo. Así da paso a un set dedicado
a The Dark Side of The Moon que
incluye además Any Colour You Like, Us
And Them y Brain Damage.
Antes de interpretar Déjà
Vu, Waters le responde a los dueños de los hoteles que no lo dejaron
alojarse: "La razón por la que no me dejan quedarme en los hoteles de
Buenos Aires es porque yo creo en los derechos humanos, lo hago, siempre lo he
hecho. Mi mamá me enseñó sobre derechos humanos cuando era así de alto. Así que
los Derechos Humanos son el problema acá".
La segunda referencia a la Argentina llega sobre el final
con el anuncio de Two Suns in the Sunset,
un tema de The Final Cut (1982),
disco que mucho tiene que ver la guerra de Malvinas y que le valió muchas
críticas en Inglaterra, en el que se refiere a los proyectos en marcha para la
identificación de soldados argentinos caídos durante la guerra, que están
enterrados en las islas.
El final, con un reprise de The Bar, llega con un elogio a Bob Dylan y en el que cuenta como se
inspiró en Sad Eyed Lady of The Lowlands,
de Blonde on Blonde, para escribir
esta canción, que también le dedica a su esposa Camila y a su hermano John,
recientemente fallecido.
Como bien lo describe Sergio Marchi en su libro Roger Waters – El cerebro de Pink Floyd sus
letras “tienen que ver con la humanidad, con su relación con el dinero, con los
miedos, las comunicaciones, las carencias, las esperanzas, y los anhelos. No se
quedan en la superficie, van bien adentro, tienen significado, no son huecas. (…)
Son canciones que han galvanizado el sentimiento de varias generaciones y que
continúan flameando alto”.
Roger Waters es un luchador incansable. Utiliza su música
para transmitir un mensaje de paz en un mundo convulsionado, para denunciar un
genocidio en Medio Oriente y también abusos de poder a un lado y otro del Atlántico.
Lleva medio siglo transformando su bronca, sus miedos y su desazón en arte,
porque no es solo música que entra por los oídos lo que él hace, sino que es un
entramado magnánimo que apunta a sacudir todos los sentidos. La gira This is not a Drill está anunciada como
su despedida y con sus 80 años parece que así será. Pero como siempre, en este
último medio siglo, él tiene la última palabra.
Hay algo en el sonido de la guitarra de Billy Gibbons que es
único y, por ende, irreproducible. Nadie suena como él y nadie lo hará. Su
mantra es el de las tres “T” en inglés: tone, taste, tenacity (tono, gusto,
tenacidad). El guitarrista lleva más de medio siglo activo y en el último
tiempo debió enfrentarse a un cambio impactante en su vida: la muerte de su
eterno compañero en ZZ Top, el bajista Dusty Hill. Eso lo llevó a reconfigurar
buena parte de su agenda. El trío texano sigue tocando, con Elwood Francis al
bajo, pero él también encontró su tiempo para apuntalar su proyecto solista,
que lo aleja de los grandes estadios para tocar en lugares más pequeños, cara a
cara con el público. Y ahora, también suma algo inédito en su carrera: salir a
escena con una banda argentina.
La historia de Gibbons y La Mississippi comenzó a escribirse
hace algunos años, aunque recién se materializó este miércoles con un show
candente en La Trastienda, en la previa de los festejos por los 35 años de la
banda que se realizará este sábado en el Luna Park. Lo de anoche fue una
especie de premier que tuvo al guitarrista texano como protagonista exclusivo
con un repertorio que combinó clásicos del blues y el rock con los temas más
emblemáticos de ZZ Top.
El comienzo fue una sorpresa. Ricardo Tapia, líder de La
Mississippi y maestro de ceremonias, presentó a Martín Guigui, un argentino
radicado desde hace décadas en los Estados Unidos, que fue el nexo para que
Gibbons pudiera venir a la Argentina. Guigui es tecladista y líder de una banda
familiar que ha tocado con músicos de la talla de Joe Bonamassa, Warren Haynes
y Keb’ Mo’. Sus hijas Esther y Rebecca, ambas adolescentes, son la vocalista y
baterista, respectivamente. Mientras que el pequeño Noah se encarga de la
guitarra. Tocaron un par de clásicos del rock como Dixie Chicken y Take Me To
The River, y la imponente voz de Esther se ganó la primera ovación de la
noche.
A las 21, Billy Gibbons apareció en escena con su Gibson
SG/Les Paul Lil Red acompañado por La Mississippi con Tapia en guitarra rítmica
y armónica, y el resto de los músicos –Gustavo Ginoi, Claudio Cannavo, Juan
Tordó y Gastón Picazo- ocupando sus lugares. Comenzaron con Thunderbird, tema de ZZ Top con el que
desde su letra y su groove invita al público a “volar alto”. Con un sonido
intenso y espíritu de zapada, se lanzaron sobre otros clásicos del trío texano
como Sharp Dressed Man y el blues Jesus Just Left Chicago, para luego
presentar Treat Her Right de Gibbons
como solista. En ese momento hubo un cambio en la batería: Gabriel Cabiaglia
reemplazó a Juan Tordó quien se recupera de una operación y no está todavía
para afrontar un show entero.
Luego se zambulleron en las aguas pantanosas del blues
primero con Got Love If You Want It,
del gran Slim Harpo, y después con Rock Me Baby en el que Tapia se hizo
cargo de la voz. La psicodelia también se hizo presente con una demoledora versión
de Foxy Lady de Jimi Hendrix. El público
ya estaba frenético y todavía faltaba lo mejor. Tube Snake Boogie dio la pauta de que enseguida vendrían los himnos
de ZZ Top. Tush fue como un tsunami
imparable, con el público coreando desencajado y la guitarra filosa de Gibbons
llevada al paroxismo, y La Grange, el boogie hipnótico made in Texas, terminó por
desatar la locura. Con Gibbons ya en retirada interpretaron Travelin’ Band de Creedence, otra vez
con Tapia en su faceta de cantante demostrando porqué es el número 1 en lo que
hace. La gente le dio una calurosa despedida al maestro y La Mississippi se
hizo cargo del bis con su clásico Un
trago para ver mejor.
El rock & roll clásico tuvo su fiesta en La Trastienda
de la mano de una figura legendaria, uno de esos músicos que desafían al paso
del tiempo y que, de alguna manera, comparte algo muy profundo con sus
anfitriones, además de la pasión por la música y una clara simbiosis musical:
mantener el espíritu de banda, pese a todo y hasta que la muerte los separe.
El soul tiene quien lo escriba. El periodista y músico Tony
Vardé volvió a hacerlo de nuevo, aunque esta vez a cuatro manos, junto al
español José Luis “Zepi” Crespo y un océano de por medio. ¡Escuchate esto! 75 joyas de la música soul es un libro que repasa
la historia de ese género a través de un listado de canciones que también
funciona como playlist para adentrarse en lo más íntimo de la música negra.
La sociedad entre Zepi y Tony nació a raíz del libro del
segundo, Grabando emociones-La revoluciónde Stax Records.Tal como cuenta Zepi en el prólogo, él venía amasando la
idea de escribir un libro en tono enciclopédico sobre el soul desde hacía un
tiempo y cuando llegó a sus manos la obra de Tony se lanzó a la aventura de
contactarlo. Luego todo fluyó con naturalidad y la pasión que une a dos
melómanos, pese a los miles de kilómetros que los separan, lo hizo posible.
¡Escuchate esto! es
también el nombre del blog de Tony en el que viene posteando reseñas e
historias sobre música desde hace varios años, así que los autores decidieron
que el libro fuera una continuidad de esa url que acumula muchísima
información. Cada uno eligió 37 canciones y las reseñó, y una la hicieron en
conjunto. El resultado son casi 150 páginas con el listado de temas en orden
cronológico y un QR que nos lleva a descargar la playlist para que podamos escuchar
las canciones a la par que avanzamos con la lectura.
Los temas elegidos por Zepi y Tony son representativos de
más de 60 años de historia. Están los grandes clásicos como A Change Is GonnaCome de Sam Cooke; Use Me de Bill Withers; Time Is On My Side de Irma Thomas;
Stubborn Kind of Fellow de Marvin Gaye; y I’d Rater Go Blind de Etta James.
Pero hay también varios temas desconocidos para el gran público como Open The
Door To Your Heart de Darrell Banks; y Someday de The Tempest. Si bien gran
parte del cancionero corresponde a las décadas del sesenta y el setenta hay
algunas joyas de artistas más recientes como Charles Bradley, Leon Bridges,
Sharon Jones y Vintage Toruble.
La selección también ofrece sorpresas que se emparentan con
el soul desde el jazz, el blues y el rock como la versión de Satisfaction de
Jmmy Smith; I Got The Blues de los Rolling Stones; y Hate It When You Leave de
Keith Richards, aquí con la imprescindible colaboración del periodista Esteban
Schoj.
En cada reseña los autores cuentan la historia de la canción
y del o los músicos que la interpretan, así como también vuelcan sus
sensaciones y cuánto influyeron en sus vidas. Como en todo listado prima la
subjetividad y alguno siempre considerará que falta uno u otro tema. Lo cierto
es que ¡Escuchate esto! funciona como
una puerta de entrada a uno de los géneros más sensuales y atrayentes de la
historia de la música que todavía sigue vigente.