martes, 13 de abril de 2021

La gran guía del jazz de Carlos Sampayo


Un melómano obsesivo podría intentar armar un listado de los 100, 500 o 1.000 discos imprescindibles de la historia del estilo que sea. Hay álbumes que son indiscutibles, otros que son joyas ocultas u olvidadas y muchos pueden ser discutibles. Pero lo importante es el criterio selectivo con el que se recopilan y la justificación de por qué ese disco sí u otro no. Pero más importante aún es cómo presentar esa guía. Discografía personal del jazz (1920-2011), editado por Gourmet Musical, es el libro que cualquier amante del jazz hubiera querido escribir, pero que solo pudo hacerlo alguien con la pluma excelsa de Carlos Sampayo, un hombre que dedicó su vida a la literatura y al género de la música popular más innovador del siglo XX.

La historia del jazz es dinámica y cambiante. Tal como plantea el autor pasó de ser una música de moda y bailable hasta fines de los años cuarenta para convertirse en “música para ser escuchada”. Ese cambio coincide con la aparición de Charlie Parker y Dizzy Gillespie, dos de los abanderados del be bop, estilo con el que jazz perdió su linealidad. “Desde entonces –sostiene Sampayo- el jazz evolucionó, protagonizó corrimientos laterales, involucionó, volvió a evolucionar y se nutrió de cuanto pudo, siempre que esos aportes estuvieran en consonancia con sus fundamentos y que no alteraran su papel de protagonista (...)”.

Antes de lanzarse en la descripción de cada álbum, con puntillosidad enciclopédica, Sampayo le dedica un par de páginas al arte de tapa. “Como medio de representación, la portada de los discos de jazz sintetiza forma y contenido y establece estados de ánimo, es la verdadera cara del contenido, lo que se ve antes de oír, mucho antes de escuchar. La belleza de estos objetos, que tiene su origen en la necesidad de vender, ha promovido un coleccionismo específico muy refinado, nunca desligado de la pasión por este género musical”.

Carlos Sampayo
Y entonces, en la página 21, el autor comienza con la reseña del primer disco, el del pianista James P. Johnson “From Ragtime to Jazz”, que contiene su obra desde 1921 hasta 1939 y de quien considera que tenía una “inexpugnable cualidad rítmica, notable en la colocación de la mano izquierda”. Luego, y en poco más de 300 páginas, se refiere a “cuatrocientos veinte nombres (…) donde se habla de aproximadamente novecientos discos”. Organizado de manera cronológica, con capítulos por décadas, se suceden obras de artistas fundamentales del jazz estadounidense como John Coltrane, Bill Evans, Miles Davis, Duke Ellington, Coleman Hawkins, Louis Armstrong, Chet Baker y Thelonius Monk. Pero también se aboca a músicos europeos como los italianos Enrico Rava y Massimo Urbani, el alemán André Previn o el sueco Jan Lundgren; o trabajos de artistas latinoamericanos como nuestros excepcionales Oscar Alemán y Lalo Schifrin, o el cubano Chico O’Farrill, entre otros.      

Uno tras otro se suceden discos trascendentales como “Blues and the Abstract Truth”, de Oliver Nelson, con obras desconocidas por el oyente medio como “The Final Sessions”, de Elmo Hope. Sampayo reivindica “Love Scenes” (Impulse! 1997) de Diana Krall, “un registro cautivador y sugerente”, según sus palabras; o nos presenta el tributo de Jim Snidero a Joe Henderson al que considera “un disco respetuoso de la fuente, llamativo y con bastantes momentos exaltantes”.

El viaje jazzístico no da tregua porque el libro es una invitación a escuchar y descubrir mucha más música. A nadie le sorprenderán las tres páginas que le dedica a la obra de Coltrane en Impulse! o la reseña de “Kind of Blue”, de Miles Davis, porque son discos obligados, tan necesarios como imprescindibles, pero entre líneas uno puede descubrir mucho más de lo que siempre se ve en la superficie con esta guía que tranquilamente puedo ubicarse junto a “The Rough Guide to Jazz” o “The History of Jazz”, de Ted Gioia, entre otros grandes libros del género.

1 comentario:

Leo Caruso dijo...


Carlos Sampayo es un capo, tremendo melómano y un guionista del carajo. Solo pensar en Alack Siner con José Muñoz, uno de los mejores policiales de la novela gráfica de este país.