lunes, 27 de diciembre de 2010

Los diez mejores discos del año

Fue un año con muchos lanzamientos interesantes, otros sorpresivos y algunos olvidables. Acá les dejo los que a mi criterio fueron los diez mejores álbumes de 2010.










viernes, 24 de diciembre de 2010

El blues de la Navidad

No soy muy amigo de este tipo de discos oportunistas y comerciales, aunque reconozco que hay algunos que están muy buenos. Acá les dejo tres para que escuchen esta noche mientras cenan, discuten, ríen, lloran, recuerdan, putean y se abrazan con sus familiares. ¡Feliz Navidad!

Varios Artistas - The Alligator Records Christmas collection (1992). Casi todos los mejores músicos del sello discográfico participaron de este compilado. Las canciones tienen la particularidad de que, salvo The little drummer boy y Silent night, todas fueron compuestas para esta ocasión. De la mano del productor Bruce Iglauer se lucen Kenny Neal, Charles Brown, Koko Taylor, Son Seals, Lonnie Brooks, Charlie Musselwhite, Katie Webster, Clarence “Gatemouth” Brown, Tinsley Ellis y Little Charlie & The Nightcats, entre otros. Este es el disco navideño blusero por excelencia.

Bob Dylan – Christmas in the heart (2009). Dylan sorprendió a todos el año pasado con Christmas in the heart. Yo tuve mis prejuicios cuando me enteré que estaba por sacar un álbum navideño. Cuando lo escuché me gustó, pero tampoco es que me voló la cabeza. De hecho creo que no lo volví a escuchar en todo el año, pero ahora que suena de nuevo en mi equipo me parece mejor de lo que lo recordaba. En el fondo es lo que a Dylan le gusta: escarbar en la música tradicional norteamericana, rescatar canciones olvidadas e imprimirles su sello.

Elvis Presley - Elvis' Christmas album (1957). Editado por el sello RCA, fue el primer disco temático de Elvis. Pese a que fue grabado hace más de cincuenta años sigue siendo uno de los mejores álbumes navideños de la historia del rock. Los temas elegidos por Elvis son Blue Christmas, Santa bring my baby back to me, White Christmas y I'll be home for Christmas, entre otros clásicos.

martes, 21 de diciembre de 2010

Recordando al Rey Albert

Albert King integra el podio de los grandes de las seis cuerdas del blues junto a los otros dos King –B.B. y Freddie- Buddy Guy, T-Bone Walker, Otis Rush y Magic Sam, y para muchos incluso fue el más grande de todos. Hoy, a 18 años de su muerte, es una buena oportunidad para recordarlo.

Lo primero que supe de Albert King fue en 1990. Como muchos, supongo, de entrada pensé que tenía alguna relación de parentesco con B.B. King. Pero esa duda la evacué al conseguir una de esas extensas y pesadas enciclopedias de blues. Para entonces ya había escuchado una y otra vez los dos primeros discos suyos que me había comprado: el compilado King of the blues guitar (Atlantic) y Albert King live (Charly Blues Masterworks). En febrero o marzo de 1992 me enteré que Albert King venía a la Argentina y, sin dudarlo, compré la entrada. El 8 de mayo de ese año asistí con mucha expectativa al Gran Rex para ver a una leyenda viva. Hasta ese momento yo apenas había visto un solo recital de blues (B.B. King en el Luna Park) pero ya estaba completamente perdido entre los doce compases.

Esa noche fui con un par de amigos. Habíamos comprado cinco asientos en la fila dos del súper pullman. Primero disfrutamos con el blues acústico de Taj Mahal y luego subió al escenario el Gran Albert. Ahora los detalles de aquella noche mágica son un tanto difusos. Pero recuerdo que quedamos fascinados con su sonido y con sus solos tan personales. Algunas de las canciones que tocó fueron The sky is crying, I wonder why, Stormy monday, Kansas City, I’ll play the blues for you y Born under a bad sign. Fue una noche memorable, la llave a muchas más noches de blues.

Su muerte ocurrió pocos meses después de su visita: tuvo un infarto a los 69 años. Cuando su corazón estalló, él todavía seguía activo, tocando regularmente en distintas partes del mundo. Su deceso no detuvo su fama, una fama que no es la de una celebrity, sino que se sostiene por el prestigio obtenido durante su carrera. Albert King influyó a músicos revolucionarios de la historia del rock como Hendrix, Clapton y Stevie Ray Vaughan e infinidad de guitarristas alrededor del globo. En la Argentina hoy hay muchos músicos que se inspiran en sus canciones y en su forma de tocar y que lo celebran semana a semana tocando en vivo.

Su historia fue como la de muchos otros músicos de su generación. Albert Nelson nació el 25 de abril de 1923 en Indianola, un pequeño poblado de Mississippi, el mismo en el que nació B.B. dos años más tarde. De chico recogió algodón en Arkansas y se formó musicalmente escuchando a viejos maestros como Jimmy Reed y Lonnie Johnson. Su particularidad fue que desarrolló un estilo muy personal para tocar la guitarra. Como era zurdo y aprendió con una guitarra para diestros y entonces comenzó a tocar con las cuerdas invertidas, algo que nunca más modificó. Albert King tuvo su periodo errante, emigró hacia el norte y tuvo su etapa de éxito. Estuvo en Indiana, St. Louis y Memphis. Grabó para distintos sellos discográficos, pero seguramente sus trabajos más trascendentes son los que hizo para Stax. Junto a su guitarra “Lucy”, una formidable Gibson Flying V, acercó el blues al soul y al funky, logrando una fusión que ha perdurado en el tiempo, y que cautivó también a un público muy rockero. Sus mejores discos de esa época son Years gone by (1969), el tributo a Elvis Presley (1970) y I’ll play the blues for you (1974). Durante los ochenta anunció que se retiraba de la música, pero eso duró poco y enseguida volvió al ruedo, básicamente a las giras.

Como figura en el sitio All Music: “Sin Albert King, la guitarra moderna no sonaría como lo hace”.


domingo, 19 de diciembre de 2010

Guitarra vas a llorar

Tres lanzamientos discográficos con la viola como protagonista excluyente.

Robin Trower – The playful heart. Este es el sonido moderno de la vieja guitarra. Creo que algo así tocaría Jimi Hendrix si estuviera vivo. Robin Trower es un violero fantástico, que siempre estuvo un paso delante de sus contemporáneos. Desde la época de Procol Harum hasta sus discos de blues espacial, el tipo siempre mostró un sello distintivo. Con The Playful heart, Trower vuelve a instalar una atmósfera psicodélica, con largos solos introspectivos, por momentos más bluseados y a veces no tanto. La rítmica suena siempre atrevida y funky. La voz de Trower está bien, aunque está claro que su energía y sus canciones se brindan por completo a la guitarra. Escuchen el tema Find me, es una buena referencia del álbum: genera un placer hipnótico difícil de esquivar. Todas las demás canciones tienen el mismo espíritu. Nos elevan, después nos bajan, en algún momento nos nivelan para luego volvernos a subir. Robin Trower es un artista superlativo.

Dave Specter – Spectified. Dave Specter es uno de los guitarristas más respetados del mundo blusero. Nacido y criado en Chicago, Specter desarrolló un estilo muy cuidado y sutil, bien al estilo del West Side. Pero además de Magic Sam, en su forma de tocar fluyen T-Bone Walker y Kenny Burrell, Spectified es un disco instrumental con permanentes guiños al jazz, donde los largos solos de guitarra a veces se ven interrumpidos por la aparición distintiva de un hammond, la calidez de un piano o la tromba de la sección de vientos. Spectified es una demostración de lo versátil que Specter es para tocas: pasa por el suffle, el swing, el jump blues, el sonido del Delta, los ritmos latinos, siempre con una técnica muy prolija y una ejecución muy sentida..

Larry Miller - Unfinished Business. Si el estilo de Robin Trower es más profundo y psicodélico, y el de Dave Specter es más clásico y sutil, el de Larry Miller es crudo y furioso. Larry Miller podría haber nacido en el sur de los EE.UU. pero es inglés. En una de sus canciones se define: “No soy del Mississippi pero soy un bluesman”. Es agresivo para tocar y entusiasta para cantar. Al escucharlo se notan sus influencias: Rory Gallagher, Snowy White, Foghat y Gary Moore. Unfinished Business es su sexto álbum. Su escencia es el blues rock, las baladas y algunas intromisiones acústicas. Este es uno de esos músicos que estaría muy bueno verlo en vivo en un bar.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Comer y beber en Mendoza

Mendoza es un a porción de tierra bendecida por la naturaleza. El clima, el suelo y la gente son los tres factores que permiten que allí se elaboren algunos de los mejores vinos del mundo. Pero más allá del vino, consagrado desde hace poco como la bebida nacional, la comida también es fundamental: ya sean platos rústicos y artesanales o preparaciones gourmet.
Estos últimos cuatro días estuve en el sur de la provincia, gracias a una invitación de prensa de Las Leñas. Con otros periodistas vivimos la experiencia del valle, nos mimetizamos con la montaña (o al menos lo intentamos) e hicimos un montón de actividades: rapel, cabalgata, tirolesa, mountain bike, lonning y hasta nos metimos en una pileta climatizada, pese a que el clima estaba fresco. Todo eso estuvo muy bien acompañado por un menú cuidadosamente elegido por Gonzalo y Pomelo, en donde el fuego de leña fue protagonista absoluto. La primera noche, como bienvenida, cenamos pollo al disco con papas. Al mediodía siguiente, en medio de un viento que volaba hasta las ideas, almorzamos lomo a la parrilla –delicioso, tierno y exquisito- con un risotto con corazones de alcaucil al disco. Por la noche nos esperaba una trucha asada con vegetales salteados y flan casero con dulce de leche de postre. Al otro día el almuerzo fue un gran asado: lo único que no comí fue el chorizo, una bomba de tiempo a la cual aprendí a decirle que no. Pero después probé todo: morcilla, mollejas y chinchus. Una mención aparte merece ese costillar sabroso y tierno que comenzó erguido frente al fuego y terminó desgranado en docenas de costillas roídas por dientes afilados. La cena despedida se presentó con un chivito exquisito con batatas fritas bien crocantes. El vino siempre fue Santa Julia Reserva. A veces malbec, otras tempranillo. Ideal.
El sábado dejamos Las Leñas y, camino al aeropuerto de Mendoza, hicimos una parada más que interesante en la champañera Bianchi, en San Rafael. Recorrimos la bodega, nos explicaron el proceso de producción de los vinos espumantes a través del método champenoise y al final hicimos una degustación de ese blend de chardonnay y pinot noir, que seguramente copará las mesas de muchos argentinos dentro de pocos días, con las celebraciones de Navidad y Año Nuevo. Para terminar nos prepararon una mesa de ahumados: queso, ciervo y aceitunas, todo regado por un malbec portentoso de Famiglia Bianchi.
Mendoza es una provincia que todos deberían visitar. Su gente, su tierra, su comida y sus vinos son la garantía de que la estadía será de lo más placentera.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

¡Hasta siempre!

Tengo algún vago recuerdo de aquél día. La noticia creo que llegó por la radio y la cara desencajada de mi vieja en la cocina es lo primero que me viene a la mente de la muerte de John Lennon. Lo siguiente que me acuerdo es lo que vi por tevé. Yo estaba sentado en la alfombra verde con los ojos clavados en el televisor color marca Zenith, que hacia apenas un año que estaba en casa. Se trataba de una vigilia en el Central Park. Los que estaban allí tenían mucho frío y lloraban. A mi me faltaban dos meses para cumplir ocho años y ese fue el primer acontecimiento noticioso del que tengo algún recuerdo concreto. Con los años volví a ver esas imágenes conmovedoras, al tiempo que fui escuchando sus discos, tanto de los Beatles como los de sus años como solista. Me animo a decir que Lennon fue uno de los cinco o diez personajes más influyentes del siglo XX. Fue un Quijote moderno, que en vez de empuñar un lanzón rasgaba una guitarra. Sus canciones derribaron molinos de hipocresía y se convirtieron en himnos mundiales de la paz, mucho antes de que el mundo se globalizara plenamente. John Lennon fue como el Che Guevara, como Martin Luther King, como Gandhi, como José Martí, como Rodolfo Walsh. Hoy a 30 años de su muerte, su espíritu sigue intacto y el valor de su mensaje no caducó.


Post anterior: Un símbolo de paz

martes, 7 de diciembre de 2010

Bad to the bone

En el verano de 1982 un blues con un riff muy pegadizo y una letra básica y desafiante irrumpió en los hogares estadounidenses a través de la pantalla chica. Era el amanecer de MTV y la industria musical estaba comenzando a invertir en videos musicales. George Thorogood, el chico malo de Delaware, lanzaba su disco debut para el sello Capitol y Bad to the bone se convertiría en su pasaporte hacia el éxito.

On the day I was born, the nurses all gathered 'round
And they gazed in wide wonder, at the joy they had found
The head nurse spoke up, and she said leave this one alone
She could tell right away, that I was bad to the bone

El día en que nací, todas las enfermeras se reunieron
Y miraron con asombro, lo que habían encontrado
La enfermera jefa habló y dijo “dejen a éste solo”
Ella se dio cuenta de inmediato, que yo era malo hasta el hueso
(En español se entiende más como "malo hasta la médula").


El video, en el que Thorogood disputa una intensa partida de pool con Bo Diddley –sí, el mismísimo Bo Diddley- fue sólo el comienzo del derrotero de la canción por el mundo audiovisual. En estos treinta años fue utilizada en infinidad de películas -desde Terminator 2 hasta Christine, de John Carpenter- y programas de tevé como Casado con hijos y División Miami. También musicalizó comerciales: el más reciente es el de Wrangler, de 2008. Ahora vuelve al cine una vez más en la película animada Megamind.

Bad to the bone fue la llave del revival blusero de los ochenta. Luego Stevie Ray Vaughan y el sello Alligator hicieron el resto. Los puristas del blues muchas veces no tienen a Thorogood en consideración y desprecian la canción. Pero lo cierto es que el muchacho de la boca grande y paletas sobresalientes siempre se mantuvo fiel a la música de sus raíces. Bad to the bone surgió del riñón de grandes clásicos del blues: tiene un poco de Manish boy, una pizca de I’m a man y algo de No money down. La guitarra furiosa, la voz rasposa y el saxo, que le da cierto contrapeso a semejante rabia, son el sello distintivo del tema.

El álbum, que llevaba el nombre de la canción, se convirtió en disco de oro y estuvo un año en la cima de los charts. Pero eso es anecdótico. Lo importante es que trascendió a su década con un fuego que nunca se apaga.



jueves, 2 de diciembre de 2010

Revisionismo histórico

Elton John & Leon Russell – The Union. La idea de este disco surgió hace dos años durante una entrevista para tevé que Elvis Costello le hizo a Elton John. Durante el reportaje, el pianista inglés recordó a uno de sus ídolos de la juventud: Leon Russell. A partir de ese momento, Elton sintió la necesidad de devolverle a Leon todo lo que él le había regalado con su música. Luego de un par de charlas telefónicas los dos pianistas se pusieron de acuerdo y comenzaron a construir The Union. El disco fue editado hace poco y es realmente extraordinario. Las canciones se balancean entre las baladas rockeras, el R&B, el soul y el country, y la sinergia que hay entre ambos pianistas es asombrosa. Pero detrás de la idea y la realización hay un sinfín de nombres que jerarquizan el álbum aún más. Por ejemplo: la producción quedó en manos de T-Bone Burnett, un tipo que sabe muy bien lo que hace. La banda fue conformada por una docena de músicos entre los que se encuentran los guitarristas Doyle Bramhall II y Marc Ribot, el bajista Don Was y el baterista Jim Keltner. Pero hay más: Booker T. Jones aporta el sonido de su hammond, Robert Randolph tiene un par de intervenciones con su pedal steel guitar, y Neil Young y Brian Wilson suman sus voces en algunos coros. Además, varios de los temas fueron compuestos por Elton John junto a su inoxidable socio, Bernie Taupin. Las imágenes de The Union también son importantes. La foto de la tapa fue tomada por la célebre Annie Leibovitz (histórica fotográfa de la revista Rolling Stone) y Cameron Crowe, director de la película Casi Famosos, filmó todo para un documental que se lanzará dentro de poco. En síntesis, The Union es una obra monumental, que rescató a Leon Russell del olvido y le devolvió a su público lo mejor que él tenía para dar: su música.

Ray Davies – See my friends. La primera vez que escuché a The Kinks fue hace 20 años. Por entonces cursaba quinto año y Ernesto Castrillón –profesor de Historia, hincha de Racing y gran tipo- me abrió las puertas a la magia de Ray Davies. Desde entonces, tengo mis épocas. Por momentos vuelvo a los Kinks de los setenta; a veces me sumerjo con sus canciones de los sesenta; y últimamente me estaba matando con los discos solista de master Ray: Other people’s lives y Workingman’s Café. Ahora, el sello Decca acaba de editar See my friends, un tributo en vida en el que él es el anfitrión. Las canciones elegidas son todos hits de los Kinks. Algunas versiones están mejor que otras, pero en líneas generales es un buen disco. El tema inicial, Better things, tiene el espíritu que todo el álbum debería tener: una interpretación tan buena como la original, pero con una esencia nueva. En este caso lo que sobresale es la combinación de las voces de Davies y Bruce Springsteen. Si bien Bon Jovi no es alguien que a mí me guste mucho, logra imponer su estilo en Celluloid heroe. La versión de You really got me de Metallica está muy buena, pero de ninguna manera no supera a la de Van Halen. Davies y Jackson Browne suenan muy amenos y relajados en Waterloo sunset y Paloma Faith le mete mucha garra a Lola. Las otras canciones están bien. Probablemente no aporten mucho más a los que escuchan a los Kinks desde hace mucho, pero tendrán sentido sí sirven para acercar a los jóvenes a la música de los Kinks. Así las cosas, Ray Davies está de vuelta. Viejas canciones, nuevos amigos y la misma onda de siempre.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Wine song 42

La guitarra de Mel Brown planea con total libertad: un sonido jazzero acompaña el suave shuffle instrumental, en el que intercambia solos con el ex violero de James Harman, el italiano Enrico Crivellaro. RED WINE AND MOONSHINE, editado en el disco póstumo de Brown, es un resumen de cómo la música y el alcohol son eternos compañeros del hombre, tanto como la comida y el sueño, el amor y la pasión, el sufrimiento y la tristeza.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Blues del pantano

Kenny Neal venía de dar dos conciertos explosivos en el Backstage Experience de Santiago de Chile y en el Club de Jazz de Venado Tuerto. Para su escala porteña lo esperaba un teatro con capacidad para más de mil personas como es el Coliseo. Si bien no estuvo lleno, eso no fue ningún impedimento para que el hijo del célebre Raful Neal desplegara su blues pantanoso de Louisiana y la gente flasheara con él.

Sus zapatos, el pantalón y la camisa eran tan blancos como una hoja de papel y hacían juego con su sombrero panamá. Kenny Neal es todo un bluesman no sólo por su vestimenta, sino por legado familiar, su versatilidad musical, su talento como compositor y su gracia como showman. Durante el recital, que duró noventa minutos, alternó entre la armónica y la Telecaster manteniendo siempre la tesitura en el canto. Por momentos no hubo guitarras en escena. Es que Neal prefiere una formación sin guitarrista rítmico. Por eso, esta vez, La Argentina Blues Band tuvo dos tecladistas: Machi Romanelli, que varió entre el sonido del piano y los vientos, y Walter Galeazzi, que hizo un colchón rítmico con el hammond. A ellos los acompañaron Gustavo Rubinsztein (bajo) y Gabriel Cabiaglia (batería).

El guitarrista Roberto Porzio fue invitado por Kenny Neal –“El tocó con mi padre”, anunció en un inglés muy claro- para un pequeño homenaje a Muddy Waters y Howlin’ Wolf en el que hicieron un medley con Hoochie Coochie man, Little red rooster, Spoonful y Got my mojo working. Salió Porzio y subió al escenario Juan Codazzi para tocar That’s all right. Cuando los violeros estuvieron en escena no hubo duelo de guitarras y Kenny Neal se dedicó a soplar su armónica.

Como es habitual en sus conciertos, Kenny Neal no se olvidó de sus influencias más directas como Slim Harpo y Jimmy Reed. Su armónica sobrevoló con estridencia el pantano y las luces de Nueva Orleans. Además, de los clásicos del género, también interpretó algunos temas de sus últimos discos como Blues, leave me alone y Hooked on your love. El cierre, por ejemplo, se lo dedicó a su tierra e hizo un mix con Jambalaya y When the saints go marchin’ in.

Un momento extraño fue cuando subió al escenario King George, un músico que habría tocado con Ike Turner, Jimi Hendrix y Buddy Guy y que ya vino varias veces a Buenos Aires. King George sopló una corneta que no se escuchaba y cantó con voz débil las estrofas de The Thrill is gone mientras Kenny Neal rendía tributo a Albert King con Born under a bad sign. Hasta pareció como que a Kenny no le gustó que subiera, porque apenas lo miró y cuando se fue mencionó su nombre sin mucho entusiasmo.

Una nueva noche cargada de blues sacudió a Buenos Aires. No fue la primera y tampoco será la última. Hay un grupo de productores que está haciendo un esfuerzo enorme para traer a estas figuras, que son la esencia del género, que vienen y se mezclan con los músicos argentinos, y que nos regalan el blues que llevan en la sangre. Y de eso se trata todo: transmitir, compartir y vivir el blues. Eso pasó anoche. Eso seguirá pasando.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Más lanzamientos

Mel Brown – Love, lost and found. Mel Brown fue un guitarrista excepcional que dedicó su vida al blues y tocó con muchos de los grandes. En los cincuenta lo hizo con Sonny Boy Williamson. Luego se sumó a la banda de Johnny Otis y más tarde a la de Etta James. Durante unas sesiones con T-Bone Walter impresionó a los directivos de la discográfica y, en 1967, editó su primer disco solista. Desde entonces su carrera siguió creciendo hasta su muerte, ocurrida el año pasado. Ahora, el sello Electro-Fi Records acaba de lanzar su álbum póstumo, todas grabaciones realizadas entre 1999 y 2009, con la participación de Snooky Pryor y Sam Myers. Un álbum magistral que revaloriza a lo más tradicional del género.

Norah Jones – … Featuring Norah Jones. Ella grabó con tantos músicos que por qué no armar un compilado con esas participaciones. Blue Note y Emi Records no tardaron mucho en lanzar este disco que seguramente será un éxito de ventas. Primero porque los fans de Norah Jones tienen música fresca para disfrutar, más allá de que muchos temas ya aparecen en los discos originales en los que la invitaron a participar. Segundo porque éste álbum demuestra que Norah tiene una versatilidad muy amplia para cantar con músicos de diversos estilos y géneros como el jazz, el country, el soul, el folk, la música indie, el hip hop y el rock. Los duetos más interesantes son los que mantuvo con Willie Nelson, Ray Charles, Foo Fighters, Outkast, Herbie Hancock y Ryan Adams.

Devon Allman’s Honeytribe – Space age blues. El hijo de Gregg Allman sigue la tradición familiar. El rock, el blues y hasta el funky se hacen presentes en su combo musical, que algunos han llamado: "Darth Vader meets B.B. King". Las raíces son muy fuertes en el estilo de Devon Allman: se nota que creció con la música de los setenta sobre sus hombros. Más allá de alguna similitud en la forma de cantar con su padre, su estilo para tocar la guitarra no está inspirado del todo en el de su célebre tío, Duane. Space age blues tiene muy buenas canciones, solos muy interesantes y una sorpresa llamativa: Huey Lewis toca la armónica. Y lo hace muy bien. Space age blues es un disco para disfrutar una nueva forma de interpretar el blues.

Kid Rock – Born free. Con este disco, Kid Rock consolidó su aspiración de convertirse en el nuevo Bob Seger. Born free es puro rock and roll, que suda country desde el mismo núcleo orgánico de su canciones. Eso es lo que buscó el productor del álbum, el célebre Rick Rubin: ubicar definitivamente a Kid Rock en el lugar que él quería ocupar. Rubin es el mismo que trabajó con los Beastie Boys, Chili Peppers, Tom Petty y Neil Diamond, y que además produjo a Johnny Cash en ese legado histórico que son las American recordings. Aquí, rodeó a Kid Rock de una banda encabezada por el guitarrista de Los Lobos, David Hidalgo, y otros músicos como Matt Sweeny, Chad Smith (Red Hot Chili Peppers) y Benmont Tench (Heartbreakers). A ellos se les sumaron invitados como Sheryl Crow, Zac Brown y Martina McBride. Ahh, claro y también Bob Seger: el padrino de la cosa no podía estar ausente de esta especie de tributo a su nombre.

Huey Lewis and the News - Soulsville. Y hablando de Huey Lewis, además de su participación en el disco de Devon Allman, acaba de editar un nuevo álbum de estudio, el noveno de su carrera. Es un homenaje al soul de Stax. Soulsville fue el barrio de Memphis donde el sello discográfico se instaló y revolucionó la música negra de fines de los sesenta. Se trata de un álbum muy cool, con mucho groove, aunque un tanto más “limpio” de lo que solía pretender Stax de sus grabaciones. Al margen de ese detalle, estamos ante una celebración de un ritmo urbano, atrapante y eterno, que muy pocos artistas hoy pueden reivindicar con tanta autoridad.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Lanzamientos de octubre y noviembre

Ray Charles – Rare Genius / The undiscovered masters. Hay que agradecerle al señor John Burk, productor del disco Genius loves company, por haber hallado este material inédito de Ray Charles. Son canciones que fueron grabadas entre 1970 y 1990. En algunos casos, apenas eran demos de las canciones a los que Burk completó con muy buenos músicos actuales. El álbum se balancea entre el soul, el blues y el R&B con unas secciones de viento exquisitas. Lo mejor de este hallazgo, sin dudas, es el tema a dúo que interpreta junto a Johnny Cash: una hermosa versión de Why me Lord, de Kris Kristofferson.

Varios artistas – Treme (soundtrack). Si la serie -que tenía a la música como protagonista absoluta- fue increíble, la banda de sonido no podía ser menos. El álbum tiene 19 temas que conforman, en gran medida, un mosaico de la música actual de Nueva Orleans. Y están casi todos: Dr. John toca una gran versión de Indian red; Irma Thomas & Allen Toussaint emocionan con una Time is on my side fabulosa; la Soul Rebels Brass Band junto a John Mooney interpretan una versión festiva de Drinka little poison (4 U die); y Trombone Shorty & James Andres sacuden sus vientos con Ooh Poo Pah Doo. Un disco formidable.

Chris Duarte – Infinite energy. Tal vez el disco esté demasiado producido. Me gusta más cuando la música de Chris Duarte fluye con más espontaneidad y fiereza. Sin duda sus dos mejores discos siguen siendo los primeros: Texas Sugar, Strat magik (1994) y Tailspin headwhack (1997). De todas maneras, Infinite energy tiene lo suyo: grandes solos de guitarra que se encuadran en la tradición de Austin post Vaughan, que músicos como Duarte, Smokin’ Joe Kubek y Charlie Sexton, entre otros, supieron enhebrar.

Axel Zwingenberger – The magic of boogie woogie. La aclaración es importante: este disco es sólo para fanáticos del piano. Quien no esté acostumbrado a escuchar este tipo de álbumes, The magic of boogie woogie tal vez le parezca un poco repetitivo. Hecha la aclaración, el álbum es una buena muestra del talento de este pianista alemán que se dedica a estudiar a los grandes maestros del género (Albert Ammons, Meade "Lux" Lewis y Pete Jonson) y mantener vivo el estilo. Aquí, Zwingenberger está acompañado por una sección rítmica de lujo: el contrabajista Dave Green y Charlie Watts, de los Stones, en batería.

Lee Ritenour – 6 string theory. Ritenour es un conocido guitarrista de estudio, que se hizo famoso en los setenta cuando tocaba con el brasileño Sergio Mendes. Su música siempre fue un combo de pop, Brasil y jazz. Ahora, acaba de cumplir 50 años y para celebrarlos invitó a una decena de guitarristas de primer nivel para zapar con él, Así, 6 string theory se convirtió en un homenaje a la guitarra. Lo mejor del disco es la versión del tema de Tracy Chapman, Give me one reason, que interpreta junto a Joe Bonamassa y Robert Cray. Los otros invitados del álbum son: B.B. King, Keb’ Mo’, Pat Martino, Slash, George Benson, Jonny Lang, Neal Schon y John Scofield, entre otros.

Leonard Cohen – Songs from the road. Durante muchos años, Cohen estuvo alejado de los escenarios y su regreso ahora quedó plasmado en dos discos: el año pasado con el formidable Live in London y este año con Songs from the road. Si bien ambos álbumes son muy similares –hasta en la elección de los temas- son una buena excusa para escuchar y disfrutar de una de las voces más apasionantes y poderosas de la historia del rock. Las canciones de Songs from the road fueron grabadas entre 2008 y el año pasado en conciertos realizados en Israel, Escocia, Inglaterra, Suecia, Finlandia, Alemania y EE.UU.

Justin Townes Earle - Harlem River blues. El hijo de Steve Earle -a quien su padre le puso de segundo nombre el de su mentor, Townes Van Zandt- acaba de editar su tercer disco para el sello Bloodshot. Una obra sensacional que no desentona para nada con sus trabajos anteriores. El country alternativo, el rockabilly y el blues se fusionan para conformar el sonido de JTE, una música de raíces donde los coros femeninos, las sesiones de viento y la instrumentación esencialmente acústica reviven la música de sus antecesores: Cisco Houston, Eddie Hinton, Woody Guthrie y Waylon Jennings.

Cassandra Wilson – Silver pony. Ella tiene una de las voces más poderosas e innovadoras del jazz contemporáneo. Logró absorber, procesar y recrear distintos estilos de la música tradicional negra y ponerle su sello indeleble. Las canciones de este disco, por ejemplo, explican bien esa fusión: Blackbird, de los Beatles; If it’s magic, de Stevie Wonder; Saddle up my pony, del delta bluesman Charley Patton; Lover come back to me, que cantaba Billie Holliday; además de media docena de temas propios muy sólidos y bien producidos.

Tony Joe White – The shine. Este disco se lo recomiendo solamente a los que son muy fanáticos de TJW. De lo contrario, si nunca lo escuchaste, te sugiero que empieces por su disco Black and white (1969) o algún Greatest hits. Si ya lo conocés y no te gusta tanto su estilo, The shine no va a hacer nada para que cambies de opinión. Ahora, si te gusta su groove pantanoso y te seduce con su cadencia rítmica, con este álbum vas a poder disfrutar: parece que fue grabado en el living de su casa. Música en estado puro.

Neil Diamond – Dreams. El viejo Neil acaba de lanzar un álbum acústico, simple y melancólico. Es un disco ideal para escuchar su magnífica voz en todo su esplendor, aunque la elección de los temas, en su mayoría covers, es poco original, Son canciones muy melosas, medio bajón. Eso hace que por momentos Dreams se ponga bastante aburrido, sobre todo cuando interpreta Love song, Yesterday o Feels like home. Pero salvan al disco las versiones de Ain’t no sunshine, Blackbird y la extraordinaria Hallelujah.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Los 65 de Neil Young

La noche del 18 de enero de 2001 el cielo estuvo a punto de explotar. Unas nubes revoltosas se empujaban unas a otras y ese forcejeo provocó la caída de unas gotas aisladas. La lluvia pudo arruinarlo todo, pero se contuvo. Estábamos al aire libre, en el Campo de Polo, ahí sobre Avenida del Libertador y Dorrego. Recuerdo algunas caras de esa noche: Carlitos Galván, Giube, Batman Aizpeolea, Firpo, Ricardo González. Semejante rejunte de ilustres figuras del periodismo tenía una explicación: Neil Young y Crazy Horse se presentaban en vivo.

Fue un evento atípico. Primero por la elección del escenario y segundo porque el grupo que más gente convocaba, Oasis, abrió el recital. Eso hizo que pasara algo alucinante: cuando terminó el show de los hermanos Gallagher, la gente que se agolpaba junto al escenario, se dispersó. Entonces, para cuando Neil Young salió a escena, nosotros estábamos junto al escenario. Así, a escasos metros de distancia, vivimos las dos horas eléctricas en las que el viejo cowboy solitario nos regaló casi todas sus mejores canciones: Like a hurricane, Keep on rockin´ in the Free World, Hey hey, my my y The needle and the damage done.

Esa noche mágica me marcó definitivamente. Ya no habría vuelta atrás para mí con relación a la música de Neil Young. A los discos que tenía sumé los que me faltaban. Y desde entonces compré todos los que fue sacando. Sus mejores cinco discos, para mí, son: Alter the gold rush (1970), On the beach (1974), Tonight’s the night (1975), Rust never sleeps (1979) y Everybody knows this is nowhere (1969). A esta lista podría agregar Dèjá vu (1970), junto a Crosby, Stills & Nash. De elegir sus cinco mejores canciones, me quedaría con éstas: Heart of gold (1974), After the gold rush (1970), Don’t let it bring you down (1970), Down by the river (1969) y Powderfinger (1979).

Escribo éstas líneas mientras escucho su último álbum –Le Noise- en el día de su cumpleaños 65. Este es mi humilde homenaje a su figura y a su música. Y es también una expresión de deseo, la de querer volver a verlo en vivo, acústico o eléctrico, furioso o introspectivo. Cómo sea. Feliz cumpleaños Neil: ¡keep on rocking!

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Prueba de vida

El sitio All Music lo calificó con cuatro estrellas sobre cinco. Las críticas de los fanáticos en Amazon.com son concluyentes: "Excelente", "fantástico", "de esto se trata el blues eléctrico". En Blogcritics recomiendan “cerrar los ojos para poder escuchar a Hendrix prendiendo fuego su Stratocaster". Buddy Guy está de vuelta con Living proof, casi la continuación perfecta de Skin deep, de 2008. A los 74 años, Guy está mejor que nunca: su guitarra suena furiosa, sónica, sucia y endemoniada. Algunas letras de las canciones son autorreferenciales -74 years young, Thank me someday, Living proof- pero no llegan a conformar un disco conceptual.

Hay dos invitados de lujo, amigos y leyendas: B.B. King conmueve en Stay around a little longer y Santana aparece en la balada Where the blues begins. El otro punto alto, obvio, son los músicos que acompañan a Guy. El productor Tom Hambridge, quien además toca la batería, reunió a Reese Wynams (teclados), los Memphis Horns, Tommy Macdonald (bajo), Bekka Bramlett (coros), David Grissom (guitarra), Michael Rhodes (bajo) y Marty Sammon (piano).

Este disco es una nueva pieza de arte de uno de los mejores guitarristas de la historia del blues, que nuestra generación tiene el honor de disfrutar. La prueba de que el blues está más vivo que nunca.



domingo, 7 de noviembre de 2010

Circo digital

La rubia lleva tacos altos, minifalda negra, medias de encaje y una remera, o algo por el estilo, muy animal print. Tiene un tatuaje en el hombro y casi no se puede mover porque su novio la aprieta con fuerza contra su pecho. Me pregunto cómo alguien se puede vestir así para ir a un recital. Así, como ella, hay decenas de mujeres más, todas muy producidas, tuneadas y bien arregladas. Entre ellas se mezclan los adolescentes, que son mayoría, y muchos padres con chicos. Todos tienen sus BlackBerry con los que mensajean y sacan fotos que suben a Facebook en el acto. Pese a que estamos al aire libre pocos fuman, tal vez porque en la entrada los osos de seguridad les sacaban los encendedores. Estamos en un rectángulo selecto cercado por el escenario y una pasarela, lo que vendría a ser un área recontra vip. Mi amigo Nacho, el proveedor de las entradas, mira de acá para allá en busca de una lumbre que encienda su Camel, pronto aparecerá una heroína anónima que le dara fuego y él llenará sus pulmones de humo. Ahí está también Germán Perazzo, aka. El loco del Mouse, junto a su novia. Y desfilan los famosos: Emilia Attias, Paula Chávez, Nicolás Vázquez, Flavia Palmiero, Gabriel Corrado, Germán Paoloski. Algunos de ellos se sacan fotos con los cholulos, otros las evitan con dudosa cordialidad.

El club G.E.B.A está desbordado de chicos y chicas ansiosos. Está por empezar el concierto de The Black Eyed Peas, pero mientras tocan (bueno una forma de decir porque la verdad no tocan nada) dos DJ’s australianos que se hacen llamar Yolanda Be Cool. Me aburro. La noche está increíble, el cielo limpio y la brisa acaricia con delicadeza. Un minuto después de las 22.30 se apagan las luces y comienza el circo digital y robótico. Para un hombre de blues como yo, la experiencia de un show como éste es similar a un espectáculo interactivo, algo así como un De la guarda holográmico y 2.0. Los músicos salen a escena y los tengo tan cerca que sólo pienso en cómo me hubiera gustado ver así a los Rolling Stones.

La cara de la banda son sus cuatro cantantes: will i. am, Fergie, Taboo y apl.de.ap. Sí, así se hacen llamar. Cada uno ocupa su rol en el grupo y en las dos horas que durará el show cantarán juntos y por separado. Ella, que fue elegida la mujer del año por la revista Billboard, tiene un magnetismo absoluto. Es hermosa y canta muy bien, aunque a veces grita demasiado. will i. am es el cerebro de la banda, gran cantante, rapper, DJ. Lleva las riendas del show. apl.de.ap es simpático y baila muy bien, pero su papel, está más en un segundo plano. Taboo no me cayó muy bien. Canta, y lleva la demagogia a niveles insospechados. “Yo soy mexicano y represento a todos los latinos en Black Eyed Peas. Estoy orgulloso de representarlos a todos ustedes”, dice mientras de fondo aparece una bandera argentina digitalizada. Bueno, es obvio que este Taboo aprendió a hablar español casi de rebote. Después me entero que nació en el este de Los Angeles, así que de mexicano, hermano, sólo tenés el árbol genealógico. Como si fuera poco canta una canción en español horrible, a dúo –interactivo- con Juanes.

Entre rayos láser, pantallas interactivas, juegos de luces, sincronizaciones matemáticas, 200 tipos encargados de montar el escenario, bailarinas hiperactivas, incesantes cambios de vestuario y mensajes de texto proyectados, hay música: los tipos son muy comerciales, pero la verdad que lo que hacen, lo hacen muy bien. Combinan el hip-hop, con dosis de disco, dance, funk y pop. Tienen canciones muy pegadizas. De hecho me sorprende conocer más de una: Don't phunk with my Heart, Mais que nada, Where is the love y Boom boom (nada que ver con el tema de John Lee Hooker, se los aseguro). Igual lo mejor viene de la mano de will i. am. Promedia el show y el tipo se eleva en el aire, en una plataforma circular, y empieza a mezclar clásicos como si fuera el DJ de una disco retro. Suena Thriller, de Michael Jackson, Nirvana, U2, los Chili Peppers, Eurithmics y hasta Sweet Child O’ mine, de los Guns. Llegamos al final y los tipos cantan la canción que todos quieren escuchar. La inercia me lleva a saltar con todos al ritmo de I gotta feeling. Nacho también salta. La rubia de tacos altos, no sé cómo hace, pero rebota con ganas. La cabeza platinada de Emilia Attias sube y baja. Los celulares estallan en luces multicolores y difusas. Ellos cantan que “está noche será una gran noche”, parece que así lo es.