“Si sos de esas personas que ama la música de Pink Floyd,
pero odias la postura política de Roger podes irte bien a la mierda”. Así, sin
eufemismos, comenzó el show de Roger Waters en River. A decir verdad, así
comienzan todos los shows del ex Pink Floyd, porque no hay censura, boicot o
amenazas que puedan callarlo. La música de Waters viene con un mensaje de un
fuerte contenido político: no a la guerra, no a las armas nucleares, no a la
violencia institucional, no al racismo, no a la discriminación, no a la
inequidad. En sus palabras no hay una pizca de antisemitismo, pese a lo que
muchos quieren instalar.
La puesta en escena, por momentos teatral, los juegos de
luces y los videos ultra HD que acompañan a las canciones son esenciales para un
show que se destaca desde lo visual, pero en el que el sonido cuadrafónico es el
corazón que da vida al show. Tal como sucedió en sus presentaciones anteriores
(Vélez 2002, River 2007, River 2012, La Plata 2018), pero ahora con mejor tecnología,
los graves y los agudos están perfectamente balanceados, el volumen en su punto
justo, y los efectos especiales que se emiten desde parlantes laterales ubican al
espectador en medio de un bombardeo, el aterrizaje de un helicóptero o ante el
ladrido de un perro solitario.
El show comenzó a las 21:20 con unos imponentes fuegos
artificiales y la melodía de Comfortaby Numb. La primera referencia clara a la
Argentina llega con la crítica al aparato represivo del Estado. Entre los
nombres de víctimas como George Floyd, aparece el de Lucas González, el chico
de Barracas que fue asesinado por policías de la Ciudad, que recibieron penas de
perpetua por haber cometido un crimen de odio racial.
El mensaje, rechazado por buena parte de un mundo que se
vuelca a la extrema derecha, no tiene pausa y atraviesa el show de punta a
punta. Waters no se pone colorado a la hora de acusar a presidentes de Estados
Unidos (Reagan, los dos Bush, Clinton, Obama, Trump y Biden) de criminales de
guerra. Tampoco cuando señala por lo mismo a Putin o al norcoreano Kim Jong-un.
El repertorio de la primera parte del show recorre buena
parte de la historia de Pink Floyd con The
Happiest Days of Our Lives, Another Brick in the Wall, Part 2 y Part 3, Have a
Cigar, Wish You Were Here, Shine On You Crazy Diamond y Sheeps, en los que por momentos se respalda en imágenes de Syd
Barret, Nick Mason y Richard Wright, aunque deja deliberadamente afuera a David
Gilmour, acompañado por un relato en primera persona de su vida y su carrera.
También hay lugar para sus temas solista como The Bravery of Being Out of Range y The Bar, donde se sienta al
piano y se muestra más reflexivo.
Transcurrida una hora de show se produce un intermedio en el
que la mayoría del estadio comienza a cantar de manera espontánea “el que no
salta votó a Milei” y “nunca más, nunca más”.
Antes de interpretar Déjà
Vu, Waters le responde a los dueños de los hoteles que no lo dejaron
alojarse: "La razón por la que no me dejan quedarme en los hoteles de
Buenos Aires es porque yo creo en los derechos humanos, lo hago, siempre lo he
hecho. Mi mamá me enseñó sobre derechos humanos cuando era así de alto. Así que
los Derechos Humanos son el problema acá".
La segunda referencia a la Argentina llega sobre el final
con el anuncio de Two Suns in the Sunset,
un tema de The Final Cut (1982),
disco que mucho tiene que ver la guerra de Malvinas y que le valió muchas
críticas en Inglaterra, en el que se refiere a los proyectos en marcha para la
identificación de soldados argentinos caídos durante la guerra, que están
enterrados en las islas.
El final, con un reprise de The Bar, llega con un elogio a Bob Dylan y en el que cuenta como se
inspiró en Sad Eyed Lady of The Lowlands,
de Blonde on Blonde, para escribir
esta canción, que también le dedica a su esposa Camila y a su hermano John,
recientemente fallecido.
Roger Waters es un luchador incansable. Utiliza su música
para transmitir un mensaje de paz en un mundo convulsionado, para denunciar un
genocidio en Medio Oriente y también abusos de poder a un lado y otro del Atlántico.
Lleva medio siglo transformando su bronca, sus miedos y su desazón en arte,
porque no es solo música que entra por los oídos lo que él hace, sino que es un
entramado magnánimo que apunta a sacudir todos los sentidos. La gira This is not a Drill está anunciada como
su despedida y con sus 80 años parece que así será. Pero como siempre, en este
último medio siglo, él tiene la última palabra.
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