sábado, 15 de septiembre de 2018

La máquina del tiempo


Cerrar los ojos un instante. Viajar a otra época. Un pequeño salón humoso con olor a whisky clandestino. Todo color sepia. Hombres con el cabello engominado y mujeres con sus sombreros cloché fumando con sus largas boquillas. Se escucha un piano de cola. Irrumpe un clarinete. Una voz femenina canta viejas canciones. El swing surge con naturalidad. La sangre fluye y las venas se ensanchan. La música nos transporta a las décadas del veinte o del treinta. Puede ser a Nueva Orleans, Memphis, St. Louis o a un barco a vapor que navega por el Mississippi.

Pero estamos en el Be Bop Club, en San Telmo, que de humoso no tiene nada, donde se sirve vino por copa y los tonos rojizos y azulados prevalecen por sobre cualquier otro color. En el pequeño escenario, de cara a una veintena de personas, están dos grandes músicos que bien podrían ser también profesores de historia.

Las manos de Carl Sonny Leyland son como arañas. Sus dedos se desprenden de las palmas y se mueven por las teclas del piano desplegando su tela rítmica. Chloe Feoranzo, discípula de Charles McPherson, lo acompaña desde los vientos, con el clarinete o el saxo. Él es inglés, pero hace décadas que se radicó en Estados Unidos y hoy vive en California. Ella, en cambio, es de Rhode Island y reside en Nueva Orleans. Se vuelven a juntar después de algunos años y es en Buenos Aires. Se nota la empatía que los une desde los primeros acordes, tanto cuando interpretan standards de jazz, boogie woogie o algún blues.

El repertorio incluye clásicos como Sugar (That sugar baby o' mine), que Ethel Waters grabó en 1926, y que Chloe canta con mucho ímpetu; Beale St. blues, de W.C. Handy, en la voz de Leyland, al igual que Back home in Indiana, de Eddy Arnold, y Big foot Pete, de Freddie Slack. Se suman un par de músicos invitados. Con Lucas Ferrari en contrabajo y Fernando Montardit en guitarra interpretan He ain't got rhythm y Between the devil and the deep blue sea. Ellos vuelven al escenario, junto al saxofonista Orlando Merlí, para una zapada final.

Si bien todo el show es de alto vuelo, el momento supremo, de esos que son únicos e irrepetibles, se da cuando Leyland le pregunta a Chloe si quiere cantar un blues. Ella le responde que le encantaría y entonces se sumergen en una descomunal y sentida versión de Empty bed blues, de Bessie Smith.

El recital resulta un paraguas en el medio de la tormenta. Una forma de escapar de la cruda realidad, aunque más no sea por una hora y media. Carl Sonny Leyland y Chloe Feoranzo nos transportan a una época dorada de la música con el sonido orgánico de un piano y un clarinete, y una verdadera lección de historia.

1 comentario:

Juancho Farias dijo...

Brillante reseña noctambula para ahondar en estos artistas . Saludos !