La historia de Blackie es mucho más que la de una mujer que tuvo un rol central en el mundo del espectáculo y la cultura en la Argentina. Bucear en su vida nos lleva a fines del siglo XIX cuando los primeros colonos judíos desembarcaron en el país. Sus padres, Yedidio Efron y Sara Steinberg, arribaron siendo niños y fueron parte de la génesis de esa microsociedad pionera de la colectividad judía.
Con gran precisión y una prosa fluida, Hinde Pomeraniec
reconstruye los primeros años de la vida de Paloma Efron. Su nacimiento e
infancia en Entre Ríos, el traslado familiar a Buenos Aires, la relación con su
padre, un hombre muy reconocido en el ámbito educativo de la colectividad
judía, y su adolescencia, en la que tuvo
que abandonar la escuela para cuidar a su madre enferma, son las piezas del
rompecabezas con las que ella fue forjando su personalidad.
El salto de Paloma Efron a Blackie no fue de un día para el
otro, pero sí hubo un momento bisagra en su vida. Todavía adolescente consiguió
un trabajo en el Instituto de Cooperación Argentino Norteamericano (ICANA) y
allí se topó con un disco de spirituals, la música religiosa de la comunidad
negra de los Estados Unidos. Si bien ella venía de una familia de melómanos,
ese acontecimiento se volvería trascendental y, como sostiene la autora, para
Paloma “se volvió una obsesión”.
Su matrimonio con el dramaturgo y guionista, que se hizo
famoso por su sociedad con Sixto Pondal Rios, tuvo relación directa con el
primero de los cambios artísticos de Paloma, que fue el de dejar la música para
convertirse en actriz, productora y periodista. Se separaron en el albor de la
década del cincuenta y no tuvieron hijos, pero de acuerdo con lo que pudo
reconstruir Pomeraniec, esos años de convivencia la marcarían por el resto de
su vida.
El 17 de octubre de 1951 se realizó la primera transmisión
televisiva de la historia en la Argentina. Ese acontecimiento, algunos meses
después, se volvería trascendental en la vida de Blackie porque se sumó a ese
medio y para el gran público su nombre siempre quedaría asociado a los inicios
de la tevé. En los primeros años condujo programas, fue productora e incluso
llegó a ser directora artística de Canal 7, cargo que ocupó hasta poco antes
del golpe militar de 1955 que derrocó a Juan Domingo Perón.
En los sesenta, con la aparición de los canales privados,
Blackie se convirtió en un personaje central de la pantalla chica. Encabezó
decenas de programas, compartió la conducción con figuras como Carlos
D’Agostino, Juan Carlos Mareco y hasta Roberto Galán; presentó a artistas
internacionales de la talla de Nat King Cole y Sammy Davis Jr; fue pionera de
los programas políticos y potenció a Bernardo Neustad, quien se volvería un
referente en los ochenta y noventa. En el plano artístico lanzó las carreras musicales
de Sandra Mihanovich y Susana Rinaldi.
En paralelo, desde sus inicios, siempre fue una figura
destacada de la radio. Lo hizo como cantante, productora, presentadora y
también como periodista. Su voz ronca por el humo de los Kent está en el
recuerdo de quienes la escucharon durante años en diversos programas, en los
que mantuvo un contacto fluido con sus oyentes, quienes le escribían cartas que
leía con mucha atención y se enojaba ante las críticas que consideraba injustas
o fuera de lugar.
Blackie, una voz
insumisa es una biografía atrapante que va un poco más allá del personaje.
En palabras de Albert Gilbert: “Agitadora, polemista, divulgadora, Blackie
demostró tempranamente en un mundo de hombres lo lejos que podía llegar una
mujer de la que todos hablarían. No podía ser de otra que Hinde Pomeraniec la
que reconstruyera con sagacidad y soltura algo más que su vida: un gran fresco
de época, una historia cultural en la que la cuestión de género es algo más que
un programa, un asunto mayor".
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