El viejo local de Minton's de Galería Río de la Plata |
Me gustaría tener una foto de aquella época. Una imagen que recupere el momento en el que empecé a ser feliz rodeado de discos. Pero no eran tiempos de celulares todavía y tampoco era de andar con una cámara encima. Mi aventura en esa pequeña disquería de Belgrano transcurrió entre el 93 y el 97. Para el transeúnte ocasional era un comercio más de discos, pero para mí era un santuario, un club de amigos y una casa de estudios a la vez. En Minton’s escuchaba y aprendía. Me relajaba. La pasaba bien y gastaba bastante plata, no porque los discos fueran caros, sino porque compraba muchos. Ese pequeño local de la planta alta de la Galería Río de la Plata, sobre Avenida Cabildo, al lado del primer McDonald’s, fue para mí una usina inagotable de música.
Era la época del boom del cd y sobre Cabildo estaba lleno de disquerías. Pero Minton’s ofrecía algo distinto. Vendía exclusivamente discos de jazz y blues, y el disquero era una especie de gurú para la mayoría de los que fuimos clientes. Minton’s existe y se volvió un sitio de referencia para el jazz porteño por su dueño, Guillermo Hernández. Ese mismo local con los mismos discos, pero sin Guille, no hubiera sido lo mismo. El tipo le imprimió su magia, compartió su conocimiento y a muchos nos abrió las puertas a una nueva etapa sensorial.
Guillermo Hernández y Adrián Iaies en los 90. |
Si empatizabas con Guille entrabas al círculo de confianza
de Minton’s. Pasabas a la categoría de “lleválo, si no te gusta me lo traes de
vuelta”. No era la relación de un comerciante con el cliente, sino del gurú con
sus seguidores. Y lo más probable es que el que se llevara tal o cual disco no
lo devolviera, y regresara con el dinero para pagarlo, porque Guille sabía la
música que le gustaba a cada uno de sus habitúes. Ahora, si no le caías bien,
él se iba a encargar de hacértelo notar.
Le debo haber comprado más de 300 discos en esos años. Pero me quedaron algunos que no supe apreciar en su momento y ahora me arrepiento. Había uno de Juke Boy Bonner del sello Arhoolie que lo tuvo durante años y nadie se lo compraba. Por entonces me resultaba un blues muy rústico, complicado de digerir. Hoy me encantaría tenerlo, pero es muy difícil de conseguir.
Pasé horas en el localcito de Guille. Con el tiempo empecé a ir en horarios determinados porque a última hora siempre caía la cofradía del jazz y no quedaba mucho espacio para el blues. No es que no me gustara el jazz, de hecho ahí también compré mis primeros discos de Miles, Coltrane (“A vos que te gusta el blues te va a encantar Lush Life”), Bill Evans, Oliver Nelson, Joe Pass y Thelonius Monk, artistas que empecé a disfrutar mucho tiempo después. Yo estaba metido en otra cosa. Estoy seguro de que Guille disfrutaba esos momentos de blues a media tarde, cuando recién abría. Una tarde cualquiera en Minton´s escuchábamos a Lonnie Johnson, Charles Brown y Big Joe Turner. Al día siguiente sonaban Jimmy Whiterspoon, Duke Robillard y Ronnie Earl. Así pasábamos las horas. Un disco atrás de otro y el cenicero lleno de colillas.Las clases magistrales de Guille no solo abarcaban artistas
y estilos, sino también sellos. Entre sus preferidos de blues, creo recordar,
estaban los discos de Arhoolie, la serie Original Blues Classics de
Prestige/Bluesville y los de Charly R&B. Pero también traía muchos de
Evidence, Wolf, Columbia, Chess, Testament, Blind Pig y, desde ya, Alligator.
Los jueves era el día clave. Llegaban los encargos que
Guille hacía a Estados Unidos. Recuerdo que tenía el catálogo Penguin de discos
que era como una guía telefónica. Ahí buscábamos los artistas y títulos
disponibles y él los pedía a una distribuidora. Los cd’s llegaban en una caja
de cartón rectangular. Venían sueltos sin sus cajas de acrílico, que Guille las
compraba aparte en Buenos Aires. Armarlas también era parte de la tarea en
Minton’s
A comienzos del 97, Guille me pidió si podía y quería
atender el local los sábados de 10 a 13. Por su puesto que le dije que sí. Eso
duró unos meses y fue una experiencia bárbara. Me tocó atender a Petinatto y a
muchos otros que se volvieron reconocidos coleccionistas de jazz. Llegaba al
local, me pedía un café y me ponía a escuchar música en soledad hasta que
entraba alguien en busca de un pedido o a revisar las bateas.
A mitad de ese año me fui unos cuantos meses a estudiar a
México y no volví más a Minton’s. Comencé a trabajar en Clarín y ya no contaba
con las tardes libres. Al tiempo Guille cerró y se fue a España. Después de
2001 volvió a abrir pero en un local de Avenida Corrientes. Fui una vez sola
para saludarlo y conocer el nuevo refugio del jazz porteño. Fue una charla
genial como las de siempre y para honrar la historia le pedí que me recomendara
un disco. Me ofreció Gerry Mulligan y Paul Desmond Quartet. Y se lo compré.
Al haber dejado de ir hace tiempo no llegué a ser parte de
la cofradía de Minton’s, que todavía se mantiene en pie y por estos días celebra
junto a Guille los 30 años del local. La mía es una historia íntima y quiero
conservarla así. Eso sí, me gustaría tener esa foto. La imagino medio opaca,
conmigo acodado en el mostrador, atento, y Guille con un cd en la mano con ese
gesto que siempre hacía cuando le gustaba lo que escuchaba, una onomatopeya que
sonaba algo así como “uhhhjuuujuuu”. No la tengo ni la tendré, pero si conservo
los discos y el recuerdo que hay en cada uno de ellos. Y eso es para siempre.
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