viernes, 12 de mayo de 2023

Minton's, un lugar en el mundo

El viejo local de Minton's de Galería Río de la Plata

Me gustaría tener una foto de aquella época. Una imagen que recupere el momento en el que empecé a ser feliz rodeado de discos. Pero no eran tiempos de celulares todavía y tampoco era de andar con una cámara encima. Mi aventura en esa pequeña disquería de Belgrano transcurrió entre el 93 y el 97. Para el transeúnte ocasional era un comercio más de discos, pero para mí era un santuario, un club de amigos y una casa de estudios a la vez. En Minton’s escuchaba y aprendía. Me relajaba. La pasaba bien y gastaba bastante plata, no porque los discos fueran caros, sino porque compraba muchos. Ese pequeño local de la planta alta de la Galería Río de la Plata, sobre Avenida Cabildo, al lado del primer McDonald’s, fue para mí una usina inagotable de música.   

Era la época del boom del cd y sobre Cabildo estaba lleno de disquerías. Pero Minton’s ofrecía algo distinto. Vendía exclusivamente discos de jazz y blues, y el disquero era una especie de gurú para la mayoría de los que fuimos clientes. Minton’s existe y se volvió un sitio de referencia para el jazz porteño por su dueño, Guillermo Hernández. Ese mismo local con los mismos discos, pero sin Guille, no hubiera sido lo mismo. El tipo le imprimió su magia, compartió su conocimiento y a muchos nos abrió las puertas a una nueva etapa sensorial.

Guillermo Hernández y Adrián Iaies en los 90.
Comencé a ir a Minton’s al poco tiempo de que abrió. Por entonces yo tenía 20 años, estaba descubriendo el mundo del blues y recorría disquerías casi a diario en busca de material. Adrián Flores tenía un local en otra galería y vendía buenos discos de blues, pero los cobraba mucho más caros, tenía poco stock y además había que lidiar con él. Duró poco. Luego encontrabas algún que otro cd de blues interesante en otras disquerías como Suite o Downtown, pero el material que tenía Guille era único. En Minton’s descubrí a T-Bone Walker y Otis Rush, dos de sus guitarristas preferidos. Escuchar esas violas en los parlantes descomunales que tenía era todo un viaje.

Si empatizabas con Guille entrabas al círculo de confianza de Minton’s. Pasabas a la categoría de “lleválo, si no te gusta me lo traes de vuelta”. No era la relación de un comerciante con el cliente, sino del gurú con sus seguidores. Y lo más probable es que el que se llevara tal o cual disco no lo devolviera, y regresara con el dinero para pagarlo, porque Guille sabía la música que le gustaba a cada uno de sus habitúes. Ahora, si no le caías bien, él se iba a encargar de hacértelo notar.

Le debo haber comprado más de 300 discos en esos años. Pero me quedaron algunos que no supe apreciar en su momento y ahora me arrepiento. Había uno de Juke Boy Bonner del sello Arhoolie que lo tuvo durante años y nadie se lo compraba. Por entonces me resultaba un blues muy rústico, complicado de digerir. Hoy me encantaría tenerlo, pero es muy difícil de conseguir.

Pasé horas en el localcito de Guille. Con el tiempo empecé a ir en horarios determinados porque a última hora siempre caía la cofradía del jazz y no quedaba mucho espacio para el blues. No es que no me gustara el jazz, de hecho ahí también compré mis primeros discos de Miles, Coltrane (“A vos que te gusta el blues te va a encantar Lush Life”), Bill Evans, Oliver Nelson, Joe Pass y Thelonius Monk, artistas que empecé a disfrutar mucho tiempo después. Yo estaba metido en otra cosa. Estoy seguro de que Guille disfrutaba esos momentos de blues a media tarde, cuando recién abría. Una tarde cualquiera en Minton´s escuchábamos a Lonnie Johnson, Charles Brown y Big Joe Turner. Al día siguiente sonaban Jimmy Whiterspoon, Duke Robillard y Ronnie Earl. Así pasábamos las horas. Un disco atrás de otro y el cenicero lleno de colillas.

Las clases magistrales de Guille no solo abarcaban artistas y estilos, sino también sellos. Entre sus preferidos de blues, creo recordar, estaban los discos de Arhoolie, la serie Original Blues Classics de Prestige/Bluesville y los de Charly R&B. Pero también traía muchos de Evidence, Wolf, Columbia, Chess, Testament, Blind Pig y, desde ya, Alligator.  

Los jueves era el día clave. Llegaban los encargos que Guille hacía a Estados Unidos. Recuerdo que tenía el catálogo Penguin de discos que era como una guía telefónica. Ahí buscábamos los artistas y títulos disponibles y él los pedía a una distribuidora. Los cd’s llegaban en una caja de cartón rectangular. Venían sueltos sin sus cajas de acrílico, que Guille las compraba aparte en Buenos Aires. Armarlas también era parte de la tarea en Minton’s

A comienzos del 97, Guille me pidió si podía y quería atender el local los sábados de 10 a 13. Por su puesto que le dije que sí. Eso duró unos meses y fue una experiencia bárbara. Me tocó atender a Petinatto y a muchos otros que se volvieron reconocidos coleccionistas de jazz. Llegaba al local, me pedía un café y me ponía a escuchar música en soledad hasta que entraba alguien en busca de un pedido o a revisar las bateas.

A mitad de ese año me fui unos cuantos meses a estudiar a México y no volví más a Minton’s. Comencé a trabajar en Clarín y ya no contaba con las tardes libres. Al tiempo Guille cerró y se fue a España. Después de 2001 volvió a abrir pero en un local de Avenida Corrientes. Fui una vez sola para saludarlo y conocer el nuevo refugio del jazz porteño. Fue una charla genial como las de siempre y para honrar la historia le pedí que me recomendara un disco. Me ofreció Gerry Mulligan y Paul Desmond Quartet. Y se lo compré. 

¿Por qué no volví más a Minton’s? Creo que es un mecanismo interno para preservar el recuerdo. Sacrifico volver a ir para que esa etapa de mi vida siga presente. Sé que si vuelvo ya no será lo mismo, más allá de que Guille todavía esté rodeado de excelentes discos. Esos cuatro años de la década del noventa en la disquería fueron tan grosos que no hay forma de repetirlos. La música por entonces me sorprendía. Eran grabaciones que tenían 20, 30 o 40 años y me resultaba novedoso escucharlas. Era como un Big Bang sonoro. Tengo bien presente la primera vez que escuché la guitarra de T-Bone Walker, la voz profunda de Johnny Shines o el saxo de Sonny Rollins en Colossus.

Al haber dejado de ir hace tiempo no llegué a ser parte de la cofradía de Minton’s, que todavía se mantiene en pie y por estos días celebra junto a Guille los 30 años del local. La mía es una historia íntima y quiero conservarla así. Eso sí, me gustaría tener esa foto. La imagino medio opaca, conmigo acodado en el mostrador, atento, y Guille con un cd en la mano con ese gesto que siempre hacía cuando le gustaba lo que escuchaba, una onomatopeya que sonaba algo así como “uhhhjuuujuuu”. No la tengo ni la tendré, pero si conservo los discos y el recuerdo que hay en cada uno de ellos. Y eso es para siempre.

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