Cuando era chico quería ser jugador de Racing y calzarme la 8 que usaron Barbas, Brindisi y después el “Panza” Videla. Cuando dejé la adolescencia ese sueño cambió. Se transformó. Me imaginaba tocando la guitarra. Largos punteos al frente de mi power trío o solo con una dobro y el slide entonando unos viejos blues. El fútbol y la música siguen siendo un cable a tierra, un placer, pero ya no sueño con hacer goles en el Cilindro o ser ovacionado arriba de un escenario. En esta última década encontré en los libros una vía de escape tan profunda como enriquecedora. La posibilidad de vagar por historias, saltar épocas, lugares, personajes. Un vuelo libre y sin escalas a la tierra de la imaginación. Las novelas son todo para mí. Y las de Paul Auster mucho más.
Leí de todo: Murakami, Vargas Llosa, García Márquez, Bukowski, Mankell, Cheever, Ray Bradbury, Nick Hornby, Martin Amis, Kerouac, Cortázar, McEwan, Soriano, Kafka, Cormac McCarthy, Capote, Pérez Reverte, Di Benedetto, William Goldwin, Calvino, Chandler, Mosley. Pero lo que me pasó con Auster fue (es) algo excepcional. Es el único escritor de quien leí todas sus novelas. La primera fue El País de las Ultimas Cosas. Me la regaló V. a fines de 2001 y no sé si fue el contexto o qué, pero leer la historia de Anna Blume en aquél momento fue algo mágico y tenebroso a la vez. El mundo había entrado en un estado de paranoia perpetua por el ataque a las torres gemelas y la Argentina se hundía en represión, saqueos y presidentes descartables. La lectura de ese libro me cautivó de una manera absorbente.
Poco después, en un viaje a Córdoba, leí Leviatán y ya nunca más podría dejar el mundo Auster. Seguí con la Trilogía de Nueva York. Literalmente los devoré. Pero todavía faltaba mucho más. Seguí con Tombuctú, en el que Auster hace gala de su capacidad narrativa y cuenta la historia desde el punto de vista de un perro llamado Mr. Bones. Después llegué al clímax absoluto. No me animaría a decir que es su mejor libro, pero sí es el que más me cautivó. Mr. Vértigo es un viaje en el tiempo por los Estados Unidos: Buffalo Bill, el Ku Klux Klan, las ferias itinerantes, la Gran Depresión, la época dorada de Hollywood, la Segunda Guerra Mundial, los gángsters de Chicago. En el medio la increíble historia de Walt, el niño volador, y su maestro, el Señor Yehudi. Brillante.
La Invención de la Soledad, sus memorias sobre su relación con su padre, no me entusiasmó especialmente, pero lo que vino después sí. Uno atrás del otro, uno mejor que otro: El Libro de las Ilusiones, La Noche del Oráculo y Brooklyn Follies. En una pequeña librería de Madrid conseguí Jugada de Presión, su primera novela, de 1976, un policial que firmó con el seudónimo de Paul Benjamin. Había llegado hasta ahí sin haber leído La Música del Azar y El Palacio de la Luna. El primero es muy bueno, el segundo es formidable. El sendero que recorre su protagonista, Marco Stanley Fogg, hasta llegar a sus orígenes, en los convulsionados sesentas, es atrapante y conmovedor.
El otro día leí en un suplemento cultural una opinión del catalán Enrique Vila-Matas sobre Auster: “A mí Auster me parece un escritor que despierta generalmente toda mi simpatía literaria y que en cualquier caso siempre me parece sencillamente encantador. De la misma forma que le perdono todo, le agradezco los aciertos. Tiene la gracia como aliada…”. Yo a Auster le perdono dos libros: Viajes por el Scriptorium y Un Hombre en la Oscuridad. Esos fueron los dos últimos libros que editó (en 2006 y 2008) y al leerlos pensé que ya me había agotado de su prosa; que mi comunión con su pluma estaba rota. Pero no. Apenas fue un impasse. Pocos días antes de la Navidad publicó Invisible, y volví a perderme en su relato, en sus distintos puntos de vista narrativos. Consumí página tras página con más devoción que nunca.
"Estoy muy débil, con pocas perspectivas, sintiendo que se me acaba el tiempo. Me quedo sin vejez. Intento no amargarme, pero a veces no puedo evitarlo. La vida es una mierda, lo sé, pero lo único que quiero es vivir más, más años en este mundo dejado de la mano de Dios". Gracias Paul por esas palabras, esas historias, esos personajes. Por el azar, lo cotidiano, las reflexiones sobre la muerte. Por Nueva York y París. Por hacer que la vida sea más llevadera. Que los goles de Racing los haga Bieler. Los largos solos se los dejo a Joe Bonamassa. Yo, ahora, quisiera ser Paul Auster.
11 comentarios:
Y yo!
Buenisimo
Ponete a escribir, escribí todos los días, escribí sin parar, escribí hasta que ya no te queden ideas, ni pestañas, ni palabras, y entonces tengas que salir a buscar nuevas, escribí en la compu o a mano, en cuadernos o en servilletas, frases, mails, párrafos, sms, canciones, poemitas; vos seguí escribiendo, y así y todo nunca vas a ser Paul Auster, claro, porque Paul es Paul, y no hay nadie como él (ni siquiera el mismo Paul...) pero por ahí en el medio escribís algo que te guste, y hasta quizás algún día un chico, en algún lugar recóndito del mundo, levante la voz y diga: "quisiera ser Martín Sassone".
che, sentite bien con ser martín sassone.
A diario escribis sobre una realidad que supera la ficción Paul o como te llames..
te falto poner que tambien leiste a René Roca www.larelateria.blogspot.com
Suelo decir que hay seres que tienen el màgico don divino de combinar la palabras de tal forma expresando sus ideas y sentimientos que me permiten reconocer los mios propios y me atrapan...!!! Segui con la pràctica de transmitir tus propias ideas y sentimientos combinando las palabras a TU MAGICO MODO.....vas por el buen camino...siendo Martín Sassone...!!!
El Palacio de la Luna es tremendo.
FUE. NUNCA VOLVERA A SER. RECUERDALO.
Yo leí Brooklyn Follies de camino a Nueva York. Iba a ver a mi amiga María ¿La conoces?:).Me encantó.
Vos podés ser Paul Auster..y mucho más. Un abrazo desde Madrid.
Es una adicción este escritor.. entras en su mundo y quedás atrapado.
Leí Brooklyn Follies hace un tiempo en menos de dos días. Y este mes leí Invisible en un viaje de vuelta y otro de ida a Mdp. ¿Qué más se puede pedir? Larga vida al Malbec, al Blues y a Paul Auster!!
Saludos
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