Neil Young mutó varias veces. En los más de 40 años que lleva en la escena musical tocó acústico o eléctrico; junto a Crosby, Stills y Nash, Buffalo Springfield, Pearl Jam o Daniel Lanois; no dejó de lado casi ningún ritmo y grabó más de 50 discos. Captó la atención de directores de cine como Jonathan Demme y Jim Jarmusch y viajó por todo el mundo. Pero más allá de todos esos cambios, de la dinámica impensada de su forma de ser, hubo una banda que lo acompañó siempre, con algunos impases en el tiempo, pero que en definitiva nunca lo abandonó. Esos son los Crazy Horse Poncho Sampedro, Ralph Molina y Billy Talbot.
El reencuentro de los viejos amigos se produjo a comienzos de este año para la grabación de Americana, un disco raro en el que la banda se enfocó en viejos clásicos folk que enseñaban en las escuelas cuando ellos eran niños. El resultado fue dispar y el álbum tuvo una discreta acogida por parte de los fanáticos. Y es probable que ellos hayan intuido que estaban para más. Casi en paralelo comenzaron a ensayar las canciones de un siguiente disco, que finalmente vio la luz mucho antes de lo que todos esperaban. Psychedelic pill es Neil Young y Crazy Horse en su máxima expresión. El álbum doble es el heredero de obras monumentales como Ragged glory y Rust never sleeps. Y en él se percibe que el pasado está tan vivo que hasta se puede saborearlo.
El flamante trabajo tiene ocho canciones, más una versión alternativa de Psychedelic pill. Tres de esos temas son muy extensos, al mejor estilo de la banda. Driftin’ back empieza con Neil Young en guitarra acústica cantando las primeras estrofas con espíritu folkie, pero un minuto después deriva en una extensa jam eléctrica de 27 minutos. Luego sigue el tema que da nombre al álbum que es exactamente eso psicodelia en estado puro, guitarras y micrófonos distorsionados y una búsqueda incansable de “buenos momentos”.
Ramada Inn, motel rutero por excelencia de los Estados Unidos, tiene más de 16 minutos en los que los solos de Young y la melodía hacen pensar que el canadiense tenía guardada esta canción desde la época de Everybody knows this is nowhere. Born in Ontario es un tema biográfico de apenas tres minutos y pico en el que cuenta de alguna manera cómo se sienta a escribir una canción: “I still like to sing a happy song / Once in a while and things go wrong / I pick up a pen, scribble on a page / Try to make sense of my inner rage”.
Sigue con Twisted road, en el que recuerda a sus compañeros de ruta: The Band, Grateful Dead y Bob Dylan: “First time I heard Like a rolling stone / I felt that magic and took it home”. She’s always dancing tiene poco más de ocho minutos y rememora por momentos a Like a hurricane. For the love of a man parece como si los Crazy Horse se tomaran un respiro para dejar a Young cantar la balada que soñaba reescribir desde la época de Heart of gold. Walk like a giant es otra gran zapada de 16 minutos con el sello clásico de la banda que redondea un disco formidable, un viaje en el tiempo, hacia ese lugar que mejor conoce y anhela, y cuya vigencia es palpable e indiscutible.
2 comentarios:
el disco me parece soberbio, pero yo soy incapaz de escuchar un tema de 27 minutos, con una jam de 20 min, muchas veces la verdad...
un abrazo,
Muy buen comentario del disco, Martín! Es tal cual.
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