lunes, 29 de octubre de 2012

"El arma secreta de Gregg Allman"

La revista Glince lo definió como “el arma secreta de Gregg Allman”. Para Billboard, es “uno de los mejores guitarristas de los Estados Unidos”. Mientras que el Indianapolis Star Tribune lo considera “el próximo Mike Bloomfield”. Esos son apenas algunos de los comentarios sobre el guitarrista Scott Sharrard, quien acaba de lanzar su primer disco junto a The Brickyard Band.

El álbum está dedicado a la memoria de Hubert Sumlin, Levon Helm y Cornell Dupree, quienes murieron en el último tiempo, y de alguna manera sintetizan la música de Sharrard. Si bien no se trata de un disco de blues, en cada uno de sus solos hay una notable influencia del género. A eso hay que sumarle una fuerte tendencia soulera en la voz de Sharrard, quien canta con mucha pasión y un registro vertiginoso.

Scott Sharrard
Este no es su primer trabajo discográfico: editó otros dos en sellos independientes. Pero seguramente este será el que por fin lo posicione como uno de los músicos con mayor perspectiva de futuro. Aquí, Sharrard no se guarda nada, la elección de los temas es excelente y sus interpretaciones son fabulosas. La combinación de su forma de tocar la guitarra con su voz y los vientos que acompañan, al mejor estilo Memphis Horns, hacen de su música algo irresistible. En algún punto el disco tiene similitudes con el fantástico Man in motion, que Warren Haynes editó el año pasado.

Basta con escuchar el primer tema, Debt, para engancharse. Los vientos le dan una potencia indescriptible al groove de la banda, mientras que Sharrard canta con esmero y el filo de su Gibson 336 corta el aire con la precisión de un cirujano. Rock and a hard place es una combinación del soul clásico de Stax con una fuerte influencia góspel. Love like kerosene es probablemente el tema más rockero del álbum, en el que el guitarrista de Gregg Allman planta una bandera, como una especie de desafío a Joe Bonamassa. En Shadow blues, primero aparece el hammond de Ben Stivers hasta que la guitarra caliente de Sharrard irrumpe con una furia demoledora.

Warren Haynes, Scott Sharrad y John Popper
La sorpresa del álbum es, sin duda, el imponente cover de Stone rollin’, la canción de Raphael Saadiq que se convirtió en un éxito el año pasado. Desde el primer segundo hasta el último, Sharrard se apodera de la estructura del tema, lo hace suyo de tal manera que si después uno escucha la original parece un cover de esta. Freedom train, de Lil’ Son Jackson, tiene una estructura similar a la de Love is kerosene: la viola de Sharrard suena bestial y arrolladora. Save me, por el contrario, es una balada que comienza con una guitarra acústica y la melodía rememora a alguna composición de The Band.

El álbum sigue con Didn’t wanna fall in love, una gema de tintes souleados en la que otra vez los vientos y el hammond se convierten en vitales. Endless road, Rainy day y One little song mantienen la línea de la propuesta original y reafirman que el músico oriundo de Milwaukee tiene una debilidad absoluta por la música negra de fines de los 60 y comienzos de los 70. El final del disco lo encuentra interpretando el clásico de Duke Ellington, Solitude, aunque no necesariamente volcado al jazz. Cierra con Twilight Angel, una balada góspel muy emotiva que termina con un punteo enérgico con wah wah, por encima del colchón rítmico del hammond. Todo el disco es imperdible y es también el punto de partida para entrar al mundo de uno de los músicos que más dará que hablar en el futuro.

viernes, 26 de octubre de 2012

Jack Bruce en el Gran Rex

Pocas bandas tuvieron una influencia tan notable en los músicos fundadores del rock nacional como Cream. Manal, Pappo’s blues, Pescado Rabioso y tantos otros tomaron muchas cosas del power trío integrado por Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker, poco después de que hubiera revolucionado el mundo del rock con una combinación letal de blues y psicodelia. Hoy, a 45 años de la irrupción de la banda inglesa, el 33 por ciento de esa formación, Jack Bruce, se presentó en vivo en el Teatro Gran Rex acompañado por media docena de músicos que conforman la Big Blues Band.

Baltasar Comotto
Baltasar Comotto, guitarrista del Indio Solari y del fallecido Luis Alberto Spinetta, fue el telonero del legendario bajista escocés. Abrió con Sacude tu mente y siguió agitando las cuerdas de su Gibson Les Paul dorada con temas como Milestones y Blindado. Fueron seis canciones en media hora y Comotto y su banda se llevaron un discreto aplauso del público.

Jack Bruce –campera de cuero, camisa y jeans- apareció en escena dando unos pasos cortos, con su bajo a cuestas, mostrando algunas dificultades para caminar. Sólo lo acompañaban el guitarrista Tony Remy y el baterista Frank Tontoh. Comenzaron con First time I met the blues, un tema de Buddy Guy que no sonó para nada bien. La guitarra estaba muy arriba, la voz de Bruce casi no se escuchaba y la batería retumbaba sin piedad. Para el segundo tema -Neighbor, neighbor- subió la sección de vientos y el tecladista Paddy Milner. Aquí sonaron un poco mejor, pero la voz de Bruce seguía perdida, un poco porque el micrófono estaba bajo y otro poco porque los años hicieron mella en sus cuerdas vocales.

Paddy Milner y Jack Bruce
El primer tema que tocaron de Cream fue Politician. Claro que los vientos y el hammond le dieron un marco muy distinto a la versión que estamos acostumbrados a escuchar en Wheels of fire. Born under a bad sign, el clásico de Albert King, fue la siguiente canción que encaró la banda, con la guitarra poco ortodoxa de Remy desafiando a los solos del bajo. Cuando terminó, Bruce se sentó al piano. “Estoy contento de poder sentarme. Estoy algo cansado”, dijo mientras tocaba los primeros acordes de Theme for an imaginary western, ya con Nick Cohen cubriéndolo en el bajo.

Spoonful, de Howlin’ Wolf, fue el siguiente blues de la noche. Aquí el sonido había mejorado un poco y se pudo disfrutar el exquisito solo de trombón de Winston Rollins. Después, para el cierre, vinieron cuatro temas de Cream concatenados: la balada épica We're going wrong, Deserted cities of the heart –con dos bajos en escena- y los clásicos White room, que derivó con un enérgico solo de batería, y Sunshine of your love.

Jack Bruce decidió hacer uno de los bises sentado al piano. Cuando todos esperaban algún tema conocido él optó por The Consul at sunset, editado en su disco solista de 1971, Harmony row. Dejó el piano, volvió a tomar el bajo eléctrico y se acercó al micrófono. Desde la platea le pidieron Strange brew, I’m so glad y otros. Por un segundo pareció que él les iba a dar el gusto pero finalmente eligió Mellow down easy, de Willie Dixon. Y así se fue un show dispar, en el que Bruce hizo lo mejor que pudo y con onda, pese a que el sonido no estuvo a la altura de su leyenda. Pero al público pareció gustarle y él prometió regresar.

martes, 23 de octubre de 2012

Trasandinos

En los últimos meses vinieron a Buenos Aires un par de amigos chilenos. Y como son buenos amigos me trajeron un tinto cada uno. El primero fue Fucho Cornejo, editor del sitio www.2120.cl, quien vino en un viaje relámpago para ver a Buddy Guy en el Gran Rex. Me regaló un Quintay pinot noir 2010, que guardé con esmero hasta que hace pocas semanas decidí descorcharlo. Las notas de cata decían: “Rojo cereza. Aromas dulces de cereza y frambuesa, ciruelas negras maduras, vainilla fresca. Boca intensa, fresca, con nota floral y buena fruta roja madura”. El tiempo pasa y me sigo preguntando cuánto de chamuyo hay en todas esas descripciones. Mi olfato sigue siendo tan precario como antes y el sabor lo mido desde una perspectiva que es imposible describir. Lo cierto es que el vino estaba muy bueno. Era un pinot a la altura de lo esperado.

En septiembre el que llegó a Buenos Aires fue un personaje entrañable, al que conozco desde hace más de 15 años y con el que, pese a la distancia, supimos apuntalar una gran amistad. Oscar Olarán, reconocido piscolero y animador de eventos, trajo un Casa Rivas carménère, la uva insignia de los hermanos chilenos. El vino, que es uno de los recomendados de la prestigiosa revista Decanter, cumplió con todas las expectativas: voluptuoso, potente y rico. Y así como vinieron se fueron: los amigos volvieron a Santiago y el vino pasó de las copas a mi boca y de allí al infinito.

viernes, 19 de octubre de 2012

Johnny Winter en el B.B. King's


El fulgor del neón de Times Square marca el camino hacia el lugar señalado. El B.B. King's Club está sobre la calle 42, entre la séptima y la octava avenida. Esa zona de Nueva York debe ser la más iluminada del mundo. Por allí pasan miles de personas por hora sacando fotos hacia arriba, hacia abajo y hacia los costados. Cada uno está en su mundo y busca lo que más le gusta. A mi todo eso, en este momento, me importa poco. Estoy ahí por una razón: ver a Johnny Winter por cuarta vez en mi vida.

Llegamos una hora antes del show con la esperanza de sentarnos en una mesa cercana al escenario, pero adentro ya hay más gente de la que imaginaba. Nos ubican de la mitad del salón para atrás, pero de todos modos vemos bien el escenario. Pedimos un par de copas de vino y nos sentamos a esperar el comienzo del show. La gente come y come. Hamburguesas con papas fritas, macaroni and cheese, langosta o montañas de nachos bañados en cheddar. No importa el tamaño de la cintura de cada uno o cuan voluminosas sean sus panzas. Nadie a mi alrededor pide ensaladas y agua mineral. 

A las ocho en punto, ni un minuto más tarde, aparece en escena Debbie Davies. Tarda unos minutos en afinar su guitarra y entonces comienza con un furioso shuffle al que le adhiere casi sin corte un slow blues tan fulminante que cuando termina es difícil reponerse. El sonido de su Fender es tan profundo y sus solos tan pasionales que por un momento me hacen olvidar que estoy ahí esperando a Johnny Winter. Debbie Davies no necesita nada más para lucirse que el excelente trabajo de sus dos laderos: el baterista Don Castagno y el bajista Scot Homick. El show dura poco más de 45 minutos en los que también toca algunos temas de su flamante álbum After the fall como Don't put the blame on me y Little broken wing. Antes de cerrar con un instrumental de Clarence "Gatemouth" Brown, Davies cuenta: "Si bien ya era su fan desde hacía muchos años, a Johhny lo conocí en 1988 cuando yo tocaba junto a Albert Collins. Fue en el Hard Rock Café de Dallas y ese día me voló la cabeza. Así que prepárense para lo que viene".

Después de un cuarto de hora, las luces del escenario se vuelven a encender. Con paso acelerado recorren la tarima los músicos de Johnny Winter. Paul Nelson (guitarra), Scott Spray (bajo) y Vito Liuzzi (batería) toman sus instrumentos y empiezan a rockear con fuerza. Al cabo de un par de minutos el presentador anuncia: "¡Please give a warm welcome to the legendary Johnny Winter!". Los aplausos y los gritos le dan la bienvenida al albino. Lo veo más encorbado que la última vez, camina con pasos lentos acompañado por uno de sus asistentes y llega hasta el micrófono pero no se sienta. Toma su guitarra Erlewine Lazer negra y se suma a la furiosa introducción de la banda.

Cuando termina se sienta y así permanecerá la hora y pico que durará el show. Johnny tiene ganas de seguir rockeando y por eso arremete con Johnny B. Goode y Good morning little schoolgirl . Luego invita al escenario al armonicista Frank Latorre para que lo acompañe en Got my mojo working (como en su último disco Roots) y Black Jack. El micrófono de la armónica acopla un poco en el primero de los dos temas y ese es tal vez el único momento incómodo del show.

Hay mucho más rock and roll: Bonie Moronie y el primer cover de los Stones de la noche, Jumpin' Jack Flash. Sigue con Lone wolf y Don't take advantage of me, tema de su disco Guitar slinger, al que le suma en el medio acordes de Gimme shelter. Entonces se vuelve a parar y presenta a sus músicos. Eso significa que el show está por terminar. La despedida es con el clásico de Bobby Womack que popularizaron los Stones, It's all over now. La ovación es tan estruendosa que que no tarda más de un minuto en volver a escena. Esta vez con el slide y la hermosa Gibson Firebird. "Ahora vamos a hacer algo del Mississippi", anuncia antes de lanzarse de lleno en una apabullante versión de Dust my broom. Mientras desangra las cuerdas de su guitarra, en las pantallas que están a los costados del escenario aparecen fotos suyas junto a los grandes de la historia del rock y el blues: Jimi Hendrix, Muddy Waters, Willie Dixon, Frank Zappa, Eric Clapton, Stevie Ray Vaughan, Buddy Guy y, por supuesto, B.B. King.

Queda una más: no suelta el slide ni la Firebird y tampoco se aleja del sonido del sur profundo para interpretar el clásico de Bob Dylan, Highway 61 revisted. Deja el escenario de la misma manera en la que entró: camina lento y con la ayuda de su asistente. Yo tengo la sangre en ebullición. Al costado del escenario se juntan unas diez personas, entonces se me ocurre acercarme para ver qué pasa. Un negro enorme que parece un campeón de los pesos pesados dice que Johnny no va a salir pero que si nos organizamos podemos entrar al camerino. Así, cinco minutos después, estoy sentado en un sillón al lado del albino. Le digo que soy de Argentina y que ojalá algún día pueda ir a tocar allá. Manoteo una servilleta de arriba de una mesa llena de frutas cortadas y bebidas sin alcohol, él me firma un autógrafo, y balbucea unas palabras de agradecimiento. Le doy la mano y salgo. Todo transcurre rápido y ahora lo recuerdo como una película en fast foward. Al salir del B.B. King's, el neón de Times Square pretende encadilarme pero no lo consigue: tengo tatuada una sonrisa por haber cumplido un viejo sueño.





jueves, 18 de octubre de 2012

Los discípulos de Dizzy

Si hay algo que en Nueva York está vivo es el jazz. Hay varios lugares para ir a escuchar a los mejores músicos de la actualiadad: los históricos Birdland y Village Vanguard, el Iridium en Times Square, el Jazz Standard o el célebre Lincoln Center. Pero sin dudas, uno de los clubs más famosos e importantes es el Blue Note. Está ubicado sobre la calle 3, en el West Village, en una zona de Manhattan en la que hay más bares y restaurantes que rascacielos.

Paquito D'Rivera
Hasta allí fui el martes a la noche para escuchar a una banda que se formó después del 6 de enero de 1993, el día en que murió el gran trompetista Dizzy Gillespie. La formación –que lleva el nombre de Dizzy Gillespie Alumni All-Stars- es variable: en versiones anteriores tuvo entre sus filas a James Moody, Roy Hargrove y Wille Jones, entre otros. Ahora los miembros son el pianista Cyrus Chestnut y el saxofonista cubano Paquito D’Rivera, junto a el bajista y director musical John Lee, el trompetista Terrell Stafford, el trombonista Steve Davis y el baterista Lewis Nash. A ellos se les suma el joven guitarrista israelí Yotam Silberstein.

Qué se puede decir de Gillespie que no se haya dicho hasta ahora. Fue el creador del bebop junto a Charlie Parker y si no hubiera sido por Miles Davis seguramente hubiera pasado a la historia como el mejor trompetista de todas las épocas. Pero su influencia es innegable en todos los trompetistas de jazz de los últimos 50 años: desde el propio Miles hasta Lee Morgan, Arturo Sandoval y Clifford Brown.

La ambientación del Blue Note es exquisita y el sonido roza la perfección. Y más en este caso cuando todos los que están arriba del escenario son súper profesionales. Siempre pensé que los músicos de jazz se comunican con un lenguaje propio. Escriben y leen en un idioma cifrado que muy pocos mortales pueden entender. Es apasionante verlos improvisar arriba del escenario. El show del martes a la noche tuvo esos condimentos, con la música de Gillespie como eje central.

Además de clásicos como Salt peanuts y A night in Tunisia, la banda tocó una composición de D’Rivera llamada Remenbering Dizzy que el músico la explicó de la siguiente manera: “Seré breve porque sólo hablo cien palabras en inglés. Este bossa nova lo escribí en 1993, poco después de su muerte”. Fue emocionante ver a un puñado de viejos alumnos rindiendo un sentido homenaje a su mentor, en el corazón del jazz moderno, donde late desde hace varias décadas y donde seguramente nunca dejará de hacerlo.

martes, 16 de octubre de 2012

NYC blues

Aunque parezca mentira, en una ciudad tan grande y cosmopolita como Nueva York, Terra blues es el único bar dedicado exclusivamente al género surgido en el Delta del Mississippi. Antes estaban Manny's Car Wash y Chicago Blues pero la crisis y cierta falta de interes de los neoyorquinos se los devoraron. En Times Square todavía se mantiene el B.B. KIng's Club, pero allí no todas las noches hay blues. Así que el pequeño antro que está sobre Bleecker Street, en el corazón del Greenwich Village, es garantía de buen blues. Allí tocan regularmente Michael Powers, Clarence Spady, Junior Mack, Slam Allen, Michael Hill, Irving Louis Lattin y Saron Crenshaw.

El domingo a las 20 se presentó Bobby Bryan. Solo, con su guitarra Ibanez AFJ y una interesante gama de pedales, animó a no más de 15 personas con una selección de clásicos del blues de todas las épocas. En un lugar iluminado de manera muy tenue, el público fue respetuoso de la propuesta del artista y lo escuchó en silencio, casi como si se tratara de un músico de jazz.

Pese a que nació en la Costa Oeste, en Los Angeles, Bryan migró a la otra punta de los Estados Unidos, lugar en el que todavía vive y, mientras Terra Blues siga abierto, el no dejará. Muchos lo señalan como el nuevo Robert Cray, aunque si bien él no reniega de esa comparación prefiere decir que está buscando su propio estilo. Pero también le gusta nombrar como influencias a los músicos con los que tocó en su carrera, especialmente Smokey Wilson, Albert Collins, Johnny Copeland, Irving Louis Lattin y Wayne Bennett. Lo cierto es que Bobby Bryan tiene un estilo limpio y crujiente para tocar la guitarra y su voz es nasal y con mucho soul.

Su show, relajado y espontáneo, estuvo dividido en dos partes de 45 minutos cada una. Empezó con Blues leave me alone y siguió con Black cat bone, Stormy monday, Everyday I have the blues y Baby, you don't have to go, el tema de Muddy Waters que se lo dedicó a su "futura ex esposa". Unos 15 minutos después volvió al pequeño escenario, apenas con dos focos apumtando sobre su humanidad, para tocar temas como Stranger blues -así se llama su disco de 2007-, Bad boy, Something you got, Bring it on home to me y Crossroads. Excepcional fue la versión de Key to the highway y, a pedido de una mujer, improvisó una versión de Strong persuader, de Robert Cray.

La camarera apareció por segunda vez con el balde para las propinas -antes lo había hecho en el intervalo- y eso fue el anuncio de que el show estaba por terminar. Bobby Bryan interpretó Natural ball, de Otis Rush, y tres minutos después los aplausos comenzaron a despedirlo. Fue una exquisita noche blusera. Mientras haya músicos como Bobby Bryan y lugares como Terra Blues el blues seguirá vivo.

domingo, 14 de octubre de 2012

Brooklyn Traveler

El Brooklyn Bowl está en el corazón de Williamsburg, a 100 metros del East River y frente al Whyte Hotel. Allí, en un viejo depósito de ladrillos a la vista, se combinan dos pasiones por estos pagos: el rock and roll y el bowling. Mientras algunos se concentran para lograr un strike en una de las tantas boleras, otros se agolpan contra el escenario. La noche del viernes no fue distinta a muchas otras, aunque esta vez los animadores fueron los Blues Traveler, la banda liderada por John Popper que está celebrando sus 25 años en la ruta.

Jason Gallagher, de Leroy Justice
La cita es a las 20. Media hora antes junto al escenario hay un par de fanáticos mientras que el resto está encimado contra la barra. Salen cervezas en vasos de plástico y jarras. En punto, y sin dilaciones, suben al escenario los teloneros. Leroy Justice es un quinteto con dos guitarras al frente, teclados discretos y una sección rítmica poderosa, con influencias que van de los Black Crowes a Led Zeppelin. El primer acorde acerca a la gente al espectáculo. La banda suena intensa, aunque el cantante y guitarrista, Jason Gallagher, tiene el síndrome del rock star en ascenso y por eso su ego es más imponente que su talento. Igual las canciones están bien, el otro guitarrista toca de manera aceptable y los arreglos son interesantes y bien trabajados.

John Popper
Apenas uno o dos minutos antes de las 21.30 aparece John Popper seguido por los demás Blues Traveler. “Hello Brooklyn, ¡let’s boogie!”, dice Popper luego de anunciar que el tema con el que van a abrir, Gina, está dedicado a su road manager. Popper desmenuza el sonido de su armónica con un micrófono especial, cuyo mango está hecho a medida y viene con una botonera, que le permite acomodárselo y buscar el efecto deseado como le plazca. El violero Chan Kinchla mete unos solos bluseros pero rápidamente se contagia del juego psicodélico que propone el hammond de Ben Wilson. Tad Kinchla golpea su bajo de seis cuerdas y logra un balanceo más funky por encima de los golpes de la batería

Chan Kinchla
Tocan canciones de todas sus épocas y también del flamante álbum Suzie cracks the whips como You don’t have to love me, Recognize my friend, All things are possible o Cara let the moon, un tema inspirado en una camarera del Brooklyn Bowl a la que Popper intentó seducir sin éxito. En uno de esos temas el cantante se anima a mezclar estrofas de The Gambler, de Kenny Rogers, y después canta una gran versión de What I got, de Sublime.

Popper tiene mucho carisma arriba del escenario y bebe con esmero. Empieza con un té caliente, sigue varios vasos de agua y al final se sacude siete shots de whisky. “A esta altura juro que ayuda a mi voz”, se justifica. El show dura dos horas y sobre el final se sube su amigo DJ Logic con su bandeja móvil para combinar su técnica del scratch con los solos ondulantes de Popper. Los Blues Traveler acaban antes de que el reloj cruce la barrera de la medianoche. Afuera, está fresco. El viento que sopla del norte se siente más fuerte cerca del East River y se leva los últimos acordes de un estilo de rock and roll que se moldeó en el último cuarto de siglo.
DJ Logic & John Popper





miércoles, 10 de octubre de 2012

El rock según Rickie Lee Jones

Los discos de covers en el rock por lo general tienen mala prensa. Pero algunos resultan ser obras magníficas. Está bueno cuando un artista decide tributar a una de sus influencias o reinterpretar viejas canciones que siempre le gustaron. Patti Smith hizo un excelente trabajo en Twelve; Bryan Ferry versionó muy bien a Bob Dylan en Dylanesque; y Johnny Cash, en las Americans Recordings, hizo algo extraordinario con temas de Bob Marley, Soundgarden, Depeche Mode o la memorable Hurt de Trent Reznor. Esos son sólo algunos ejemplos de la larga historia de covers en el mundillo rockero. En definitiva, lo que importa es la música y como se la siente y transmite. Así que si un gran artista decide tocar canciones de otro gran artista hay que escucharlo.

Ese es el caso del nuevo disco de Rickie Lee Jones, íntimo, despojado de parafernalia y sin muchas más pretensiones que satisfacer su alma de buena música y regalarle algo sincero a sus seguidores. No faltarán los que la acusen de haberse quedado sin ideas… allá ellos. The Devil you know es un álbum emotivo y esencialmente acústico que nos revela algunas de las canciones que más la influenciaron. Ben Harper juega un rol central: es el productor del disco y toca guitarra, bajo, batería y hace coros cuando es necesario. Ellos ya habían trabajado juntos en el disco anterior de Jones, Balm in Gilead, y aquí ratifican la sintonía fina que hay entre ambos.

The Devil you know tiene dos temas de los Rolling Stones: Sympathy for the Devil y Play with fire. El primero, con el que abre el disco, es una versión relajada y retraída. La voz de Jones suena trémula, mientras que el ritmo cansino lo marcan unos suaves bongoes que se entremezclan entre los rasgueos de la guitarra. Play with fire suena un poco más animada que la anterior pero sin desprenderse de un aura melancólica que las tímidas panderetas no logran disipar.

Una de las mejores versiones del disco es la de Only love can break your heart, de Neil Young, que Jones asume con una dulzura deliciosa sin apartarse de la hermosa melodía de la original. En esa misma línea está el cover de Reason to believe, de Tim Hardin y que fue popularizada por Rod Stewart en su disco Every picture tells a story, donde la cantante alcanza unos registros notables acompañada por la guitarra acústica de Harper y el violín de David Lindley. Jones también canta otro tema de ese disco del escocés, Seems like a long time, de Ted Anderson. Su aproximación al clásico de The Band, The Weight, que decidió hacerla solo con el piano y con un ritmo más lento, es diferente a la original pero no pierde su esencia.

Los otros temas que completan el disco son Comfort you, de Van Morrison; Masterpiece, de Ben Harper; y la tradicional St. James Infirmary. El álbum cierra con una bucólica versión de Catch the wind, de Donovan. The Devil you know es un trabajo alucinante que nos permite volver a escuchar viejos clásicos de otra manera, con la cantante desnudando su alma y dejando sus emociones al descubierto.


lunes, 8 de octubre de 2012

La voz de Irlanda

El Duque de Belfast tiene una de las voces más estimulantes de la historia del rock. Todo lo que canta reluce, ya sea blues, baladas, standards, celtic soul… lo que sea. Y el título de su nuevo álbum, que marca su retorno al sello Blue Note después de nueve años, es elocuente. Nacido para cantar: sin plan B es una obra altamente recomendable en la que Van Morrison presenta diez nuevas canciones, que resaltan su estilo, ese que viene moldeando desde hace medio siglo.

Morrison volvió al tradicional sello discográfico jazzero gracias a su buena relación con Don Was, el flamante presidente de la compañía, que le permitió trabajar con absoluta libertad. Por eso, Born to sing fue producido por el mismo Morrison y grabado en Belfast con los músicos con los que siempre sale de gira. Y el resultado es un álbum maravilloso, profundo, en el que el cantante se da el lujo de tocar la guitarra, el saxo y hasta los teclados.

“Con 67 años, en su trigésimo quinto álbum de estudio, Morrison se siente como una especie en peligro de extinción, rodeado de ladrones, sin nada de que echar mano, salvo su sinuoso gruñido, como grava rodando sobre terciopelo”, analizó David Fricke, editor de la Rolling Stone.

El primer tema del álbum es Open the door (to your heart), una invitación a abrir la puerta no solo del corazón y el alma sino también de los sentidos. Tiene una letra amigable y cálida, y un ritmo atrapante. El resto de las canciones se balancean entre un jazz melodioso y algo de blues. Las letras nos muestran su costado más crítico: el capitalismo, la codicia y la crisis mundial son objeto de inspiración. Van Morrison canta sobre la muerte de Dios en If in money we trust y pondera el valor del arte por sobre el dinero en End of the rainbow.

Close enough for jazz parece inspirada en el gran Duke Ellington y Pagan heart expresa su forma de sentir el blues, esa que heredó de su gran amigo y compañero de ruta durante varios años: John Lee Hooker. El álbum cierra con Educating Archie, tal vez el más ácido de todos los cuestionamientos que enarbola en el disco: "Eres un esclavo del sistema capitalista que está gobernado por la élite internacional", exclama mientras traza un paralelo entre dos Archies, el muñeco de un ventrílocuo de la BBC que él veía cuando era un niño y Archie Bunker,el personaje antipático, intolerante, cerrado, racista y conservador que interpretó el actor Carroll O'Connor en la serie All in the family.

"Que no haya un plan B implica que esto no es un ensayo. Eso es lo fundamental, que esto no es un hobby, es real, sucede ahora, en tiempo real", fueron las palabras que Morrison eligió para definir el concepto de su último trabajo.

sábado, 6 de octubre de 2012

Bien arriba

Nicolás Smoljan & The Shakedancers
Afuera llueve con todo pero nosotros estamos a cubierto. Es noche de blues en Makena, como todos los primeros viernes de cada mes. El escenario, elevado por encima de la barra, hace que el blues esté bien arriba en todo sentido. Y mientras el antro se va llenando de gente que va en busca de boliche, el blues anima la previa.

Fernando Heller, La Vieja Ruta
La noche comienza con el shuffle, el boogie y el soul de la Vieja Ruta. La banda acaba de cumplir 20 años en escena y está presentando su flamante disco Trabajo fino. Los muchachos son los herederos del sonido de Memphis la Blusera y tienen un sonido urbano y bien porteño. Walter René no tiene el estilo de canto que tenía Adrián Otero, pero su voz se amolda muy bien a la propuesta de sus compañeros de ruta. Ariel Roge y Fernando Heller alternan la rítmica y los solos con sus guitarras, mientras que Ariel Masini acompaña desde el piano o el hammond, entre los caños liderados por Martín Tojo. La mayoría de los temas son los de Trabajo Fino, entre los que se destacan los festivos Cerveza con amigos y El mantenido.

Nicolás Smoljan
A la 1.10 la Vieja Ruta deja el escenario para que aparezcan Nicolás Smoljan y los Shakedancers. La propuesta es diferente: aquí gana lugar un blues más clásico, muy inspirado en el sonido de Chicago de los años 60, con todos temas cantados en inglés. Smoljan se da el lujo de tener como respaldo a una de las mejores bandas de la escena local: Matías Cipilliano, elegido entre los 100 mejores violeros de la historia argentina, hace arder su gastada Fender Stratocaster, Tavo Doreste marca el groove desde los teclados, y Mariano D’andrea y Pato Raffo custodian el ritmo con fuego sagrado. La banda empieza con Son of juke, el tema de Billy Branch inspirado en Little Walter. Cuando promedia el show, unos solos encapsulados de Cipilliano arden en una notable versión de That’s all I need, de Magic Sam.

Smoljan invita al escenario a dos armonicistas amigos. Primero sube Natacha Seara para un duelo en One more chance with you, de Little Walter, y luego Javier Romero para un solo corto pero efectivo en Tomorrow night. Luego, Smoljan muestra su faceta de cantante animándose a una souleada interpretación de Time is on my side y por unos minutos guarda su armónica en el bolsillo. El cierre es con The Hucklebuck, inspirada en James Cotton. Así, bien arriba, termina la noche de blues en el corazón de Palermo. Los músicos bajan y la música funky comienza a hacer temblar los parlantes. Afuera llueve y ya no estamos a cubierto, pero qué más da… nos estamos llevando el blues a casa.

jueves, 4 de octubre de 2012

A puro festival

Joe Louis Walker
El último trimestre del año viene cargado de Festivales de Blues, con músicos internacionales de renombre y gran cantidad de bandas y solistas locales.

Este fin de semana -sábado 6 y domingo 7- tendrá lugar el V Festival de Blues de Pergamino, que se llevará a cabo en el Estadio Municipal, ubicado en el Parque General San Martín de esa ciudad bonaerense. El plato fuerte será la presentación del guitarrista de Chicago Jimmy Burns. También animarán la fiesta blusera La Mississippi, el legendario Ciro Fogliatta, Matías Cipilliano & La Dynamo y los locales Lavaque Blues Band, entre muchos otros.

Dave Riley
Una semana más tarde, el domingo 14, será el turno de un evento novedoso por estos pagos aunque bastante frecuente en el Delta del Mississippi. El primer Barbecue Blues Festival se realizará en una quinta privada de General Rodríguez y tendrá la presencia exclusiva del guitarrista estadounidense Dave Riley junto a los Jelly Roll Boys, así como también al trío Bada-Goffman-Costales, Nacho Ladisa Blues Club, Facundo Muñiz y Riel Blues. La propuesta es sencilla: un día de campo, asado, vino y mucho blues.

Billy Branch
Luego, entre el 16 y el 21 de este mes, se realizará el Walking Blues Festival, un proyecto ambicioso que reunirá a más de 20 bandas y que pretende, tal como lo anuncian sus productores, “encontrar una nueva forma de caminar los senderos del blues”. Durante cuatro noches habrá seguidilla de shows en Mr. Jones, el reconocido bar de blues de Ramos Mejía. El martes 16 se presentarán Jaf y Goyo Delta Blues. Al día siguiente se realizará una “batalla” de guitarras que tendrá como protagonistas a Daniel Raffo, Alambre González y Diego García. El jueves 18 la protagonista será la armónica con las presencias del estadounidense Billy Branch, el brasileño Toyo Bagoso, el chileno Gonzalo Arraya y el crédito local Nicolás Smoljan. El viernes 19, Marcos Lenn abrirá uno de los shows más esperados, el del ex guitarrista de Manal Claudio Gabis, quien desde hace muchos años está radicado en España. Mientras que el sábado habrá sorpresas y zapadas en el mismo escenario.

El cierre será a lo grande y bien internacional: el domingo 21, desde las 15.30, el blues copará el Auditorio del Oeste, en Haedo, con las presentaciones de dos guitarristas que vienen de los Estados Unidos, J.C. Smith y Guy King -quien regresa a la Argentina apenas cuatro meses después de su anterior visita-, más el brasileño Decio Caetano, los uruguayos de La Triple Nelson y el chileno Nea Agostini. Y además habrá mucho blues local: La Mississippi, Rubén Gaitán, La Vieja Ruta, Chevy Rockets y Delta Catfish, entre varios más.

Junior Watson
Habrá que esperar un mes para el último mega evento. El 26 y 27 de noviembre se realizará el Buenos Aires Blues Festival, que será auspiciado por la compañía Delta Airlines. El escenario será el de La Trastienda, en pleno centro porteño y tendrá como artistas exclusivos a dos de los guitarristas más importantes de la escena blusera actual: Junior Watson y Joe Louis Walker. El primero tocará el lunes 26 junto al guitarrista brasileño Igor Prado. En la previa se presentarán las bandas locals: Cool Groove, Easy Babies y Las Hoochies. La noche siguiente Walker será secundado por Nasta Súper y los teloneros serán Mariano Massolo Quinteto, Florencia Andrada y la banda neuquina The Jackpots. En definitiva, cuatro festivales formidables que acercan más la música de raíces a un público deseoso de blues.

Además están confirmados los shows de Jack Bruce (25 de octubre en el Teatro Gran Rex), Lorenzo Thompson (26 de octubre en Mr. Jones), Robert Plant (1 y 2 de noviembre en el Luna Park), Dave Specter (10 de noviembre en Boris), Jimmy D. Lane (17 e noviembre en Mr. Jones) y Bob Stroger (1 de diciembre en Mr. Jones).

martes, 2 de octubre de 2012

Lanzamientos rockeros

ZZ Top – La Futura. El flamante álbum del trío texano -no grababan desde 2003- tiene una particularidad que lo define: es el primero en la larga historia de la banda que no lo produce ni su alma máter Billy Gibbons, ni su ex manager Bill Ham. Aquí, el trabajo de producción corre por cuenta de Rick Rubin, el mismo que trabajó con Johnny Cash en las American Recordings, con Tom Petty en Wildflowers y con Mick Jagger en Wondering Spirits. El disco tiene diez canciones, una más potente que la otra, en la que la banda recupera el sonido clásico de los 70, un boogie sucio y abrasivo anterior a Eliminator. En el único momento donde bajan un poco las revoluciones es en la balada Over you, con un solo asesino de Gibbons, y en Heartache in blue, con el fabuloso acompañamiento de la armónica de James Harman. De todas maneras, el álbum no busca sonar retro. La Futura es más una adaptación del viejo rock al sonido actual, que una típica recreación old school. El toque distintivo de Rubin parece radicar en la mezcla final, donde combina el vigor del baterista Frank Beard con una batería electrónica que aporta un beat hipnótico. En una época donde el rock parece chocarse contra los muros de su propia historia, La Futura mira hacia adelante.

Lynyrd Skynyrd - Last of a dyin' breed. Si hablamos de southern rock, dos nombres surgen casi de manera natural: Allman Brothers Band y Lynyrd Skynyrd. Ambas bandas surgieron con pocos años de diferencia, fueron extremadamente exitosas en los 70, sufrieron graves pérdidas y definieron un nuevo estilo de música, influenciado por lo más profundo de las raíces americanas. Pero mientras la primera evolucionó musicalmente y se convirtió en un grupo de culto, la segunda tuvo que concentrar todo su esfuerzo en sobrevivir. Desde hace varios años se sabe que Lynyrd Skynyrd ya no podrá hacer más discos como Pronounced Leh-Nerd Skin-Nerd o Second helping. Afortunadamente los propios integrantes de la banda también lo entendieron así: lograron dejar los fallidos intentos de superar lo insuperable –como en los 90- y ahora suenan más sueltos y confiados, pese a que a algunos temas remitan a viejos clásicos como Freebrid o The Ballad of Curtis Loew. El eje de las letras, sin embargo, no ha cambiado mucho: sigue siendo la trillada lírica redneck –Dios, armas, rutas y chicas sureñas-, con la que Johnny Van Zant y Gary Rossington se sienten muy identificados. Al menos los muchachos ya saben el lugar que ocupan en la historia y no luchan en vano por recuperarlo.

Ryan Bingham – Tomorrowland. Este es otro álbum que apuesta al porvenir, aunque con una fórmula inversa a la de ZZ Top. Aquí tenemos a un músico de la nueva guardia, que de chico se nutrió con la música de las viejas jukebox ruteras de Texas y con las canciones de Bob Dylan y Steve Earle. Su sonido es árido, polvoriento… como el traqueteo de un auto que atraviesa el desierto. Su dos primeros discos -Mescalito (2007) y Roadhouse sun (2009) fueron producidos por el ex Black Crowes, Mark Ford, mientras que el tercero –Junky star (2010)- lo produjo T-Bone Burnett. Ahora decidió tomar el control total de su trabajo ya que grabó para su flamante sello discográfico y lo produjo él mismo con la colaboración de Justin Stanley, quien trabajó junto a Sheryl Crow, Mark Ronson, The Vines y Doyle Bramhall. El álbum es puro country rock alternativo, con arreglos interesantes, que mantiene en perspectiva sus orígenes e influencias. Con voz rasposa, Bingham aúlla descontento acompañado por una guitarra acústica o una eléctrica distorsionada. No importa si este disco es mejor o no que los anteriores, lo importante es que el singer-songwriter sigue buscando su lugar en el mundo sin apartarse de sus raíces.