El álbum está dedicado a la memoria de Hubert Sumlin, Levon Helm y Cornell Dupree, quienes murieron en el último tiempo, y de alguna manera sintetizan la música de Sharrard. Si bien no se trata de un disco de blues, en cada uno de sus solos hay una notable influencia del género. A eso hay que sumarle una fuerte tendencia soulera en la voz de Sharrard, quien canta con mucha pasión y un registro vertiginoso.
Scott Sharrard |
Basta con escuchar el primer tema, Debt, para engancharse. Los vientos le dan una potencia indescriptible al groove de la banda, mientras que Sharrard canta con esmero y el filo de su Gibson 336 corta el aire con la precisión de un cirujano. Rock and a hard place es una combinación del soul clásico de Stax con una fuerte influencia góspel. Love like kerosene es probablemente el tema más rockero del álbum, en el que el guitarrista de Gregg Allman planta una bandera, como una especie de desafío a Joe Bonamassa. En Shadow blues, primero aparece el hammond de Ben Stivers hasta que la guitarra caliente de Sharrard irrumpe con una furia demoledora.
Warren Haynes, Scott Sharrad y John Popper |
El álbum sigue con Didn’t wanna fall in love, una gema de tintes souleados en la que otra vez los vientos y el hammond se convierten en vitales. Endless road, Rainy day y One little song mantienen la línea de la propuesta original y reafirman que el músico oriundo de Milwaukee tiene una debilidad absoluta por la música negra de fines de los 60 y comienzos de los 70. El final del disco lo encuentra interpretando el clásico de Duke Ellington, Solitude, aunque no necesariamente volcado al jazz. Cierra con Twilight Angel, una balada góspel muy emotiva que termina con un punteo enérgico con wah wah, por encima del colchón rítmico del hammond. Todo el disco es imperdible y es también el punto de partida para entrar al mundo de uno de los músicos que más dará que hablar en el futuro.