viernes, 27 de abril de 2012

Bob Dylan hizo estremecer al Gran Rex

Con una puntualidad sorprendente, a las 21.30 se apagaron las luces y, entre los gritos y aplausos del público, comenzaron a sonar los acordes de un blues. Era la guitarra de Charlie Sexton, que reemplazó a las fanfarrias de shows anteriores. Segundos después pisó el escenario Bob Dylan y comenzó a rugir las estrofas de Leopard-skin pill-box hat. Me tocó verlo por cuarta vez en la vida, aunque esta vez fue muy especial. El Teatro Gran Rex es un lugar mucho más adecuado para el viejo Bob que los grandes estadios.

Anoche vimos a un viejo bluesman haciendo covers de Bob Dylan. Hace rato que ya no toca las canciones como a la gente le gustaría, sino que las toca como tiene ganas. Su voz está más áspera que nunca, sus solos de guitarra son siempre rústicos, su armónica suena chillona y en el teclado le gusta jugar con intervenciones simples. Es un Bob Dylan fiel a sí mismo: hosco, impredecible, inmutable.

Cuando apareció en escena, lo hizo detrás de los teclados, el lugar en el que ahora parece sentirse más cómodo. Pero para el segundo tema -It ain’t me, babe- cambió por la guitarra eléctrica. Luego tomó la armónica y se paró frente al micrófono como si fuera un crooner auténtico para cantar una versión retraída de Things have changed, muy distinta a la que le hizo ganar el Oscar en 2001, por la banda de sonido de la película Wonder Boys. Algo similar hizo con Tangled up in blue, una vez más soplando con ganas su armónica Hohner. Después encaró algunas canciones de sus últimos discos, en los que el blues es protagonista exclusivo: Beyond here lies nothing, de Together through life; Trying to get to Heaven, de Time out of mind; Highwater (For Charlie Patton), de Love and theft; Spirit on the water y The levee's gonna break, ambas de Modern Times.

Y el viejo Dylan también siguió aullando sus viejos temas: una versión cancina de A hard rain's a-gonna fall precedió a una Highway 61 revisted mucho más bluseada que la original, en la que se animó a un duelo entre su teclado y la guitarra punzante de Charlie Sexton. Pero el viaje en el tiempo lo cortó enseguida con Love sick, otra de su Time out of mind, el álbum que produjo con Daniel Lanois en 1997. Enseguida arremetió con Thunder on the mountain, también de su aclamado Modern Times.

En todo momento la banda sonó de manera extraordinaria y eso que Dylan parece a veces intentar desorientarlos. A Sexton se suman Stu Kimbal en guitarra rítmica; Tony Garnier en bajo y contrabajo; George Receli en batería; y Donnie Herron, una pieza clave de la formación, en guitarra, violín, mandolina, pedal steel, teclados y cuanto instrumento más sea necesario. Todos ellos vinieron en 2008 cuando Dylan se presentó en el estadio de Vélez.

El cierre trajo una nueva mirada a su música del sesenta. En Ballad of a thin man, tal vez la versión más fiel a la original, incorporó un efecto de eco en la voz alucinante. Siguió con una Like a rolling stone que todos querían cantar pero que casi nadie pudo. Antes de All along the watchtower, el viejo bluesman pronunció las únicas palabras de toda la noche. De manera escueta presentó a sus músicos. No se molestó siquiera en decir gracias. ¿Para qué? Si ese no es su estilo. La banda saludó al público y abandonó el escenario. Tardaron menos de un minuto en volver. El bis fue una versión casi irreconocible de Blowin’ in the wind.

Este fue el primero de los cuatro shows porteños, luego viajará a Santiago de Chile, Costa Rica, México, y así seguirá con su Never Ending Tour. El viejo bluesman itinerante, el de los rugidos feroces, ese que hace lo que quiere y no lo que le piden. Genuino y único. El hombre, el mito, está más vivo que nunca y sigue haciendo estremecer.

4 comentarios:

Marcos Lenn dijo...

EL QUE ES GROSO ES GROSO.

Ulises Beppo dijo...

Perfecto. Deslumbrante. Aleccionador.

Rosa Luxemburgo dijo...

seee!! q ansiedadd..!! yo voy esta noche ♥ :D

Valentín Pico dijo...

genio