1) Nina Van Horn es un personaje sensacional. Arriba del escenario no para ni un minuto. Se sacude, se mueve, se agita. Canta, claro. A veces desafina pero es parte de su estilo furioso de interpretar los blues. Creo que si Janis Joplin no hubiera muerto a comienzos de los setenta hoy sería una mujer como Nina. Si hay algo que no se le puede discutir a ella es que tiene mucha personalidad.
2) La banda que la acompañó el viernes en La Trastienda estuvo realmente muy bien: Roberto Porzio, quien cada día me convence más, alternó altos solos con Matías Cipillano. El mejor momento de ese duelo ocurrió durante la versión de Muddy Waters blues, de Paul Rodgers. El resto, Eduardo Muñoz (bajo), Walter Galeazzi (teclados) y Víctor Hamudis (batería), acompañó con soltura y buen pie. En un par de temas sumó su armónica el lungo (en experiencia) Adrián Jiménez.
3) Nina habló mucho. Antes de cada tema se permitió hacer una introducción. Lo hizo en español, con un acento levemente italiano, y siempre con una broma dea remate. “Nací en Francia, pero pasé parte de mi vida en Texas, Lo sé, nadie es perfecto. Al menos ahora no está tan mal visto decir que uno sea de Texas”, dijo en clara referencia al estado de origen del peor presidente de la historia de los Estados Unidos: Jorge Caminante Arbusto.
4) Le dedicó un tema a Bruce Willis: “Cuando no está salvando el mundo está tocando blues”, ironizó y la banda lanzó los primeros acordes de Here comes trouble again.
5) El resto de los temas que tocó Nina fueron un mix muy interesante: Houn dog -de Big Mama Thorton-, Down in the alley, Stormy Monday y un par que fueron compuestos por ella: Goodbye New Orleans y Feelings for sale.
6) La Trastienda no estaba repleta pero sí fue una buena cantidad de gente. Hay que tener en cuenta la fecha y que se trató del primero de tres shows del Festival de Verano de Blues. La organización estuvo excelente. Además de la de Nina hubo otras tres presentaciones que fueron subiendo en intensidad progresivamente. Gran esfuerzo de Luciana y Lorena, de Gondwana Producciones.
7) Antes que Nina se subió al escenario Nico Smoljan con sus Shakedancers: Porzio y Cipilliano le sacaron mucho blues a sus guitarras, junto a Pato Raffo, esta vez tocando el bajo, y Pablo Gutiérrez, en batería. Con un par de cantantes invitados despacharon su tradicional combo clásico que incluyó temas como Baby what you want me to do y Things that I used to do.
8) El escenario ya estaba caliente. El periodista Claudio Kleiman junto a la Banda de Sonido desplegaron power blues rockero con un invitado de lujo: Ciro Fogliatta tocó los teclados en un par de temas. Cerraron con una muy buena versión, bastante psicodélica, de El viejo, de Pappo.
9) Debo admitir que de la uruguaya Virginia Martínez apenas escuché el final de su presentación: estaba entonando una canción souleada, que ahora no recuerdo cuál era, pero me pareció que estaba muy bien para abrir el festival y que la gente la disfrutó mucho.
10) Este fue el comienzo, la primera piedra de un año blusero que será tan movido como importante. Ya hay algunos artistas internacionales confirmados –Chris Cain, Kim Wilson, Billy Flyn- y otros en danza. Así que reserven julioargentinorocas porque van a ser necesarios.
domingo, 30 de enero de 2011
viernes, 28 de enero de 2011
Le blues
No hay muchas referencias sobre la cantante francesa Nina Van Horn en la web, sobre todo en inglés y español. En el sitio Allmusic.com sólo aparecen dos de sus discos, pero sin ninguna reseña. En Wikipedia la Nina Van Horn que figura es la del personaje de la serie Just shoot me. La Nina blusera tiene su propia página y su sitio en MySpace. En ambos no hay muchas datos sobre su pasado musical, pero sí varios “recortes” de prensa. Ha tocado en festivales por Europa, Cánada, Estados Unidos y también llevó sus blues a destinos tan lejanos como India y Africa. Mientras escribo estas líneas y palpito el recital de mañana en La Trastienda escucho por primera vez uno de sus discos: Hell of a woman, que resulta ser su último trabajo.
Suena bien, con una base acústica, y un sonido que intenta emular a las grandes cantantes de vaudeville. En algunos temas la acompaña un piano y en otros la guitarra. Por momentos aparece una armónica (emulando el sonido de Sonny Terry). El disco sigue y sigue, como un viaje en el tiempo, buceando en los años de la preguerra y en mujeres como Bessie Smith, Victoria Spivey y Memphis Minnie. La voz de Nina no suena forzada, realmente parece la de una mujer negra atrapada en el cuerpo de una europea de cincuenta y tantos, aunque por momentos, parece un poco chillona. De todas maneras, se planta bastante bien en su versión de Strange fruit, de Billie Holiday, con el acompañamiento de una trompeta con sordina que le da un matiz nocturno y sórdido.
En estos días Nina tuvo charlas telefónicas con algunos medios y contó que, si bien le gustaría venir con su banda, “siento que es interesante ir a descubrir a los músicos argentinos”. Esos músicos ya de por sí son una garantía de buen show: Matías Cipiliano (guitarra), Roberto Porzio (guitarra), Victor Hamudis (batería), Eduardo Muñoz (bajo) y Walter Galeazzi (teclados). En una entrevista que dio a Marcelo Fernández Bitar, del diario Tiempo Argentino, Van Horn contó que para su show de La Trastienda se centrará en las canciones de sus discos anteriores, que el recital estará más orientado al blues-rock, y que dejará para más adelante este año, los temas de su Hell of woman, ya que le gustaría venir a presentar el disco junto a su banda. Para Nina Van Horn, el show de mañana será clave para intentar cautivar al público porteño. Para los porteños será clave para conocer a una artista con muy poca promoción aquí y, de paso, escuchar a una blueswoman de otra latitud. “El blues es un estado de la mente y no una cuestión de países. Si uno siente el blues, lo puede tocar”, dijo.
Suena bien, con una base acústica, y un sonido que intenta emular a las grandes cantantes de vaudeville. En algunos temas la acompaña un piano y en otros la guitarra. Por momentos aparece una armónica (emulando el sonido de Sonny Terry). El disco sigue y sigue, como un viaje en el tiempo, buceando en los años de la preguerra y en mujeres como Bessie Smith, Victoria Spivey y Memphis Minnie. La voz de Nina no suena forzada, realmente parece la de una mujer negra atrapada en el cuerpo de una europea de cincuenta y tantos, aunque por momentos, parece un poco chillona. De todas maneras, se planta bastante bien en su versión de Strange fruit, de Billie Holiday, con el acompañamiento de una trompeta con sordina que le da un matiz nocturno y sórdido.
En estos días Nina tuvo charlas telefónicas con algunos medios y contó que, si bien le gustaría venir con su banda, “siento que es interesante ir a descubrir a los músicos argentinos”. Esos músicos ya de por sí son una garantía de buen show: Matías Cipiliano (guitarra), Roberto Porzio (guitarra), Victor Hamudis (batería), Eduardo Muñoz (bajo) y Walter Galeazzi (teclados). En una entrevista que dio a Marcelo Fernández Bitar, del diario Tiempo Argentino, Van Horn contó que para su show de La Trastienda se centrará en las canciones de sus discos anteriores, que el recital estará más orientado al blues-rock, y que dejará para más adelante este año, los temas de su Hell of woman, ya que le gustaría venir a presentar el disco junto a su banda. Para Nina Van Horn, el show de mañana será clave para intentar cautivar al público porteño. Para los porteños será clave para conocer a una artista con muy poca promoción aquí y, de paso, escuchar a una blueswoman de otra latitud. “El blues es un estado de la mente y no una cuestión de países. Si uno siente el blues, lo puede tocar”, dijo.
martes, 25 de enero de 2011
Black Dub
Este es uno de esos discos cuyo lanzamiento a fines del año pasado pasó desapercibido por no tratarse de un producto comercial. Hace unas semanas me llevé una grata sorpresa cuando empecé a escuchar esta maravilla del genial Daniel Lanois. Las canciones de Black Dub son una verdadera mixtura de estilos: se balancean entre el rock, el soul, el funk de Nueva Orleans, cierta psicodélia postmoderna, un pop gótico entreverado y destellos de reggae y blues, donde la guitarra eléctrica es protagonista absoluta. Como en todo lo que hace Lanois, aquí también sobresale una atmósfera de nocturnidad pertubardora, melancólica y sensual. Pero este no es uno más de sus discos solista, sino que es un proyecto artístico muy ambicioso en el que Lanois -quien produjo a U2, Bob Dylan y el último álbum de Neil Young- reunió al bajista Daryl Jonson, al baterista de Louisiana Brian Blade -quien tocó con Joshua Redman, Kenny Garrett y Joni Mitchell- y a la cantante y multiinstrumentista Trixie Whitley, hija del fallecido Chris Whitley. Más allá de que la banda suena fenomenal, la voz de contralto de Trixie es realmente lo que se destaca. Ni hablar cuando su canto se fusiona con los coros de Lanois, como por ejemplo en Nomad. La banda se formó a fines de 2009 y empezó a tocar en vivo en distintas salas de los EEUU. En paralelo comenzó la grabación del disco, que sufrió una demora forzada luego de que Lanois sufriera un accidente de tránsito a mediados del año pasado. Black Dub es un disco alucinante, cinco estrellas, que no hay que dejar de escuchar.
sábado, 22 de enero de 2011
Wine song 43
Matt Costa es uno de los mejores exponentes del rock indie. Es un artista joven que se crió con el sol del Pacífico ardiendo sobre su piel, en una zona de California donde es más frecuente terminar arriba de una tabla de surf o de un skate que con una guitarra acústica entre las manos. Su primer disco, que produjo de manera independiente junto a Tom Dumont –guitarrista de No Doubt-, captó la atención de Jack Johnson, quien sumó a Costa a su sello Brushfire Records. Ese primer álbum, Songs we sing, tiene como bonus track esta versión de WHISKEY AND WINE. La melodía es festiva y un toque retro para el estilo de Costa. La letra trata de un hombre que vuelve a caer en los influjos del alcohol y todo lo bueno y lo malo que eso puede representar en apenas 12 horas. En una noche y la mañana siguiente. Oh whiskey and wine / You’ve messed up my mind / Whiskey and wine / You’ve got me this time.
martes, 18 de enero de 2011
Southern man plays the blues
El contrabajista da dos golpes a las cuerdas y el descenso de Gregg Allman al blues más profundo ha comenzado. Floating bridge, de Sleepy John Estes, es el primer tema de Low country blues, el flamante disco del legendario músico sureño. Luego, el hammond da inicio a una animada versión de Little by little, aunque es recién en el tercer tema es cuando el álbum se vuelve extraordinario. Su interpretación de Devil got my woman es tan profunda y atrapante como la original de Skip James.
El espíritu de Muddy Waters se hace presente con una exquisita versión de I can’t be satisfied, que da pie a uno de los mejores momentos del disco: las estrofas de Blind man, de Bobby “Blue” Bland, en la voz souleada y centelleante de Gregg Allman. Imaginen como suena lo que sigue después: Please accept my love, de B.B. King, My love is your love, de Magic Sam, y la magistral Checking on my baby, de Otis Rush, entre otros. Este es tal vez el mejor disco de la carrera solista de Gregg Allman.
Mucho tiene que ver en eso la producción de T-Bone Burnett, quien en los últimos años produjo grandes discos de músicos y bandas tan diversos como Natalie Merchant, Counting Crows, Cassandra Wilson, Roy Orbison, Los Lobos, Elvis Costello y las obras maestras de Robert Plant junto a Alison Krauss, y de Elton John con Leon Russell. Los temas de Low country blues son en su mayoría blues oscuros rescatados por Allman de viejos discos. Hay un solo tema propio: Just another ride, que compuso para la ocasión junto a Warren Haynes.
La banda está reforzada con la guitarra de Doyle Bramhall II, el slide de Colin Linden, los teclados de Dr.John y, en cinco tracks, aparecen los vientos, que acompañan sutilmente sin romper el espíritu down home que sobrevuela a casi todas las canciones. El disco fue grabado a fines de 2009. Entre entonces y hoy que ve la luz, Allman fue sometido a un transplante de hígado al tiempo que siguió preparando material para su próximo álbum con los Allman Brothers.
Pasaron 14 años para que el barón de Georgia, el verdadero southern man volviera a un estudio de grabación como solista. El resultado es, como dicen los gringos, un clásico instantáneo.
El espíritu de Muddy Waters se hace presente con una exquisita versión de I can’t be satisfied, que da pie a uno de los mejores momentos del disco: las estrofas de Blind man, de Bobby “Blue” Bland, en la voz souleada y centelleante de Gregg Allman. Imaginen como suena lo que sigue después: Please accept my love, de B.B. King, My love is your love, de Magic Sam, y la magistral Checking on my baby, de Otis Rush, entre otros. Este es tal vez el mejor disco de la carrera solista de Gregg Allman.
Mucho tiene que ver en eso la producción de T-Bone Burnett, quien en los últimos años produjo grandes discos de músicos y bandas tan diversos como Natalie Merchant, Counting Crows, Cassandra Wilson, Roy Orbison, Los Lobos, Elvis Costello y las obras maestras de Robert Plant junto a Alison Krauss, y de Elton John con Leon Russell. Los temas de Low country blues son en su mayoría blues oscuros rescatados por Allman de viejos discos. Hay un solo tema propio: Just another ride, que compuso para la ocasión junto a Warren Haynes.
La banda está reforzada con la guitarra de Doyle Bramhall II, el slide de Colin Linden, los teclados de Dr.John y, en cinco tracks, aparecen los vientos, que acompañan sutilmente sin romper el espíritu down home que sobrevuela a casi todas las canciones. El disco fue grabado a fines de 2009. Entre entonces y hoy que ve la luz, Allman fue sometido a un transplante de hígado al tiempo que siguió preparando material para su próximo álbum con los Allman Brothers.
Pasaron 14 años para que el barón de Georgia, el verdadero southern man volviera a un estudio de grabación como solista. El resultado es, como dicen los gringos, un clásico instantáneo.
sábado, 15 de enero de 2011
Noche tánica
Hace casi un año, para mi último cumpleaños, un amigo me regaló esta botella de Adagio Esspresivo de la bodega uruguaya Toscanini. Durante este tiempo reposo junto a otros vinos hasta que anoche la saqué de su sopor y la sometí a un descorche doloso. Era un tannat cosecha 2004 que estaba en su punto justo. Potente, por momentos aterciopelado, abarcador y sutil acompañó una cena de fiambres y quesos. Mientras el vino fluía, dejando los sedimentos arrinconados en un sector de la botella, desde los parlantes la música sonaba con continuidad y perfume de mujer: Melody Gardot, Corinne Bailey Rae y Sandi Thom. Afuera, el calor había cedido un poco, gracias a una brisa austera que hacía fuerza por atravesar la noche. El vino marcó sus tiempos, fue el hilo conductor que empezó decantando su personalidad en una copa, siguió expandiendo aromas con cada movimiento circular hasta que finalmente la última gota dijo adiós.
miércoles, 12 de enero de 2011
Cuentas pendientes
Estos son algunos de los mejores discos del año pasado cuyas reseñas se me habían traspapelado.
Lucky Peterson – You can always turn around. Hace varios años Lucky Peterson apareció en la escena blusera. A comienzos de los setenta irrumpió como un niño prodigio, versátil con varios instrumentos, que se crió escuchando grandes músicos en el bar de su padre en Buffalo, y que finalmente tuvo el impulso de un prócer como Willie Dixcon. Desde entonces Lucky forjó una carrera excepcional, aunque con algunos altibajos. A fines del año pasado editó este disco magistral, en el que se luce con el piano, la guitarra acústica y la eléctrica, y en el que su poderío vocal alcanza rangos de excelencia. You can always turn around tiene la esencia de Chicago y sus temas son joyas del género como I believe I’ll dust my broom, Statesboro blues, Think y Why are people like that.
Jim Lauderdale - Patchwork river. Me costó mucho conseguir éste álbum y desde que lo tengo lo escuché una y otra vez. Me resultó difícil dejarlo afuera de la lista de los diez mejores del año, así que podría ser el bonus track de esa selección. Es música pura, orgánica, surgida de los campos, de las raíces más profundas de la cultura norteamericana. Lauderdale es un verdadero fenómeno, a pesar de que no es un artista masivo. Su primer álbum lo editó en 1991 y desde entonces grabó casi un disco por año. También colaboró con músicos de la talla de Lucinda Williams, Dwight Yoakam, Solomon Burke y Elvis Costello. Patchwork river es, tal vez, su mejor trabajo. Las canciones tienen el sello de Robert Hunter, letrista de los Grateful Dead, lo que le da a Patchwork river el espíritu renovado de Workingman’s dead.
Nick Curran - Reform school girl. Bienvenidos al nuevo mundo del viejo rock and roll. Si Nick Curran hubiera nacido en los cincuenta hoy sería una leyenda. Pero su tiempo es otro y lo que él hace hoy es una especie de revisionismo histórico de lo que Little Richard o Eddie Cochran hicieron en su tiempo. Pero las influencias de Curran no se limitan al r&r clásico: también se nutre de la música de T-Bone Walker, Johnny “Guitar” Watson y Earl Hooker. Para quienes no lo conocen, Curran alternó su carrera solista con otros proyectos: integró una de las formaciones de los Fabulous Thunderbirds, junto a Kim Wilson, y tuvo una banda pseudo punk llamada Degüello. Reform school girl es un álbum crudo, chirriante, potente y furioso. Rock and roll en estado puro.
Lucky Peterson – You can always turn around. Hace varios años Lucky Peterson apareció en la escena blusera. A comienzos de los setenta irrumpió como un niño prodigio, versátil con varios instrumentos, que se crió escuchando grandes músicos en el bar de su padre en Buffalo, y que finalmente tuvo el impulso de un prócer como Willie Dixcon. Desde entonces Lucky forjó una carrera excepcional, aunque con algunos altibajos. A fines del año pasado editó este disco magistral, en el que se luce con el piano, la guitarra acústica y la eléctrica, y en el que su poderío vocal alcanza rangos de excelencia. You can always turn around tiene la esencia de Chicago y sus temas son joyas del género como I believe I’ll dust my broom, Statesboro blues, Think y Why are people like that.
Jim Lauderdale - Patchwork river. Me costó mucho conseguir éste álbum y desde que lo tengo lo escuché una y otra vez. Me resultó difícil dejarlo afuera de la lista de los diez mejores del año, así que podría ser el bonus track de esa selección. Es música pura, orgánica, surgida de los campos, de las raíces más profundas de la cultura norteamericana. Lauderdale es un verdadero fenómeno, a pesar de que no es un artista masivo. Su primer álbum lo editó en 1991 y desde entonces grabó casi un disco por año. También colaboró con músicos de la talla de Lucinda Williams, Dwight Yoakam, Solomon Burke y Elvis Costello. Patchwork river es, tal vez, su mejor trabajo. Las canciones tienen el sello de Robert Hunter, letrista de los Grateful Dead, lo que le da a Patchwork river el espíritu renovado de Workingman’s dead.
Nick Curran - Reform school girl. Bienvenidos al nuevo mundo del viejo rock and roll. Si Nick Curran hubiera nacido en los cincuenta hoy sería una leyenda. Pero su tiempo es otro y lo que él hace hoy es una especie de revisionismo histórico de lo que Little Richard o Eddie Cochran hicieron en su tiempo. Pero las influencias de Curran no se limitan al r&r clásico: también se nutre de la música de T-Bone Walker, Johnny “Guitar” Watson y Earl Hooker. Para quienes no lo conocen, Curran alternó su carrera solista con otros proyectos: integró una de las formaciones de los Fabulous Thunderbirds, junto a Kim Wilson, y tuvo una banda pseudo punk llamada Degüello. Reform school girl es un álbum crudo, chirriante, potente y furioso. Rock and roll en estado puro.
viernes, 7 de enero de 2011
La leyenda de Fillmore Slim
El año pasado me topé con el disco The Legend of Fillmore Slim. Me llamó la atención la foto de la tapa. Un hombre negro, alto y un tanto desgarbado, sosteniendo una guitarra Flying V, enfundado en un saco cruzado, de un azul llamativo. El gorro gris y los anteojos negros que llevaba no permitían ver bien las facciones de su rostro. ¿Quién era ese misterioso ser que decía ser una leyenda? Al escuchar el disco, me encontré con un cantante y guitarrista discreto, con más pasión que talento. La banda lo acompañaba con soltura. La mayoría de las letras de las canciones eran autorreferenciales: destilaban noche, tugurios, alcohol y clandestinidad. Después busqué en Youtube algunos videos de este hombre. En cada uno de ellos aparecía con un traje polémico cantando con una voz que se perdía en el sonido ambiente de algún festival aire libre. Los videos no me impresionaron tanto. Para completar el círculo googlie su nombre y terminé de entender: Fillmore Slim es una especie de Snoop Doggy Dog del blues.
Su verdadero nombre es Clarence Sims. Nació en Nueva Orleans allá por 1935 y en los sesenta se instaló en San Francisco. Allí, con la cárcel de Alcatraz y el Golden Gate como testigos, desarrolló una carrera regenteando mujeres y también cantando blues. Fillmore Slim se convirtió en un verdadero cafiolo, un pimp a la vieja usanza. Tuvo bajo su ala a miles prostitutas y el dinero que ganó lo invirtió en autos caros, trajes coloridos, zapatos de cocodrilo y alhajas. Esos años de su vida quedaron reflejados en el documental American Pimp.
En 1980 fue detenido por intentar comprar un pasaporte falso para viajar a Francia y pasó cinco años preso. Cuando salió se instaló en Oakland y se dedicó de lleno a la música. Su carrera se fue extendiendo de a poco a lo largo de EE.UU., siempre alimentada por sus andanzas. Desde entonces editó cinco discos: Born to sing the blues (1985), Other side of the road (2000), Funky mama’s house (2004), The game (2004) y The Legend of Fillmore Slim (2009). En cada uno de ellos están bien patentes sus influencias: T-Bone Walker, Johnny "Guitar" Watson, Elmore James y Freddie King.
Su apodo proviene de su época dorada, en la que ganaba fortunas con las mujeres y había logrado una buena reputación tocando en el Fillmore Theatre, donde fue telonero de B.B. King y Dinah Washington, entre otros. Tiempo antes, en 1955, cuando era conocido como Clarence “Guitar” Sims, en su paso por Los Angeles, mantuvo una relación con Etta James, antes de que ella se hiciera famosa.
"El blues es juntar algodón, trabajar en los campos, vivir en la calle, y ustedes saben que yo hice todas esas cosas", dijo una vez. Las leyendas se construyen con el tiempo y si hay algo que Fillmore Slim supo hacer fue alimentar la suya. Bienvenidos a su mundo.
Su verdadero nombre es Clarence Sims. Nació en Nueva Orleans allá por 1935 y en los sesenta se instaló en San Francisco. Allí, con la cárcel de Alcatraz y el Golden Gate como testigos, desarrolló una carrera regenteando mujeres y también cantando blues. Fillmore Slim se convirtió en un verdadero cafiolo, un pimp a la vieja usanza. Tuvo bajo su ala a miles prostitutas y el dinero que ganó lo invirtió en autos caros, trajes coloridos, zapatos de cocodrilo y alhajas. Esos años de su vida quedaron reflejados en el documental American Pimp.
En 1980 fue detenido por intentar comprar un pasaporte falso para viajar a Francia y pasó cinco años preso. Cuando salió se instaló en Oakland y se dedicó de lleno a la música. Su carrera se fue extendiendo de a poco a lo largo de EE.UU., siempre alimentada por sus andanzas. Desde entonces editó cinco discos: Born to sing the blues (1985), Other side of the road (2000), Funky mama’s house (2004), The game (2004) y The Legend of Fillmore Slim (2009). En cada uno de ellos están bien patentes sus influencias: T-Bone Walker, Johnny "Guitar" Watson, Elmore James y Freddie King.
Su apodo proviene de su época dorada, en la que ganaba fortunas con las mujeres y había logrado una buena reputación tocando en el Fillmore Theatre, donde fue telonero de B.B. King y Dinah Washington, entre otros. Tiempo antes, en 1955, cuando era conocido como Clarence “Guitar” Sims, en su paso por Los Angeles, mantuvo una relación con Etta James, antes de que ella se hiciera famosa.
"El blues es juntar algodón, trabajar en los campos, vivir en la calle, y ustedes saben que yo hice todas esas cosas", dijo una vez. Las leyendas se construyen con el tiempo y si hay algo que Fillmore Slim supo hacer fue alimentar la suya. Bienvenidos a su mundo.
domingo, 2 de enero de 2011
Mr. Cain
Foto by Traso
Chris Cain es uno de esos guitarristas a los que se llega luego de haber escuchado a muchos otros. No es un músico que aparezca entre los recomendados para empezar a bucear en el blues. Sin embargo, es un gran violero, dueño de un estilo muy personal, que fue moldeado bajo el influjo de Albert King, B.B., Larry Carlton y los maestros de la Costa Oeste, especialmente los que hicieron escuela en el área de San Francisco. Resulta que este buen señor, nacido en la ciudad californiana de San José en 1955, está por venir a la Argentina: desembarcará con su sonido souleado el 19 de marzo en La Trastienda y nosotros tendremos la suerte de presenciar a un artista que nada tiene que envidiarle a Robben Ford, Tommy Castro o Coco Montoya.
Estaba tratando de acordarme cuándo fue la primera vez que escuché a Cain. Creo que era el 95 o 96 y a la disquería Minton’s llegó Somewhere along the way, del sello Blind Pig. Con Guillermo lo escuchamos con atención y placer. Tenía un sonido fresco, más suelto de lo que estábamos acostumbrados a oír por entonces. Había pinceladas jazzísticas en su forma de tocar y su voz era tan suave y natural que atrapaba sin rodeos. Dos años después, de viaje por el norte, me compré Unscheduled flight, su quinto disco, ya para el sello Blue Rock’it. Ese álbum fue la confirmación de que él se convertía en un referente para mí.
En total, Cain tiene ocho discos. Dicen que el mejor es el primero que grabó para Blind Pig, Cuttin’ loose, en 1990. Yo eso no podría afirmarlo. A veces uno se encariña no con lo mejor sino con lo que más le gustó. Ahora, Cain acaba de editar su último trabajo, hace poco, en diciembre. Se llama So many miles. El título tiene sentido. Porque si hay algo que Cain hizo en estos años fue recorrer caminos. Ha tocado en todos lados, de costa a costa en Estados Unidos y muchos países de Europa. Así, fue alimentando su prestigio, al que además le sumó premios: cuatro excelentísimos W.C. Handy. Este hombre, que en marzo animará almas ansiosas de blues, tiene su espacio bien ganado. Chris Cain no es un músico más. Es un abanderado del blues moderno.
Chris Cain es uno de esos guitarristas a los que se llega luego de haber escuchado a muchos otros. No es un músico que aparezca entre los recomendados para empezar a bucear en el blues. Sin embargo, es un gran violero, dueño de un estilo muy personal, que fue moldeado bajo el influjo de Albert King, B.B., Larry Carlton y los maestros de la Costa Oeste, especialmente los que hicieron escuela en el área de San Francisco. Resulta que este buen señor, nacido en la ciudad californiana de San José en 1955, está por venir a la Argentina: desembarcará con su sonido souleado el 19 de marzo en La Trastienda y nosotros tendremos la suerte de presenciar a un artista que nada tiene que envidiarle a Robben Ford, Tommy Castro o Coco Montoya.
Estaba tratando de acordarme cuándo fue la primera vez que escuché a Cain. Creo que era el 95 o 96 y a la disquería Minton’s llegó Somewhere along the way, del sello Blind Pig. Con Guillermo lo escuchamos con atención y placer. Tenía un sonido fresco, más suelto de lo que estábamos acostumbrados a oír por entonces. Había pinceladas jazzísticas en su forma de tocar y su voz era tan suave y natural que atrapaba sin rodeos. Dos años después, de viaje por el norte, me compré Unscheduled flight, su quinto disco, ya para el sello Blue Rock’it. Ese álbum fue la confirmación de que él se convertía en un referente para mí.
En total, Cain tiene ocho discos. Dicen que el mejor es el primero que grabó para Blind Pig, Cuttin’ loose, en 1990. Yo eso no podría afirmarlo. A veces uno se encariña no con lo mejor sino con lo que más le gustó. Ahora, Cain acaba de editar su último trabajo, hace poco, en diciembre. Se llama So many miles. El título tiene sentido. Porque si hay algo que Cain hizo en estos años fue recorrer caminos. Ha tocado en todos lados, de costa a costa en Estados Unidos y muchos países de Europa. Así, fue alimentando su prestigio, al que además le sumó premios: cuatro excelentísimos W.C. Handy. Este hombre, que en marzo animará almas ansiosas de blues, tiene su espacio bien ganado. Chris Cain no es un músico más. Es un abanderado del blues moderno.
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