Lo que vivimos anoche en el Luna Park fue inolvidable. Joe Bonamassa tocó durante más de dos horas y enloqueció a las cinco mil personas que asistieron al show. Fue brillante, explosivo y fantástico. Y no hubo demagogia alguna: apenas unas pocas palabras de agradecimiento; el resto fue todo virtuosísimo y pasión. Bonamassa es el guitar hero de esta generación. Supo cómo redefinir la influencia de los viejos maestros para alcanzar su propio estilo.
En mayo del año pasado se presentó en el Teatro Coliseo y cuando terminó dejó una frase picando: “Nos vemos el año que viene”. Los meses pasaron y la promesa de Bonamassa se cumplió. Él mismo se mostró ayer sorprendido por el tamaño del Luna Park y la cantidad de gente que había. “Hoy hablé con mi mamá por teléfono y le dije que me iban a venir a ver cinco mil personas. Ahora ya no hace falta que me busque un trabajo en serio, puedo vivir de la música”, bromeó.
La banda que lo acompañó tuvo un plus extra a la del año pasado. Si bien la rítmica estuvo conformada por sus fieles laderos Carmine Rojas y Tal Bergman, al frente de los teclados estuvo esta vez el notable Derek Sherinian, su ex compañero de Black Country Communion y ex integrante de Dream Theatre. Otra de las diferencias con el show del Coliseo fue el comienzo: arrancaron con un set acústico de unos 20 minutos, inspirado en el flamante disco doble An acoustic evening at the Vienna Opera House. Bonamassa abrió solo con una guitarra Alvarez y un instrumental potente: Palm tres, helicopters and gasoline. Sherinian y Bergman subieron para acompañarlo desde los teclados y la percusión en una épica interpretación de Seagull, el clásico de Bad Company. Siguieron con una versión bluseada de Jelly roll, del legendario Charles Mingus, y con Athens to Athens, en la que Bonamassa sonó como un curtido guitarrista de flamenco. Para cerrar la primera parte se volvió a quedar solo e interpretó Woke up dreaming, donde parecía que había tres guitarristas en escena.
Furia eléctrica
Tomó una Les Paul, con su nombre tallado en el mástil, y lanzó los primeros acordes de la descomunal Dust bowl. Hasta ese momento todo era perfecto, pero se produjo un pequeño incidente. En el comienzo de Story of a Quarryman tuvo un problema con el micrófono. Mientras la banda levantaba vuelo, él comenzó a golpearlo y nada. Entonces, demostró porque es un grande. En lugar de interrumpir la canción hizo que la banda bajara los decibeles, el estadio enmudeció y él cantó a capella. Fue un momento mágico. Varios temas después dijo: “Cuando era chico tomé lecciones con una cantante de Ópera. Y ella me decía: ‘Joseph a veces se canta con micrófono y a veces no’. Perdón por el inconveniente técnico que tuvimos antes”, dijo entre risas.
La voz grabada de Howlin’ Wolf se apoderó de todo el estadio antes del comienzo de Who’s been talking y dio paso a uno de los mejores -y más bluseros- momentos de la noche. Siguió con Someday after a while y dejó demostrado que por más que no toque tanto blues, cuando lo hace es imbatible. Esos solos fueron tan sentidos que es difícil encontrar las palabras justas para describirlos. En Dislocated boy usó una guitarra Ernie Ball doublé neck y en Driving towards the daylight se lució con unos solos estupendos y mucho juego de perilla. Esos temas de su último disco de estudio dieron paso a una locomotora desbocada: en Slow train se notó más que en otros temas la fuerza increíble de la banda y como son vitales para que Bonamassa suene como lo hace.
Luego homenajeó a dos de sus máximas influencias: primero a Gary Moore con una sutil interpretación de Midnight blues y después a Jeff Beck con Spanish boots, donde sus dedos parecían serpientes enloquecidas sobre las cuerdas de la Les Paul. Song of yesterday, de BCC, y Django anticiparon el final, que llegó con Mountain time, en el que coló algunas pinceladas de Won't get fooled again, de The Who, y Derek Sherinian mostró desde los teclados todo su bagaje de rock progresivo.
Bonamassa se despidió y la ovación fue tan impresionante que tardó menos de un minuto en volver al escenario. Para los bises eligió Sloe gin y la poderosa Ballad of John Henry. Presentó a los músicos y comenzó a sacar fotos al público con su teléfono celular. Sin dudas, este extraordinario guitarrista de apenas 36 años ayer se ganó definitivamente al público porteño y logró algo que creo sólo otros cuatro músicos vivos de blues –B.B.King, Buddy Guy, Johnny Winter y Jimmie Vaughan- podrían lograr acá: hacer estallar al Luna Park.
3 comentarios:
lo banco a bonamassa ¡¡¡¡ auqe a veces te dan ganad de pgarle un tiro pa q deje de tocar ¡¡ lo banco de una ¡¡¡ o pegarte un tiro depues de verlo tocar la guitarra asi
Excelente....ahora me gustó mas todavia...
Sassone, como siempre impecable lo suyo. Gracias por escribir. Valió la pena 36 horas de viaje, lo volvería a hacer una y otra vez. Saludos desde Paraguay.
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