Por Mariano Valdivieso
No es mi intención que este texto sea algo parecido a un tratado de medicina, pero créase o no ciertas personas traen en su ADN algún tipo de código de buen gusto. Ustedes dirán; che, no, pará... qué el buen gusto es un invento del capitalismo y la modernidad. Pues no. Un estudio -de dudosa procedencia- asegura que una de cada 250 millones de personas cae en este mundo con una genética especial. Así que para mí, Bluesman es de esos tipos. No es índigo, no es albino ni ventrílocuo. Tampoco erudito ni médium, pero tiene buen gusto. Bluesman me trajo un vino francés de Francia. Se pasó, la verdad. No tenía obligación, vieron, pero él tiene BG (buen gusto). En la etiqueta, el Bourdeaux dice Mouton Cadet (2008). Típica botella bordelesa, el contenido es sorprendente para bien y para mal.
Hablemos del vino:
- Color tipo cereza pero a trasluz parece más oscuro. Brillante.
- En copa, cuando agité el vino, la lágrima tardó en caer, densa, pesada. Típico francés.
- En nariz, con buena intensidad.
- Y justamente por la intensidad de la nariz fue que pensé que se venía algo medio alcohólico. Pero no! Oh, sorpresa! El brebaje era suave, frutal, equilibrado. En una palabra: sólido
Me lo tomé, me lo tomé todo. Lo disfruté como quien manotea el bidón de agua en el entretiempo de un partido de casados contra solteros. Después, miré una película o hice zapping. Y así quedé.
Mi amigo Bluesman seguramente me entendería.
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