domingo, 24 de mayo de 2009

Magnánimo



Nacho venía a casa. Y cuando eso pasa hay que tener un buen vino a mano. Era viernes a la tarde y salí a caminar. De regreso a casa pasé por Tonel Privado para comprar una botella. No pensaba en ningún vino en particular. Creo que incluso estaba dispuesto a comprar alguno que no hubiera probado antes. Empecé a recorrer con mis ojos las botellas recostadas en esos anaqueles de madera. Marcas, cepas, blends, tintos y blancos, jóvenes y no tanto. Entonces apareció. Estaba como escondida, esperándome. Tímida. La reconocí al instante y eso que hacía como cinco años que no la veía. Santa Julia Magna 2002, uno de los mejores blends que tomé y que ya daba por desaparecido. Los Magna que vinieron con los años estuvieron bien, pero ninguno llegó a la altura del 2002, un año que, como bien saben todos los amantes del vino, fue excelente para el malbec. Le pregunté al vendedor cómo podía ser que esa botella estuviera ahí. La respuesta fue tan sencilla como increíble. Apareció una caja, me dijo. Pagué 42 pesos y me la llevé. De esa caja de seis, era la última que quedaba.

La composición de ese blend es una fantástica obra de Rodolfo Montenegro: 60% malbec, 18% tempranillo, 12% merlot y 10% syrah. Nacho llegó poco después de las 21. Pedimos sushi y descorchamos. El corcho tenía autoridad. El Magna acusaba unos 18 grados. El vino cayó en las copas con delicadeza, casi pidiendo permiso. Veinte minutos después de haberlo servido, el alcohol se había disipado y los aromas y sabores cobraron una nueva intensidad. El sushi tardaba en llegar pero la charla brotaba sin parar entre sorbo y sorbo. De fondo estaba la música. Habíamos elegido guitarras para esa noche de Magna. Empezamos con Eric Clapton & Steve Winwood en vivo en el Madison Square Garden, después seguimos con el poderío texano de Smokin’ Joe Kubek & B’Nois King. La botella de Magna ya se había acabado y el sushi también, pero el rock y las guitarras seguían electrizando. Los sesenta y los setenta se nos vinieron encima con Electric Prunes, Cactus y Randy California, el discípulo de Hendrix. Son esos momentos en que una amistad queda inmortalizada por una botella. El vino fluye, los dientes enrojecidos; el volumen a pleno, los oídos bien abiertos. Mucho más no se puede pedir.

1 comentario:

Ignacio Pan dijo...

Muy buena descripcion señor sobre esa noche... solo hago una consulta: cuando decis "elegimos" y te referis a la musica, ejem, elegimos? jaja
Excelente el blog, segui asi!