foto: Pablo Mehanna
Me encontré súbitamente dando vueltas alrededor de un saxo, a veinte filas de distancia. Me absorbió la relación acalorada entre la melodía y la improvisación. Sentí cómo los límites se pueden doblar pero no romper. Recorrí esos caminos que se separan y armónicamente se vuelven a unir. La música de Ornette.
Fui al Gran Rex, con mi amigo Brutus DK, a ver al señor Ornette Coleman. Entre tanto neón, como era esperable, había muchas caras famosas: Daniel Grinbank, León Gieco, Pettinato, Diego Peretti, el gordo que estaba en Crónica TV. Mucho jazzero suelto también, entre ellos Gillespie que fue telonero y anunciador. Había muchas ganas de ver a Ornette. El fue la crema de la crema del free jazz de los años cincuenta y sesenta. Ahora es un hombre mayor, de pasos lentos y movimientos suaves. Pero cuando empieza a soplar su saxo cada nota sale cargada de vida.
Su traje celeste platinado encandilaba. Las luces formaban una especia de corona a sus espaldas. La corona del rey. La música fluía. El rey Ornette. Arrancó con un alto grado de improvisación. Delineó sonidos libres, centellantes, atrevidos. Contrabajo, bajo y batería galopaban junto a él. Y el misterio… ¿por qué toca el violín? Que intente algunas notas con la trompeta es aceptable. Pero no sabe tocar el violín. Excentricidades de un genio que nunca debería dejar de tocar su saxo Selmer Bundy.
En medio de tanta libertad musical, un blues. Y el sonido de su saxo se vuelve demoledor. Tocó unos quince temas, tal vez más. Ejecuciones rápidas, por momentos agresivas, por momentos conmovedoras. Un gran show que algunos no pudieron apreciar y se fueron antes de que terminara.
Martín Onetto, que estaba también allí, y es un loco del jazz desde hace muchos años, me apuntó un comentario: “Me pareció más que interesante el juego de doble bajo, algo muy típico de Ornette, desde su legendario disco Free jazz: A collective improvisation, sólo que en aquellos furiosos sesenta eran más intempestivos. Y ayer Coleman se recostó confortablemente, con su cuerpo frágil, en el colchón de rosas que le fabricaban las gruesas cuerdas entre melodías de Stravinsky y Bach sobre las que el gran Ornette se levantaba con sus notas más largas y agudas”.
Experimenté Ornette.
1 comentario:
Envidia sana. Brindo por las palabras musicales.
Abrazo de gol bemol.
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