El último disco de Neil Young llegó a mis manos una mañana, pero no lo escuché enseguida. Controlé mi ansiedad y esperé hasta la noche para darle un marco más apropiado. Decidí escucharlo por primera vez descorchando un vinito. Elegí Los Cardos de Doña Paula. La botella estaba fresca, por lo que el vino estaba ideal. Play. No durá más de cuarenta minutos pero los diez temas son geniales. Tienen mucho que ver con autos, justo en esta época que las automotrices gringas están en la lona: las letras derraman aceite y gasolina, y el sonido es bien garaje. Es increíble como en estos últimos años Neil Young -de alguna manera al igual que Bob Dylan- encontró su lugar como viejo rocker respetado por todos. Su música lo define por encima del estilo con el que esté coqueteando. Aquí sin los Crazy Horse, pero con el acompañamiento del eterno Ben Keith más la solidez de Rick Rosas, Anthony Crawford, Chad Cromwell y su esposa, Peggy Young.
Cuando terminó el disco –no la botella- puse el DVD adjunto y me encontré con una versión en vivo de A day in the life, de los Beatles. Neil sale a escena con un traje manchado, como salpicado por pintura, empieza a tocar y a cantar con su tono tan personal. Resulta melodiosa en un comienzo pero al final se desmadra y Neil azota las cuerdas de su Gibson Les Paul casi casi como lo hacía Pete Townshend, aunque no llega a tanto. Cuando la cámara se desplaza, se ve que junto al piano hay una copa de vino. Allí, en primera fila. Contemplativa. Inmaculada. Mientras que el sonido de Neil convierte a A day in the life en el rugido furioso de un motor en llamas, el vino que está en la copa se balancea sutil, irresistible. Neil Young está a pleno y Fork in the road no te va a defraudar.
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