El escritor, investigador y ensayista Martín Kohan dijo en una entrevista en La Nación que es indispensable separar al artista de su obra. "Lo que una determinada persona pueda parecernos no determina en ningún sentido lo que pueda llegar a parecernos una obra que esa persona ha hecho. Una obra nunca se reduce a la intencionalidad que su autor pudo tener, por suerte, porque, si así fuera, el lugar de los receptores sería más bien pasivo. Por ende, la posición que se tome respecto de un autor y la posición que se tome respecto de una obra no tienen por qué ser correlativas”. De no ser así, puede interpretarse, un lector progresista o de izquierdas se perdería de leer, por ejemplo, La tía Julia y el escribidor o Travesuras de la niña mala, dos libros esenciales de la literatura latinoamericana contemporánea, por el solo hecho de coincidir con el pensamiento ultra liberal y de derecha de Mario Vargas Llosa.
viernes, 31 de diciembre de 2021
Separar al artista de su obra
El escritor, investigador y ensayista Martín Kohan dijo en una entrevista en La Nación que es indispensable separar al artista de su obra. "Lo que una determinada persona pueda parecernos no determina en ningún sentido lo que pueda llegar a parecernos una obra que esa persona ha hecho. Una obra nunca se reduce a la intencionalidad que su autor pudo tener, por suerte, porque, si así fuera, el lugar de los receptores sería más bien pasivo. Por ende, la posición que se tome respecto de un autor y la posición que se tome respecto de una obra no tienen por qué ser correlativas”. De no ser así, puede interpretarse, un lector progresista o de izquierdas se perdería de leer, por ejemplo, La tía Julia y el escribidor o Travesuras de la niña mala, dos libros esenciales de la literatura latinoamericana contemporánea, por el solo hecho de coincidir con el pensamiento ultra liberal y de derecha de Mario Vargas Llosa.
martes, 30 de noviembre de 2021
Néstor Ortiz Oderigo, el hombre de negro
Néstor Ortiz Oderigo (1912-1916) fue uno de los personajes fundamentales en la difusión de la música negra en la Argentina. Sus artículos en revistas especializadas y en diarios, sus libros y sus programas de radio fueron la base de todo lo que se escribió y publicó con el tiempo sobre jazz, blues, spirituals e incluso música africana, de América latina y sobre los orígenes del tango.
Según escribió Alicia Dujovne Ortiz en La Nación en 2005, “Néstor Ortiz Oderigo, hermano de mi madre, había comenzado a entusiasmarse con la música de los negros norteamericanos a los 14 años. Desde entonces, acumulaba esos discos inhallables a los que, antes de guardarlos, limpiaba tiernamente con la manga. El amor por el jazz lo había conducido a interesarse en la cultura negra de toda América latina, en particular del Río de la Plata”.
Durante la investigación que hicimos con Gabriel Grätzer para el libro Bien al sur-La historia del blues en la Argentina, el nombre de Oderigo apareció desde un comienzo y su bibliografía resultó esencial para entender el desarrollo del género en nuestro país.
A continuación, el capítulo dedicado a Ortiz Oderigo en el libro:
Oderigo tenía una fuerte vinculación con la música negra desde los años veinte cuando colaboraba, ocasionalmente, con el diario La Prensa y era corresponsal de algunos diarios estadounidenses destinados al público afroamericano. En 1939 escribió su primer libro, pero debido a la Segunda Guerra Mundial, la editorial Claridad lo editó recién en 1944. En Panorama de la música afroamericana dedicó un capítulo a cada una de las principales ramas del folclore de los Estados Unidos: work songs, negro spirituals y blues. Oderigo analizó y desarrolló aspectos poéticos y teóricos de esta música. Citó, por ejemplo, a importantes artistas de blues de la época, lo cual confirma que poseía una nutrida discografía de discos de 78 r.p.m. Entre los bluesmen que mencionó, había referentes del country blues como Lonnie Johnson, Mississippi John Hurt, Joshua White, Ma Rainey, Blind Lemon Jefferson, Blind Willie McTell, Sonny Terry, Jim Jackson, Kokomo Arnold, Big Bill Broonzy y Memphis Minnie, entre otros. Algunos de esos artistas habían sido editados en Estados Unidos por el sello Gennett, que en Argentina tenía como licenciatario del catálogo al banjoísta Nicolás Verona. No es de extrañar que algunos discos de blues llegaran a Oderigo por esa vía o bien que pudiera adquirir algunos 78 r.p.m. en las tiendas de Buenos Aires donde, esporádicamente y entremezcladas con los discos de jazz, llegaban algunas ediciones de artistas de blues. “Por mis conocimientos musicales, las quintas disminuidas y las terceras mayores y menores del ragtime y los blues, lejos de asustarme, refocilaban mis circunvoluciones, que absorbían esos mágicos y fascinados efluvios sonoros”, dijo Oderigo en un intercambio epistolar con Sergio Pujol en la década del ochenta (Jazz al sur- Historia de la música negra en la Argentina). Además, Oderigo tenía algunos de los discos de pasta editados por la Biblioteca del Congreso de Washington, cuyas extraordinarias grabaciones de hollers y work songs, especialmente una titulada That Lonesome Road, difundió en sus audiciones de Radio Nacional y Radio Rivadavia. El autor también tenía los registros que John y Alan Lomax habían efectuado al músico Leadbelly en la prisión de Angola, Louisiana, en 1933. Si a esto le sumamos los discos de música africana, centroamericana y sudamericana –material muy difícil de conseguir en aquellos días– se puede afirmar que Oderigo fue uno de los más importantes coleccionistas de Latinoamérica de aquella época.
A partir de 1945, Oderigo fue convocado a escribir una sección titulada “Notas sobre blues” en la revista Jazz Magazine. Allí compartía sus conocimientos históricos y estilísticos con un público distinto al que podía comprar sus libros y que, por primera vez, se enteraba de la existencia de una forma de blues no vinculada al jazz. Fotos de Leadbelly, Bessie Smith, Lonnie Johnson ilustraban sus artículos.
En 1952, Ricordi le editó un nuevo libro, La historia del jazz, que incluía extensos capítulos sobre el canto negro afronorteamericano y las raíces del género. Otro ejemplo sobre el blues se puede encontrar en el Diccionario de jazz, también editado por Ricordi, en 1959. El lugar que ocupa la música folklórica estadounidense es notorio: el blues figura en tres páginas; cantos de trabajo, en dos; y negro spirituals, en otras dos y media. Finalmente, en 1964, Compañía General Fabril editó Rostros de bronce. Este libro, como así también Panorama de la música afroamericana, aparecen mencionados en la bibliografía de la Gran enciclopedia del blues, de Gerard Herzhalft. Allí se toman algunos conceptos de Oderigo en cuanto a la necesidad de distinguir entre blues comerciales “manufacturados por compositores norteños” y aquellos “blues legítimos del pueblo”, o bien entre “blues castizos y aquellos manufacturados por compositores”. Esos textos de Oderigo, material de estudio y consulta ineludibles en conservatorios y secundarios, fueron los primeros pasos para la difusión de esta música en la Argentina. En otro pasaje del libro dos músicos esenciales en el desarrollo del blues en la Argentina recuerdan su influencia. Uno es Osvaldo Ferrer, clarinetista, guitarrista y cantante de la Antigua Jazz Band quien reconoció que en la década del sesenta escuchaba Antología de la música negra por Radio Nacional, al igual que el guitarrista Claudio Gabis, miembro de Manal y pionero del rock nacional. “Yo me encerraba en mi cuarto y hacía que estudiaba, pero en realidad me quedaba escuchando la radio. Yo todavía no tocaba la guitarra pero estaba completamente fascinado con ese sonido. Por lo general, Oderigo pasaba jazz, cada tanto ponía blues pero más bien como un antecedente, una referencia, y no como un género en sí mismo”, contó.
martes, 2 de noviembre de 2021
Flores para sí mismo
El denominador común de Viaje de Blues es la autorreferencialidad, algo que era esperable viniendo de Adrián Flores, pero también, y esto hay que decirlo, es un libro necesario para los amantes del blues, porque es la síntesis de la relación de un hombre que, a un costo alto, dejó todo de lado por la música que lo apasiona. En la vida de Adrián Flores, por lo que se desprende de estas páginas, no hay grises, es todo blanco o negro… y ya sabemos qué color elige él.
Viaje de
Blues no tiene un hilo narrativo y carece de edición. Eso queda en evidencia
con los múltiples saltos temporales y geográficos; y por temas a los que le
falta desarrollo y quedan colgados. Pero de todas maneras resulta un libro ameno.
Y ese es un gran mérito de Javier “Ciego” Goffman, que realizó una tarea
titánica en captar la voz de Flores y plasmarla en papel. Al pasar las páginas,
el lector no piensa en que lo escribió otro, sino que hasta puede percibir el
vozarrón de Flores en cada una de las historias. Es Flores en todo su
esplendor: dogmático, irascible e intolerante, pero también coherente consigo
mismo, agradecido con sus amigos y muy comprometido con su causa.
Es cierto
que todas las historias están repletas de subjetividades y es probable que
otros protagonistas de esos hechos tengan recuerdos distintos, sin embargo, lo
llamativo son los detalles que rescata, como por ejemplo que un músico tenía la
camisa manchada o lo que decía otro cuando se quejaba de lo mal que se maneja
en Sudamérica. Y esos pequeños detalles engrandecen al libro.
Años de Vendimia (1985) |
Su vocabulario clásico, como “monigote”, “chingui chingui”, “turistas”, “salchicha”, "toca huevos" “pizzero”, “viudas de bogan” y “barbudos”, que utiliza en exceso en redes para descalificar, aquí aparece en cuenta gotas lo cual es otro mérito de Goffman, que no necesitó recurrir a esas palabras para darle forma a la voz del protagonista.
Adrián Flores y James Cotton (1994) |
Otra cosa
que se desprende de la lectura es que a lo largo de los años hubo mucha improvisación
de su parte en la organización de shows, especialmente por falta de previsión en aspectos
contractuales y logísticos. Lo más llamativo es que revela que en algún momento
le ofrecieron producir un show de John Fogerty en la Argentina y lo rechazó
porque solo se quería dedicar a traer músicos negros de blues, algo que cumplió
a rajatabla salvo por una producción que se atribuye de Bruce Ewan.
El libro
viene acompañado por fotos, que lamentablemente no se aprecian porque la
calidad de impresión no es la mejor, aunque son las mismas que publica desde siempre en su
perfil de Facebook.
Pero las
anécdotas con los bluesmen, tanto aquí en Buenos Aires como en Chicago o en
Brasil, son muy interesantes. Logró retratar sus estilos de vida, especialmente en la ruta, pero la falta
de hilo narrativo, que nos lleva de acá para allá, con saltos hacia adelante y
vueltas atrás, por momentos desorienta. El problema más evidente de la falta de
edición vuelve a aparecer sobre el final cuando por segunda vez relata la
anécdota en la que “David Espectro”, como llama a Dave Specter, se olvidó de
invitar a tocar a Lurrie Bell en un evento en Chicago.
Viaje de
Blues es un libro que Flores pensó para reivindicarse a sí mismo, pero que
Goffman logró volverlo más placentero con su pluma. Más allá de los conciertos
que organizó, los discos que produjo y los programas de radio que condujo, lo más interesante está en sus historias
con los músicos, eso que probablemente ningún otro argentino, vivió tanto como
él.
miércoles, 20 de octubre de 2021
La pasión según los melómanos
Las disquerías son el paraíso y el infierno del melómano. Cualquier coleccionista de discos, ya sea de vinilos o de cds, atesora decenas de anécdotas, buenas y malas, de esos lugares. Algunos recuerdan momentos en enormes tiendas de cadenas internacionales y otros en pequeños sucuchos donde escasea el oxígeno, en la Argentina, Estados Unidos, Colombia o Europa. Algunos experimentan reacciones que van desde el sudor de manos, el latido de un ojo o hasta unas ganas incontrolables de ir al baño. Las bateas son el territorio ideal para los dedos entrenados del coleccionista, y el disquero, casi siempre, es un personaje esencial que no pasa desapercibido, ya sea por su buena onda o por su arrogancia. Y están los discos, en muchos casos tesoros escondidos. Encontrarlos es todo un desafío y pagarlos barato es casi una quimera.
La disquería Minton's, Galería Apolo |
Amoeba Records, en Los Ángeles |
jueves, 30 de septiembre de 2021
Daniel Raffo, una vida dedicada al blues
En la Argentina hubo y hay muchísimos músicos excelentes, pero son pocos los que se mantuvieron consecuentes a una idea durante décadas y Daniel Raffo es uno de ellos. Comenzó a tocar en la década del ochenta y con el tiempo se convirtió en un referente absoluto de la guitarra del blues local. Lo que logró fue por una combinación de talento, perseverancia y amor por el blues. Raffo no es un purista. Vive y siente la música con libertad, porque entre sus influencias Peter Green y Eric Clapton pesan tanto como B.B. o Freddie King. Raffo puede montar un show homenaje a los Rolling Stones con tanta pasión como pulverizar las cuerdas de su guitarra en un solo inspirado en T-Bone Walker. Raffo enseña arriba y abajo del escenario. Muchos de los violeros más jóvenes estudiaron con él y los que no, seguramente lo vieron varias veces en vivo y algo de él han tomado. Porque es imposible ignorarlo. Si estas en este mundillo pequeño, complejo y apasionante del blues, sabés que Raffo es un número uno.
Daniel Raffo
nació en 1964 y es otro hijo prodigio de Floresta, aunque una década más joven
que los Memphis, que escribieron su historia en un clásico del barrio que ya no
está, la pizzería La Universal. En el libro Bienal Sur-La historia del blues en la Argentina (Ediciones Gourmet Musical),
con Gabriel Grätzer reconstruimos los primeros años en la música de este gran
guitarrista en un capítulo denominado Daniel,
el terrible:
“En mi casa se escuchaba mucha música. Recuerdo
que mi mamá tenía una colección de vinilos de CBS que tenía jazz, mambo, swing,
tango… y yo los escuchaba todo el tiempo. Cuando entré en la adolescencia
empecé con los Beatles y luego me volqué al rock sinfónico de Yes y Emerson,
Lake & Palmer. A los 18 años escuché el blues y fue gracias a Memphis”,
cuenta.
“La primera vez que los vi fue en el Centro
Esloveno de Floresta y quedé realmente impactado. Entre 1981 y 1988, creo, fui
a unos cincuenta shows de ellos. Iba a todos los que podía. La energía que
tenía esa banda en vivo era algo increíble. Llenaban todos los lugares en los
que tocaban, la gente bailaba. Era siempre una fiesta”, rememora Raffo.
Además de su pasión por Memphis, Raffo comenzó
a bucear en el mundo del blues. Primero puso la mira en los guitarristas
ingleses que habían salido del riñón de John Mayall, como Eric Clapton, Peter
Green y Mick Taylor. Después en los tres King –B.B., Albert y Freddie– y T-Bone
Walker. Para entonces Raffo ya aporreaba la batería con mucha prestancia y
llevaba bastante tocando la guitarra. Su primera banda se llamó Ley Seca, un
trío que hacía temas propios en español muy influenciado por Pappo’s Blues.
Daniel Tvethe era el guitarrista y cantante, Hugo Di Leo se encargaba del bajo
y Raffo sacudía bombo, platillos y redoblantes.
Fue por esos años que Raffo vio que el blues
entraba en una nueva era. “Adrián Otero –dice– me hizo escuchar por primera vez
a Stevie Ray Vaughan. Estaba enloquecido con Couldn’t Stand the Weather. Me
decía que el blues estaba empezando a cambiar y que ellos tenían que hacer lo
mismo”.
En 1985, la relación entre ambas bandas era muy
buena y, de alguna manera, fueron apadrinados por Memphis. Fue así como los
tres grupos realizaron un festival en el patio del colegio Juan Bautista
Berthier, donde Floresta se funde con Villa Luro. “Fue un muy lindo recital”,
asegura Raffo.
Ambas bandas se disolvieron no mucho después.
Richter, Ferreras y Lepera formaron Gallo Rojo. Un par de años más tarde Lepera
murió y los otros se fueron a Bariloche. Raffo ya había hecho el cambio de los
palillos a las seis cuerdas y, si bien en el futuro tocaría ocasionalmente la
batería, ya se perfilaba como un terrible guitarrista. Fue entonces cuando
empezó a darle forma a King Size, un grupo que sería fundamental en la década
del noventa.
En 1988, Raffo estaba tan metido en la música que decidió poner una disquería y alquiló un local en avenida Rivadavia y Lacarra, a metros de La Universal. Si bien en un principio se iba a llamar El Tropezón, en homenaje al tema de Freddie King, la muerte de Luca Prodan, cantante de Sumo, en diciembre de 1987, lo hizo cambiar de parecer y le puso Jardín Primitivo. “Vendía de todo: Soda Stereo, Rick Astley, Madonna, The Police… los éxitos de ese momento. También tenía remeras de rock y libros importados. Pero adentro me la pasaba escuchando blues. Yo estaba muy enganchado con Eddie C. Campbell y Muddy Waters así que en la disquería prácticamente no se escuchaba otra cosa. Empezaron a venir chicos a los que les llamaba la atención el blues y si no me podían comprar los vinilos, se los grababa en cassettes”, rememora. Pero la hiperinflación desatada en 1989 fue demasiado para él y cuando se le terminó el contrato de alquiler bajó la persiana del local para siempre.
En otro
capítulo del libro, denominado Vamos las
bandas, que habla sobre el boom del blues de los noventa y el éxito
comercial de Memphis, La Mississippi, Pappo y Las Blacanblus, vuelve a aparecer
la figura de Raffo.
El guitarrista formó King Size en 1988, y se
destacó por ser uno de los músicos más distinguidos. Sus shows, en cuanto a
público, eran mucho más discretos que los de las otras bandas, pero ofrecían la
oportunidad de escuchar una propuesta estilística distintiva. La primera
formación de King Size incluyó a Raffo y Alejandro Varela en guitarras, Gerardo
Morikone en bajo y Claudio Fernández en batería. En 1990, los dos últimos se
fueron y el grupo se rearmó con los dos guitarristas, Tom Williams en voz,
Oscar Pérez en batería, Fabián Yajid en bajo, más Andrés Herrera y Patricio
Vega en saxos. “Esa fue la mítica formación de King Size. Hacíamos
covers de B.B. King, T-Bone Walker, Albert King, Roomful of Blues y Clarence
‘Gatemouth’ Brown. Sonábamos realmente muy bien y fuimos los
primeros en hacer un repertorio íntegramente en inglés”, cuenta Raffo.
Varela, que también había tocado con Palo
Pandolfo en Don Cornelio y la Zona, dejó King Size en 1994 y fue reemplazado
por Omar Itcovici. Por entonces también se sumó Mariano Slaimen en armónica. A
partir de 1995, King Size se convirtió en una de las bandas más estables del
Blues Special Club.
Daniel Raffo también participó de un proyecto
paralelo: la Albert King Tribute Band, que se formó en 1997, para hacer covers
del gran guitarrista zurdo. La primera formación incluyó a Raffo en batería, el
Bohemio Rubinsztein en bajo y Omar Itcovici en guitarra. Al poco tiempo se sumó
el baterista Gonzalo “Mono” Martino como percusionista, hasta que Itcovici dejó
la banda y Raffo pasó a la guitarra. La banda incorporó una sección de vientos
encabezada por Mariano Cardozo en saxo (..). La agrupación tuvo un cambio más:
Raffo se fue y su lugar fue ocupado por un joven talento al que lo esperaba un
gran futuro internacional: José Luis Pardo. Además de tocar en el Blues Special
Club, se presentaban, regularmente, en lugares a los que asistía otro tipo de
público como el Spell Café, en Puerto Madero, el Hard Rock Café, en Recoleta,
el Kilkenny Bar, en Retiro, y hasta en la disco Buenos Aires News, en los
Bosques de Palermo.
Raffo sigue escribiendo la historia del blues local. Con su compañera, productora artística, ejecutiva y discográfica, Laura
Lagna-Fietta, conforma una sociedad musical que no se detiene. Él reconoce en cada
entrevista que brinda todo el trabajo que ella realizó a lo
largo del camino. Pero también se cae de maduro que al haber tenido en sus
filas músicos como Daniel Allevato, Nico Raffetta, Silvio Marzolini, Guido
Venegoni, Martín Munoa, Mariano D’Andrea, Tavo Doreste y Pato Raffo, entre
otros, lo potenció como músico. Saber rodearse bien es otra de sus virtudes.
A pesar de su extensa trayectoria su discografía es acotada. El primer disco, Daniel Raffo. King Size y otros, editado en 2010, recopila exquisitas grabaciones de varios años junto a distintos músicos argentinos, y con el plus de un gran invitado internacional, Duke Robillard. El segundo, Raffo Blues, es una obra instrumental que grabó en 2013 y lanzó en 2015, en el que mostró que podía darle un giro a su música sin perder su identidad. El último, de 2017, es el directo Capturado en vivo en el que abre con una sorprendente versión funky de Get Lucky, de Daft Punk, que empalma de manera sublime con Every Day I Have The Blues. Además, participó en decenas de grabaciones de otros músicos como un tributo a Pappo o en discos solistas de Sol Cabrera, Sandra Vázquez, Adrián Jiménez, La Mississippi, Alambre González, Tota Blues, Luis Robinson, La Vieja Ruta y músicos de Chicago como Bob Stroger y Carlos Johnson.
La pandemia
puso su proyecto en stand-by durante poco más de un año, pero de a poco lo está
retomando porque lo necesita, porque sabe que todavía tiene mucho para dar. Y
su motor es el placer de tocar. Así lo definió en un programa de tevé en el que
lo entrevistaron: “Me gusta pasarla bien a mí y, principalmente, que la pase
bien la gente. Pero me tiene que gustar a mí. Si yo no la paso bien arriba, la
gente tampoco”.
martes, 24 de agosto de 2021
El pulso de los Rolling Stones
El imperturbable Charlie, el del gesto adusto, que apenas se permitía alguna sonrisa esporádica. El viejo Charlie, siempre prolijo y sobrio, a contrapelo de la imagen alienada de Keith y el desenfado de Jagger. El influyente Charlie, único, responsable del pulso de los Rolling Stones durante 58 de sus 80 años. El eterno Charlie. El que ya no estará más, pero que siempre recordaremos. Ese Charlie. Charlie Watts.
La muerte de Brian Jones, en 1969, quedó muy lejos y para muchos de nosotros, el fallecimiento de Charlie Watts es la verdadera primera muerte stone que sufrimos. Varias generaciones crecimos al calor de los Stones, de sus discos y sus shows. Pudimos verlos en varias ocasiones, tanto en River como en la última visita en La Plata. Jagger y Richards siempre acapararon la atención del público. El cantante por su energía y carisma, y el segundo por esa mística roquera que lo apaña desde siempre. Charlie, el callado y por momentos tímido baterista, encontró en la Argentina la ovación que tanto se merecía. Todo el estadio coreando su nombre y los músicos reverenciándose ante él es una de las tantas postales que nos dejaron esos recitales en nuestra tierra.
Recordamos al Charlie Watts de la portada de Get Yer Ya-Ya's Out!, casi irreconocible, saltando como un duende musical, que se contrapone con la mesura y seriedad de la tapa de su álbum solista Tributo a Charlie Parker. Porque Watts también era baterista de jazz, un personaje que, a priori, iba mejor con su personalidad pero que, a su vez, no desentonaba con el punto de equilibrio que representaba en los Rolling Stones. Porque si Jagger y Richards son el cerebro de la banda, Watts siempre fue su corazón. Y ahora que ya no está la pregunta que surge es ¿qué pasará con la banda? Ese interrogante, que apareció tímidamente hace un mes cuando se anunció que Watts no sería parte de la próxima gira, y su lugar será ocupado por Steve Jordan, siempre estuvo acompañado por el desde que pronto se recuperaría y volvería al ruedo. Eso ya no es posible. No hay dudas que Jordan es un excelente baterista y ocupará su lugar con profesionalismo y el sonido del grupo no se resentirá. Pero la ascendencia de Charlie Watts es tan fuerte que cuesta imaginar a los Stones sin él.
Con todo, lo que
pase de acá en más será parte de un nuevo capítulo de la historia de la banda
de rock más grande del mundo. Con Brian Jones en el más allá desde hace
décadas, con Mick Taylor y Bill Wyman a un costado del camino, y con Jagger,
Richads y Ronnie Wood todavía en marcha, el futuro es incierto. Como dijo Joni
Heguier: “El mundo contemporáneo tal cual lo conocemos es con los Rolling
Stones. Si los Stones empiezan a terminarse, también comienza a concluir este
mundo. Habrá que crear uno nuevo”.
lunes, 16 de agosto de 2021
Un Elvis, mil Elvis
El 16 de agosto de 1977, Elvis fue hallado muerto en Graceland, la excéntrica mansión en la que vivía en Memphis y, según la versión oficial, la causa de su fallecimiento fue por un paro cardíaco provocado por una gran ingesta de drogas. De todas maneras, más de cuatro décadas después, todavía hay algunos que se empeñan en sostener teorías conspirativas sobre su fallecimiento, y otros hasta creen que el Rey no murió, sino que fingió su deceso para escapar de las deudas y los problemas que lo aquejaban, y asumió una identidad falsa para vivir de incógnito por el resto de su vida.
Elvis Presley había nacido el 8 de enero de 1935 en el poblado de Tupelo, al norte del estado de Mississippi, en el seno de una familia humilde que había sufrido la Gran Depresión. Su madre estaba embarazada de mellizos, pero el pequeño Jesse Garon nació muerto. En 1948, se mudaron a Memphis, la ciudad de ritmo frenético a orillas del río Mississippi, donde el pequeño Elvis, con apenas 13 años, comenzó a palpitar el sonido urbano y dominante de la escena local, que abarcaba ritmos afroamericanos como el blues y el góspel, o blancos como el country, el bluegrass y el hillbilly.
El segundo Elvis fue el joven insistente que, en 1953, apareció en la puerta del Memphis Recording Service, más tarde Sun Records, para que su dueño, Sam Phillips le diera una oportunidad. En agosto de ese año, Phillips accedió a su pedido porque Elvis le dijo que quería hacerle un regalo a su madre y así fue como grabó el acetato que en sus dos caras tenía los temas: My Happiness y That s When Your Heartaches Begin, aunque ese Elvis tierno y melódico, al menos en un comienzo, no prosperó.
El tercer Elvis fue el que el 5 de julio de 1954 tomó su guitarra, y tras varios intentos fallidos y el escepticismo de Phillips, interpretó un viejo blues de Arthur “Big Boy” Crudup, That’s All Right, y cambió para siempre la historia de la música popular. Ese Elvis que cautivó a Sam Phillips y al DJ Dewey Phillips era dos personas a la vez: tenía el ritmo y la voz de un hombre negro, y la imagen de un actor de Hollywood. El single, que en su lado B llevó el tema Blue Moon of Kentucky, se convirtió en la piedra basal de la carrera del Rey del rock & roll: ya nada volvería a ser como antes para él, el futuro sería de gloria y ocaso.
La figura de Elvis rápidamente transcendió a la escena de Memphis: el promotor Colonel Tom Parker se hizo cargo de su carrera -y de su vida- y firmó un suculento contrato con el poderoso sello discográfico Victor RCA. Nació el Elvis que movía la pelvis en televisión y escandalizaba a una pacata sociedad estadounidense de posguerra; el Elvis de los temas bailables como Jailhouse Rock, All Shook Up, Houn Dog y Dont Be Cruel, que se contrastaba con el Elvis romántico de Love Me Tender y otras baladas que hacían delirar a las adolescentes.
En pleno suceso de su música, y de manera inesperada, surgió el Elvis patriótico. En 1958 se calzó el uniforme para hacer el servicio militar y así fue como viajó con el Ejército a Alemania. Durante su estadía en la base de Friedberg conoció a la joven Priscilla, de 14 años, quien siete años más tarde se convertiría en su esposa y, en 1968, le daría a su única hija: Lisa Marie. Pero a comienzos de los sesenta, tras su regreso a Estados Unidos, sobrevino el Elvis actor, que grabó infinidad de películas como G.I.Blues, Blue Hawai, Girls, Girls, Girls y Viva Las Vegas. Y llegó el momento del Elvis que se volvió poco comercial a fines de los sesenta, y el Elvis del regreso, enfundado en cueros y patrocinado por la NBC en su memorable Comeback 68.
A ese Elvis lo sucedió el de los setentas que se codeó con Richard Nixon; el de los casinos de Las Vegas; el que se separó de su esposa. También apareció el Elvis depresivo, desplazado por el mercado y las nuevas tendencias; el Elvis excéntrico y gordo, de las patillas prominentes. Ese Elvis decadente, para muchos fue una parodia de si mismo, pero para otros fue sólo un hombre tratando de sobrevivir.
Luego de su muerte su música siguió -sigue- vigente y en muchas partes del mundo, principalmente en Las Vegas, sus imitadores fluyen con absoluta naturalidad: hasta aquí, en la Argentina, tuvimos a nuestro último Elvis. A pesar del paso del tiempo, sus fans se siguen multiplicando, como su leyenda. El Rey del rock and roll que no morirá jamás. ¡Viva el Rey!
domingo, 1 de agosto de 2021
La ayuda inolvidable
George Harrison, Bob Dylan y Leon Russell |
Mi amigo vino a mi / Con tristeza en sus ojos / Me dijo que quería ayuda / Antes de que su país muera / Aunque no pude sentir el dolor / Sabía que tenía que intentarlo / Ahora les estoy preguntando a todos / Para ayudarnos a salvar algunas vidas / Bangladesh, Bangladesh
George Harrison y Eric Clapton |
martes, 20 de julio de 2021
Alligator, el sello que nos abrió las puertas del blues
Bruce Iglauer. |
Los discos de Alligator son parte de nuestras vidas. Para los que empezamos a escuchar blues en los noventa aquí en la Argentina, esos cd’s fueron el trampolín a un mundo nuevo. Clarence “Gatemouth” Brown, Lil’ Ed, Koko Taylor, Fenton Robinson, Albert Collins, James Cotton, Katie Webster, Johnny Winter, Buddy Guy & Junior Wells, Saffire y Charlie Musselwhite fueron algunos de los artistas que nos abrieron las puertas de ese universo hasta entonces desconocido por la mayoría. Por un lado, teníamos la referencia y los discos de los grandes maestros del género como B.B. King, Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Robert Johnson, Albert King y, por el otro, el sello de Chicago nos puso al alcance de nuestras manos un sonido más contemporáneo. El blues estaba vivo y en estado de ebullición, y Alligator era parte de esa movida.
Alligator Records cumple 50 años y lo celebra con un cd triple que recopila a sus más grandes artistas de ayer y hoy. Es bueno recordar cómo empezó todo. A comienzos de los setenta, Hound Dog Taylor & the Houserockers era una de las atracciones del South Side de Chicago. El sonido crudo del trío captó la atención de Bruce Iglauer, por entonces vendedor del Jazz Record Mart, que pertenecía a Bob Koester, a su vez dueño de Delmark Records, uno de los sellos más importantes de la ciudad. Iglauer intentó convencer a Koester de grabar a Taylor, pero su sonido no estaba en línea con el de Delmark, que apostaba más por el estilo del West Side y el jazz. Entonces, Iglauer se lanzó por su cuenta y grabó a Hound Dog Taylor. Ese álbum, el primero del trío, fue la piedra basal del sello que, con el correr de los años, se convertiría en el más importante del blues en todo el mundo.
La discográfica
desembarcó en la Argentina en medio del boom del blues. En 1993, DBN
(Distribuidora Belgrano Norte) compró los derechos de Alligator, así como
también de otros dos sellos de blues, Earwig y Blind Pig, con lo cual empezaron
a venderse en cantidad cd´s de artistas de primer nivel. Incluso, uno de los
primeros discos compilados de Alligator aquí llevaba notas en el booklet de
Bobby Flores.
Para reforzar la promoción de esos discos se organizaron dos grandes recitales que se llamaron Alligator Blues Festival. El primero se realizó a mediados de 1994 en el Estadio Obras y los protagonistas fueron Koko Taylor y el joven guitarrista discípulo de una familia tradicional de bluseros, Kenny Neal; mientras que La Mississippi fue la banda soporte. La segunda edición del Alligator Blues Festival copó otra vez Obras el 30 de septiembre de 1995. La Mississippi, nuevamente, y Las Blacanblus fueron las bandas teloneras, mientras que los guitarristas Tinsley Ellis y Kenny Neal, y la pianista Katie Webster, con Vasti Jackson como violero principal y entertainer, fueron los emisarios de Bruce Iglauer. El show duró más de cinco horas y según consignó Clarín en su reseña, asistieron más de cuatro mil personas.
Alligator
siempre logró captar lo que el oyente de blues buscaba y lo sigue haciendo. Primero fue con Hound Dog
Taylor; en los ochenta con Son Seals, Jimmy Johnson, Albert Collins, Roy
Buchanan y Johnny Winter. En los noventa con Little Charlie & The Nightcats, Michael Hill y Tinsley Ellis, entre otros. También supo combinar artistas para
potenciarlos aún más en grabaciones memorables como Showdowan (Albert Collins,
Robert Cray y Johnny Copeland), Harp Attack (James Cotton, Junior Wells, Carey
Bell y Billy Branch) y Lone Star Shootout (Lonnie Brooks, Phillip Walker y Long
John Hunter). En el nuevo
milenio siguió grabando a algunas viejas glorias del género, pero también
apostó por una nueva generación que venía con propuestas distintas. Así
aparecieron Tommy Castro, Toronzo Cannon, J.J. Grey, Anders Osborne, Shemeika
Copeland y Jarekus Singleton. Y ahora tiene a la nueva joya, al Messi del
blues moderno, Christone “Kingfish” Ingram. La historia no se termina y promete seguir
porque el blues siempre se renueva.
Hound Dog Taylor y Bruce Iglauer. |
viernes, 18 de junio de 2021
El Rey de Nelson Street
Yo estaba sentado a unos metros del escenario. Había llegado esa mañana en tren a Chicago y conseguí lugar en un hostel que estaba a unas pocas cuadras del Lincoln Park. Así que todo lo que sucedió esa noche me quedó bien grabado. No tengo fotos de esa velada porque todavía faltaban algunos años para el boom de las camaritas digitales.
El tipo tenía pinta de bluesman, también de cafisho. Tal vez era las dos cosas. Se sentó en la barra y le sirvieron un whisky que empezó a beber con ganas. Yo seguía escuchando a Willie Kent mientras lo miraba de reojo preguntándome quién sería ese enigmático personaje. El propio Willie Kent finalmente presentó al desconocido. “¡Booba Barnes, ladies and gentlemen!”. Barnes se despegó de la barra y fue hacia el escenario, le dio la mano a Willie Kent y empezaron a sonar los primeros acordes de Rocking daddy. El tipo me sorprendió con una voz grave y profunda, similar a la de Howlin’ Wolf. Era mi primera noche de blues auténtico en Chicago y estaba teniendo como bonus una dosis extra del blues urbano más crudo del Mississippi. Barnes cantó una más, Spoonful, y se bajó del escenario para dejarle su lugar a la cantante Bonnie Lee. Me acerqué a él, le di la mano y le pregunté si tenía algún disco a la venta. Me dijo que no llevaba ninguno con él y volvió a su lugar en la barra.
Al día siguiente fui decidido a Tower Records. Y allí me compré The Heartbroken man, el único disco que editó en su vida. El booklet del cd traía algo de información sobre su historia. Su nombre de pila era Roosevelt y “Booba” apenas su apodo. Había nacido en Longwood, una comunidad rural de Mississippi, al sur de Greenville, en 1936. Desde muy chico empezó a soplar la armónica y después aprendió a tocar la guitarra. Se hizo habitué de Nelson Street, donde compartió noches de blues con tipos como Smokey Wilson, Willie Love y Little Milton. Este último no lo llamaba “Booba” sino que prefería decirle “Little Wolf”.
En 1964, siguió la ruta de muchos de sus contemporáneos. Se fue al norte, a Chicago, en busca de una vida mejor. Allí conoció a Little Walter, quien bromeaba y les decía a todos que “Booba” era su hijo. Pero Barnes no se adaptó a la gran ciudad y en 1971 decidió volver a Greenville. Allí se autoproclamó el Rey de Nelson Street gracias a su carisma y a la buena relación con otros popes locales como T-Model Ford, Frank Frost y John Price. Delante de su casa, en una vieja mueblería del 928 de Nelson Street, Barnes erigió su castillo: el Playboy Club, un verdadero juke joint con el que consolidó su reinado y definió su estilo. En 1990, editó The Heartbroken man para el sello Rooster. El álbum -grabado entre Holly Springs y Memphis- contó con la colaboración de T-Model Ford y realmente capturó el espíritu de su música en vivo en el Playboy Club. El sitio All Music lo definió como “instant modern classic” y así Barnes demostró que era mucho más que un imitador de Howlin’ Wolf.
Para el sello Rooster fue una apuesta importante grabar a un artista que no era de Chicago. Por eso Barnes regresó a la ciudad del viento para darse a conocer. Empezó a tener apariciones junto a su banda, The Playboys, y como invitado de otros músicos. Así fue como lo descubrí esa noche de octubre de 1994. Un año y medio después, el 2 de abril de 1996, un cáncer letal acabó con su vida muy lejos de su casa de Greenville. Murió en Chicago cuando el crudo frío del invierno comenzaba a ceder. Pese a que sólo dejó un disco editado y un puñado de canciones sueltas, su figura perdurará siempre entre los amantes del blues más puro y descarnado del Mississippi.
lunes, 24 de mayo de 2021
Bob Dylan's blues
La versión de Sittin’ on top of the world que interpreta Bob Dylan en su disco Good as I been to you, de 1992, resume su pasión por el blues. El hombre, su guitarra y su armónica. De hecho, todo ese álbum podría considerarse como un ejemplo de lo más puro de la tradición musical norteamericana. Si bien ese es un disco de versiones y no de temas propios, le sirvió a Dylan para empezar a reencontrarse con su verdadero espíritu, luego de varios años de problemas personales y cambios en su vida privada que afectaron su carrera. En ese contexto, el blues cobró para él un nuevo significado.
La relación de Dylan con el blues es de siempre. Comenzó en los albores de la década del sesenta, cuando dejó su Minnesota natal en busca de un porvenir musical. Siguiendo los pasos que lo llevarían a encontrarse con el legendario Woody Guthrie, quien estaba internado en una clínica a raíz de una enfermedad incurable, Dylan se instaló en Nueva York. Empezó a frecuentar la escena folk de los bares del Greenwich Village y allí conoció a luminarias del folk y el blues que venían tocando desde hacía un buen tiempo como Dave Van Ronk y Ramblin’ Jack Elliot. Una puerta le fue abriendo otra hasta que el productor John Hammond (descubridor de Billie Holiday y Count Basie, entre otros) lo escuchó y lo llevó a Columbia Records para que grabara su primer disco. Por aquellos días, Dylan imitaba a Woody Guthrie, pero había escuchado con atención a Leadbelly y a Mississippi John Hurt. Además, se hizo muy amigo de John Hammond Jr., con quien solía juntarse a tocar blues y escuchar discos.
Su primer LP, titulado Bob Dylan, fue editado en 1962. Sólo tiene un par de temas propios: el resto son versiones de Blind Lemon Jefferson, Jesse Fuller, Bukka White y Blind Willie Johnson. Para la misma época, Van Ronk le hizo conocer la magia de Skip James y John Hammond padre le regaló un disco descatalogado en aquél entonces que lo sacudió. “Hammond me lo recomendó especialmente y me aseguró que aquél tipo le daba vueltas a cualquiera. Me mostró las ilustraciones del álbum, una pintura curiosa en la que el pintor contempla desde el techo a un cantante y guitarrista de mirada salvaje e intensa. Que carátula más interesante. La admiré detenidamente. Quedé hipnotizado”, relata Dylan en su autobiografía. Esa fue la primera impresión que tuvo de Robert Johnson, aún sin haber escuchado sus temas. Cuando lo escuchó se sintió absorbido, atónito. Poco a poco fue haciéndose popular en los bares del Greenwich Village, no sólo entre el público, sino también en el ambiente de los músicos. Con el legendario John Lee Hooker tocó algunas veces y compartió largas charlas. El blues ya estaba metido de lleno en su vida, tanto que incluso ese año tocó la armónica para Big Joe Williams ySu segundo álbum, The Freewheelin’ Bob Dylan, lo catapultó al éxito total por canciones que hicieron historia por sus letras: Blowin’ in the wind, Girl from the north country, Masters of war, A hard rain’s a-gonna fall y Don’t think twice is all right. Pero el blues no estaba ausente en ese LP: Down the highway es una suerte de sentida recorrida por el sur profundo.
Para el año 1965, Dylan ya era una estrella a nivel mundial. En su trabajo Bringing it all back home ensaya una respuesta a la invasión inglesa que estaba cautivando a los jóvenes estadounidenses con las raíces de su propia música. Hay cuatro temas en ese disco de clara raíz blusera: Subterranean homesick blues, Maggie’s farm, Outlaw blues y On the road again. John Hammond Jr. tocó la guitarra con slide en ese disco.
El mundillo folk lo idolatraba y sus letras eran la voz de la renovación. Pero Dylan le escapaba a esa idealización de su persona. Y revolucionó todo. Electrificó su sonido y los puristas del folk acústico quisieron matarlo. Para que ese cambio fuera efectivo, Dylan recurrió a uno de los mejores guitarristas del momento, Mike Bloomfield, violero principal de la Paul Butterfield Blues Band, con quienes además se presentó en vivo en el festival de Newport, el día que, según la leyenda, Pete Seeger quiso cortar con un hacha los cables para que dejaran de hacer “ruido”. Ese mismo año, Dylan editó Highway 61 revisited y cautivó a mucha más gente de la que había enfadado. Fue clave la participación de Bloomfield en guitarra y de Al Kooper en teclados. El álbum pasó a la historia por el tema Like a rolling stone. La guitarra de Bloomfield estalla en From a buick 6.Al año siguiente, 1966, viajó a Nashville para grabar Blonde on Blonde con mayoría de músicos locales. Tal vez sea su álbum más blusero de la década: así lo demuestran los temas Pledging my time, Leopard-Skin-Pill-Box hat (sobresalen los punteos de Robbie Robertson, guitarrista de The Band) y Obviously 5 believers.
En 1967, ya instalado en una finca de la zona de Woodstock y recluido de sus fans y la prensa, Dylan se juntó con The Band (con quienes ya venía tocando en vivo) y grabaron lo que después se conoció como The Basement Tapes, un disco doble que contiene muchos blues, entre ellos Orange juice blues (blues for breackfast). Los dos discos siguientes de Dylan, John Wesley Harding y Nashville Skyline, son álbumes más cercanos al country-rock, aunque en el último está el tema To be alone with you, un blues simple y con piano que habla de amor y deseo.
A principios de la década del setenta Dylan estaba enfrentado con su manager Albert Grossman. Las disputas entre ellos habían llegado a un pico de tensión extremo. Grossman seguía haciéndose millonario con las regalías de los temas de Dylan y por eso su disco de 1970, Self portrait, se dedicó más que nada a interpretar covers de otros músicos y algunas nuevas versiones de sus viejos temas como Like a rolling stone. En ese álbum aparecen unos buenos blues: el clásico It hurts me too y un tema propio, Living the blues.
Los setenta transcurrieron con muchos cambios en la vida de Dylan. Hasta la primera mitad de la década grabó discos fabulosos (salvo por su Dylan, de 1973) como New Morning, la banda de sonido de la película Pat Garret & Billy The Kid, Planet Waves, Blood on the Tracks y Desire. Esos álbumes tenían grandes canciones, pero con muy pocas melodías bluseras en ellos. Para esa época Dylan cumplió su sueño de convertirse en un trovador y salió a recorrer los Estados Unidos con músicos amigos como Joan Baez, Ramblin´ Jack Elliot y T-Bone Burnett.
Dylan confesó en su autobiografía que hacia fines de los ochenta atravesaba una profunda crisis creativa, en parte reflejada en sus discos de ese momento como Empire Burlesque, Knocked out loaded y Down in the Groove. Por recomendación de Bono, cantante de U2, se juntó con el productor Daniel Lanois y viajó a Nueva Orleáns para grabar un nuevo álbum. Allí, durante las sesiones de Oh Mercy, Dylan se enganchó mucho más con el blues. Por las noches sintonizaba la WWOZ, la gran emisora local y escuchaba a la disck jockey Brown Sugar que pasaba a Lightnin’ Hopkins, Roy Brown y Little Walter, entre otros. En su autobiografía cuenta, además, que empezó a poner en práctica una técnica que le había enseñado en los sesenta Lonnie Johnson. “Una noche (Lonnie) me llevó aparte y me enseñó un modo de tocar basado en un sistema ternario en lugar de binario. Me hizo tocar unos acordes y me mostró como hacerlo. Tuve la sensación de que estaba revelándome un secreto, aunque por entonces no creí que tuviera mucha utilidad porque yo necesitaba rasguear la guitarra a fin de expresar mis ideas”. Ese método lo tuvo oculto en el laberinto de su mente hasta 1989 y lo plasmó en Oh Mercy, un disco cinco estrellas.
Dos años después, Dylan volvió al ruedo con Good as I been too you y, en 1993, con el disco World gone wrong dejó en claro que el blues estaba tan metido en su vida que ya no sería capaz de dejarlo ir. En esos dos álbumes Dylan derrocha pasión y sufrimiento, sentimientos y vida. Todo desde el alma, con su guitarra y su armónica.
Sus siguientes trabajos son una verdadera enciclopedia de la música de raíces estadounidense. Time out of mind (1997) fue producido también por Daniel Lanois y uno de los guitarristas de la banda es Duke Robillard. El disco tiene una atmósfera densa y oscura y se destacan los temas Love sick, Dirt road blues, Millon miles, Cold iron bounds y Highlands, basada en un disco de Charley Patton. Love and Theft, de 2001, fue producido por el mismo Dylan bajo el seudónimo de Jack Frost. Al igual que en su siguiente disco de 2006, Modern Times, Dylan juega con viejas letras y las renueva, tal vez sin modificar mucho la melodía. Su voz suena a la de un hombre curtido, su guitarra se amolda a la banda de turno. High water es otro tema que dedica a Patton. Summer days y Bye and bye son dos blues que nos remontan a los años cincuenta. Y Lonesome day blues, con el slide de Charlie Sexton como protagonista es un houserockin’ blues temperamental. Modern times, por su parte, empieza con Thunder on the mountain, un blues primitivo y crudo que marca la tendencia del disco en el que Dylan, como una mezcla de Elmore James y Willie Dixon, cuenta andanzas, “derrocha historia musical y escupe al ojo del mundo”, como sostiene Tom Jurek en Allmusic.com. Rollin & Tumblin’ y Someday baby son otros dos blues impresionantes en los cuales cobran importancia los riffs y punteos de los guitarristas Denny Freeman y Stu Kimball.En The Bootleg Series, Vol. 8: Tell Tale Signs - Rare and Unreleased 1989-2006 Dylan versiona a Robert Johnson. Se trata de una interpretación profunda, en un tempo más rápido que la original, en la que su voz nasal, inconfundible, se adueña de la canción como si él mismo hubiese pactado con Satán. En Together through life, de 2009, Dylan toma prestada la melodía de I just want to make love to you, tema que escribió Willie Dixon y popularizó Muddy Waters, para crear su My wife's home town. En Shake shake mama canta “I get the blues for you baby when I look up at the sun”. En su disco Tempest, de 2012, recurre a la misma fórmula del álbum anterior: Early roman kings no es otra cosa que Manish boy con la letra cambiada y un toque tex mex.
En los discos siguientes –Shadows in the night (2015), Fallen angels (2016) y Triplicate (2017) encontramos a un Dylan interpretando el clásico American Songbook en modo crooner, más cercano a Frank Sinatra que a un viejo bluesman, en una de sus tantas mutaciones. Tras un impasse de tres años, Dylan reapareció en plena pandemia con Rough and rowdy ways, un disco en el que cual vuelve a renovarse o, más bien, vuelve sobre sus pasos. Aquí hay country, folk, rockabilly, góspel y blues. False prophet tiene la impronta de los doce compases, Goodbye Jimmy Reed es un homenaje a viejo bluesman y Crossing the Rubicon es un slow blues con cierta vuelta de tuerca.
Dylan cumple 80 años y su música sigue viva, al igual que su memoria, ese lugar en el que conserva el recuerdo de sus mentores, aquellos bluesmen de antaño, trovadores y storytellers de la historia de la música que él supo incorporar a su sonido para poder reescribirlos.