El 16 de agosto de 1977, Elvis fue hallado muerto en Graceland, la excéntrica mansión en la que vivía en Memphis y, según la versión oficial, la causa de su fallecimiento fue por un paro cardíaco provocado por una gran ingesta de drogas. De todas maneras, más de cuatro décadas después, todavía hay algunos que se empeñan en sostener teorías conspirativas sobre su fallecimiento, y otros hasta creen que el Rey no murió, sino que fingió su deceso para escapar de las deudas y los problemas que lo aquejaban, y asumió una identidad falsa para vivir de incógnito por el resto de su vida.
Elvis Presley había nacido el 8 de enero de 1935 en el poblado de Tupelo, al norte del estado de Mississippi, en el seno de una familia humilde que había sufrido la Gran Depresión. Su madre estaba embarazada de mellizos, pero el pequeño Jesse Garon nació muerto. En 1948, se mudaron a Memphis, la ciudad de ritmo frenético a orillas del río Mississippi, donde el pequeño Elvis, con apenas 13 años, comenzó a palpitar el sonido urbano y dominante de la escena local, que abarcaba ritmos afroamericanos como el blues y el góspel, o blancos como el country, el bluegrass y el hillbilly.
El segundo Elvis fue el joven insistente que, en 1953, apareció en la puerta del Memphis Recording Service, más tarde Sun Records, para que su dueño, Sam Phillips le diera una oportunidad. En agosto de ese año, Phillips accedió a su pedido porque Elvis le dijo que quería hacerle un regalo a su madre y así fue como grabó el acetato que en sus dos caras tenía los temas: My Happiness y That s When Your Heartaches Begin, aunque ese Elvis tierno y melódico, al menos en un comienzo, no prosperó.
El tercer Elvis fue el que el 5 de julio de 1954 tomó su guitarra, y tras varios intentos fallidos y el escepticismo de Phillips, interpretó un viejo blues de Arthur “Big Boy” Crudup, That’s All Right, y cambió para siempre la historia de la música popular. Ese Elvis que cautivó a Sam Phillips y al DJ Dewey Phillips era dos personas a la vez: tenía el ritmo y la voz de un hombre negro, y la imagen de un actor de Hollywood. El single, que en su lado B llevó el tema Blue Moon of Kentucky, se convirtió en la piedra basal de la carrera del Rey del rock & roll: ya nada volvería a ser como antes para él, el futuro sería de gloria y ocaso.
La figura de Elvis rápidamente transcendió a la escena de Memphis: el promotor Colonel Tom Parker se hizo cargo de su carrera -y de su vida- y firmó un suculento contrato con el poderoso sello discográfico Victor RCA. Nació el Elvis que movía la pelvis en televisión y escandalizaba a una pacata sociedad estadounidense de posguerra; el Elvis de los temas bailables como Jailhouse Rock, All Shook Up, Houn Dog y Dont Be Cruel, que se contrastaba con el Elvis romántico de Love Me Tender y otras baladas que hacían delirar a las adolescentes.
En pleno suceso de su música, y de manera inesperada, surgió el Elvis patriótico. En 1958 se calzó el uniforme para hacer el servicio militar y así fue como viajó con el Ejército a Alemania. Durante su estadía en la base de Friedberg conoció a la joven Priscilla, de 14 años, quien siete años más tarde se convertiría en su esposa y, en 1968, le daría a su única hija: Lisa Marie. Pero a comienzos de los sesenta, tras su regreso a Estados Unidos, sobrevino el Elvis actor, que grabó infinidad de películas como G.I.Blues, Blue Hawai, Girls, Girls, Girls y Viva Las Vegas. Y llegó el momento del Elvis que se volvió poco comercial a fines de los sesenta, y el Elvis del regreso, enfundado en cueros y patrocinado por la NBC en su memorable Comeback 68.
A ese Elvis lo sucedió el de los setentas que se codeó con Richard Nixon; el de los casinos de Las Vegas; el que se separó de su esposa. También apareció el Elvis depresivo, desplazado por el mercado y las nuevas tendencias; el Elvis excéntrico y gordo, de las patillas prominentes. Ese Elvis decadente, para muchos fue una parodia de si mismo, pero para otros fue sólo un hombre tratando de sobrevivir.
Luego de su muerte su música siguió -sigue- vigente y en muchas partes del mundo, principalmente en Las Vegas, sus imitadores fluyen con absoluta naturalidad: hasta aquí, en la Argentina, tuvimos a nuestro último Elvis. A pesar del paso del tiempo, sus fans se siguen multiplicando, como su leyenda. El Rey del rock and roll que no morirá jamás. ¡Viva el Rey!
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