lunes, 25 de diciembre de 2017

La vida de An

Foto: Ximena Schleh
Su voz se esparce por toda la sala. Tiene tanta vida que casi se puede ver. Cada registro, cada inflexión y hasta sus silencios tienen una vibración especial. An Díaz anida en su anterior a una mujer negra curtida por el sufrimiento del trabajo duro, a una sobreviviente de desengaños amorosos, a una persona que atravesó los mares de la soledad en una balsa y pudo llegar a la orilla. Pero apenas tiene veintitantos y un futuro formidable. Con Between two worlds, su primer disco, encontró su verdadera voz, su espacio en ese ying y yang muslcal que conforman el blues y el gospel, sus dos pasiones.

Lo del viernes en el Club de Música fue más una celebración entre amigos que un show. En la primera parte, reprodujo todo el disco con algunas mínimas variaciones debido a las ausencias de Mariano D’Andrea y el brasileño Luciano Leães. Gabriel Grätzer se subió a tocar y cantar I’m gonna live (the life I sing about in my songs) y luego, con Dany De Vita en guitarra y coros, interpretó Any time you want. Después se sumaron Nico Raffetta, Mauro Ceriello y Gabriel Cabiaglia para I can’ quit you baby, en la que An, como cada vez que la canta, revoluciona las partículas elementales con la demoledora introducción vocal. La banda siguió para Keep on lovin’ me baby, con Nico Raffetta levantando vuelo desde el hammond y De Vita sacando unos solos aniquiladores. Tampoco estuvo Lee, que la acompaña con el rhodes en el track oculto del disco, aunque aquí An aprovechó para presentar el video clip de ese tema y de alguna manera lo hizo presente.

La segunda parte se la dedicó enteramente a Nina Sessions, el proyecto paralelo que lleva adelante con Anahí Fabiani. Casi como si fuera el living de su casa, An cantó con soltura y encanto media docena de clásicos que solía interpretar la legendaria Nina Simone. Empezó con Nobody's fault but mine y siguió con I love your lovin' ways, Exactly like you, I wish I knew how it would feel to be free y Four Women. Para el final volvió a invitar a la banda y cerró con Do I move you, aquí con Raffetta y Fabiani intercalando teclas desde el hammond y el piano.

En febrero de este año estuve con ella y Grätzer en Memphis y Mississippi. Uno de los lugares que conocimos fue Dockery Farms, donde nació el blues. Allí, mientras palpábamos la historia más profunda del género y escuchábamos la voz profunda de Charley Patton cantando Some summer day, An caminó hacia la ruta y se quedó mirando, emocionada, una iglesia que estaba a metros de la granja. Así llegó a sus dos mundos y cerró el círculo virtuoso. Dos días después lanzó el disco, el primero mas no el último. Y así lanzó también su carrera y su futuro. En definitiva, su vida.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Lanzamientos de acá y de un poco más allá

Gabriel Delta Band - Hobo. El nuevo proyecto musical de Gabriel Delta, radicado hace más de 15 años en Italia, es esencialmente acústico y el repertorio se mece entre composiciones propias, clásicos del blues y algunas sorpresas. El álbum abre con Newen, una balada con tintes folclóricos cantada en español que está en armonía con la filosofía de vida de su autor. Sigue con el tema que da nombre el álbum, Hobo, en el que arrasa con un slide fulminante mientras canta que va de pueblo en pueblo con su guitarra. Skyless angels es otra emocionante balada, aunque de raíz blusera, con la que Gabriel Delta transmite su mensaje espiritual. Después pone el foco sobre dos canciones tradicionales de Chicago, Big boss man y Little red rooster, que interpreta con mucha personalidad y son el sostén para algunos de los mejores solos del disco. Su versión de Queen bee, de Taj Mahal, le da un toque bucólico. Lo mismo sucede con Duerme negrito, una canción que popularizó Atahualpa Yupanqui, que Gabriel Delta considera un verdadero blues criollo. La otra sorpresa el disco es su versión voladora de Soulshine, la más bella canción que escribió Warren Haynes para los Allman Brothers. Acompañado por una notable banda de músicos italianos, Gabriel Delta grabó en vivo y sin mayores retoques este disco que resume su vida como músico.

Daniel De Vita, Netto Rockefeller y J.M. Carrasco - Third world guitars. “Guitarras del tercer mundo” es una propuesta completamente novedosa. Tres guitarristas de Argentina, Brasil y Chile se juntaron para grabar clásicos de las décadas del cincuenta y sesenta, y algunas canciones de rock, con la idea de compartir las experiencias musicales de esos tres países. El ambicioso proyecto se materializó en un disco excepcional. El sonido está muy bien logrado y la conjunción de las tres guitarras resultó magistral. De Vita, Rockefeller y Carrasco, además, alternan en voces y cada uno le imprime su sello distintivo. El trío está respaldado por una sección rítmica productiva y sustentable conformada por Gabriel Cabiaglia en batería y Diego García Montiveros en contrabajo. El álbum comienza con una versión novedosa de I’ll go crazy, de James Brown, y todo lo que sigue después desafía los estándares más convencionales, pero, aunque suene paradójico, respetando la tradición. El repertorio no tiene desperdicio: desde esas minúsculas y alucinantes interpretaciones latinoamericanas hasta los temas más rockeados como I only have love o Should I stay or should I go, pasando por You don’t love me, un blues denso y demoledor en el que desgarran las guitarras con un sentimiento descomunal. El álbum desafía tiempo y espacio, y asimila, de manera muy original, el concepto de patria grande.

Damián Duflós Blues Band - Can´t hold out much longer. Blues de Chicago en estado puro. Un verdadero tributo a la armónica y, en especial, a uno de sus máximos exponentes, Little Walter. Damián Duflós buscó un sonido que se emparente a como tocaban los músicos negros en la década del cincuenta. En las notas del CD aclara: “Grabar con un equipamiento digital vuelve frustrante la consecución del verdadero sonido de la vieja escuela, pero aun así el sonido general conseguido es bastante aceptable”. Su toque con la armónica es sublime y expeditivo, y su voz acompaña con prestancia. Lo respaldan Ezequiel Díaz Baruj en guitarra, Leonardo Toro en bajo y Vicente Iturbe en batería cinco piezas clásicas de Little Walter y una de Sonny Boy Williamson. Este álbum, que Duflós lo pensó inicialmente como un demo y lo grabó en el estudio Sonar, fue de lo último que hizo en Neuquén antes de mudarse a Esquel, donde terminó mezclar, editar y masterizar en el living de su nueva casa. Duflós es un verdadero referente del blues tradicional y uno los más activos en el sur del país, y este nuevo álbum se enrola en una tendencia: reproducir el viejo sonido del blues con el mayor sentimiento posible y respetando todos los parámetros estilísticos.

Tota Blues y Poyo Moya - Blues and more. Flavio Rigatozzo, Tota Blues, tenía ganas de hacer algo diferente, romper un poco el molde de los doce compases y los tres tonos, de apuntar con su música a un público diferente. Y para eso se alió con el pianista Poyo Moya, otro argentino como él radicado en Barcelona, para interpretar una docena de temas, entre los que hay clásicos y composiciones propias. El dúo de piano y armónica, una conjunción instrumental poco frecuente, fluye naturalmente. Tota canta en la mayoría de los temas y el Poyo se lanza en una aventura vocal en Trouble in mind. Tres invitados de lujo aportan variantes al repertorio. El histórico ladero de Tota, Martín Merino, mete un toque guitarra eléctrica en Blussi, un tema compuesto por el propio Tota. Eduardo Introncaso sopla su saxo en Hard to make a living, otro tema que lleva la firma de Flavio Rigatozzo, y el Chino Swingslide rasga las cuerdas de una Resophonic en Goodnight Irene. Una vez más, como en sus dos décadas como músico profesional, Tota vuelve a cumplir a puro blues.

domingo, 10 de diciembre de 2017

La voz


Su vida se apagó en un instante fatal hace 50 años, pero su voz y sus canciones traspasaron las fronteras y trascendieron al paso del tiempo.

Otis Redding tenía 26 años y un enorme futuro por delante cuando el bimotor Beechcraft H18 se estrelló en el lago Monona, en Wisconsin. En el accidente también murieron los miembros de su banda los Bar-Kays. Los últimos dos años de su vida fueron muy intensos. En 1966, viajó a Inglaterra donde deslumbró a los mismísimos Beatles y en otro viaje, a Los Ángeles, descolló en el Whisky A Go-Go ante la mirada atónita de Jim Morrison. Pero fue en el Monterey Pop Festival, en junio de 1967, cuando se coronó como el número 1 del soul. Su actuación fue tan contundente como las de Jimi Hendrix y Janis Joplin.

Fue después de esa presentación cuando se le abrieron las puertas de un nuevo público, el blanco, y, por consiguiente, de un nuevo mercado. Su nombre comenzó a ser requerido en todas partes y su voluminosa figura respondió a la demanda. Hasta entonces había grabado media docena de discos con canciones memorables como Cigarettes and coffee, Try a little tenderness, Shake, Mr. Pitiful y These arms of mine, y además versionó de manera sobrenatural algunos hits como Satisfaction, Respect, A change is gonna come y Knock on wood.

Su carrera como músico profesional duró cinco años. En ese lapso, creó sociedades musicales imponentes junto a Booker T & MG’s, a quienes había conocido casi por una vuelta del destino cuando acompañó a Johnny Jenkins a probar suerte a Memphis, y también con Carla Thomas, la hija del legendario Rufus Thomas, con quien grabó un súper éxito de 1967: Tramp.

Otis Redding fue el símbolo del soul sureño, su máxima expresión, la voz por excelencia del mítico sello Stax y una de las figuras indiscutibles del sonido de Memphis. Logró expresar sus emociones como poco cantantes en la historia de la música contemporánea. Al morir, aquél 10 de diciembre de 1967, su obra quedó inconclusa. Un año después, gracias al buen trabajo de Steve Cropper, fue editado el tema que suponía el comienzo de una nueva etapa en la vida musical de Otis Redding y no el final. (Sittin' on) The dock of the bay se convirtió en uno de los himnos de la década del 60, en una de esas canciones imprescindibles. Un tema al que todos aman y tararean. Y Otis lo seguirá cantando 50, 100 años más, porque la fuerza de su voz es inmortal.




martes, 28 de noviembre de 2017

Caxias do Blues (III)

Bob Stroger (Foto Guillermo Martínez)

“Algunas personas sienten la lluvia, otras solamente se mojan”

Bob Dylan 

El sábado amanece lluvioso y nada cambia a la hora del festival. Cae agua a borbotones y los refugios dentro del predio son los dos escenarios principales, el Hot Music Stage y los bares. Ir de un lugar a otro implica mojarse mucho. El Front Porch está a la intemperie, pero la gente se agrupa ahí cubriéndose con sus pilotos y paraguas. Bob Stroger, con sus 86 años, demuestra que no hay límites cuando uno ama lo que hace: se baja a cantar entre el público, mientras Rogelio Rugilo lo sigue con el paraguas. Blues en estado puro.

Big Gilson
En el Mojo Hand se presenta una leyenda del blues brasileño. Big Gilson -una mezcla de Pappo y Luis Salinas- toca un blues con frenesí rockero que levanta hasta los muertos. Gilson es un maestro del slide y en los dos primeros temas –Long way from home y I’m tore down- agita con largos solos. Luego interpreta temas en portugués de su último disco y algunos más viejos que el público conoce y acompaña cantando. Para cada canción tiene una viola distinta, desde una hermosa resonadora eléctrica hasta la clásica Strato. “Hace unos días estuve en Londres en un homenaje al rock y al blues británico. Y este tema está dedicado a una de mis máximas influencias, el señor Peter Green”, anunció antes de interpretar Albatross.

Los Mentidores
Me voy al DDI 54 porque allí están tocando Los Mentidores y quiero ver cómo, después de tanto agitar en los días previos, llevan adelante su show. El lugar está colapsado, no entra un alma y, como me imaginaba, Iván Gómez Singh hace su show. Canta Boom boom, Hoochie coochie man y Rock me baby, y la gente lo sigue. Fernando Ormeño toma el micrófono para Don’t you lie to me y la onda mentidora no decae. Busco un lugar más tranquilo y en un salón contiguo está Flavio Guimaraes dando una clínica. Está buenísimo todo lo que cuenta y da placer escuchar sus sutiles y breves interpretaciones tanto con armónicas cromáticas como con diatónicas. Cuando salgo para ir al Magnolia stage. Los Mentidores están terminando con Johnny B. Goode y la gente baila a su ritmo.

Andrea Dawson (Foto Daniela Xu)
Como toda Big Mama, Andrea Dawson tiene una silueta voluminosa y una voz extraordinaria. Comienza cantando Wang dang doodle mientras la gente se amontona en los pocos espacios que quedan a resguardo de la lluvia en el Magnolia stage. La cantante sigue con Tina-nina-nu y luego entrelaza Big boss man, Look over yonders wall y Dust my broom. La respalda la banda de Igor Prado, pero ¡sin Igor Prado! Rodrigo Mantovani y Yuri Prado llevan una rítmica sólida y rebosante de groove, Gonzalo Araya acompaña con prestancia en armónica y Nico Simi tiene la difícil tarea de reemplazar a Igor. Intenta emularlo con mucho reverb, pero para mi gusto se pasa un poco. Dawson sigue con un repertorio clásico de blues y soul: As the years go passing by, (Sitting on) The dock of the bay y I’d rather go blind.

Nico Smoljan & his Southern Jukes
Pasadas la 1 de la mañana la oferta musical todavía es muy intensa. Elijo ir a ver el segundo show de Nico Smoljan & his Southern Jukes. Allí está Nico, sobre el escenario, enfundado en un traje negro y luciendo una gorra que le hace juego. Javier Mozzi, Mauro Bonamico y Germán Pedraza también están muy prolijos. Se lanzan con un repertorio de la década del 50 y Nico hasta sopla el kazoo. Sin dudas, Nico Smoljan es todo un referente del blues argentino en Brasil y está muy bien que así sea. Se lo ganó con talento y mucho esfuerzo. Al cuarto o quinto tema invita a Flavio Guimaraes al escenario para que cante Bad boy y luego sube Greg Wilson y, así, abre la zapada que se extenderá hasta pasadas las 7 de la mañana.

A eso de las 3, le pongo punto final a mi presencia en el festival. Me voy del DDI 54 y veo que en el Mojo Hand todavía está tocando Ian Siegal y en el Magnolia Stage hay una banda que hace covers de los Allman Brothers que ni siquiera estaba anunciada. Me dejo llevar por el ritmo de Trouble no more y cierta nostalgia. Adiós Caxias, hasta la próxima.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Caxias do Blues (II)

J.J. Jackson (Foto Guillermo Martínez)
En el segundo día del festival, viernes, se nota un flujo mucho mayor de gente. Por donde el día anterior se podía caminar sin dificultad hoy es complicado. El primer show que voy a ver es el de Camila Dengo & Mamma Doo en el Magnolia stage. Camila es nativa de Caxias y una conocida de los porteños: tocó junto al Club del Jump en Buenos Aires en 2016 y hace unos pocos meses. Al frente de su propia banda brinda un recital muy entretenido y sensual. Su repertorio tiene blues y R&B de los cincuenta, pero con una puesta en escena technicolor. Ella tiene una voz magnífica que destella en temas como Bring it back home to me y Houndog. A modo de agradecimiento por sus viajes, invita a Alberto Burguez para que toque el piano en un tema.

J.J. Jackson y los Headcutters (Foto G.M.)
El anuncio de que está por comenzar el show más importante del día es estridente. En el escenario principal, y con un volumen fortísimo, asoma la silueta inconfundible de J.J. Jackson, un cantante, shouter, soulman y entertainer de primer nivel, Desde el minuto uno impone sus condiciones y hace delirar al público sostenido por el pulso preciso de los Headcutters. J.J. no se guarda nada y mezcla rock and roll, blues y soul. Comienza a toda máquina con Long tall Sally y sigue con Poor boy y Country girl, aquí con Freddy Muñoz en bajo en lugar de Catuto. Hay un intervalo a capella con I just call to say I love you, de Setvie Wonder, al que los Headcutters se suman más por profesionalismo que porque les atraiga el tema. Jackson invita a Luke de Held para unos solos picantes en C.C. Rider y se despide con una magnífica interpretación de Stand by me.

Big A Sherrod (Foto G.M)
En el Front Porch, ese escenario que recrea el Blue Front Café de Bentonia, está Big A Sherrod con la banda de argentinos que lo acompaña. A diferencia del día anterior, aquí sí suena a un juke joint del Mississippi. Pocas veces me tocó ver un show tan diferente de un mismo artista con tan pocas horas de diferencia. Sherrod realmente canta desde las entrañas y toca con una fuerza única. Mariano D’Andrea es el equilibrio de la sección rítmica y a Adrián Flores se lo nota concentrado y manteniendo siempre el tempo, mientras que Tomy Espósito allana el camino para los punteos voraces de Sherrod. Sobre el final, Sherrod los deja lucirse a D’Andrea y Espósito y largan unos solos que tenían contenidos. Flores no tiene el suyo, por el contrario, le deja la batería a Big A quien le da como si quisiera romperla.

Esta vez el repertorio de Sherrord es más crudo. Interpreta incendiarias versiones de Hoochie Coochie man y Baby what you want me to do. En esta última sube a un nene al escenario y lo hace tocar su guitarra. “Esto lo hago en Mississippi para tratar de que los chicos se interesen por la música y se alejen del delito”, dice. Sobre el final interpreta Five long years, inspirada en la demoledora versión de Buddy Guy,

Chris Jagger (Foto G.M.)
De vuelta en el escenario principal, la figura de Chris Jagger, acompañado por Charlie Hart y la banda de Cristina Crochemore, brinda una propuesta musical diferente. El hermano de Mick canta, toca la guitarra acústica y la armónica, mientras que su socio acompaña en acordeón o violín. Toda la primera parte tiene un feeling de country rock y hasta un poco del influjo del Bayou, “Vamos a tocar un viejo blues de Junior Wells”, anuncia un carismático Jagger antes de que Hart cante Snatch it back and hold it. Vuelven sobre su repertorio rockeado hasta que Jagger bromea: “Es un festival de blues y debería tocar uno antes de que venga la Policía del Blues”. Parece que esa grieta no es patrimonio argentino. Y Jagger cumple con un blues propio en el que recuerda sus años de juventud.

Blues Etilicos (Foto G.M)
Me doy una vuelta por el Folk Stage y está Bob Stroger en modo intimista. En el Front Porch, Ian Siegal canta Come in my kitchen mientras rasga las cuerdas de su guitarra resonadora. Más allá de nuevo en el escenario grande los Blues Etílicos, legendaria banda brasileña, muestra toda su chapa ante una multitud. Greg Wilson y Flavio Guimaraes se comen el escenario. La gente va de allá para acá con sus vasos plásticos alegóricos al festival cargados de cerveza IPA.

Xime Monzón Blues Band.
Ya de madrugada, el escenario de argentinos me convoca. Xime Monzón ofrece un show con mucha onda y excelente música. Acompañada por Tomy Espósito, Javier Mozzi, Mauro Bonamico y Germán Pedraza interpreta clásicos del blues soplando su armónica con ganas y desplegando todo su encanto. Con Javier Mozzi cantan una animadísima versión de I believe in music, de Louis Jordan y luego Mauro Bonamico demuestra que además de ser un gran bajista y director musical es un vocalista de la hostia. Su voz grave e intensa se doblega a todos con Eyesight to the blind. Ximena elige socializar la última parte de su show y convoca a una jam. Y así comienza un desfile de músicos y amigos: Nico Smoljan, Mariano D’Andrea, Freddy Muñoz, Ale Ravanello, Martín Burguez, Fernando Ormeño y Ariel Federico. Jes Condado, que poco antes había hecho un set souleado y minimalista en el mismo escenario, sube a cantar It hurts me too. El salón está desbordado de gente y Ximena convoca a sus músicos para el cierre con I feel good… pero falta algo más: Iván Singh esperaba con su guitarra colgada y no se la podía perder. El cierre es suyo con Let the good times roll.

Así es Caxias. Blues para todos y todas. Camaradería entre los músicos y espíritu de jam.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Caxias do Blues (I)

Escenario Mojo Hand (Foto gentileza Guillermo Martínez)
El blues en Caxias do Sul empieza cuando pisas el Mississppi Delta Blues Bar, una vieja casona restaurada como un auténtico blues bar estadounidense que revalorizó una zona de la ciudad que estaba a la deriva y que fue la piedra basal del festival más grande de América latina dedicado a esa música.

El evento, que celebra su décimo aniversario, se convirtió en una de las principales atracciones turísticas de la ciudad. Está montado sobre un viejo predio ferroviario lindero al bar y tiene siete escenarios. El Mojo Hand y el Magnolia son los más grandes. Luego hay dos más pequeños y acogedores: El Front Porch y el Folk Stage. Otros dos son los que están adentro de bares: uno es el del Mississippi y el otro está la lado y lo llamaron DDI 54 porque, por primera vez, está dedicado exclusivamente a músicos argentinos. El restante, el Hot Music stage, se ubica en medio de un patio de comidas y ahí suenan otros géneros musicales.

Ian Siegal y Alamo Leal
El miércoles por la tarde, en la víspera del festival, se realiza el lanzamiento de prensa que tiene al inglés Ian Siegal y al brasileño Alamo Leal como protagonistas. Tras una breve conferencia de prensa en el Mississippi Delta Blues Bar tocan tres temas: Hey Bo Diddley, Stop breakin’ down y How many more years. Por la noche, el lugar abre sus puertas a los primeros adelantados. Faltan 24 horas para el inicio del festival pero la gente quiere blues. Thunder Carlos es el encargado de recibir a los visitantes con su combo de blues tradicional del Delta. Solo con su guitarra Stella toca temas como Trouble in mind, Can’t be satisfied y Highway 61 blues y luego da paso a un set un poco más extendido que el de la tarde de Ian Siegal y Alamo Leal. El inglés muestra toda su versatilidad para interpretar distintos tipos de blues y góspel que entona con una voz profunda y cavernosa. La noche se cierra con una zapada, un clásico del lugar.

Día 1

El público comienza a ingresar cuando el sol todavía calienta la tarde. Hay decenas de puestos. Algunos de grandes marcas y otros que venden libros, cd’s, merchandising, artesanías. Pero los que más abundan son los de comida y, claro está, los de cerveza artesanal. Empieza el peregrinaje por los escenarios. En el DDI 54 está tocando Hernán González, un argentino que vive en Porto Alegre y con su trío eligió un repertorio con varios covers de los Ratones Paranoicos y Pappo. En el Magnolia suena el power trío de Dani Ela y en el Front Porch Thunder Carlos entretiene a unas pocas personas con su sonido del Delta.

Bob Stroger (Foto G.M.)
El primer show fuerte empieza a las 20:00. The Juke Joint Band, de Toyo Bagoso, el organizador del evento, dispara buenas versiones de Old love, Strange brew, Gimme all your lovin’ y Some kind of wonderful. La primera gran ovación del festival llega cuando invitan a Bob Stroger a cantar Let the good times roll. La relación entre el legendario bajista de Howlin' Wolf y el público local es muy cálida. "Es bueno estar otra vez en casa", dice él.

La marea de gente va de acá para allá. Es tiempo de ocupar un lugar en el bar porque se vienen los Headcutters junto a Bob Stroger. El viejo Bob pasa de un gran escenario a una pequeña tarima. La energía y las ganas que le pone para cantar son las mismas. “Me llaman Bob Stroger, pero mi verdadero nombre es Blues”, anuncia en medio de los aplausos. Los Hadcutters arremeten con su sonido vintage y el viejo Bob canta Bad boy.

Big A Sherrod (Foto G:M)
Otra vez de regreso en el Mojo Hand stage. Es tiempo del blues de Clarksdale con Anthony “Big A” Sherrod. Me habían anticipado que su show era 100% blues de juke joint, pero aquí me encuentro con una presentación for export. Sherrod es muy carismático y sabe como entretener al público. Puntea con la boca, tirado en el piso y se baja a tocar entre la gente. El repertorio incluye Every day I have the blues, Cold cold feeling, Got my mojo working, Catfish blues y dos de Howlin’ Wolf: Killing floor y Smokestack lightinin’. Lo acompañan Tomy Espósito (guitarra), Mariano D’Andrea (bajo) y Adrián Flores (batería), quien no puede contener su verborragia y más de una vez impone su vozarrón para presentar a Big A. El sonido es tan fuerte que al salir de allí los tímpanos piden piedad.

Martín Burguez y Freddie Muñoz.
Vuelvo al DDI 54 porque está por empezar el show de Martín Burguez. Lo acompaña su hermano Alberto en teclados, Germán Pedraza en batería y el chileno Freddy Muñoz en bajo. Suenan todos muy ajustados y con ganas. Hacen dos sets de una hora cada uno y tocan temas del Club del Jump, Freddie King, Ray Charles y clásicos como Caldonia y T-Bone shuffle. La gente circula y baila. Martín Burguez toma nota y le pone un poco de rock and roll clásico a la velada con Lucille de Little Richard y boogie woogie cuando invita al escenario al tecladista Luciano Leães. Es un festival y todos quieren divertirse.

Entrada la madrugada, el Mississippi es el último bastión que queda en pie. La jam empieza con los Headcutters, luego suben Nico Smoljan, Javier Mozzi y Mauro Bonamico. Aparece Iván Singh y termina tocando su viola arriba de una mesa ante la mirada atónita de Alamo Leal. Son casi las 4 de la mañana cuando Ian Siegal y Decio Caetano en guitarras, respaldados por Catuto, de los Headcutters, en contrabajo y Germán Pedraza en batería, disputan un duelo de pesos pesados. Es blues en estado puro.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Un viaje con Jagger


Los hinchas de Lanús coparon el Aeroparque. Estaban exaltados con el partido de ida de la finalísima de la Copa Libertadores. Mientras cantaban sus canciones de cancha y revoleaban sus camisetas, los turistas los filmaban y les sacaban fotos. Entre ellos estaba un sesentón canoso, que llevaba un sombrero texano, camisa a cuadros, jeans y usaba unos anteojos de sol redondos como los que inmortalizó John Lennon. Ninguno de esos hinchas se dio cuenta de que estaban frente al hermano de Mick Jagger.

Chris Jagger abordó el vuelo 1230 de Aerolíneas Argentinas rumbo a Porto Alegre. Lo acompañaba Charlie Hart, el músico que toca con él; el legendario Bob Stroger y su señora; y el productor Rogelio Rugilo. Recién arriba del avión Jagger intercambió algunos saludos con Los Mentidores, la banda que anima la escena del blues cordobés. Todos tenían el mismo destino: el festival de blues de Caxias do Sul.

Me ubiqué un par de asientos detrás de Jagger, a quien Rogelio me presentó cuando hacíamos la fila para abordar, y noté que apenas se sacó los auriculares Sony durante el viaje. Al llegar a Porto Alegre, recogimos nuestro equipaje y Jagger mostró su buen humor cuando empezó a cargar a Iván Gómez Singh porque tenía una valija rosa chicle.

Afuera nos esperaba su manager, una morena brasileña muy locuaz, y el chofer de la combi que nos llevaría a Caxias. Jagger se desplomó en el asiento trasero del vehículo y yo me senté a su lado. Se sacó los zapatos y acomodó las piernas entre la ventanilla y el respaldo del asiento que tenía adelante, en el que se ubicó Hart. Me empezó a hablar de fútbol. Estaba sorprendido con los cánticos de los hinchas de Lanús. “Cuando era joven seguía mucho al Tottenham, pero ahora no miro mucho fútbol. Tienen un entrenador uruguayo”, me dijo y enseguida lo corregí. Mauricio Pochettino es tan argentino como el asado.

Traté de llevar la charla hacia la música. Me contó que prefiere tocar solo con Charlie Hart o con su banda y que le cuesta hacerlo con músicos que no conoce. “Si no hay muchos ensayos previos las cosas no salen bien”, dijo. La noche del lunes, Hart y él habían ido al programa de tevé NET, que conduce Germán Paoloski, y les sumaron una sección rítmica comandada por el Zorrito Von Quintiero “Es un muy buen bajista, pero el baterista no me gustó”, sentenció el hermano menor del líder de los Stones. “Es difícil tocar y después dar una entrevista. Tengo el cerebro compartimentado y pasar del modo musical al modo hablado me resulta complicado”, agregó.

Paramos a mitad de camino para comer algo y estirar las piernas. Jagger devoró unos bolinhos que se veían tentadores pero poco saludables. Al verlo comer en ese parador rutero pensé en la vida diametralmente opuesta que tiene a la de su glamoroso hermano a pesar de que se dedican a lo mismo. Seguimos viaje y si alguno de los pasajeros pensó que podría dormir estaba muy equivocado. Jagger no paró de hablar y hacer preguntas. “¿Cómo se llama esta región de Brasil?”, “¿Hablan portugués en otros países de América?”, “¿Cuál es la inflación de Argentina?”, “¿Qué pasó con Mugabe en Zimbabwe?”.

Se comió medio paquete de Mentos mientras teorizaba sobre las similitudes geológicas de Brasil y África, o elogiaba las rutas de Australia. A medida que nos fuimos adentrando en los morros, el andar de la combi se volvió brusco. Empezamos a subir y Jagger sentenció: “El único camino es hacia arriba” y se puso a cantar a capella Learning to fly, de Tom Petty. Había activado el modo musical: siguió con Up on cripple creek, de The Band, y una más que no reconocí. Los otros pasajeros parecían ignorarlo. Ya ni Charlie Hart, que le había seguido el tranco de la conversación, se sumó a su fogón imaginario.

“¿Cuánto falta?”, preguntó cuando ya casi llegábamos. Parecía aburrido y empezó a bostezar con ganas.

El paisaje selvático se transformó en urbano. Habíamos llegado. “Necesito comprar cuerdas para mi guitarra”, le dijo a su manager cuando pasamos por la puerta de una casa de música en una avenida no identificable de Caxias. “Después, Chris”, le respondió ella. Y él se quejó por que no sabría cómo regresar a ese lugar.

Llegamos a su hotel, el Personal, e ingresó con mucha dificultad su equipaje por la puerta giratoria cuando tenía una puerta común al lado. Volvió a salir y cuando se dio cuenta de que yo iba a otro hotel se despidió cortésmente. “Nos vemos en el festival”.


lunes, 13 de noviembre de 2017

El legado de Mr. Wilson


Kim Wilson hizo a un lado el sonido más moderno y marcadamente souleado de los últimos discos con los Fabulous Thunderbirds para volver a las fuentes. Hacía 11 años que no editaba un álbum solista y para hacerlo viajó en el tiempo, hacia la década del cincuenta, con una notable selección de músicos.

Blues and boogie fue grabado en vivo y en mono en California durante los últimos dos años. En ese lapso, el cantante y armoniquista tuvo que sobreponerse a la muerte de dos sus camaradas -el pianista Barrelhouse Chuck (10 de julio de 1958 / 12 de diciembre de 2016) y el baterista Richard Innes (9 de abril de 1948 / 26 de marzo de 2015)- que venían trabajando activamente con él. El resto de los músicos que lo acompañaron fueron los guitrristas Billy Flynn, Big John Atkinson, Nathan James y Bob Welsh; el ex bajista de Canned Heat, Larry Taylor; y el baterista Marty Dotson que ocupó el lugar que dejó vacío Innes.

“Quiero que todos los fans del verdadero blues sepan el amor que le puse a este proyecto. Estuve grabando muchos temas durante un par de años y ahora es el momento de presentarlos. Dos grandes músicos murieron en el camino y entre sus sueños estaba ver este disco terminado. Así que aquí está, el primero de muchos por venir”, escribió Wilson en las notas del CD.

El álbum tiene 16 temas: cuatro fueron compuestos por Wilson y los restantes son covers de los grandes maestros del blues de Chicago: Blue and lonesome y Teenage beat, de Little Walter; Ninety nine y From the bottom, de Sonny Boy Williamson II; You upset my mind, de Jimmy Reed; Look watcha done, de Magic Sam; y los clásicos Worried life blues y Mean old Frisco, entre otros.

Wilson abrió el arcón de sus recuerdos musicales. Se reencontró con el viejo blues y sumó a su proyecto a músicos acordes para la ocasión, muchos de los que conforman la cofradía del blues retro de San José. Un solo de armónica, una guitarra con slide, el canto profundo de You’re the one o la rítmica marcando unos tiempos de antaño son algunas de las características esenciales de este extraordinario álbum.

En palabras de Wilson: “Le dedico este CD a mi gran hermano James Cotton. Él siempre fue una gran inspiración y un querido amigo. Cuando era un chico, la pasaba muy bien escuchando a los maestros del blues y nunca me imaginé que viviría en un mundo sin ellos. Cada vez que abro la boca para cantar o tocar la armónica, lo hago por ellos. Hay cientos de temas grabados y sigo haciéndolo. Realmente creo que este es el momento en el que tengo que empezar a dejar mi legado. Nunca lo podría haber hecho sin mi familia de maestros que inventaron esta música y los músicos que están en este CD”.


martes, 7 de noviembre de 2017

El maestro y su discípulo


El alumno y el maestro, juntos por primera vez. Leo Parra Castillo y Gabriel Grätzer llevaron el country blues al corazón de Palermo. Fue el lunes por la noche, ante una buena cantidad de gente que llegó hasta el bar Sheldon para escuchar a estos dos notables exponentes de un género que hace décadas trascendió las fronteras de los ríos Mississippi y Yazoo.

Leo Parra Castillo es, probablemente, uno de los mejores cantantes de blues del momento y un intérprete visceral y talentoso. En algún punto él va descubriendo y puliendo su estilo a medida que nosotros lo vamos conociendo a él. Y Grätzer ya lleva 25 años, ¡un cuarto de siglo!, tocando esos viejos blues rurales de Tommy Johnson y Memphis Minnie, que le confieren una autoridad indiscutible.

La noche comenzó con Parra Castillo calentando las cuerdas de su guitarra con una hipnótica versión instrumental de Hill stomp, de Robert Belfour. Y después se lanzó a capella con Grinnin’ in your face, que empalmó, ya con la guitarra, con Death letter, ambas de Son House. Como un buen storyteller contó la historia de las cartas de muerte y la de ese tema en particular. Y a continuación siguió con Special rider blues, de Skip James, que también menciona una carta: “I got a letter / An how do you reck'in it read? / You better hur' up an come home / Because yo' special rider, she's dead”. Y del Missippi más profundo pasó a Hear my train a comin', de Jimi Hendrix, e hizo un análisis de cómo una lesión en el tobillo del guitarrista, durante su paso por el Ejército, cambió la historia del rock para siempre. Para el cierre se guardó altas dosis de Hill country blues con See my jumper hanging on the line, de R.L. Burnside.

Y el alumno dio paso al maestro. Grätzer arrancó con Pick poor robin clean, un antiguo ragtime blues, en modo instrumental. Y, al igual que Parra Castillo, para calentar las cuerdas vocales, brindó una versión a capella de Cornfield howler. Tras esa introducción Grätzer desplegó lo más clásico de su repertorio: Maggie Campbell blues (Tommy Jonson), Harbor of love (Stanley Brothers), Stack O Lee (Mississippi John Hurt), Black rat (Memphis Minnie) y Highway 49. Y entonces se produjo el encuentro trascendental en el que el maestro presentó con orgullo a su discípulo, y éste agradeció con emoción a su mentor. Juntos tocaron Canned heat blues/Big road blues, cantando a dúo, y se despidieron con Night time is the right time.

Y así se fue otro Blue Monday de Bluscavidas, con los sonidos del campo en plena ciudad y con el traspaso simbólico de la antorcha del blues más tradicional.

viernes, 27 de octubre de 2017

Blues antiestrés


No hay dudas de que Nathan James es californiano. Viste y canta como tal. A eso le imprime altas dosis de blues con su guitarra eléctrica hecha -por él mismo- con una tabla de lavar la ropa. El sonido se balancea entre el west coast, el country blues y ritmos de Nueva Orleans, y por momentos le agrega toques de góspel y folk. La música suena libre, sin ataduras, y muy meoldiosa. Es como un paseo relajado por Sunset Boulevard una tarde de verano. El show de Nathan James, en el Conventillo Cultural Abasto, resulta ser una efectiva terapia antiestrés.

Nathan James construyó su carrera amparado por dos grandes armoniquistas, James Harman y Kim Wilson, y tal vez por eso asume el show como uno más de la banda que conforman Daniel De Vita, Mariano D’Andrea y Pato Raffo. Sus solos no son extensos sino más bien ajustados y precisos. Pero cuando pela lo hace con ganas. Su voz recuerda por momentos a la de Eric Lindell y por otros a la John Mooney, pero a medida que avanza se nota que no hay imposturas vocales sino más bien una voz propia y natural.

Comienza con I found my peace of mind, una especie de manifiesto en el que sostiene que “ya no tiene que preocuparse más” La banda lo sigue con un ritmo holgado, una de las especialidades de la yunta D’Andrea-Raffo. De Vita larga un solo y así plantea un diálogo continuo que se extenderá por el resto del show.

La versatilidad de James se manifiesta también en su repertorio. Se luce con una extraordinaria versión de Teach me how to love you, de Bobby Bland, y nos lleva a lo más profundo de la tradición de Nueva Orleans con If I let you get away with it once (You'll do It all of the time), en la que sopla un kazoo y utiliza unos dedales para percutir sobre la tabla de lavar, mientras De Vita se anima a unos polémicos pasos de baile. También toca Is it too late e In the news today (está última una crítica al triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos), dos canciones de su flamante álbum, What I believe.

El público está relajado y disfruta. El mensaje de Nathan James llega sin interferencias. Se toma poco más de diez minutos para descansar y tomar una cerveza, y vuelve al escenario recargado. Canta Tryin' to get along with myself, un tema con ribetes góspel con el que muestra toda su soltura vocal y luego invita a An Díaz que, como ya es su costumbre, se adueña de cada rincón del Conventillo con una interpretación vocal demoledora de la extraña Celestial blues de Andy Bey. Para el final, Nathan James toma un slide y lo desliza con ganas en Silent treatment, tal vez la versión marcadamente más blusera de toda la noche, que incluye magníficos solos de cada uno de los miembros de la banda. A pedido del público vuelven para una más y, como ya no tiempo para escapar del blues, se despachan una la ardiente Whole lotta love de B.B. King.

Nathan James mostró una variante del blues no muy explorada por estos pagos. Un blues relajado, contra el estrés, que combina muchos elementos tradicionales del género, creatividad y soltura.

martes, 24 de octubre de 2017

Mundo íntimo


Siete años tardó Nacho Ladisa en encontrar su voz interior y así terminar de darle forma a algunas viejas canciones que llevaba adentro. En ese lapso, editó su primer álbum de covers de blues de Chicago, un paso necesario para familiarizarse con un estudio de grabación y rendir homenaje a sus maestros. Pero siempre tuvo el deseo de salir de esa zona de confort en la que el intérprete se siente seguro. Quería que sus canciones cobraran vida y rompieran las barreras de su mundo íntimo. Y finalmente hizo lo que los Easy Babies pregonan: grabó un disco de blues en español sin usar la palabra nena.

Un mundo que romper es un disco de blues con muchas variantes y matices que se manifiestan en un repertorio muy colorido. En cuanto a lo musical es como si Nacho, de un disco a otro, hubiese viajado de Chicago a Memphis. Las letras en español están muy trabajadas y encajan sin necesidad de fórceps en los temas más bluseados y también en los que tienen una impronta más soulera. Si en el primer álbum el desafío fue entrar al estudio y grabar de una, aquí fue armarse de paciencia para convivir con una larga y meditada preproducción.

El primer tema, Mi propia inspiración, es un blues que nos recuerda a Howlin’ Wolf, en el que la armónica de Andrés Fraga sobresale con intensidad y a letra hace las veces de preámbulo del disco: “Voy a retomar mi camino sin pensar / nada ni nadie me pueden dar / alguna fuerza que me ayude a expresar / si siento algo lo tengo que contar / una vez más quiero intentar creer que puedo ser mi propia inspiración”.

Te vuelvo a encontrar comienza con un punteo nacido del riñón de Albert King y Nacho le canta los desencuentros con una mujer con el groove fulminante del hammond de Gonzalo Ros de fondo. Sigue con La distancia, una balada soulera en la que el canto de Nacho no termina de acomodarse a un tema que pide una voz femenina. Rápidamente vuelve a su ritmo con Para no volver atrás, un tema que recuerda al sonido de John Nemeth. Con La frontera Nacho sigue respirando el aire de Memphis y desenfunda uno de los solos más efectivos y punzantes de todo el álbum. En la balada Las canciones de los dos revive el sonido de Guitar Slim y se acomoda mejor que en la otra desde lo vocal. La armónica de Andrés Fraga vuelve al primer plano en Desierto de sal y su espíritu campestre irrumpe en la extraordinaria Sin preguntarme a dónde ir, acompañado por Roberto Porzio en cigar box guitar y Julio Fabiani en banjo.

Hasta ahí, son todas composiciones originales. Para el final se reserva dos temas de amigos, tal vez los más tradicionales de todo el disco. El primero es La noche no termina, que escribió hace tiempo junto al armoniquista Pablo Brotzman; y Mi escape es el blues, una composición de Martín Merino (guitarrista de Tota Blues), en la que arrasa con el slide en compañía de una armónica sagaz y un piano de barrelhouse. La banda se completa con Adrian Barreiro en batería, Guido David en bajo y Brian Figueroa en guitarra, y la producción artística estuvo a cargo de Julio Fabiani.

“Mi búsqueda con este disco era hacer blues en español, pero no solamente blues con la estructura de 12 compases sino algo más… tratar de acercarme al sonido de B.B. King, Robert Cray y Albert King”, me dijo Nacho Ladisa en una entrevista para Bluscavidas.

Un mundo que romper es un ejemplo claro de cómo el blues en español puede deshacerse de los clichés idiomáticos y los 12 compases sin alterar la esencia misma del género.

jueves, 19 de octubre de 2017

Como en casa


Jimmy Burns está sentado en una banqueta con respaldo. Toma su guitarra y larga las primeras notas. El Club del Jump se toma un segundo y lo sigue. Jimmy canta Shake for me y el comienzo tiene tanto de blues de Chicago como su currículum lo indica.

No hay mucha gente en el Be Bop, pero a Jimmy no le importa. Hace una semana le pregunté en la radio si había alguna diferencia entre tocar para unas pocas personas en un bar o ante una multitud en un festival. Respondió que para él era lo mismo porque el sentimiento por el blues no se altera. Y es cierto. Hace unos años lo vi en Rosa’s ante un puñado de personas y su show fue tan intenso como cuando tocó aquí ante una Trastienda abarrotada.

El show sigue con Miss Annie Lou. Martín Burguez comienza a soltarse con unos solos lacerantes y Jimmy canta con una pasión conmovedora. “Ahora quiero rendir homenaje a todos los grandes maestros que me influenciaron. Ustedes dirán que Jimmy Burns tiene una voz, pero esa voz no es otra que la que adquirí escuchando a los músicos que me precedieron”, dice con convicción. Con un gesto sutil le indica a la banda como seguir y se sumergen en un extenso medley que incluye Everyday I have the blues y I’d rather drink muddy wáter, en el que Alberto Burguez aporta su primer solo al piano.

Jimmy encara uno de sus clásicos, tal vez el mejor tema que haya escrito, Leaving here walking, y demuestra que, como Gardel, cada día canta mejor. Cuando termina la canción, Martín Burguez le murmura algo al oído, Jimmy asiente y lo invitan a Gabriel Cabiaglia a que ocupe el lugar de Gonzalo Rodríguez en la batería. Jimmy vira hacia el soul, primero con una que sabemos todos, Stand by me, y después con No consideration, que se la dedica con mucha galantería a una chica del público que cumple años. Todos los temas son largos, con extensos solos, más que nada de las guitarras y también algunos del piano. Sobre el final, Rodríguez vuelve a la batería y Jimmy se despacha con Stop the train con el groove imponente del bajo de Christian Morana.

La banda deja el escenario y Jimmy se queda solo, sentado sobre la banqueta, para una despedida mucho más íntima en la que demuestra que para ser un auténtico músico de blues no hace falta solo tocar clásicos y temas de 12 compases. Primero interpreta Cold as ice, el tema de Foreigner que él se apropió hace unos años y lo reconvirtió a su manera. Y se despide con Rainy night in Georgia, de Tony Joe White, con un acompañamiento mínimo de guitarra dejando todo el peso de la canción sobre su extraordinaria voz.

El público se va y la sala del Be Bop se va quedando vacía. Jimmy saluda a todos los que se le acercan y muda su cuerpo cansado a una de las mesas. Le acercan una cerveza y la saborea con ganas. Acomoda su sombrero y sonríe. Se siente bien… como en casa.

jueves, 12 de octubre de 2017

Diez años después


Matías Cipiliano tardó diez años en volver a grabar un disco. De aquél álbum debut a este Plug & go! han pasado muchas cosas en la vida del guitarrista, pero el sentimiento y el feeling por el buen blues siguen siendo el mismo. Su nuevo trabajo es un ejemplo de cómo el estilo de la Costa Oeste y el Jump blues deben interpretarse. El álbum fue grabado en vivo en dos sesiones realizadas en 2014 y 2016, y contó con la magia en la consola de Daniel De Vita y la participación de músicos de relieve que supieron acomodarse muy bien a lo que Cipiliano buscaba.

El instrumental GianpaMat jump, cargado de un poderoso swing es la puerta de entrada al maravilloso sonido de Plug & go! Sigue con un tributo a T-Bone Walter: una notable versión de You don’t love, en la que se destaca una gran performance vocal de Javier Goffman. El Ciego vuelve a sobresalir en Why should I feel so bad, de Sugar Ray Norcia, mientras que Cipiliano escribe con sus punteos un manifiesto del West Coast blues. La armónica de Nicolás Smoljan corre el velo del blues de Chicago para Need my baby, de Walter Horton, y luego Cipiliano reversiona, muy a su estilo, Diamonds at your feet, de Muddy Waters.

El guitarrista arremete con una animada versión de Lonesome train, de Eddie “Cleanhed” Vinson, y luego se codea con un standard de jazz como Exactly like you. A Idle moments, de Grant Green, le imprime cierta melancolía porteña logrando una interpretación sublime. Para el final, An Díaz se luce cantando Just your fool, de Little Walter, y luego, la banda se despide con You never can tell , en modo instrumental.

Además del talento innato de Cipiliano y el buen gusto de sus arreglos, la solidez de la sección rítmica, integrada por Mauro Ceriello y Damiàn “Hueso” Casanova, aporta la combustión justa para que la maquinaria funcione a la perfección, mientras que Tavo Doreste, desde el piano, se encarga de decorar con notas excelsas esos pequeños espacios que van quedando vacíos. En You don’t love y Just your fool acompañan las Fisu Horns, que aportan un groove demoledor y que ahora sirven también para recordar al entrañable Fisu Azpiazu.

Plug & Go! captura la esencia de un músico auténtico y además refleja la coherencia de un artista que lleva más de dos décadas animando la escena blusera local.


martes, 3 de octubre de 2017

Corazón partido


"Algunos dicen que la vida te pegará fuerte, romperá tu corazón, robará tu corona / Así que he salido a Dios sabe dónde, supongo que lo sabré cuando llegue allí / Estoy aprendiendo a volar, alrededor de las nubes".

La muerte de Tom Petty, como la de Gregg Allman hace unos meses, será muy difícil de sobrellevar. Con él se va buena parte de la historia del mejor rock clásico. Fue un artista que supo combinar la fuerza e intensidad del garage rock con unas letras mágicas, un Dylan rubio, genuino, eterno.

No me acuerdo cuándo descubrí a Tom Petty. Tal vez porque estuvo siempre ahí. Sus canciones flotaban en mi cabeza. Sí recuerdo cuando me volví loco con él. Fue en 1994 con el video de Mary Jane’s last dance, con Kim Bassinger en su apogeo y haciendo ¡de muerta! El clip era hermoso y perturbador, igual que la canción. El solo de armónica y el estribillo que dura para siempre todavía repiquetean en mí cabeza. Y fui corriendo a comprarme Greatest hits, probablemente uno de los mejores grandes éxitos de todos los tiempos. Y ahí estaba ese tema, con la mano de Rick Rubin, y también todos los otros que, aislados, escuchaba desde hacía tiempo: Learning to fly, Free fallin’, Refugee, I wont back down y American girl. Así uní las piezas del rompecabezas.

Enseguida comprobé que también era el mismo de Into the great wide open, otro video memorable de la época dorada de MTV, que protagonizaban Johnny Deep y Faye Dunaway. Y sí el cielo era el límite. Pero había más, mucho más. Tom Petty era como una cebolla. Pelabas las capas y aparecía una nueva sorpresa. Y ahí estaba él, con su cabellera rubia junto a Bob Dylan, Roy Orbison, George Harrison y Jeff Lynne. Charlie T. Wilbury, Jr. era una estrella más dentro de esa constelación llamada Traveling Wilburys. Brillaba por su talento, que se amalgamaba con el de los históricos que lo rodeaban. Me mandé en una carrera desenfrenada para conseguir los dos discos de la súper banda, en una época en la que había tener mucha paciencia para conseguir las figuritas difíciles.

Dos años después, en 1996, me sentí identificado, por primera y única vez, con Tom Cruise, en la escena en la que Jerry Maguire canta con muchas ganas Free fallin’ mientras maneja. A partir de ese momento ya no habría vuelta atrás. Me compré tres de sus viejos discos, Full moon fever, Damn the torpedoes y Wildflowers, y los que fueron saliendo en adelante: Echo, The last DJ y Highway companion. En 2010, algo más fuerte todavía me unió a Petty: Mojo, su álbum dedicado al blues. Ahí estaba con su voz nasal y el sonido de su guitarra, combinada con la de su histórico ladero Mike Campbell, aproximándose al sonido de Chess pero con sus propias canciones.

En 2012, viajé al sur de los Estados Unidos para recorrer los caminos del blues: de Nueva Orleans a Memphis por el Mississippi profundo. Pero un anuncio me desvío de la ruta. Tom Petty se presentaba en Little Rock Arkansas. El sábado 21 de abril amanecí sintiéndome mal. El exceso de cerveza y costillas de cerdo de la noche anterior en un bar de Beale Street estaban haciendo justicia por mano propia. Me compré un té frío, unas galletitas de agua y manejé los 300 kilómetros que separan a Memphis de la ciudad de Bill Clinton. Me alojé en un motel sobre la ruta en las afueras de la ciudad y fui directamente al Verizon Arena. Recuerdo como me cayeron las lágrimas cuando cantó Free fallin’, las mismas que ahora vuelven con la noticia de su muerte. 

Dentro de dos semanas iba a cumplir 67 años. Había terminado una gira por California y tenía dos shows programados para noviembre en Nueva York. Nada hacía pensar que su vida estaba por extinguirse. Un infarto lo sorprendió en su casa de Malibú y luego los medios, con informaciones contradictorias y muy poca rigurosidad, generaron dudas y aumentaron el dolor por algo que ya era inapelable. El líder de los Heartbreakers nos dejó para siempre con el corazón partido. Se fue a volar sin alas, allá… entre las nubes.