La mejor obra conceptual de la historia del rock superó el paso del tiempo. The Wall tiene tres etapas muy marcadas: su exitoso lanzamiento como disco doble y película, en 1979; el histórico concierto de 1990 en Berlín, con músicos de fuste como Van Morrison, Eric Clapton, Joni Mitchell y The Band; y esta gira mundial imponente que combina todo el talento de Roger Waters con un montaje excepcional. No hay en el mundo otro concierto como este, en el que lo visual juega un papel fundamental como cada una de las canciones que relatan la historia de una estrella de rock mutilada emocionalmente.
Ya se habló mucho por estos días de la puesta en escena y el rol clave de la tecnología. Pero una cosa es leer sobre eso y la otra es verla. Con cada tema estalla un juego de efectos diferente: imágenes que se superponen sobre el muro o la pantalla circular; el muro que se va armando ladrillo a ladrillo; muñecos gigantes que se descuelgan de la parte superior del escenario; un pequeño avión que atraviesa el estadio de punta a punta y derriba parte del muro; el cerdo gigante que sobrevuela a la gente con leyendas que cuestionan al capitalismo y a los gobiernos; fuegos artificiales que explotan en el inicio; y el sonido surround que es sencillamente formidable.
La lista de canciones no presenta sorpresas. Se trata de una obra en el que el orden tiene un sentido claro, de relato. En muchos de los temas casi no hay variaciones, aunque Waters se permite algunos cambios. El más significativo es el final de Another brick in the wall part II: cuando los chicos abandonan el escenario, la canción termina relajada y más melódica, con Waters tocando la guitarra acústica. Pero no me quiero olvidar del soberbio saxo del comienzo, describiendo círculos sonoros en el aire, antes de que empiece la descarga feroz de In the flesh. Entonces, unos cuantos fuegos de artificio iluminan en el escenario y decretan que el show ha comenzado.
Roger Waters dedica el concierto a las Madres de Plaza de Mayo y a Ernesto Sábato. “Nunca más víctimas del terrorismo de Estado”, dice en un español forzado. Esas palabras las pronuncia en el mismo estadio en el que hace 34 años el genocida Jorge Rafael Videla gritaba los goles del “Matador” Kempes. Curioso: cuando eso pasaba Pink Floyd escribía The Wall. La política se cuela a cada momento, está inmiscuida en la historia. En Mother, Roger Waters pregunta “¿Debería confiar en el gobierno?”, algunos pocos silbidos se escuchan en la inmensidad del estadio. No es como dijo Clarín que se generaba una silbatina generalizada. Ya se sabe: Clarín miente.
También en Mother, se produce un puente atemporal, en el que Waters canta a dúo con él mismo allá lejos en el tiempo. Sobre la pantalla aparece un “fucked up Roger”, como él dice, en un video que fue grabado en 1978 en el barrio londinense de Earl’s Court. Al Roger de antes se lo ve drogado y más glam.
Este es el octavo de los nueve shows porteños. El estadio está repleto y el público recién se pone de pie con el comienzo de Comfortably numb y, sobre el final, con Run like Hell. Otro momento fabuloso es el video de The Trial, que combina parte de la animación original de la película con nuevos agregados, que se proyectan en el muro y dejan con la boca abierta a más de uno.
Creo que la única imperfección del show es la falta de David Gilmour. Imagínense que para reemplazarlo Waters tuvo que reclutar a dos excelentes guitarristas de blues –Snowy White y G.E. Smith-, otro violero con un sonido más potente -Dave Kilminster- y un cantante -Robbie Wyckoff-. A ellos se suman la sobria y obediente base rítmica, dos tecladistas –uno de ellos es su hijo Harry- y un grupo coral, que se destaca cuando entonan, casi como una plegaria góspel, The show must go on.
En el estadio Antonio Vespucio Liberti de Núñez hubo grandes gestas deportivas y conciertos de rock memorables. Pero que me perdonen los hinchas de River y los fanáticos de los Stones, U2, AC/DC y Paul McCartney, creo que recién ayer, finalmente, un show justificó el nombre con el que todos lo conocen: Monumental.
2 comentarios:
fui anoche y, tal vez haya sido por verlo desde la popular, pero el concierto me pareció fascinante desde lo tecno-visual y el sonido pero corto en lo musical, no me conmovió. Como decís, Gilmour es insustituible. Y eso es mucho, tal vez demasiado.
fue el mejor show que vi en mi vida. Un sueño hecho realidad.
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