miércoles, 29 de febrero de 2012

Lanzamientos de blues x 3

Heritage Blues Orchestra – And still I rise. Es un álbum debut formidable. Me atrevo a decir que más que un disco es un libro abierto sobre la historia del blues. Y no sólo por las canciones, algunas más conocidas que otras, sino por los distintos estilos que aborda la banda. Pese a que es una formación nueva, los músicos tienen una vasta experiencia. A Junior Mack lo vi un par de veces en vivo en Terra Blues de Nueva York, donde semana a semana exhibe todo lo que sabe del género: puede tocar un tema de Tommy Johnson, luego uno de Hendrix y cerrar con Fred McDowell. Aquí, se encarga de cantar -aullar- y tocar la guitarra. Bill Sims Jr. es otro guitarrista de gran experiencia aunque tampoco muy conocido. Hace años que toca en EE.UU y Europa y colaboró en la musicalización de películas como Cadillac Records y American Gangster. El tercer eslabón es la cantante Chaney Sims, la hija de Bill, una joven que se especializó en el canto de la época de pre-guerra como los work songs, spirituals y el blues rural, pero que también le hace frente al soul y al R&B. Los tres están acompañados por un puñado de colaboradores que alternan entre tema y tema: Vincent Bucher en armónica y Kenny "Beedy Eyes" Smith en batería. También se suma una sección de vientos compuesta por músicos que tocaron Wynton Marsalis y Bruce Springsteen. Descubrí este disco gracias al blog de Rafa, Rock and Soul, y desde ese mismo día no puedo parar de escucharlo. Blues en estado puro para empezar a descifrar el pasado.

Joe Louis Walker – Hellfire. Este es su primer álbum para el sello Alligator, pero el número 22 de su carrera, entre discos de estudio y en vivo. JLW editó su primer trabajo en 1986, cuando tenía 36 años, pero su carrera había empezado mucho antes de la mano de Mike Bloomfield. Con el tiempo se convirtió en uno de los músicos más importantes de California, especialmente de San Francisco, su ciudad natal. Con Hellfire, Walker ratifica que hoy por hoy es uno de los guitarristas más calientes de la escena blusera. Aquí, deja un poco de lado su costado más tradicional y se empeña en sacarle chispas a las cuerdas de su guitarra. No por nada eligió como productor a Tom Hambridge, quien ya trabajó junto a Buddy Guy. A diferencia de sus otros discos, aquí Walker sube el volumen y lleva sus blues al límite. En algunos casos suena bien y en otros un poco forzado. Por ejemplo, el tema Ride all night, sino fuera por su voz tan distintiva, podría ser un tema de los Stones. Soldier of Jesus, en donde emana toda su religiosidad, es como si a los Blind Boys of Alabama los enchufaran a 220 watts. Pero más allá de algunos altibajos, se trata de buen disco que dejará más satisfechos a los que escuchen a JLW por primera vez que a los que lo venimos siguiendo desde hace varios años.

Otis Taylor – Contraband. No hay nada convencional en Otis Taylor. Ni en su sonido, ni en su apariencia, ni en su estilo. Se trata de un músico que moldeó su carrera de una manera muy diferente a la de los demás bluesmen. Editó su primer disco oficial, When negroes walked the earth en 2000, y desde entonces grabó casi un álbum por año siempre siguiendo una línea, no necesariamente recta. Nunca se inclinó por los atajos convencionales y siempre buscó la diferenciación hasta en los pequeños detalles. Está claro que Taylor no es un músico que va a entregar canciones fáciles de decodificar. Contraband está en esa línea, aunque tal vez no suene tan contundente como White african o Respect the dead. Aquí también se balancea entre una especie de psico-blues eléctrico y un sonido folk un tanto retro que a su vez suena muy actual, en medio de cierto clima místico. La música es intensa y las letras de las canciones parecen catárticas. Taylor alterna guitarras y banjo por igual y canta en cada uno de los 14 temas, su voz a veces se ve acompañada por un coro femenino que responde a cada uno de sus versos. Banjo boogie blues, The Devil’s gonna lie y Your 10 dollar bill son las canciones que más me gustaron.

sábado, 25 de febrero de 2012

Su majestad

Hace poco más de 20 años vi el primer recital de mi vida. Una noche de diciembre de 1991, en el Luna Park, el emblemático estadio porteño de históricas veladas boxísticas y grandes conciertos, me encontré con el resto de mi vida musical. B.B. King y Lucille fueron como una especie de hechizo. Aquella noche salí convencido de que nunca más podría dejar de escuchar blues. Cuando entré al Luna apenas había tenido contacto con un par de discos de Johnny Winter, alguno de S.R.V y Blues ‘n’ jazz, el álbum que B.B. había grabado en 1983. La información que tenía de él y su música era muy poca, a tal punto que con el grupo de amigos que fuimos a verlo creíamos que la canción Stand by me, de Ben E. King, era suya.

Ese recital fue el primero. Después lo vi al año siguiente en el estadio Obras, junto a Pappo; en diciembre de 1993 en el Teatro Gran Rex; cinco años más tarde en el mismo teatro; y por última vez en marzo de 2010, de nuevo en el Luna Park. Cada uno de sus shows me dejó un recuerdo imborrable. Decir que B.B. King es una leyenda viva es casi una obviedad. B.B. King es el Rey del blues, claro, pero creo que también es para muchos de nosotros, que nacimos a miles de kilómetros del corazón del Delta, una especie de padre musical. El hombre que son sus solos únicos nos abrió la puerta al sonido más maravilloso que existe.

Riley King nació el 16 de septiembre de 1925 cerca de Itta Bena, un pequeño pueblo rural del Mississippi, que está dentro del triangulo que conforman las ciudades de Greenwood, Greenwich y Clarksdale. Su padre lo abandonó cuando era un niño y él se crío con su madre y su abuela. Trabajó como aparcero, donde seguramente escuchó las primeras work songs que luego combinó con los spirituals que escuchaba en la iglesia. Tiempo después, cuando ya era adolescente, se mudó a Indianola, también en Mississippi, donde siguió escuchando country blues y góspel.

Bukka White
Las influencias más directas de B.B. King, esas que moldearon su estilo fueron dos nombres ligados al blues y otros dos al jazz: T-Bone Walker, Lonnie Johnson, Charlie Christian y Django Reinhardt. Los cuatro tenían algo en común: la guitarra eléctrica, algo revolucionario para la década del cuarenta. Pero antes de que ese sonido entrara definitivamente en su vida, el blues más primitivo cautivó a B.B., su primo Bukka White lo moldeó en Memphis cuando él apenas tenía 20 años. Se radicó en la gran ciudad y empezó a trabajar como disc jockey en la radio WDIA. Allí lo llamaban Beale Street Blues Boy, que luego derivó en el apodo que lo hizo famoso: B.B.

En 1949, grabó sus primeros cuatro temas para el sello Jim Bulleit's Bullet Records y podo después firmó contrato con los Bihari Brothers y trabajó junto a Sam Phillips, quien todavía no había empezado con el histórico Sun Records. Dos años después, King grabó su primer éxito Three O'Clock blues. La historia ya había empezado a escribir su propio curso. King ya estaba destinado a convertirse en el Rey. Durante la década del cincuenta, y ya acariciando las cuerdas de Lucille, una hermosa Gibson ES-355 negra, editó parte de lo mejor de su catálogo: Woke up this morning, Every day I have the blues, Sweet little angel y Sweet sixteen. Los sesenta consolidarían a B.B. definitivamente. Sus dos canciones más populares son de esa década: How blue can you get y The thrill is gone. Desde entonces editó decenas de discos. Pero sin dudas sus mejores álbumes los grabó en vivo: Live at The Regal (1965) y Live at Cook County Jail (1971).

En los noventa tuvo un auge discográfico. Si bien se trataron de trabajos más comerciales, que apuntaron a un público masivo, lograron, en efecto, arrastrar cantidades de nuevas almas a su mundo. De esa época los más conocidos son There is always one more time (1992), Blues Summit (1993) y Deuces wild (1997). Ya para entonces, B.B. tocaba más de 300 recitales al año en todo el mundo, de Japón a la Argentina y de Suecia a Sudáfrica.

Eric Clapton y B.B. King
Sin dudas, B.B. King contribuyó como nadie a la universalización del blues. No hay un solo guitarrista actual que no haya sido influenciado por su forma de tocar. Grabó con los Stones, Eric Clapton y U2. Según la revista Rolling Stone es el tercer mejor guitarrista de la historia, detrás de Jimi Hendrix y Duane Allman, aunque estos dos también fueron influenciados por él. B.B. King es un ejemplo de perseverancia y amor al blues que trascendió a su propio mito y que es venerado en el mundo entero por los amantes del género y respetado por todos los demás.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Blues en la Casa Blanca

Es difícil sacarse ciertos prejuicios de encima y olvidar por un instante lo que la historia reciente nos ha enseñado, pero voy a tratar de hacerlo. Y voy a tratar porque creo que la música es más poderosa y trascendente que las políticas belicistas, colonialistas y hostiles. Está claro que Barak Obama no es George Bush, pero también es obvio que no es Gandhi y que para manejar los hilos de ese país ha incurrido en políticas repudiables y condenables, pero que, paradójicamente, el establishment internacional ha reconocido otorgándole un Premio Nobel de la Paz. Anoche pasó algo muy llamativo: la Casa Blanca se olvidó por unos momentos de la crisis internacional y se tiñó de azul. En una gala que tuvo al presidente de los Estados Unidos y su esposa Michelle como anfitriones, una docena de músicos de primer nivel dio un concierto memorable en el que hasta Obama terminó cantando Sweet Home Chicago.

El evento, que fue televisado por la cadena PBS, se denominó Red, White and Blues y contó con la presencia de Buddy Guy, B.B. King, Mick Jagger, Jeff Beck, Keb’ Mo’, Warren Haynes, Derek Trucks, Susan Tedeschi, Shemeika Copeland, Trombone Shorty, Gary Clark Jr. y Booker T. Jones. La música y la buena onda entre los protagonistas fue la constante de la noche. Todos se lucieron. El Rey del blues abrió el show con Let the good times roll y The thrill is gone. Luego el músico de Nueva Orleans Trombone Shorty se despachó con una versión de St. James Infirmary. Buddy Guy y Jeff Beck siguieron con Let me love you baby y luego Mick Jagger, armónica en mano, cantó I can’t turn you loose, Commit a crime (curiosa elección para una velada en la Casa Blanca) y Miss you, el clásico Stone con los coros de Shemeika Copeland y Susan Tedeschi.

Gary Clark Jr., de quien seguramente escucharemos hablar mucho en el futuro, y la hija del legendario Johnny Copeland siguieron con Beat up guitar y luego Clark arremetió con Caftish blues. Ke’ Mo’ continuó con una hermosa versión de Henry. Luego los Allman Brothers Warren Haynes y Derek Trucks, junto a Tedeschi, homenajearon a Etta James con I’d rather go blind. Buddy Guy, Jeff Beck y Jagger blusearon como locos con el histórico Five long years de Eddie Boyd.

El cierre fue con todos los músicos en escena tocando Sweet home Chicago. Hasta Obama se animó a cantar el estribillo luego de que Buddy Guy le inisistiera un par de veces. La verdad fue un gran show. La sala Este de la Casa Blanca se convirtió en club de blues, como parte de las celebraciones del Month of the Black History. Creo que es inevitable tener sentimientos cruzados, pero bueno la música fue la protagonista y creo que eso, al menos en este caso, es lo que realmente importa.


martes, 21 de febrero de 2012

El secreto mejor guaradado

El sitio Allmusic.com define a Ruthie Foster como “el secreto mejor guardado de la escena de blues y góspel de la última década”. Luego apunta que con su disco The truth according to Ruthie Foster, que fue nominado a un premio Grammy, logró el reconocimiento masivo que le hacía falta, al menos en Estados Unidos. Por estos lados, su nombre sigue sin ser muy conocido. Pero resulta que ya lleva muchos años de carrera: editó seis discos de estudio y dos en vivo, el último en el célebre bar de Austin, Antone´s. Let it burn, su último trabajo está a la altura de los anteriores y está teniendo una amplia difusión. Basta con escuchar la prestancia y el feeling de su voz en cada uno de los temas del álbum para darnos cuenta de que Foster es una de las mejores cantantes del momento.

Let it burn no es un disco de blues. Es una paleta de colores de lo mejor de la música de raíces. Tiene algo de blues, claro, pero se nutre más del góspel, soul, R&B, folk, country y rock. Apenas tres de los trece temas fueron compuestos por ella, lo cual demuestra que por ahora su fuerte es la interpretación y que la composición es algo que tiene trabajar más.

Con The truth… inició un camino que parece que, por ahora, no va a dejar. Hasta entonces, 2009, se presentaba como cantante y guitarrista. Pero en ese álbum no tocó la guitarra y ahora vuelve a repetir la misma fórmula: disponer de todo su potencial para conseguir los mejores registros vocales. No parece ser algo menor si tomamos nota de que para los coros de Let it burn eligió, nada más y nada menos, que a los Blind Boys of Alabama. La instrumentación quedó a cargo de la sección rítmica de los Meters, la poderosa banda funk de Nueva Orleans, junto al guitarrista Dave Easley, el saxofonista James Rivers y el tecladista Ike Stubblefield, quien le exprime todo el groove a un Hammond B3.

De sus tres temas, el mejor me pareció el spiritual Lord remenber me: su voz se cruza casi de manera mística con la de los Blind Boys. En Aim for the heart suena casi como la heredera de Aretha Franklin. Los covers son muy interesantes porque ella logra, en la mayoría de los casos, reconvertirlos e imprimirles su propio sello. Así, el clásico de Johnny Cash, Ring of fire, suena tan dulce que casi parece otra canción. It makes no difference, de The Band, está en la línea de la original y, tal vez porque es una de las melodías más hermosas de la historia del rock, ella y el productor John Chelew decidieron ablandarla un poco más. Hay un par de elecciones curiosas, más que nada porque son temas relativamente nuevos. Uno es el cover de Set fire to the rain, tema que Adele incluyó en su multipremiado disco 21. El otro es Everlasting light, con el que los Black Keys abren su álbum de 2010, Brothers. Otras interpretaciones son más esperables pero también son muy buenas: Long time coming, de David Crosby; Don’t want to know, de John Martyn; e If I had a hammer, de Pete Seeger, mucho más jazzy que la original. Las otras versiones que completan el disco son This time, de Los Lobos; You don’t miss your wáter, de William Bell; y la tradicional The Titanic.

Ruthie Foster es una esponja que absorbe todo lo que escucha, baraja y da de nuevo. Y hasta ahora le viene saliendo cada vez mejor. En cuanto a eso le sume mayor compromiso a la hora de escribir sus propias canciones, estaremos finalmente ante una artista enorme.

viernes, 17 de febrero de 2012

Blues nacional y popular

La botella de El Justicialista está firme sobre la mesa y el vaso está lleno de vino. Me rodea todo tipo de parafernalia peronista. Fotos de Evita y del General. Pintadas a favor de Cristina y Néstor. Recuerdos de épocas pasadas: la Tendencia Revolucionaria, Cámpora, la primera presidencia de Perón, el 17 de octubre, los planes quinquenales, John William Cooke y Rodolfo Walsh. En una tevé de pantalla plana aparece un contraste notable: un video de los Rolling Stones en vivo. Tal vez toda esa mezcla justifique un poco lo vendrá después. Blues en vivo en Perón Perón, el bar más nacional y popular de todo Palermo. La música estará a cargo de los Easy Babies, el cuarteto de integrado por Mauro Diana, Roberto Porzio, Daniel De Vita y Homero Tolosa, todos verdaderos laburantes del blues. El círculo cierra perfecto.

Mauro Diana –bajista, cantante, maestro de ceremonias- presenta a la banda. Anuncia que este es será el primer show que del año y explica la novedad: resignaron la batería y los amplificadores para probar con un formato electro acústico. Homero Tolosa golpea un cajón peruano con una pandereta atada a su pie izquierdo. Roberto Porzio y Daniel De Vita alternan la guitarra eléctrica (una hermosa Les Paul dorada) y la acústica, así como también el slide. En una hora, la banda sintetiza lo mejor de su repertorio: nueve canciones que fueron editadas en su disco El blues paga mal y en el compilado de Blues en Movimiento Vol. 1. Empiezan con El truco del olvido, que superponen a La Marcha Peronista que suena de fondo, y cierran con Estamos haciendo las cosas bien. Pero sin dudas el mejor momento de la noche es cuando tocan Conseguite otra mujer. Mauro Diana logra que todo el público cante el estribillo. Roberto Porzio, uno de los mejores tres o cuatro guitarristas del país, toca con una solvencia fabulosa. No tiene que subir el volumen ni hacer largos solos para destacarse. Arremete con el slide y el espíritu de Chicago en Abusando de mi suerte y también le deja lugar a De Vita para que haga lo suyo, quien también estuvo genial con el slide.

En la mesa de al lado, a mi derecha, hay tres hombres y una mujer. Tienen pinta de ser funcionarios de segunda o tercera línea de algún ministerio. Está claro que no fueron a escuchar blues sino a comer abrazados por el sentimiento peronista. Pero de a poco se enganchan con la música. Aplauden todos los temas y cuando termina el show uno de ellos, que parece ser el jefe de los demás, compra los dos discos que la banda tiene a la venta.

Al final, entre los aplausos, fluye desde los parlantes la voz de Evita capitana dando un discurso y luego Caldonia, el temón de Louis Jordan. El combo es raro pero genial. Y no es aislado: todos los miércoles hay blues en Perón Perón, es parte del ciclo Blues en Movimiento, que no sólo incluye a los Easy Babies sino que también a Florencia Andrada, Gabriel Grätzer y otros. Blues del bueno combatiendo al capital. No se lo pueden perder.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Bañado en ron

The rum diary o Días de ron, como se la tradujo al español, es una novela casi autobiográfica de uno de los escritores más notables e irreverentes de la cultura contemporánea. Hunter S. Thompson, creador del periodismo gonzo, ese que entrevera ficción y no ficción y que lleva al periodista a meterse en la historia doblegando los límites de la subjetividad, escribió esta obra a fines de la década del cincuenta, cuando apenas tenía 22 años. Es una crónica alcohólica y mordaz, inspirada en sus días como cronista en Puerto Rico, durante una época olvidada y sepultada por lo que vino inmediatamente después: los sesenta, la Cuba comunista, Kennedy, los derechos civiles, los hippies…

Así escribía Hunter: “Era terriblemente triste, no la música en sí misma sino el hecho de que era lo mejor que podían hacer. La mayor parte de las melodías eran versiones traducidas de rock norteamericano, pero sin nada de su energía. Reconocí una canción como Maybellene. La versión original fue un hit cuando yo estaba en la secundaria. Yo la recordaba como una melodía salvaje y animada, pero los puertorriqueños la habían convertido en un canto fúnebre y repetitivo, tan vacío y desesperanzado como los rostros de los hombres que la entonaban en ese momento en ese solitario parador del camino. No eran músicos contratados, pero tuve la sensación de que realizaban una presentación y de que en cualquier momento quedarían en silencio y pasarían la gorra. Entonces apurarían sus copas y se perderían calladamente en la noche como una troupe de payasos al final de un día interminable”.


El año pasado se estrenó en Estados Unidos la película basada en la novela. Al igual que en Pánico y locura en Las Vegas, el protagonista fue Johnny Deep, aunque aquí interpreta al periodista Paul Kemp, en lugar de al lisérgico Raoul Duke. El elenco lo completan otros buenos actores: Aaron Eckhart, Giovanni Ribisi, Michael Rispoli y la bellísima Amber Heard. En la mitad de la película hay una escena en la que Chenault, el personaje que da vida la blonda Heard, se descontrola y empieza a bailar de manera provocativa un blues cadencioso en medio de una especie de jukejoint repleto de negros. Entonces aparece un guitarrista que, según figura en los créditos, es el personaje de Hound Dog Taylor, interpretado por Randy Jacobs. Toda la escena deriva en una explosión de celos, tensión y drama.

La película fue, como le gusta decir a la prensa especializada en espectáculos, “un fracaso de taquilla”. Eso refleja que el director, Bruce Robinson, priorizó la fidelidad al texto antes que los clichés que garantizan el éxito en Hollywood. “Si les das cosas sencillas y fáciles de digerir como Piratas del Caribe, el público responde en masa. Si les pones delante una cinta ‘inteligente’ y más compleja como The Rum Diary… se quedan en casa”, dijo indignado Johnny Deep. Lo cierto es que el libro es brillante y la película es muy buena. Pueden leer y ver, una cosa no se superpone con la otra. En ambos casos, Días de ron, es satisfacción garantizada.

domingo, 12 de febrero de 2012

Viejas glorias (Lanzamientos)

Dion – Tank full of blues. Con este disco, Dion completa la trilogía blusera que inicio en 2005 con Bronx in blue y que siguió con Son of Skip James dos años después. Este álbum está en la misma línea que los anteriores, aunque aquí la diferencia es que Dion se adaptó a un trío, compuso la mayoría de las canciones y produjo el disco. A todo eso se le suma una mejora interpretativa notable, especialmente en los solos de guitarra, pero también su voz suena más suelta y cómoda. Dion, que tuvo su época de gloria junto a los Belmonts allá atrás en el tiempo, eligió el blues para seguir adelante. Completamente absorbido por el embrujo de viejas glorias –Muddy Waters, Jimmy Reed, Robert Johnson-, Dion amasa historias en formato de canción que componen un trabajo sólido que no sólo atrapará a los bluseros de siempre, sino que también puede servir para acercar a más gente al mundo azul. Tank full of blues es un álbum fabuloso, de esos que merecen mucho más que un paso austero por la posteridad.

Paul McCartney - Kisses on the bottom. No se puede decir que el último disco del ex beatle sea malo. No lo es. Pero tampoco es revelador. Suena bien, pero se nota que tiene una impronta muy comercial y un tanto kitsch. McCartney dijo que estas eran las canciones que escuchaba cuando era chico. Puede ser: los temas son de esa época previa al estallido del rock and roll. La música es agradable, las canciones son lindas. Pero nada más. Podría ser la banda de sonido de una novela de Claudia Piñeiro. Cancionero lavadito, apto para todo público. A ver… no dejen de escucharlo. Musicalmente está reforzado por personajes como Eric Clapton, Stevie Wonder, John Pizzarelli, Christian McBride y Diana Krall. De hecho, el álbum podría ser de Krall con McCartney como invitado. Es música de fondo ideal para cincuentones que gustan tomar una copa de cognac después de cenar. Ellos lo van a saber disfrutarlo. Ahora si buscas la continuidad de Chaos and creation in the backyard y Memory almost full acá no la vas a encontrar.

Van Halen - A different kind of truth. Los fanáticos tuvieron que esperar 14 años para volver a tener en sus manos un disco de la banda. Y encima este viene con un plus: el regreso del genial David Lee Roth. Sí, Diamond Dave junto a Eddie Van Halen. Un encuentro soñado. El resultado es un álbum bien agresivo, energético y volátil. El primer tema, Tatoo, es tan Van Halen que despeja dudas desde el mero comienzo. Sigue con más vorágine eléctrica: She’s the woman, You and your blues y China town, donde el virtuosismo de Eddie entra en el túnel del tiempo sin escala a la época dorada de la banda. Blood and fire tiene un comienzo acústico que degenera en miles de volteos con David Lee Roth aullando como sólo él sabe hacerlo. Stay frosty es su nueva aproximación al blues y el comienzo suena como el viejo Ice cream man. A different kind of truth no tiene desperdicio. No se trata de Van Halen copiándose a sí mismo, sino que se están reinventando sin eludir su pasado.

jueves, 9 de febrero de 2012

El Flaco por su gente

Nunca fui fan de Spinetta. Su música siempre corrió por carriles separados de los que iba yo. Pero no me fue indiferente. Pescado Rabioso y el Blues de Cris, Credulidad, Me gusta ese tajo, Cementerio club y Post-Crucifixión son obras magníficas de un rock naciente en una época difícil. Rutas argentinas y Seguir viviendo sin tu amor siempre me fascinaron. Muchacha ojos de papel y El anillo del capitán Beto no eran de mis preferidas pero las escuché cientos de veces. Lo que pasó entre ayer y hoy, desde que se conoció la noticia de su muerte, fue impresionante. Su gente salió a exhibir su dolor sin pudor. Aquí quiero reflejar los comentarios de amigos y músicos que dijeron lo suyo. Todos comentarios espontáneos cargados de tristeza y blues.

Fero Soriano (periodista): ‎"’Si pudiera ver, te diría que las cosas son una cuestión de fe, como dijo Borges’, me escribió Spinetta en una postal de Los Ojos hace años”.

Oscar Finkelstein (periodista): “En mi inventario spinettiano figuran todos sus discos, en vinilo (sí, el original de Artaud incluido) o CD; un ejemplar de su libro Guitarra negra; los programas de los dos recitales de presentación de Artaud -el Manifiesto y el texto aleatorio que (des)armaron con Miguel Grimberg- y del primer recital de Invisible, que recibí en mano como espectador; los casetes en los que grabé las dos entrevistas que le hice (una a dúo con Javier Rombouts) en su estudio La Diosa Salvaje... Pequeños tesoros, sí, pero incomparables con la marca indeleble que me dejó cada canción, que le dejó a tantos. Y que son mucho más que hitos musicales: son surcos en mi propia vida, y en la de tantos. Por eso esta tristeza sin atenuantes”.

Huguis López (músico): “Lloro porque fuiste un gran maestro, crecí con tu música y amaste la misma música que yo. ¡Gracias!”.

Gabriel Giubelino (periodista): “Buscar la bandeja, poner discos del Flaco, y escucharlo con el ruido de la púa. El mejor homenaje”.

Juan Carlos D’Arrigo (argentino en el exilio): “Grande Flaco... Si quiero me toco el alma...”

Mariela Bonzi (productora): “Flaco: Que en tu nuevo despertar siga siendo musica y que ella te de algo de lo que vos nos regalaste a nosotros! Luz”.

Rafo Grin (músico): “Muchas veces la vida es un tanto injusta....pero soy feliz por haber compartido unas pocas y muy valiosas palabras con vos flaco...Tu música si que es inmortal....Te voy a extrañar...”

lunes, 6 de febrero de 2012

Key to the highway

Big Bill Broonzy
Fue la primera canción de blues que me cautivó. Después vinieron muchas más: Sweet home Chicago, It hurt’s me too, Going down slow, Ramblin’ on my mind. Pero el efecto que causó en mí Key to the highway fue irreversible. Ya no habría marcha atrás. Fue la llave a mi propia autopista con destino de ida hacia el blues.

La primera versión que escuché fue la que grabó Derek and The Dominos, con Eric Clapton y Duane Allman a la cabeza, en el mítico álbum Layla and other assorted love songs. Me impactó tanto o más que la propia Layla, Nobody knows you when you're down and out o Bell bottom blues, otros temas de ese álbum. Así fue como empecé a indagar en la historia de esa canción. Así, llegué a conocer a un verdadero prócer del blues: apareció ante mí el nombre de Big Bill Broonzy y toda su música. Un hombre que comenzó tocando country blues para luego desarrollar una primitiva versión de blues urbano, previo a la electrificación del sonido que harían en Chicago los músicos que se nucleaban bajo el sello Chess. Luego, ya en el final de su vida, Broonzy se dedicó al folk blues.

Broonzy fue un artista enorme que tuvo su apogeo en la década del cuarenta. Fue por esa época cuando aparecieron las primeras grabaciones de Key to the highway. Lo cierto es que la autoría del tema a veces figura registrado bajo su nombre y otras mencionan al pianista Charles Segar como el creador. El propio Broonzy admitió en algunas entrevistas que Segar fue el primero en grabarla. Lo hizo en 1940 pero con un formato de doce compases. Broonzy, junto al amonicista Jazz Gillum grabaron en 1941 dos versiones sensiblemente diferentes de ocho compases y con algunas variaciones en la letra. Una la registró el sello Bluebird a nombre de Gillum, con Broonzy en guitarra y Al Collins imitando el bajo; y la otra la editó Okeh con Broonzy como artista principal, Gillum acompañando en armónica y la colaboración de Washboard Sam.

Eso era algo bastante común en los clásicos del blues de preguerra. Una melodía recorría el Mississippi de sur a norte o los estados sureños de este a oeste y las canciones iban mutando según el artista y la región. Por eso a veces los créditos de las canciones varían.

Little Walter
La versión de Key to the highway de Big Bill Broonzy trascendió a su época. En 1958, Little Walter también la hizo propia con su armónica y contribuyó a internacionalizarla. Ese fue justo el año en el que murió Broonzy, por lo que muchos aseguran que fue en homenaje a él. De esa grabación participaron nada menos que Muddy Waters, Willie Dixon y Otis Spann. Desde entonces, la canción se volvió un clásico indiscutido. El cover de Clapton junto a los Dominos surgió de casualidad: en el estudio de al lado estaba grabando el cantante Sam Samudio. Clapton escuchó que estaba con Key to the highway y empezó a zapar junto a Duane Allman. El productor Tom Dowd le dio play a la consola y así quedó registrada de una sola toma. Clapton volvería a grabarla una y otra vez a lo largo de su vida: Eric Clapton’s Rainbow Concert (1973), Riding with the King, junto a B.B. King (2000), y en su doble en vivo One more car, one more rider (2002).

Después hay decenas de versiones más: Johnnie Johnson junto a Keith Richards (Johnnie B. Bad, 1991), John Lee Hooker (Burning Hell, 1959), Eddie Boyd con Peter Green (Eddie Boyd and his Blues Band, 1967), Carey Bell y Lurrie Bell (Second nature, 1991), Freddie King (Getting ready, 1977), Muddy Waters (The London Sessions, 1971), Steve Miller Band (Children of the future, 1968), Sonny Terry y Brownie McGhee (Blues at Newport, 1963) y Buddy Guy con Junior Wells (Last time around-Live at Legends, 1993), entre tantas otras. La letra sintetiza a muchas canciones de blues: un amor que se termina y un músico despechado que sale a la ruta para tratar de olvidar. Sencilla y contundente. Solamente blues.


viernes, 3 de febrero de 2012

Esas viejas ideas

La voz de Leonard Cohen es una las más profundas y absorbentes de la historia del rock. Además, siempre fue un compositor extraordinario y genuino. Desde sus primeros discos a fines de los sesenta y comienzos de los setenta, como Songs of Leonard Cohen y Songs of love and hate, dejó impresa su marca. Esa que fue consolidando con grandes temas como Bird on a wire, Suzanne, Dance me to the end of love, Hallelujah, I’m your man, Everybody knows y Waiting for a miracle. Y en su flamante disco, Old ideas, Cohen ratifica su pasado musical, con grandes arreglos, una estampa vocal asombrosa para un hombre de 77 años y unas canciones deliciosas en las que las letras hablan de lo que siempre habló Cohen: el amor, el sexo, la religión, la mortalidad y las contradicciones que siempre puede ofrecer un ser humano.

El álbum, el primero con canciones nuevas, desde 2004, tiene diez temas. Empieza con Going home. El narrador es Dios y con ironía dice: I love to speak with Leonard / He’s a sportsman and a shepherd / He’s a lazy bastard / Living in a suit. El track 4, The darkness, es en clave de blues, y tiene un piano iracundo que arremete en cada hueco que deja la voz penetrante de Leonard o el coro femenino que lo acompaña. I caught the darkness / It was drinking from your cup / I said is this contagious? / You said "Just drink it up". Un himno fabuloso.

El resto del disco tiene un toque minimalista, los arreglos son siempre sutiles y las intervenciones, ya sea del piano, algún instrumento de cuerda o los coros, entran en la medida que el cantante les da su lugar. Fascinante es también el sexto tema, Crazy to love you, donde a Leonard apenas lo acompaña una guitarra acústica mientras entona una dulce melodía que habla sobre un amor absurdo y complicado: I had to go crazy to love you / Had to let everything fall / Had to be people I hated / Had to be no one at all. También rozando el blues, con pinceladas de góspel y destellos sureños, aparece Banjo, donde una vez más la voz profunda se contrasta con la suavidad de los coros, mientras que una guitarra con slide y un banjo, claro, llenan los espacios que va generando la misma canción.

La banda que lo acompaña es un verdadero lujo: Roscoe Beck, quien tocó muchos años junto a Robben Ford, se encarga del bajo y la dirección musical; Bob Metzger es el dueño de las guitarras; Chris Wabich y Rafael Bernardo Gayol se reparten las baterías; Neils Larsen, compañero de ruta de Gregg Allman, está al mando del piano, el hammond B3 y otros instrumentos. La inseparable Sharon Robinson está al frente de los coros femeninos. La producción estuvo a cargo de Ed Sanders y Patrick Leonard.

El premio Príncipe de Asturias de las Letras, el poeta canadiense que decidió ser músico para expresarse mejor, cierra el álbum con Different sides, otra joya de esas que sólo un hombre como él puede lograr. Old ideas es un disco a la altura del artista que definitivamente quedará entre lo mejor de su discografía.