jueves, 29 de mayo de 2014
Nuevo desafío
José Luis Pardo se la juega con este disco. Impone un sonido diferente con el deseo de encontrar un público nuevo y satisfacer a los que lo siguen por el blues. 13 formas de limpiar una sartén es un álbum positivo en todo sentido. Las melodías son muy animadas y los solos de guitarra están ahí, muy presentes y punzantes. En cada uno de los temas Pardo vuelca todo el soul que lleva adentro, con el desafío extra de hacerlo sonar bien en español. Y lo logra con creces.
Todos los temas fueron compuestos por él. De hecho toda la idea fue pensada por él. Dio en la tecla en dejar la producción en manos de Gabriel Cabiaglia, quien también toca la batería, para que una segunda mirada le allane el camino de la creatividad. El álbum está bien equilibrado y el sonido es sensacional, especialmente por la fusión instrumental que logra entre su viola, el hammond y los vientos.
Voy a intentar seguir sin vos es la gran apuesta del disco. Es un tema que tiene gran un groove –comandado con notable pulso por Mauro Ceriello-, un estribillo contagioso y una melodía recortada por un slide brutal. El hammond de Guillermo Raíces suma la dosis intravenosa de funk, mientras los vientos delinean los contornos. Extraño en mi hogar sigue casi en la misma tónica: también es muy pegadiza aunque aquí la interpretación vocal de Pardo es un poco más audaz. Sólo hay que saber bailar es bien rockera, casi al estilo de los Thunderbirds, donde los solos de guitarra ganan en intensidad. También hay composiciones en inglés. Just want to be with you es un acústico con una buena armonía de voces; Broken inside es una balada que bien podría interpretar John Mayer; y What the feel se percibe inspirada en Al Green. En todo caso, cantar en inglés no es nuevo para él y en los tres temas lo hace muy bien. El final es con Lavalle (Mis días en Buenos Aires) una gran balada instrumental de guitarra acústica, nostálgica, bien porteña, con la sutil intervención del violín del español Raúl Márquez, quien tocó con El Cigala, entre otros.
El disco fue grabado una parte en los estudios Moma, en Buenos Aires, y la otra en los estudios Subsónica, en Madrid. Entre los invitados figuran el saxofonista de Roomful of Blues Doug James, el guitarrista Román Mateo y el tecladista Walter Galeazzi.
Anoche, Pardo presentó 13 formas… en el Hard Rock Café, con algunos músicos que grabaron con él como Ceriello, Cabiaglia, y las cantantes An Díaz y Gina Valente. Machi Romanelli en hammond y Santiago Espósito en guitarra rítmica completaron la formación. Tocaron casi todo el disco con la intervención de una sección de vientos. Hubo un bis improvisado con Got my mojo working, con Mauro Diana en bajo y Frans Banfield en coros.
Pardo demuestra que está en una etapa creativa e interpretativa de superación. Este trabajo no implica su alejamiento del blues, sino una recta que comienza a dibujar en paralelo. Algunos lo compararán con el sonido de Robert Cray, otros con el de John Mayer y los más puristas lo perseguirán con el cuchillo entre los dientes, pero más allá de eso, en cada una de las 13 formas de limpiar una sartén está el convencimiento profundo del artista de encarar nuevos desafíos.
domingo, 25 de mayo de 2014
Un idilio que crece
Qué difícil se les va a hacer a Mariano Cardozo y a Rafa Nasta si el año que viene no lo traen de nuevo. Es notable lo que sucede aquí con Chris Cain. Hace tres años, cuando vino por primera vez, eran muy pocos los que lo conocían. Pero la insistencia de Nasta convenció a Cardozo de traerlo y con el primer show empezó el idilio de este extraordinario hombre con el público porteño.
Lo que pasa con Chris Cain se puede explicar en dos sentidos. En lo estrictamente musical el tipo no falla. Tiene un sonido de guitarra limpio y cada vez que se zambulle en un solo bucea hasta lo más profundo de su ser. Se entrega en un 100 % desde el primer acorde hasta el último. Con la guitarra suena más a Albert que a B.B. King, pero cuando canta se percibe más a B.B. que a Albert. Al margen de esas dos súper influencias, Cain desarrolló su propio estilo. Ya lo dijo Robben Ford hace unos años: “Chris es uno de los mejores bluesmen que tenemos hoy”. El otro costado de Chris Cain es el humano. Arriba y abajo del escenario es una persona sensible, amable y agradecida. Es capaz de emocionarse hasta las lágrimas cuando lo aplauden y, según los músicos que lo acompañaron ayer en La Trastienda, tiene un espíritu enorme.
El rol de la banda también es clave para que el romance entre el californiano y la gente crezca en intensidad. Por cuarta vez consecutiva, estuvo acompañado por Nasta Súper. Gabriel Cabiaglia y Mauro Ceriello son una aplanadora de swing, entienden todos los cambios que plantea el maestro y marcan el ritmo con autoridad y prestancia. Rafa Nasta y Walter Galeazzi son los andamios donde se construye la magia de Cain, quien a su vez les da rienda suelta en más de una ocasión para que se expresen con sus solos.
El show empezó con Nasta Súper calentando motores con un shuffle instrumental. El maestro apareció en escena con su Gibson 339 y se metió de lleno en Something’s got to give. A diferencia de sus shows anteriores, esta vez abrió las puertas del escenario a algunos invitados. Mariano Cardozo y Fisu lo acompañaron con sus saxos en Born under a bad sign y The thrill is gone. Uno de los puntos más altos de la noche lo protagonizó Mariano Massolo, quien esperó la fabulosa intro de Chris en la balada Idle moments para sacar los sonidos más maravillosos de su armónica. El otro invitado fue Alambre González, quien reemplazó en la segunda guitarra a Rafa Nasta en Good evening baby. Chris Cain también tuvo su momento de soledad al piano, en el que mostró una exquisita combinación de Sunnyland Slim y Charles Brown. El plus de anoche fue el sonido excelentemente trabajado desde la consola por Daniel De Vita.
Gintonics (Foto: Mecha Frías) |
El final fue un calco de los shows anteriores. Decenas de personas estrechando la mano del artista, pidiéndole más. Todos emocionados y agradecidos. Eso se trasladó a la puerta de La Trastienda, donde hubo escenas de cariño interminables. Y así, una vez más, cada show de Crhis Cain que termina abre la puerta del próximo. Será cuestión de esperar.
jueves, 22 de mayo de 2014
El viejo lord del blues inglés
John Mayall ya hizo de todo y se anima a hacer algo más. A 50 años de su primer trabajo discográfico, acaba de lanzar un nuevo álbum con un título elocuente: A special life (Una vida especial). Lo interesante del disco, así como de su vida, es que Mayall una vez más suena a Mayall, independientemente de que los ritmos, estilos o formatos varíen entre un álbum y otro. Eso es algo que caracterizó a lo largo de los años a este verdadero creador y maestro de una generación de músicos que se nutrió del blues para brillar con el rock.
El sonido Mayall radica fundamentalmente en su voz nasal, en su estilo de tocar la armónica y en su tremenda capacidad para reconvertir el blues de Chicago en algo propio. A eso le suma un talento natural para rodearse de grandes músicos y una capacidad ilimitada para componer canciones.
Desde la portada, A Special life propone algo atractivo. No es un álbum denso y triste, sino más bien vital y profundo. La banda que lo acompaña está conformada por Rocky Athas (guitarrista texano que tocó con Buddy Miles y tiene un par de discos solista), Greg Rzab (ex bajista de Otis Rush, Buddy Guy y los Black Crowes) y Jay Davenport (baterista de Chicago discípulo de Clifton James). Todos ellos están con el lord del blues inglés desde 2009. Aquí se suma también el acordeonista C.J. Chenier, hijo del legendario Clifton Chenier, quien aporta el espíritu de Nueva Orleans y el zydeco en un par de temas.
En el track uno, Why did you go last night, el acordeón domina la intro hasta que Mayall y Chenier empiezan a cantar a dúo con mucha pasión. Los solos de Chenier se alternan con el piano de Mayall en una gran combinación de estilos. Speak of the Devil, de Sonny Landreth, es mucho más potente que la anterior, la guitarra salvaje de Athas toma el rol protagónico y marca las pautas y la dirección del tema. Mayall resurge con su armónica en el clásico de Jimmy Rogers, That’s all right, aunque en un tempo más acelerado que la original. En World gone crazy cuestiona las guerras, las religiones y a la intolerancia con un ritmo animado y una melodía adherente. Mayall eligió la versión de Floodin’ in California, de Albert King, para sacarse las ganas con el hammond y dejar que Athas haga el solo más intenso de todo el disco. En A Special life baja un cambio, desenchufa y con un ritmo pausado y una armónica serpenteante canta “Viví una vida especial, libertad es mi segundo nombre”. La lista de temas la completan otros dos covers –Big town playboy, de Eddie Taylor, y I just got to know, deJimmy McCracklin-, dos nuevas canciones propias y una de Greg Rzab.
Me gustó mucho la definición de Marcelo Martino en Facebook: “Toda una vida sin que se haya visto condicionado por las modas o las listas de ventas: trampolín de grandes músicos, pionero en modas (vestuario, portadas de discos, diseño de sus propios instrumentos) salvavidas de músicos a la deriva, descubridor de innumerables talentos, predicador del blues, eterno hippie y como si esto fuera poco disco ¡nuevo en 2014 a los 80 años!”
sábado, 17 de mayo de 2014
El último rugido del león
El título del nuevo álbum de Leon Russell sugiere que será el último y las notas que lo acompañan reafirman esa suposición. “Este es el disco de mi viaje musical por la vida. Refleja partes de cosas que he hecho y cosas que nunca hice por distintas razones.”
Life journey tiene doce canciones que son una síntesis perfecta de su carrera de más de cinco décadas. Comienza con Come on in my kitchen, una de las 29 canciones de Robert Johnson que ha sido versionada hasta el hartazgo, aunque ésta se destaca por encima de la media por la tremenda interpretación vocal de Russell y por su ritmo más acelerado. Ese y Fool’s Paradise son los únicos blues del álbum. El resto de los temas se orientan más al R&B o al jazz, más algunos pequeños guiños al country rock, una especialidad de la casa. En tres de las canciones, entre ellas Georgia on my mind y I got it bad & that ain’t good, el viejo pianista está rodeado por la orquesta de Clayton-Hamilton. La otra es el clásico de Billy Joel, NY state of mind. Entre tanto cover hay dos temas nuevos: Big lips y Down in Dixieland.
El productor ejecutivo del disco fue Elton John, quien hace un par de años rescató a Russell del olvido al grabar juntos el álbum The Union. Pero aquí el productor no es T-Bone Burnett como en aquel, sino Tommy LiPuma, un tipo acostumbrado a trabajar con músicos de jazz. Así lograron darle a este disco un sonido más robusto y vívido que el anterior. El aporte de algunos músicos fue clave. Robben Ford desenfunda sus solos en That lucky old sun y Fool’s Paradise. Greg Leisz, de vasta trayectoria junto a artistas tan diversos como Sheryl Crow, Wilco o Joe Cocker, suma su pedal steel guitar en tres temas. Willie Weeks, bajista de George Harrison, Ron Wood y Donny Hathaway, entre otros, aporta un swing brutal en media docena de canciones.
Life journey también entra por los ojos. La foto de la portada, tomada por Ryan Roth, es un retrato cautivante. Ese primer plano en blanco y negro resalta una mirada adusta atravesada por los pliegues de su rostro y su pelaje mullido y canoso. En algún punto me hizo recordar a la de Miles Davis en Tutu.
A los 72 años, y luego de una carrera notable, más un tiempo sumido en el ostracismo, Leon Russell parece despedirse a lo grande, con un disco que recaptura la vieja mística de la era Shelter y los setentas. Es el rugido del león que dice adiós.
martes, 13 de mayo de 2014
Súper festival
El nombre de este festival molestó a los puristas. Best of Blues suena pretencioso y engañosamente definitorio, más teniendo en cuenta que, salvo Buddy Guy y tal vez Ana Popovic, los demás no son artistas que los bluseros cataloguen como tales. Así que en eso hay que darle la razón a aquellos que defienden la tradición contra toda lógica evolutiva. Al margen del nombre, el festival auspiciado por Samsung Galaxy, que se realizó el fin de semana en San Pablo, Brasil, fue espectacular. Claro que no fue un show para todos. Las entradas eran muy caras y los lugares limitados. Así y todo durante dos de las tres jornadas estuvo prácticamente lleno. Se hizo en el Golden Hall del World Trade Center paulista, a metros del hediondo río Pinheiros, un salón multiespacio para unas mil personas ubicado en un quinto piso, por lo que el público tuvo que hacer cola para poder subir en ascensor.
El viernes, la apertura estuvo a cargo de la serbia Ana Popovic, una de las guitarristas más calientes de la nueva generación. Apareció en escena con un vestido ajustado mientras la banda -John Williams (bajo), Stéphane Avellaneda (batería) y Steve Malinowski (hammond)- marcaba el ritmo de un shuffle instrumental. Ella tomó una strato, pisó los pedales y arrancó con Can you stand the heat, pero los graves estaban muy arriba y no se escuchó mucho su guitarra. Ese problema siguió durante gran parte del show hasta que lograron corregirlo. El primer tema que sonó bien fue Navajo moon, un blues lento de casi diez minutos, con tintes de balada jazzeada, dedicado a Stevie Ray Vaughan. Pero ya no quedaba mucho más. Cerró con Can you see me, de Jimi Hendrix, donde se pudo apreciar en toda su dimensión su talento con las seis cuerdas, aunque lo llamativo fue el solo del bajista que incluyó hasta un punteo con la boca.
Veinte minutos después apareció en escena Jonny Lang con su banda, conformada por una segunda guitarra, teclados, bajo y batería. Abrió a toda máquina con Blew up (The house) y Freight train. Bajó un cambio con un slow blues, A quitter never wins, y luego volvió a subir con Turn around, en el que hizo un scat fabuloso. En vivo, Lang es potente y aguerrido, poco tiene que ver con sus discos de estudio, especialmente los últimos en los que se acerca más al sonido de Maroon 5 que al de un blues rocker. Delante del público sus punteos son asesinos y su voz grave suena con muy potente y muestra un gran registro para los agudos. También tocó la balada Red light y el clásico de Stevie Wonder, Living for the City. Terminó con Rack em up, de su álbum debut Lie to me, y Angel of mercy. Pero lo mejor de esa noche estaba por venir.
Marty Sammon comenzó a desplegar la lírica de su hammond, mientras Orlando Wright y Tim Austin apuntalaban el ritmo. Buddy Guy saludó y se metió de lleno en Damn right I’ve got the blues. De entrada nomás, mostró su amplia gama de trucos y enajenó al público que se fue en masa hacia adelante. Hilvanó blues de Chicago con mucha garra: Hoochie coochie man, She’s nineteen years old y Close to you, que incluyó un solo vibrante del otro guitarrista, Ric Hall. Buddy estaba encendido y como siempre bajó a tocar entre la gente y se quejó porque alguien le volcó un vaso de cerveza encima. Para cuando empezó con Someone else is steppin' in todo el mundo estaba en llamas. ¡Y faltaba la mitad! En Five long years, además de todas sus muecas, hizo un tremendo duelo con Sammon. Fever y una versión funky de I just want to make love to you precedieron a sus clásicas imitaciones, que incluyeron a John Lee Hooker, Albert King, Ray Charles, Marvin Gaye, Eric Clapton y Jimi Hendrix. Hasta ahí el show fue bastante parecido al que dio en Buenos Aires hace dos años. La diferencia estuvo en que esta vez invitó al escenario a dos de sus hijos. “Y pensar que cuando era chico no escuchaba blues”, dijo sobre Greg, quien con la guitarra a lunares de su padre hizo un solo en Feels like rain primero y otro en Little by little, mientras cantaba su hermana, Carlise. El gran Buddy se despidió con Meet me in Chicago, de su último disco, en medio de una explosión de júbilo envolvente.
El sábado arrancó con la presentación de la cantante local Céu, que fusiona MPB, bossa y soul con bases electrónicas. Apenas escuché un par de temas suyos mientras me acomodaba para lo que vendría después. A las 21, una decena de músicos coparon el escenario y dieron pie a la presentación de Joss Stone. La rubia inglesa lucía el pelo suelto y un vestido blanco angelical. Entró sonriendo y fue ovacionada por el público. Empezó a cantar a capella The chokin’ kind y segundos después se sumó su banda. Promediaba el segundo tema, You had me / Super duper love, y los de seguridad hacían un esfuerzo enorme para tratar que la gente se quedara en sus lugares y no se les desmadrara el evento como la noche anterior con Buddy Guy. Pero ella hizo una seña con la mano para que todos se acercaran a bailar y los patovicas perdieron el control y no tuvieron más remedio que resignarse. Stone es hermosa, canta bárbaro, baila muy bien y tiene mucha onda. Su repertorio, tanto en sus discos como en vivo, tiene una orientación más pop, pero cuando canta soul clásico, como en su álbum debut, es fantástica.
El gran final vino de la mano de uno de los mejores guitarristas de la historia del rock. La presentación de Jeff Beck fue imponente, no sólo por lo que hizo con la guitarra, sino por la solidez y la prestancia de su banda, en particular de la bajista australiana Tal Wilkenfeld, de apenas 27 años. El primer tema fue Morning dew, cantado con mucho vigor por Jimmy Hall, vocalista de la banda Wet Willie. El repertorio alternó instrumentales como Stratus o Freeway jam, con clásicos cantados por Hall: I ain't Superstitious, A change is gonna come, Rollin’ & tumblin’ y un medley de Jimi Hendrix que incluyó Little wing, Foxy lady y Manic depression. La técnica de Beck es asombrosa, su pulgar aventurero saca las notas más fabulosas, mientras Wilkenfeld y el baterista Vinnie Colaiuta lo llevan como un auto deportivo a toda velocidad por una autopista desierta. Joss Stone subió para I put a spell on you y luego la bajista mostró que también es una gran cantante en You shook me. Para terminar, Beck fulminó con su demencial versión de A day in the life, de los Beatles. Dejaron el escenario en medio de una locura colectiva y volvieron para un bis, que no podía ser otro que Wild thing.
No pude quedarme al último día del show, que tuvo como plato principal a Trombone Shorty, pero lo que vi me alcanzó para satisfacer el alma, más allá de las discusiones por el nombre, fue un súper festival… la música está por encima de cualquier encasillamiento y eso es lo que importa.
viernes, 9 de mayo de 2014
Sangre y agallas
Luther Dickinson es uno de los músicos más prolíficos del sur de los Estados Unidos. Además de ser el alma de los North Mississippi All-Stars, desde 2008 es miembro regular de los Black Crowes y en los últimos años ha encarado distintos proyectos como The Word –con John Medeski y Robert Randolph-, South Memphis String Band –con Alvin “Youngblood” Hart y Jimbo Mathus-, y el poderoso trío de guitarras junto a David Hidalgo y Mato Nanji. Así y todo tiene tiempo para componer canciones y grabar discos propios. Ahora acaba de lanzar su segundo álbum solista, el fabuloso Rock ‘n’ roll blues.
En los Estados Unidos, a este tipo de música se la clasifica como americana, que no es otra cosa que una combinación de Delta blues, country y folk. El hijo del gran Jim Dickinson, leyenda musical de Memphis, se destaca desde las composiciones y sus poderosas interpretaciones, especialmente con el slide. Aquí canta y toca distintas guitarras, algunas hechas con cajas de cigarros, respaldado por Amy LaVere en contrabajo y los bateristas Lightnin’ Malcom y Shardé Thomas, la nieta del bluesman Othar Turner.
Blood ‘n’ guts (Sangre y agallas) es, para mí, una de las mejores canciones del año, principalmente por su exquisita melodía y ese estribillo tan cautivante. En Goin’ country, Dickinson evoca a sus grandes maestros Junior Kimbrough y R.L. Burnside con un blues arrastrado y provocador, mientras que Yard man es la pieza más campestre del disco. En Mojo, mojo va a lo más profundo de la tradición del Hill Country blues gracias al aporte de Shardé Thomas en pífano, una pequeña flauta muy aguda que se toca atravesada y que fue el instrumento característico de su abuelo. El tema que da nombre al disco es otra joya: Dickinson canta con una notable soltura y el combo de sonido es avasallador. Bar band es una composición sublime y un tanto más rockeada que las demás. Karmic debt tiene un halo más reflexivo apuntalado en una percusión galopante.
Las letras de las canciones son todas autobiográficas, ponen su alma y pensamientos al desnudo, y se nutren de historias que atraviesan las de Robert Johnson y Duane Allman. Rock ‘n’ roll blues fue producido por el propio Luther Dickinson y, si bien no es tan abrasivo y potente como sus trabajos con los North Mississippi All-Stars, es un disco a pura sangre blusera y agallas innovadoras que no se puede dejar pasar.
martes, 6 de mayo de 2014
Las rarezas de Junior Watson
Es un tipo raro. Su barba espesa, que oculta una cicatriz, es como el nido de su cabeza desnuda. El traje le queda grande y se queja que le duele la espalda. Dice un chiste en inglés, que a algunos les parece malo y otros no lo entienden, aunque un par se ríen de compromiso. “No se enojen conmigo, yo no lo inventé sólo lo cuento”, retruca. Transpira bastante. Se seca la cara y la calva con una toalla una y otra vez. Le gusta contar breves historias. Se jacta de que descubrió a John Nemeth en Idaho. Muestra su amuleto, una púa que era de Hendrix. “Yo lo vi en vivo”, revela con cierto orgullo que no puede disimular. Recuerda que tiene sangre latina porque su madre era portuguesa. Cuenta que en Buenos Aires se comió el mejor bife de su vida y que, tras un mes de gira por Brasil y Argentina, se siente cansado y con ganas de volver a su casa.
Ese es Junior Watson entre tema y tema. El resto es música. Cuando el tipo empieza a rasgar las cuerdas de su Spaguetti Western diseñada por Dan Dunham las palabras quedan a un lado. Su gran virtud es que no recurre a ningún tipo de cliché a la hora de tocar. Maneja las armonías, los ritmos y los punteos con una naturalidad asombrosa. Anoche, en el Be Bop Club, en San Telmo, demostró una vez más que puede salirse del molde tradicional sin apartarse del jump blues, el estilo que lo caracteriza desde hace décadas. Fue una noche íntima. El público estaba conformado en un 90 por ciento por músicos de blues, desde Alambre González y Rafa Nasta, hasta Mariano D’Andrea y Nicolás Smoljan. Watson estuvo acompañado por el brasileño Rodrigo Mantovani, bajista de Igor Prado; Pato Raffo en batería; y Tavo Doreste, rebautizado “Gustav” por el guitarrista al momento de presentarlo, en piano.
Más allá de que a Watson no le gustó mucho el amplificador que le dieron, en líneas generales el sonido fue bueno. Como en su visita anterior, cuando abrió la primera edición del Buenos Aires Blues Festival en La Trastienda, optó por un repertorio variado. Tocó algunos blues de su disco If I had a genie, de 2002, y un par de su trabajo más reciente, Jumpin' wit Junior. También mostró algunas rarezas como su aproximación a la bossa nova; una breve versión instrumental de Michelle de los Beatles; o el medley de música surf que incluyó extractos de Link Wray, Dick Dale y del grupo sueco The Spotnicks. Y claro que no faltaron sus versiones latinas de Chicago Cha Cha, Cuban getaway y Tequila.
La banda lo acompañó con precisión y mucho swing. Pato Raffo y Mantovani conformaron un rítmica sólida y justa, mientras que Tavo Doreste lo siguió desde el piano o los teclados con mucha atención y aprovechó los momentos que Watson le dejó para mostrar lo suyo, como por ejemplo en el Dragnet blues, el clásico de Johnny Moore que la mayoría le atribuye al pianista Charles Brown. Lo mejor de la noche vino al final: Watson homenajeó a Pee Wee Crayton con su Blues after hours, llevó a todos bien abajo para luego subirlos abruptamente. Quemó las cuerdas y hasta tocó con la guitarra arriba de los hombros. Pero más allá de esa exhibición de talento, todo el tema estuvo atravesado por un profundo sentimiento y una técnica exquisita.
domingo, 4 de mayo de 2014
Presente y futuro del viejo rock
Fotos Pablo Potapczuk |
Lo venían preparando desde hacía meses. Usando una analogía futbolera, los chicos de Támesis salieron a jugar una final como verdaderos campeones. Se nota que hubo mucho trabajo previo. Los temas, los arreglos, los solos, las armonías vocales, la combinación instrumental muestran el equilibrio justo entre múltiples ensayos y talento espontáneo.
El rock sureño es el hilo conductor, pero Támesis muestra mucho más: soul cuando se combina la voz de Guido Venegoni con las de las coristas Florencia Andrada y Micky Gaudino; funky en el momento en que Diego Gerez le imprime efectos a su teclado respaldado por la contundencia de los vientos de Mauro Chiappari y Yair Lerner; psicodelia cuando las guitarras y el hammond entran en trance; y rock and roll clásico cuando todos explotan con fuerza, apuntalados en el dinamismo de la rítmica de Homero Tolosa y Sacha Snitcofsky. ¿Y blues? Siempre está presente aunque no lo parezca. En cada punteo de los violeros se percibe esa raíz negra. Parafraseando a Muddy Waters, la Escuela de Blues tuvo un hijo y su nombre es Támesis.
La noche de gala tiene sus invitados. Nicolás Bereciartúa, el hijo de Vitico, se suma con su slide al jam sureño de Canción espiritual. Julian Kanevsky, guitarrista de Andrés Calamaro, aporta experiencia y solos demoledores en Desperté, mientras que Nico Raffetta, tecladista de Ciro y los Persas, derrocha un swing fabuloso en Equivocado.
El repertorio está conformado por temas de sus dos discos, Aprendiendo a volar (2011) y Mensaje para vos (2013), y un par de covers, como siempre suelen hacerlo. Esta vez tocan Bitch, de los Rolling Stones, y Adónde está la libertad, de Pappo, ambas cantadas con mucha fuerza y buen registro por Guido, un hechicero arriba del escenario.
Támesis es el presente y futuro del viejo rock. Se nota que la banda está perfectamente ensamblada y que entre ellos se llevan genial. Y además de lo que muestran arriba del escenario cuentan con el respaldo de un equipo de gente que trabaja mucho y muy bien en todo lo que los rodea. Ya superaron con éxito La Trastienda y van por más, mucho más. Como decía Tom Petty en Into the great wide open: “El cielo es el límite”.
sábado, 3 de mayo de 2014
Mark Hummel y los tres mosqueteros
El D’Artagnan de la armónica, Mark Hummel, necesitaba para su nuevo disco a sus aliados Athos, Porthos y Aramis y no anduvo con rodeos. Little Charlie Baty, Anson Funderburgh y Kid Andersen fueron los elegidos. Así que sólo imaginen como estos mosqueteros del blues combinaron sus guitarras con la armónica del jefe. Blues en su mejor expresión y sin encasillamientos. Un poco del sonido de Chicago, otro poco del West Coast y Texas, mucho swing. El resultado es asombroso.
The hustle is really on tiene 14 temas inspirados en leyendas como Little Walter, T-Bone Walker, Junior Parker y Bobby Bland, entre otros. De hecho dos de los temas, Tonight with a fool y Crazy legs, son del legendario armonicista. Los otros covers son What is that she got, de Muddy Waters; Give me time to explain, de Percy Mayfield; y la canción que da nombre al album de T-Bone Walker. El resto son composiciones propias de Hummel.
Hummel se encarga de las voces y de la armónica, y derrocha una andanada de swing brutal. Las guitarras se alternan con esmero: los tres son espadachines osados que saben lo que es tocar con grandes armonicistas. Funderburgh lo hizo durante muchos años junto a Sam Myers; Baty tocó décadas con Rick Estrin en los Nightcats, lugar que dejó y fue ocupado precisamente por Andersen.
Little Charlie Baty & Mark Hummel |
“Para mí todo se trata de mantener la verdadera esencia del blues”, dijo Hummel en una entrevista a la revista Blues Blast. Y este disco de valientes mosqueteros es un fiel reflejo de que lo que D’Artagnan piensa y siente con respecto al blues.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)