Yo empecé a escuchar blues gracias a Johnny Winter. A él le debo mi vida musical. Por eso el lanzamiento de un nuevo disco suyo es todo un acontecimiento para mí. Ya lo escuché cuatro veces en las últimas doce horas y cada vez que le vuelvo a dar play me gusta más. Cuántas veces pensamos que el albino estaba más cerca del arpa que de la guitarra. Cuántas veces pensamos que su último disco sería realmente el último. Lo cierto es que Roots, más allá de ser un gran álbum, es la confirmación de que Winter todavía está vivo y muy bien.Editado por el sello Megaforce y producido por Paul Nelson, Roots fusiona pasado y futuro. Los temas son todos clásicos del blues y los invitados son músicos relativamente jóvenes que tienen un presente formidable y un gran porvenir. El propósito de Johnny Winter fue rendir homenaje a sus mentores y creo que lo logró con creces. Lo mejor del disco es cuando el albino y los guitarristas de los Allman Brothers, Warren Haynes y Derek Trucks, hacen una oda al slide con dos temas del legendario Elmore James: Done somebody wrong y Dust my broom. Otro momento sublime es cuando la esposa de Derek Trucks, Susan Tedeschi, comparte voz y punteos con Winter en una versión fabulosa de Bright lights, Big City, de Jimmy Reed.
La combinación de solos entre el albino y Sonny Landreth en T-Bone shuffle es genial y el cover de Last night, de Little Walter, en la que John Popper descuella con su armónica, pone la piel de gallina. Obviamente no podía faltar su hermano Edgar, quien sopla su saxofón en Honky tonk, de Clarence “Gatemouth” Brown. El resto del álbum se completa con Further on up the road, con Jimmy Vivino como invitado; Short fat Fannie, de Larry Williams, junto a Paul Nelson; Got my mojo workin’, con la colaboración en armónica de Frank Latorre; y Maybellene, el clásico de Chuck Berry, con la participación de Vince Gill. Pero la sorpresa mayor de Roots está al final. Winter alecciona con una notable versión de Come back baby, que popularizó Ray Charles, junto al tecladista John Medeski, integrante del trío jazzero Medeski, Martin & Wood.
Winter ya no tiene el tono de voz feroz de los setenta que se balanceaba entre los blues y el rock and roll de grandes estadios. Ahora es un hombre de 65 años completamente abocado al blues. Su estilo de tocar la guitarra ya no es tan veloz como antes, pero eso no lo hace menos efectivo o pasional. Al contrario, el sentimiento por el blues es lo que mueve a este músico de aspecto frágil y mucha historia sobre sus espaldas. Señores, no se priven de escuchar esta joya del viejo y querido tornado texano.

Miles Davis fue el músico más importante del siglo XX. Atravesó cinco décadas y en cada una de ellas le fue imprimiendo al jazz su propia perspectiva. Creció escuchando blues y provocó cruzando las fronteras el rock, el funk, el pop y el hip hop. Miles Davis tuvo un swing único y un talento natural para juntarse con los músicos más brillantes: Dizzy Gillespie, 










Eric Sardinas – Sticks and stones. El primer disco de Eric Sardinas (Treat me right, de 1999) fue arrollador. Un músico nuevo, con un apellido llamativo, y un estilo de tocar simple pero efectivo, había logrado un blues de slide potente, una especie de fusión entre el power metal y las raíces más profundas del Mississippi. Sardinas y su dobro eléctrica condensaron el espíritu de Stevie Ray Vaughan, Johnny Winter y George Thorogood en un álbum electrizante. Pasaron doce años desde aquél lanzamiento del sello Evidence y las cosas para Sardinas nunca lograron despegar del todo. Si bien su nombre figura habitualmente en varios festivales de blues y sus presentaciones en vivo son dinamita pura, sus discos siguientes, tres en total, no lograron llegar a la altura del primero. Sardinas cayó en repeticiones y clichés. Su nuevo álbum, Stick and stones, el primero para Provogue Records, es un poco más de lo mismo. No es un disco aburrido ni mucho menos. Tiene solos de guitarra, tanto eléctricos como acústicos, tremendos. Pero las canciones no dicen gran cosa. Si nunca escuchaste a Sardinas, te recomiendo que consigas su primer disco, el único que me parece vale la pena escuchar más de una vez.
nconditional. La tapa es muy provocativa: el cuerpo desnudo de Ana Popovic se esconde tras una guitarra Fender. Para algunos es un elemento más de marketing, para otros es una foto artística. Lo cierto es que, más allá de cuál haya sido su finalidad, podríamos decir que es innecesaria. Lo que importa es la música. A diferencia de Sardinas, la chica nacida en Sarajevo, Serbia, hace 35 años, ha logrado consolidar un estilo tanto en vivo como a la hora de grabar. Unconditional es su sexto álbum, el tercero para Electro Groove Records, y suena muy bien. Popovic logró posicionarse en el lugar que antes tenían ocupado otras damas como Sue Foley, Debbie Davies y Deborah Coleman. Basta escuchar el primer tema, Fearless blues, para entender de que va el álbum. La voz sensual de Popovic se combina con sus solos de guitarra electroacústica. Todo se funde en unos coros mixtos que surgen como una brisa en medio de un día cálido y un piano que recorre la canción como el oleaje de una marea calma. Popovic además demuestra su virtuosismo cuando encara el standard de Nat Adderley, Work song. El resto de los temas no decaen. Un disco "satisfacción garantizada".

