Las luces se atenúan y, entre sombras y aplausos, los seis músicos de Wilco toman sus posiciones en silencio. Jeff Tweedy se cuelga la guitarra, baja la cabeza y lanza los primeros acordes de Company in My Back. Así comienza un viaje hipnótico de más de dos horas, donde cada canción es una pequeña joya de melodía, textura y emoción. Frente a una multitud atenta y madura, la banda despliega una actuación impecable, cargada de matices, con un sonido tan nítido y envolvente que por momentos parece irreal. No hay poses ni alardes, solo músicos profundamente conectados con su arte y con cada segundo del presente.
Sobre el escenario del C Art Media, un cartel luminoso con las letras del nombre de la banda destella al ritmo de la música, marcando el pulso emocional del show y aportando un detalle visual tan sutil como efectivo. El sonido, con cada instrumento en su lugar y bien balanceados, potencia la experiencia sin empaques innecesarios.
Wilco es una banda sin hits, dicen algunos. Puede que sea cierto en términos comerciales, pero es algo que no importa . Las melodías pegadizas y las letras de Jeff Tweedy -que bien podría ser considerado uno de los compositores más destacados de su generación- hilvanan una narrativa que aborda el amor, la pérdida, la soledad y la condición humana con una sensibilidad única. Sus letras no gritan, susurran, y en ese murmullo logran una conexión profunda con el oyente.
Si hay algo que distingue a Wilco es su excelencia en vivo. Cada uno de los músicos está completamente presente, conectado con cada centésima de segundo del show, y esa entrega transforma sus canciones en una experiencia tangible. Tweedy, más allá de su maestría compositiva, es un intérprete formidable: canta con el corazón en la garganta y la paciencia de un artesano.
El desempeño del grupo es sobresaliente, pero hay que detenerse especialmente en el trabajo de los guitarristas Nels Cline y Pat Sansone, que se lucen en extensas improvisaciones que remiten a las jams de los Allman Brothers o los Grateful Dead. Porque Wilco, aunque suene moderno, es una esponja de la música de los sesenta y los setenta: The Band, The Beatles, Gram Parsons, algún momento de introspección al mejor estilo de Pink Floyd e, incluso, en la voz de Tweedy, se cuela el influjo de Van Morrison. El country está presente en buena parte de su repertorio, pero por encima de todas esas referencias, el sonido de Wilco es único, reconocible, con una firma propia.
Uno de los momentos más intensos del show llega con Via Chicago, donde la banda se permite su cuota de caos controlado, una esquizofrenia sonora que contrasta con la belleza de la seguidilla de canciones que siguen: You Are My Face, Whole Love, Either Way, Impossible Germany, Jesus, Etc” y Hate It Here, un tramo de altísimo vuelo emocional.
El final del concierto es una suerte de regreso a las raíces más country-rock de la banda, con el clásico que Tweedy escribió junto a Billy Bragg, California Stars, y un cierre encendido con Falling Apart (Right Now), Walken y I Got You (At the End of the Century), temas que hacen vibrar a una audiencia que, lejos de la euforia adolescente, responde con una gran devoción. Wilco no necesita hits. Tiene algo mucho más poderoso: canciones que resuenan, que acompañan y que, cuando las tocan en vivo, se vuelven inolvidables.
El humo espeso que flota sobre Vorterix revela una verdad
ineludible: es noche de rock and roll. El telón se abre como un velo que se
corre para mostrar lo que de verdad importa. Un rugido se empieza a formar
cuando suenan los primeros acordes de El hombre
suburbano y el tributo cobra vida: Pappo está de vuelta, otra vez encarnado
por Juanse y una banda que es como esas Harley que le gustaban a Norberto.
La cosa toma temperatura rápido. Malas compañías ya no es una canción, es un grito de guerra, y cuando
llega Sucio y desprolijo, el teatro
tiembla. El sonido es denso, compacto, y la guitarra de Nicolás Yudchak emana unos
solos limpios y penetrantes, mientras Juanse lanza esos esos riffs que son como
el ADN del rock. Entre canción y canción, el público canta con el corazón y las
tripas: “¡Y dale Pappo, dale, dale Pappo!”, porque lo que está pasando ahí no
es solo música: es una celebración de lo que fuimos y todavía somos.
Juanse sigue con Tomé
demasiado, una gran postal del rock argentino. Blues local llega con esa frase que es una verdad absoluta: donde
hubo fiesta, hubo amigos de verdad. Y entonces sube al escenario Gabriel
Carámbula, un viejo zorro de mil y un rocanroles, para tocar Adónde está la libertad. Tres Gibson Les
Paul escupen fuego al mismo tiempo, al igual que en Pájaro metálico, de ese álbum clásico que es Pappo's Blues Vol. 3, de 1973. Cuando suena Una casa con diez pinos, el delirio es total. Todos sabemos que el
tema no es de Pappo, pero bien podría serlo. En esa poesía de Javier Martínez está
también su espíritu. Yudchak vuelve al frente con absoluta naturalidad. Nació
para estar ahí. No le pesa el partido del debut en Primera y juega como
requiere un equipo grande. En El viejo,
mientras la letra nos interpela a los que la escuchamos desde hace varias
décadas, aparece el hammond de Nico Raffetta, exquisito, redondo. Bolsa y Ponch, en la base rítmica, son un dique de contención para
que todo fluya como el show lo demanda.
Desconfío es un
momento aparte. Juanse deja la guitarra, se adelanta y en modo crooner canta
con voz rasgada una plegaria compartida. Al final de la primera vuelta de “Tan solo en la vida, que mejor me voy”,Yudchak se adueña del escenario. Muestra el
carnet de egresado de la Escuela de Blues y tira unos solos inspirados en los
mismos dioses que le hablaban a Pappo, y a Freddie King también.
Pasa Fiesta cervezal
y todo su desmadre sonoro. Aparece Sarco en escena, porque si hay alguien que
puede cantar El gato de la calle negra
con el alma es él. Promediando el show, Juanse se corre del cancionero de Pappo
para meter sus canciones como solista: Energía,
La esquina del sol, Estoy de vuelta… y hasta una sólida versión en español de Under My Thumb de los Rolling Stones.
La banda suena bien, eso no cambia, pero el aura baja un poco: esas
composiciones –a excepción de la de la banda británica- no tienen la misma fuerza
que las anteriores. Y eso queda más en evidencia cuando Juanse se zambulle en
la historia de Los Ratones Paranoicos. Rock
del gato, Cowboy, Sigue girando, Rock del pedazo, Ceremonia y Estrella, todas canciones llenas de
magia, emblemas de una época en la que la mayoría de los que estamos ahí éramos
jóvenes.
Con los bises vuelve Pappo, porque siempre se vuelve a
Pappo. Suben al escenario Fachi (bajista de Viejas Locas) y Sarco, porque el
rock también es hermandad. El tren de las
16 y Ruta 66 suenan como lo que
son: canciones de viaje eterno, de ir y volver, de nunca quedarse quieto. Juanse
presenta a sus músicos. Para él Nico Raffetta es Nicky Hopkins y Nico Yudchak
es Mick Taylor. Una hora y cuarenta y tantos minutos después, el humo se
disipa, el telón se se cierra, y el espíritu del Carpo vuelve a las calles, a
cada motor que va rumbo a Paternal.
Joe Louis Walker, el innovador guitarrista, vocalista y compositor, cuya fusión de géneros le dio un nuevo toque al blues moderno, murió como consecuencia de un paro cardíaco el 30 de abril por la noche a los 75 años.
Con una carrera que abarcó más de seis décadas, el electrizante trabajo de guitarra de Walker, su candorosa voz y su composición reflexiva dejaron una huella imborrable en la escena del blues contemporáneo.
La producción musical de Walker abarcó todo el espectro de la música de raíces estadounidense, lo que le valió un lugar entre los bluesmen más venerados de su generación. Billboard describió una vez su estilo como “desbordando todos los mapas… blues crudo, góspel jubiloso, el estruendo roquero al estilo Rolling Stones y un R&B desgarrador”, y añadió: “La guitarra de Walker es impecable y feroz”.
Guitarrista brillantemente expresivo, vocalista conmovedor y compositor prolífico, Walker recorrió el mundo durante décadas, pisando los escenarios de festivales de renombre internacional como Glastonbury y Montreux. Sus actuaciones dinámicas llegaron a millones más a través de apariciones en televisión nacional en Late Night with Conan O'Brien, The Don Imus Show y el británico Later… with Jools Holland, consolidando así una fiel base de seguidores internacionales.
A lo largo de su carrera, Walker colaboró con íconos como Ike Turner, Bonnie Raitt, Taj Mahal y Steve Cropper; fue telonero de leyendas como Muddy Waters y Thelonious Monk; y contó entre sus amigos y contemporáneos a figuras como Freddie King y Mississippi Fred McDowell. También fue amigo cercano y excompañero de cuarto del virtuoso guitarrista Mike Bloomfield.
Su álbum debut de 1986, Cold Is the Night, lanzado por HighTone Records, marcó una llegada contundente y señaló la aparición de una nueva y poderosa voz en el blues. Lanzamientos posteriores en sellos como Verve, Alligator y Stony Plain consolidaron aún más su reputación como uno de los artistas de blues más destacados de su época. The New York Times lo elogió como “un cantante con una voz tipo Cadillac”, y señaló que sus solos “gimen con desesperación blusera”. Rolling Stone lo describió simplemente como “feroz”.
Walker fue incluido en el Salón de la Fama del Blues, nombrado USA Fellow por United States Artists y recibió múltiples premios W.C. Handy y Blues Music Awards. También fue reconocido con los prestigiosos Bammy Awards de San Francisco y recibió un premio a la trayectoria por parte de la Mississippi Valley Blues Society.
Ampliamente considerado como un “músico de músicos”, Walker se ganó su lugar en el panteón de los grandes cantantes y guitarristas de blues eléctrico junto a B.B. King, Buddy Guy y Robert Cray. Herbie Hancock lo calificó como “un tesoro nacional”. Chick Corea, con su característico ingenio, lo apodó “el Chick Corea del Blues”, mientras que Aretha Franklin lo honró de manera simple y definitiva como “el Bluesman”.
El legado de Walker perdura a través de su vasto catálogo de grabaciones, las generaciones de músicos que inspiró y los incontables fanáticos cuyas vidas fueron conmovidas por su música.
En una de las primeras escenas del filme, la cámara se mete en la casa del tecladista Deacon Jones, un nombre fuerte dentro de la historia del blues, por haber compartido años junto a dos leyendas como Freddie King y John Lee Hooker. El músico se emociona cuando le preguntan por su vínculo con Pappo. Sergio “Chapete” Bonacci, el director del filme, le pide disculpas, pero él responde igual: “Es duro, pero hay que hacerlo”. Así comienza Algo ha cambiado: un viaje quijotesco al blues local, la película documental que se estrenó en el BAFICI e indaga sobre las raíces del blues en la Argentina desde una perspectiva poco convencional.
La línea argumental es un tanto caótica, pero es justamente en ese caos donde Chapete logra capturar la esencia misma de Pappo y presentar una historia con múltiples aristas, que sobre el final terminan convergiendo. El arco narrativo va saltando entre las raíces del blues, su expansión e influencia en el rock y su desembarco en la Argentina. Buena parte del hilo conductor de la película es la amistad de Pappo con Deacon Jones, que surgió casi de casualidad una noche de blues crudo en un bar del South Central de Los Ángeles, pero también es esencial en el relato la reconstrucción del vínculo del Carpo con BB King.
Testimonios valiosísimos de personas que ya no están como el propio Deacon Jones o Peter Deantoni, el manager de Pappo en esos años Made in USA, cuentan la llegada de Norberto Napolitano al Madison Square Garden, de la mano de BB, o su grabación junto a John Lee Hooker en su casa de California, dos de los más grandes hitos del guitarrista de La Paternal y también del blues local.
Grandes músicos como Gilby Clarke, Carmine Appice, Larry McCray, Tony Coleman, Zakiya Hooker y Good Time Charlie Bretchel trazan un perfil del Pappo for export, que en su mayoría conocieron en Estados Unidos y, en algunos de los casos, en sus visitas a la Argentina. Sus virtudes, su personalidad, su pasión por la música y las motos, sus fallidos, especialmente el momento en que frustró la grabación de un disco con Appice y Tim Bogert que lo podría haber convertido en una estrella internacional, van apareciendo en el documental con una estética en blanco y negro, que no agobia y acompaña muy bien la historia.
Algo ha cambiado... va y viene. Botafogo, Alejandro Medina y el Napo, entre otros, recuerdan al Pappo en su versión local, al del Pappo’s Blues de los setenta, al de Riff enfundado en cueros negros, al de Aeroblus o el que impulsó el boom del blues en los noventa El filme hace pasadas muy emotivas por el Samovar de Rasputín, el icónico bar blusero de La Boca y por la Plaza de Pappo, cuando se cumplieron diez años de su muerte. También escarba en la historia de la población negra de nuestro país de la mano de otro grande que ya dejó este plano, Jorge Pistocchi.
Algo ha cambiado… no solo es un retrato del Pappo músico, sino también del hombre detrás de la guitarra: apasionado, contradictorio, entrañable. En ese ida y vuelta entre anécdotas, rutas, bares y escenarios, el documental se convierte en una celebración del blues como lenguaje universal y en un emotivo homenaje a uno de sus grandes embajadores. Porque, como bien deja entrever Chapete Bonacci, el blues en la Argentina no sería lo que es sin ese rugido inconfundible del Carpo que, aún hoy, sigue resonando.
Pasaron 45 años desde que The Police llegó a la cima del mundo de la música. Desde entonces, las canciones de Sting se convirtieron en la banda de sonido de nuestras vidas. Ahora, a ocho años de su última visita, volvió a Buenos Aires para dar dos conciertos memorables en el Movistar Arena, aunque esta vez con un formato de power trío, similar en algún punto, pero diferente en perspectiva, a su etapa junto a Andy Summers y Stewart Copeland.
La gira Sting 3.0 presenta al cantante, compositor y bajista acompañado por el guitarrista Dominique Miller y al baterista Chris Maas. El formato del show es tan minimalista como vertiginoso. Y ese vértigo lo provoca la catarata de hits que el trío despliega sobre el escenario, temas de todas sus épocas, pero con una marcada inclinación por el cancionero de The Police.
Vestido con remera, jeans y zapatillas, Sting no aparenta los 73 años que tiene. Pero no es solo una apariencia visual. Lo mismo sucede cuando canta: lo hace durante casi dos horas sin tomarse un respiro, con una entrega y un registro que el tiempo no ha podido horadar. El inicio del show es con la fantástica Message in a Bottle y su “Sending out an SOS” del estribillo rebota en cada rincón del estadio.
Dos de sus composiciones más exquisitas, If I Ever Lose My Faith in You e Englishman in New York, de sus discos Ten Summoner's Tales (1993) y Nothing Like The Sun (1987), preceden a Every Little Thing She Does Is Magic, otra de las grandes canciones de The Police que irá mechando a lo largo del show. Es ahí cuando balbucea una frase en castellano que hace gritar al público: “Muy felices de estar aquí con ustedes”. Vuelve a Ten Summoner's Tales con la melodiosa Fields of Gold y luego salta a Never Coming Home de Sacred Love (2003). Recién en ese momento, el público que pagó costosas plateas en las primeras filas se sienta, eso provoca un efecto dominó en el resto del campo cubierto de sillas, tan pegadas unas de la otras que no dejan espacio ni para cruzar las piernas. Es en ese tema, Dominique Miller da un par de pasos al centro y saca un solo fantástico desde su Fender Stratocaster.
Junta cinco canciones de The Police –Synchronicity II, Spirits in the Material World, Wrapped Around Your Finger, Driven to Tears y Can't Stand Losing You- apenas interrumpidas por Mad About You y Fortress Around Your Heart, todas interpretadas con una vuelta de tuerca de las originales, pero sin que pierdan su esencia y melodía. Así como Sting supo reinventarse varias veces a lo largo de su vida, también lo hace con sus canciones.
Shape of my Heart es el tercer tema que toca de Ten Summoner's Tales, probablemente su disco solista mejor valorado, y luego pasa a I Wrote Your Name (Upon My Heart), su más reciente lanzamiento, con la guitarra bien al frente y una impronta rockera que uno deseaba escuchar de Sting. El último tramo del show comienza con ese rasgueo reggae característico de Walking on the Moon, con el bajo marcando un groove expansivo y Sting elevando su voz hacia el infinito. No hay corte y sin darnos cuenta ya estamos cantando So Lonely y cuando parece que el raid de The Police no se va a detener hasta el final, el trío hace un rebaje con Desert Rose, el tema de ritmo arabesco que Sting escribió a fines de los noventa junto al compositor argelino Cheb Rabah.
Ahora sí los ochenta se nos vienen encima, primero con una versión deconstruida de King of Pain, y luego con la que seguramente es la canción de The Police más cantada de la historia, Every Breath You Take. Tal vez por eso, como un guiño al público, es de todas las que tocó, la que más se asemeja a la original. Sting y sus músicos se despiden en medio de una ovación, pero los bises llegan enseguida. Un minuto más tarde, los tres vuelven a aparecer en escena para interpretar con una energía desbordante el clásico Roxanne, y todo el mundo corea “You don't have to put on the red light”, mientras que el bajo y la guitarra confluyen en un ritmo reggae atomizado. Todavía queda algo más: Sting deja el bajo y toma una guitarra electroacústica y rasga los primeros acordes de Fragile, con un recordatorio clave en tiempos mensajes de odio y bombardeos: “Nada surge de la violencia”.
Sting lo hizo de nuevo como en aquellos míticos shows en Obras de 1980 junto a The Police; en River en 1987 para presentar Nothing Like the Sun; su participación en Amnesty en 1989 junto a Peter Gabriel, Bruce Springsteen y Tracy Chapman; en Vélez en 2001; otra vez con The Police en River 2007; en la inauguración del Direct TV Arena en 2015; y en el Hipódromo de Palermo en 2017. Se brindó entero a un público receptivo que conoce sus canciones a la perfección, porque están allí, entre nosotros, desde siempre.
Federico Verteramo irrumpió en la escena del blues local en
2008 como guitarrista de una banda que dejó una huella pese a que duró poco. Los
Huesos de Gato Negro grabaron un disco que nunca vio la luz, pero tres temas
fueron incluidos en el compilado de Blues
en Movimiento Vol. 1 en español. Por entonces, con apenas 16 años, el
guitarrista llamaba la atención cada vez que se subía a un escenario. Otro músico
que lo conocía bien decía de él: “Nosotros nos pasamos horas estudiando para
poder hacer lo que a él le sale de manera natural”. Desde entonces corrió mucho
blues bajo el puente, el niño prodigio peinó canas y, tras un par de giras por
Europa antes de la pandemia, finalmente se radicó junto a su pareja, la
tecladista Anita Fabiani, en el sur de Francia en 2022.
El guitarrista zurdo, que en sus inicios lo llamaban
“Lefty”, acaba de sacar su tercer disco solista, el primero con mayoría de
temas propios, y hace poco estuvo de visita en Buenos Aires para pasar las
fiestas en familias y realizar un par de shows, uno en La Plata y el otro en
CABA. En ese contexto, dialogó con Noticias
Argentinas.
- ¿Cómo fue la
decisión de irte a vivir a Francia y por qué?
- Entre 2014 y 2019, una vez por año, realicé giras poco más
de un mes por diferentes países europeos. Fueron giras muy intensas, en
camioneta, recorriendo miles de kilómetros y tocando casi todos los días,
siempre blues. Esto lo hice durante las vacaciones de mi trabajo en relación de
dependencia, combinando días sin goce de sueldo y cualquier otra opción que me
permitiera alargar la estadía. En esos viajes conocí colegas, músicos de blues
de diferentes países, muchos de los cuales vivían exclusivamente de tocar en
vivo. Desde el principio vi que había una oportunidad y, a partir de 2015,
empecé a prestar atención a las diferencias entre países, culturas y, lo más
importante, a las estructuras del circuito para tocar en vivo. La combinación
de todos estos factores me llevó a elegir Francia, el sur por su clima y su
gente, la cercanía con España, y Toulouse por los colegas que ya había conocido
y las oportunidades que ofrecía en particular. Si bien tomar la decisión de
emigrar no fue nada fácil, y mucho menos concretarlo, tenía por primera vez la
oportunidad de dedicarme exclusivamente a tocar en vivo y quería aprovecharla.
- Esos puentes que tendiste
entonces te sirvieron para cuando te instalaste definitivamente…
- Sí, esto fue clave para que, al llegar a Toulouse en marzo
de 2022, pudiera tener inmediatamente mi banda armada con músicos locales y una
agenda de conciertos distribuida a lo largo del año. Por otro lado, durante
esos años y dado que varios de mis bisabuelos eran de origen italiano, comencé
a tramitar mi ciudadanía italiana, un proceso que me llevó cuatro años y que
finalmente se concretó en 2019.Desde
ese momento, la idea de emigrar se volvió mucho más clara y definitiva. Como
anécdota, en realidad mi pasaje era para abril de 2020, pero primero los vuelos
cancelados y las fronteras cerradas por la pandemia, y luego la imposibilidad
de concretar conciertos en ese período, hicieron que la mudanza se demorara dos
años.
- ¿Con qué
regularidad tocas, tanto en Toulouse como en el resto de las ciudades a las que
vas?
- Al año en promedio realizo entre 70 y 80 shows, pero hay
meses más intensos y agotadores, con hasta 15 conciertos, y otros en los que
solo tengo tres. Estos shows se distribuyen entre conciertos de mi propia
banda, otras formaciones estables en las que participo o giras específicas,
como las que hice con artistas como (el cantante estadounidense) Tail Dragger
en España en 2022 o (la armoniquista argentina) Ximena Monzón en 2023 y 2024,
entre otros. La mayoría de los conciertos están distribuidos por toda Francia,
y aproximadamente un 20% en otros países. Este último año hemos pasado por Austria,
Alemania, Bélgica, Eslovaquia, República Checa y Países Bajos. Los viajes son
parte importante del trabajo, ya que con Toulouse no alcanza para llenar la
agenda o para darme la regularidad necesaria como para no necesitar salir. Creo
que no hay ninguna ciudad en Europa que pueda ofrecer eso. Lo que sí cumple es
con ser una ciudad de tamaño agradable para vivir, con aeropuerto y trenes y
una oferta cultural interesante.
- ¿Sos tu propio
agente? ¿Cómo arreglas los shows y las giras?
Sí, soy mi propio agente, y es la parte más tediosa del
trabajo. Por supuesto, la independencia es algo positivo: me permite elegir los
momentos más intensos de trabajo y también tomar decisiones artísticas y
creativas. Sin embargo, también es una carga bastante grande que no se puede
descuidar. No basta con componer un disco, grabarlo y publicarlo; hay que estar
muy pendiente del calendario. En mi caso, esto implica contactar directamente a
los programadores de salas de conciertos y festivales, hacerlo en el momento
adecuado, ni demasiado tarde ni demasiado temprano, y lidiar con la
frustración: no solo con el "no", que por supuesto es recurrente,
sino aún más con la falta de respuesta. Hoy, después de tres años, por suerte
el teléfono empieza a sonar también y en algunos casos, para países puntuales o
regiones, cuento con agentes que se encargan de mover mis propuestas.
- ¿Podes vivir solo
de la música o tenés que realizar alguna otra actividad?
- Me dedico exclusivamente a tocar en vivo, con un nivel de
vida digno y estable. Debo decir que en esto influye favorablemente un sistema
de estímulo, un apoyo estatal para todos los trabajadores del sector de
espectáculos. Esta es una política pública francesa que lleva casi 100 años en
funcionamiento y que permite, cumpliendo no pocos requisitos de formalidad que
no son fáciles de alcanzar, garantizar un salario mínimo estipulado por ley. El
estado está muy presente en todos los ámbitos y la cultura no es la excepción.
- ¿Cómo te recibieron
los franceses siendo un argentino que toca música estadounidense?
- El recibimiento tengo que decir que fue espectacular… han
sido cálidos, acogedores. Al principio lo viví con sorpresa, y hoy, al cabo de
tres años, puedo confirmarlo. Desde el momento en que llegamos con Anita
Fabiani, los colegas que fuimos conociendo se mostraban interesados en
conocernos y saber de nosotros. Al compartir escenarios, las puertas y
propuestas se multiplicaron y con el tiempo nos integraron de manera natural a
su vida social, participando en reuniones, cumpleaños, y otros encuentros
personales. Nunca percibí que alguien se sintiera amenazado por nuestra
presencia, sino todo lo contrario, nos recibieron con los brazos abiertos y
estoy muy agradecido. En cuanto a los programadores, si bien priorizan a los
músicos de blues de Estados Unidos, venir de Argentina, en cierto modo, ha
jugado a nuestro favor, despertando en ellos una curiosidad genuina y un
sentido de lo "exótico".
- ¿Cómo fue el
proceso de grabar tu nuevo disco, el primero en Europa?
En abril de 2023 comencé a escribir y trabajar en nuevas
canciones, grabándolas solo en mi computadora. Cuando ya tenía 4 o 5 temas
listos, en junio decidí comprometerme a hacer un disco y me forcé a reservar
dos días de estudio en noviembre en Toulouse, además de asegurar la disponibilidad
de los músicos (contrabajo, batería y piano/teclados) para esas fechas. Los
meses fueron pasando, y la dinámica de conciertos y giras me bloqueaba la
inspiración para nuevas composiciones. Se acercaba la fecha de grabación y por
suerte la presión cumplió su rol y aparecieron las canciones que vinieron a
completar el álbum, In My Own Time. En
dos días lo grabamos en el Studio de la Manne de Toulouse, luego lo mezclamos
en el Estudio Sureños en Argentina con Julio Fabiani, y finalmente lo editamos en
marzo de 2024. En Francia, el disco fue muy bien recibido y reseñado en varios
medios gráficos y radiales, coronando un año de trabajo muy lindo e importante
a nivel simbólico. Creo en su importancia y pienso seguir haciendo discos y
componiendo canciones.
- ¿Cómo encontraste
la escena local ahora en tu visita a la Argentina?
- Creo que, sin importar a qué ciudad del mundo vayamos, si
comparamos la escena del blues y la música en vivo de hace 10 o 15 años con la
actual, es evidente que ha ido en baja: hay menos lugares para tocar, peores
condiciones, menos agrupaciones activas y menos público. Buenos Aires no es la
excepción. En mi caso, comparando con el período en el que estuve activo en la
escena local (2007-2020), veo que hoy se están grabando y editando menos discos
y hay menos formaciones estables tocando. Sin embargo, la identidad del blues
en Argentina sigue siendo fuerte. A pesar de las dificultades, hay músicos que
siguen apostando al género, y el público, aunque más reducido, mantiene un
nivel de pasión y conocimiento que no es tan común en otros lugares.
A finales de 1968, Elvis Presley llevaba siete años sin actuar en vivo. El ícono del rock & roll se había convertido en un producto prefabricado de Hollywood, sin rebeldía y sin emoción. Sus películas, que a comienzos de esa década habían sido exitosas, ahora se habían vuelto previsibles y aburridas, por no decir malas. Todo el mundo lo sabía. Él mismo lo sabía. Pero estaba atrapado en la telaraña comercial que había tejido su representante, el coronel Tom Parker. Entonces apareció una oportunidad: ambos acordaron grabar un especial de televisión navideño para la NBC, que sería dirigido y coproducido por Steve Binder, y eso fue el catalizador de un regreso.
Ese es el eje del documental El regreso del Rey - Declive y resurgimiento de Elvis Presley, que acaba de estrenar Netflix y cuenta con testimonios de Priscilla Presley, Bruce Springsteen, Conan O'Brien, Robbie Robertson y Billy Corgan, entre muchos otros.
El documental abarca los orígenes humildes de Elvis en Tupelo, Mississippi, su temprana pasión por la música negra -el blues y el góspel- y su irrupción en Memphis en 1954, el éxito absoluto en 1956 y el llamado a cumplir con el servicio militar en 1958, en el mejor momento de su carrera. A su regreso, Frank Sinatra le dio la bienvenida en su programa de tevé y lo devolvió al centro de la escena, pero ya no como el rebede que se había ido sino como parte de la maquinaria del show business.En 1961, brindó un concierto benéfico en Hawai que parecía marcar su vuelta a los escenarios, pero resultó ser el único. Entonces vinieron las películas y Elvis se alejó de lo que más amaba, tocar en vivo.
Pasaron siete largos años en los que el mundo cambió y la música también. Aparecieron los Beatles, los Rolling Stones y Bob Dylan, poco después Jimi Hendrix, Janis Joplin y The Doors. Elvis parecía cosa del pasado. Hasta ese 3 de diciembre de 1968.
El especial navideño de la NBC
Steve Binder tenía bastante claro lo que quería de Elvis para ese retorno televisivo: quería producir un espectáculo excelente, con escenas dramáticas y temáticas vinculadas a las actuaciones de Elvis, algo que el Rey no le interesaba tanto. Pero pasó algo inesperado que provocó un volantazo de último momento. Binder presenció una zapada en el camarín de Elvis, con sus músicos, tocando los viejos temas que lo llevaron a la fama y algunos blues como Baby What You Want Me To Do.
Entonces, Binder le propuso a Elvis realizar una sesión improvisada en vivo. Al coronel Parker no le gustó, pero Elvis, después de pensarlo bien, aceptó. A días de la grabación, invitó a dos de sus primeros compañeros de banda, Scotty Moore y D.J. Fontana, para unirse a él.
Aunque al principio se mostró muy nervioso e incluso hay testigos que dicen que no quiso salir a grabar, Elvis entregó una actuación memorable. Sus interpretaciones vocales fueron descomunales, y se mostró autocrítico y sarcástico sobre sus primeros días y su moribunda carrera cinematográfica. Con el correr de los minutos se fue desinhibiendo, todavía le quedaba vida y espíritu artístico.
Fue un momento triunfal en su carrera. En palabras de Bruce Springsteen: “Esa noche, Elvis llegó hasta donde el destino lo llevaba”. Para Billy Corgan “el especial de 1968 es la obra de un genio. Pero así fue Elvis siempre. Nadie tuvo la visión de aprovechar a Elvis como era. De haber sido más inteligentes o perspicaces, habrían hecho 50 más y hoy también hablaríamos de ellos. Así era Elvis siempre. No es que tuviera un buen día. Era su comportamiento de siempre”.
El especial de la NBC duró hora y media, alcanzó picos de audiencia de hasta el 42% y prefiguró el resto de su carrera. Dramático, intenso, motivado y terrenal, con frecuencia conmovedor pero no sin una ocasional nota empalagosa, fue la apoteosis del rock, con la mezcla justa de soul, gospel, pop, blues y country. Esa noche del 3 de diciembre de 1968, finalmente Elvis decidió quién quería ser.