domingo, 25 de mayo de 2025

Juanse y una noche con el espíritu del Carpo

El humo espeso que flota sobre Vorterix revela una verdad ineludible: es noche de rock and roll. El telón se abre como un velo que se corre para mostrar lo que de verdad importa. Un rugido se empieza a formar cuando suenan los primeros acordes de El hombre suburbano y el tributo cobra vida: Pappo está de vuelta, otra vez encarnado por Juanse y una banda que es como esas Harley que le gustaban a Norberto.

La cosa toma temperatura rápido. Malas compañías ya no es una canción, es un grito de guerra, y cuando llega Sucio y desprolijo, el teatro tiembla. El sonido es denso, compacto, y la guitarra de Nicolás Yudchak emana unos solos limpios y penetrantes, mientras Juanse lanza esos esos riffs que son como el ADN del rock. Entre canción y canción, el público canta con el corazón y las tripas: “¡Y dale Pappo, dale, dale Pappo!”, porque lo que está pasando ahí no es solo música: es una celebración de lo que fuimos y todavía somos.

Juanse sigue con Tomé demasiado, una gran postal del rock argentino. Blues local llega con esa frase que es una verdad absoluta: donde hubo fiesta, hubo amigos de verdad. Y entonces sube al escenario Gabriel Carámbula, un viejo zorro de mil y un rocanroles, para tocar Adónde está la libertad. Tres Gibson Les Paul escupen fuego al mismo tiempo, al igual que en Pájaro metálico, de ese álbum clásico que es Pappo's Blues Vol. 3, de 1973. Cuando suena Una casa con diez pinos, el delirio es total. Todos sabemos que el tema no es de Pappo, pero bien podría serlo. En esa poesía de Javier Martínez está también su espíritu. Yudchak vuelve al frente con absoluta naturalidad. Nació para estar ahí. No le pesa el partido del debut en Primera y juega como requiere un equipo grande. En El viejo, mientras la letra nos interpela a los que la escuchamos desde hace varias décadas, aparece el hammond de Nico Raffetta, exquisito, redondo. Bolsa y Ponch, en la base rítmica, son un dique de contención para que todo fluya como el show lo demanda.

Desconfío es un momento aparte. Juanse deja la guitarra, se adelanta y en modo crooner canta con voz rasgada una plegaria compartida. Al final de la primera vuelta de “Tan solo en la vida, que mejor me voy”,  Yudchak se adueña del escenario. Muestra el carnet de egresado de la Escuela de Blues y tira unos solos inspirados en los mismos dioses que le hablaban a Pappo, y a Freddie King también.

Pasa Fiesta cervezal y todo su desmadre sonoro. Aparece Sarco en escena, porque si hay alguien que puede cantar El gato de la calle negra con el alma es él. Promediando el show, Juanse se corre del cancionero de Pappo para meter sus canciones como solista: Energía, La esquina del sol, Estoy de vuelta… y hasta una sólida versión en español de Under My Thumb de los Rolling Stones. La banda suena bien, eso no cambia, pero el aura baja un poco: esas composiciones –a excepción de la de la banda británica- no tienen la misma fuerza que las anteriores. Y eso queda más en evidencia cuando Juanse se zambulle en la historia de Los Ratones Paranoicos. Rock del gato, Cowboy, Sigue girando, Rock del pedazo, Ceremonia y Estrella, todas canciones llenas de magia, emblemas de una época en la que la mayoría de los que estamos ahí éramos jóvenes.

Con los bises vuelve Pappo, porque siempre se vuelve a Pappo. Suben al escenario Fachi (bajista de Viejas Locas) y Sarco, porque el rock también es hermandad. El tren de las 16 y Ruta 66 suenan como lo que son: canciones de viaje eterno, de ir y volver, de nunca quedarse quieto. Juanse presenta a sus músicos. Para él Nico Raffetta es Nicky Hopkins y Nico Yudchak es Mick Taylor. Una hora y cuarenta y tantos minutos después, el humo se disipa, el telón se se cierra, y el espíritu del Carpo vuelve a las calles, a cada motor que va rumbo a Paternal.

 

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