El humo espeso que flota sobre Vorterix revela una verdad ineludible: es noche de rock and roll. El telón se abre como un velo que se corre para mostrar lo que de verdad importa. Un rugido se empieza a formar cuando suenan los primeros acordes de El hombre suburbano y el tributo cobra vida: Pappo está de vuelta, otra vez encarnado por Juanse y una banda que es como esas Harley que le gustaban a Norberto.
La cosa toma temperatura rápido. Malas compañías ya no es una canción, es un grito de guerra, y cuando
llega Sucio y desprolijo, el teatro
tiembla. El sonido es denso, compacto, y la guitarra de Nicolás Yudchak emana unos
solos limpios y penetrantes, mientras Juanse lanza esos esos riffs que son como
el ADN del rock. Entre canción y canción, el público canta con el corazón y las
tripas: “¡Y dale Pappo, dale, dale Pappo!”, porque lo que está pasando ahí no
es solo música: es una celebración de lo que fuimos y todavía somos.
Desconfío es un
momento aparte. Juanse deja la guitarra, se adelanta y en modo crooner canta
con voz rasgada una plegaria compartida. Al final de la primera vuelta de “Tan solo en la vida, que mejor me voy”, Yudchak se adueña del escenario. Muestra el
carnet de egresado de la Escuela de Blues y tira unos solos inspirados en los
mismos dioses que le hablaban a Pappo, y a Freddie King también.
Con los bises vuelve Pappo, porque siempre se vuelve a
Pappo. Suben al escenario Fachi (bajista de Viejas Locas) y Sarco, porque el
rock también es hermandad. El tren de las
16 y Ruta 66 suenan como lo que
son: canciones de viaje eterno, de ir y volver, de nunca quedarse quieto. Juanse
presenta a sus músicos. Para él Nico Raffetta es Nicky Hopkins y Nico Yudchak
es Mick Taylor. Una hora y cuarenta y tantos minutos después, el humo se
disipa, el telón se se cierra, y el espíritu del Carpo vuelve a las calles, a
cada motor que va rumbo a Paternal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario