El documental sobre Robert Johnson que estrenó Netflix, Devil at the Crossroad, producido por los hermanos Jeff y Michael Zimbalist, parte de la premisa ultra conocida del pacto con el diablo en una encrucijada de caminos del Mississippi. Pero en poco menos de una hora, y con más de una veintena de testimonios (desde Terry “Harmonica” Bean y el nieto de Robert Johnson hasta Adam Gussow y Keith Richards) el film logra establecer una hipótesis muy interesante sobre lo que sucedió con el guitarrista y su extraordinaria transformación.
La leyenda del pacto con el diablo surgió porque muchos de los contemporáneos de Robert Johnson, entre ellos Son House, relataron durante años que en sus comienzos Robert Johnson era un guitarrista mediocre, pero que tras una ausencia de entre seis meses y un año, regresó al Delta del Mississippi tocando de una manera sorprendente. A eso hay que sumarle que, en muchas de sus 29 canciones, que grabó entre 1936 y 1937, Johnson hace referencia a la encrucijada de caminos, a su relación con satanás y a los sabuesos del infierno. Y, desde ya, la industria discográfica se encargó de alimentar ese mito para vender más discos.
El documental intenta darle una explicación racional y para ello es fundamental la contextualización de la vida que llevó Robert Johnson durante fines de la década del veinte y comienzos de la del treinta, marcada por la segregación racial, la crisis del 29 y el trabajo duro en el campo. Y, en lo personal, la separación de sus padres, la temprana muerte de su primera mujer y el bebé que estaba en camino, así como los prejuicios que tenían muchos devotos religiosos, en su mayoría negros, sobre el blues como la música del demonio.
Devil at the Crossroad llega a la con conclusión de que en el período en el que Son House y Willie Brown le perdieron el rastro, Robert Johnson volvió a su pueblo natal de Hazelhurst, al sur del Mississippi, y allí se juntó con el misterioso guitarrista Ike Zimmerman, quien sería su mentor. Todas las noches, pudieron reconstruir, Zimmerman lo llevaba al cementerio local y se sentaban junto a una tumba donde le enseñó a tocar blues acompañados por “la influencia de los espíritus”. Pudo perfeccionar esa técnica tan distintiva, que pareciera que tocan dos guitarristas, gracias a sus largos dedos. En cuanto a las letras de las canciones, determinaron, estaban inspiradas en el vudú, una práctica muy habitual entre los negros del sur de los Estados Unidos.
Sobre su muerte no hay mayores revelaciones. No precisa quién fue el hombre que lo envenenó aquella noche de agosto de 1938 en un juke joint de las afueras de Greenwood, pero tampoco descarta la posibilidad de que fuera un marido celoso.
En definitiva, Devil at the Crossroad es un muy buen documental que suple la falta de imágenes de archivo con una muy buena animación, aporta nuevos testimonios y rescata varias entrevistas de la película de John Hammond Jr., The Search for Robert Johnson. Por tratarse se una producción para Netflix tiene como objetivo satisfacer al público en general y por ahí el nicho blusero sienta que le falta algo. De todas maneras, es un gran aporte a la cultura del blues, al compás de las canciones de uno de los músicos más emblemáticos e innovadores de la historia del género.