Fotos gentileza Fotografía de Toilette |
El recital no fue muy distinto al que dio en marzo. Interpretó sus temas más conocidos, como Free o Call me papa, aunque ahora sumó un par de su último disco The Heart, como la notable Big wave. Musicalmente fue impecable. Donavon es un gran cantante y todas sus melodías tienen un efecto contagioso. Grundy es un pilar fundamental, con su guitarra y bajo Gibson de doble mástil primero marca el ritmo y luego se encarga de la primera guitarra, mientras que Duffy acompaña con mucha precisión, suave cuando tiene que serlo e intenso cuando el ritmo así lo requiere.
Cada solo de guitarra de Grundy fue una descarga blusera que luego extendió a la armónica. Donavon también tiene lo suyo con las seis cuerdas, como por ejemplo el punteo profundo que alcanzó en Move by yourself o el más potente y rockeado de That's too bad, en el que junto a Grundy transformaron el coqueto espacio palermitano de Niceto en un polvoriento bar de Texas.
El final fue casi un calco del de hace diez meses. Primero invitó a escena a uno de los músicos teloneros, Joaco Terán -el otro fue Dani Ferretti junto a algunos amigos de Open Folk-, quien lo acompañó en guitarra y voz en It don't matter. Esta vez Donavon no arrojó el micrófono al público para que cantaran sino que hizo subir directamente a un flaco, de musculosa y bermuda, bien playero, obvio, para que entonara el estribillo y la verdad que lo hizo muy bien. El dato de color, fue que durante todo el show, atrás suyo estuvo el dibujante Sebastián Domenech, pintando un motivo en una tabla de surf que le obsequiaron a Donavon, el mejor regalo que podían hacerle junto a la ovación del final.
El gran Donavon Frankenreiter, el del apellido difícil, dejó entrever que sus visitas en el futuro serán frecuentes. En un momento complicado como el que estamos viviendo, en el que el sinónimo de cambio resultó ser arrasar con todo, las canciones amables de Donavon nos dieron un respiro. Y eso fue nun gran aliciente.
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