Lo primero que llama la atención del álbum de Daniel De Vita es la portada. Se trata de una foto opaca en la que el músico sostiene un micrófono y mira hacia un punto fijo que no se percibe. Luce una camisa anaranjada, pantalón azul y unos zapatos que serían codiciados por cualquier bluesmen de Chicago. Está sentado en una silla de madera, el piso está reluciente y hay a sus costados un par de guitarras y unos amplificadores. Unas fichas de ajedrez -un guiño al sello Chess- descansan sobre una pila de viejos discos de blues. De Vita de una imagen vintage que sostiene con un sonido que nos remonta a la década del 50.
Acompañado por Mariano D’Andrea en contrabajo, Gabriel Cabiaglia en batería y Nicolás Smoljan en armónica, el guitarrista y cantante desempolva un repertorio de blues bien tradicionales. Entre sus preferencias aparece John Brim, a quien le dedica versiones de You got me where you want me y Be careful what you do. Después repasa al gran Muddy Waters con Standing around crying; a Little Walter con One of these mornings; a Memphis Slim con Mother earth; a Little Johnny Jones con Hoy hoy; a Sunnyland Slim con Be mine alone y Farewell little girl; y a Snooky Pryor con Poor black Mattie.
De Willie Dixon, el padrino del blues, interpreta dos canciones en las que aprovecha para agasajar a dos de sus maestros locales: en Good advice hace un dueto con Gabriel Grätzer que podría haber sido grabado en Maxwell Street hace más de medio siglo, mientras que en el clásico Violent love suma en segunda guitarra y voz a Mauro Diana. Hay un tercer invitado: se trata del patagónico Damián Duflós, con quien se despacha una soberbia versión de Walkin’ blues de Robert Johnson. En todas las canciones la voz de De Vita suena auténtica y la banda mantiene un ritmo inmejorable. Todos llevan la negritud blusera en sus entrañas.
Más allá que desde lo estrictamente musical el disco es excelente, lo que más se destaca es la calidad de audio. De Vita, reconocido técnico en sonido y autodenominado “productor fonográfico”, ha logrado lo que muchos buscan y por lo general no lo consiguen. Southside blues tiene esa sonoridad compatible con los discos de la era dorada del blues y que en el último tiempo apenas lograron conseguir, por ejemplo, los Headcutters en California de la mano de Big John Atkinson. En el caso de De Vita es además doble mérito porque lo hizo solo y aquí. Y como si fuera poco, este joven que recrea el pasado teniendo muchísimo futuro por delante, se erige como custodio de la tradición sin enfrascarse en un discurso sectario y obsoleto. Más no se le puede pedir… bah sí: que saque otro disco pronto.
1 comentario:
Compite por disco del año. Me volvió loco el sonido (se lo dije a Daniel eufórico ), llegué a escucharlo más de 5 veces en una tarde.
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