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Buddy Guy y Jimmy Johnson |
El verano en Chicago se vive de una manera intensa. Durante el día, el mejor plan es ir a correr al Lincoln Park y luego a las playas del lago Michigan. También se puede ir a hacer compras a la calle State, en pleno centro, o pasear por el magnífico Millenium Park. Por la noche, todo se tiñe de azul. Hay varios lugares para ir a ver blues en vivo: B.L.U.E.S y Kingston Mines, sobre la calle North Halsted; el Buddy Guy Legends, en el 700 de South Wabash; y otros lugares como Rosa’s, Blue Chicago, House of Blues o el City Winery.
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Vance Kelly |
Sábado. La cita fue en B.L.U.E.S. El bar estaba abarrotado y sobre el pequeño escenario Vance Kelly y la Backstreet Band hacían lo suyo. La decoración del lugar está sobrecargada de cosas: remeras, fotos, discos y hasta un maniquí que se mueve al ritmo de la música. Las cervezas y los tragos fluyen con intensidad. Vance Kelly mostró su combinación de soul, blues y funk, que tuvo a todos moviéndose en espacio reducido. El tipo tiene carisma y mucha onda. Pasó de Little red rooster a Payback, de James Brown, y de Baby what you want me to do a My girl y My ding-a-ling. También hizo imitaciones de Marvin Gaye y George Clinton.
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Linsey Alexander |
Domingo. Fue una noche un tanto bizarra. Llegué al Kingston Mines a las 22. Linsey Alexander animaba una jam. El tipo es un viejo lobo del blues. Como muchos de sus contemporáneos, nació en Mississippi, se formó en Memphis y se consolidó en Chicago. Con la guitarra en las manos es un titán, pero en su show a veces tiende a hacer más bromas que solos. Ese día, por ejemplo, luego de un extenso monólogo machista, invitó a siete chicas al escenario y las hizo a todas mover sus colas para que el público eligiera a la mejor. A pesar de eso, mostró algo de lo que es capaz. Entre los músicos que subieron a zapar con él estuvo la argentina María Luz Carballo, con quien hizo una tremenda versión de Mona Lisa was a man. En el otro escenario estaba la texana Sharon Lewis. Más allá de su procedencia, es una cantante con todos los atributos de las vocalistas locales. Es potente y provocadora: “No se apuren en aplaudirme, a mí me gustan los hombres de manos lentas”. Acompañada por un trío –el guitarrista Bruce James tenía un sonido bastante precario-, Lewis se emocionó hasta las lágrimas cuando cantó Angel y se recuperó de manera sorprendente para una explosión funky con Working at the car wash
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Carl Weathersby |
Lunes. Fui otra vez al Kingston Mines para ver a Carl Weathersby y en la puerta me encontré con Lurrie Bell. Charlamos algunos minutos sobre su próxima visita a la Argentina y entramos a ver el show. En el escenario más pequeño estaba tocando JW Williams and the Chitown Hustlers. Williams es un veterano bajista que resume esa fusión entre blues y soul que se escucha noche tras noche en Chicago. Entre los doce compases coló temas como Papa was a rolling stone, Ain’t no sunshine y Higher ground. Weathersby, en cambio, es un animal de las seis cuerdas. Toca sin púa, a todo volumen y no escatima trucos a la hora de calentar al público, como usar un encendedor como slide o tocar con los dientes. En un momento, Weathersby pifió una nota y Lurrie le gritó: “Take your time, man”. De ahí en más todos fueron solos bestiales, que alternó con el otro guitarrista, Corey Dennison, como los de la versión incendiaria de Crosscut saw o los de un slow blues instrumental de más de 15 minutos. La banda sonó muy bien. Lo curioso fue que su hijo, que hace las veces de asistente, estuvo todo el tiempo parado arriba del escenario siguiendo el ritmo de la música y sólo al final cantó un tema.
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2120 South Michigan Av |
Martes. No hubo noche de blues pero durante el día fui a conocer el edificio del 2120 de South Michigan Avenue, donde funcionaban los estudios de Chess Records y ahora está el museo de la Blues Heaven Foundation. Recorrí el lugar por donde pasaron los grandes artífices del blues de Chicago. El recuerdo de Muddy Waters está presente a cada paso. Más tarde me di una vuelta por Maxwell Street. Lo único que recuerda los años de oro del blues es un cartel y la estatua de un bluesman callejero.
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Jimmy Burns |
Miércoles. Me adentré en el West Side para ver a Jimmy Burns. Rosa’s lounge está sobre la avenida Armitage, un poco alejado del circuito turístico de la ciudad. Pero realmente valió la pena ir hasta allí. Lo de Burns fue maravilloso y auténtico. El tipo, solo con su guitarra, hizo un repaso de la historia del blues. Antes de cada canción contó una anécdota personal o una historia del autor, como lo hacían los viejos storytellers. Tocó I’m ready, de Muddy Waters; Hobo blues y Boogie chillen, de John Lee Hooker; Mojo hand, de Lightnin’ Hopkins; Messin’ with the kid, de Junior Wells; y otros clásicos como Worried life blues, Rollin’ & tumblin’ y Mean ol’ frisco. Pero también hubo algunas sorpresas: You send me, de Sam Cooke; su versión de Fever, dedicada a Little Willie John; el medley con temas de Big Joe Turner; y el sorprendente cover de Cold as ice, del grupo británico de rock Foreigner. Fue una noche inolvidable.
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Johnny Drummer |
Jueves. Último día en Chicago. A las 18 volví al 2120 de South Michigan Avenue. En el jardín contiguo al edificio de Chess Records se presentó Johnny Drummer con su banda. Durante el verano, todos los jueves se realizan estos shows gratuitos y a mí me tocó ver a este tecladista y cantante local que sabe cómo animar al público con más carisma que talento. Una espectadora de lujo fue la dulce Marie Dixon, viuda del gran Willie Dixon, y responsable de la Blues Foundation.
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Jimmy Johnson |
Cuando terminó me fui caminando por South Wabash con rumbo norte. Al llegar a la esquina de Balbo me detuve. Allí estaba el cartel que indicaba que había llegado al lugar correcto: el Buddy Guy’s Legend. A las 21.30, comenzó el show del legendario Jimmy Johnson. “Estamos un poco cortos pero lo vamos a hacer igual”, dijo. La referencia fue a que sólo estaban su tecladista y su baterista. Por alguna razón que no explicó, su bajista y el guitarrista Mike Wheeler estaban atrasados. Comenzó con Hi heel sneakers y después le cantó el feliz cumpleaños a una mujer que cenaba con su hija y una amiga. Y así ganó tiempo. Entonces llegó el bajista y cinco minutos después Wheeler y la banda empezó a sonar como todos esperábamos: ¡impresionante!
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Buddy Guy |
Little by Little, Cold cold feeling y Going back to Louisiana fueron las canciones que tocó antes de lo inesperado. En un momento, uno de los de seguridad, enorme señor con cara de recio, se le acercó al escenario y le murmuró algo. A un costado hubo unos movimientos extraños y algunos gritos eufóricos. Sin alcanzar a ver qué pasaba, me di cuenta que Buddy Guy se encaminaba hacia la tarima. Fue un momento sublime, de esos que te marcan a fuego. Buddy bromeó con el público mientras la banda tocaba a bajo volumen un slow blues. Y el viejo Buddy se animó a cantar, como sólo él puede hacerlo. Primero Five long years y luego Love her with a feeling. Anticipó un par de estrofas de una de sus nuevas canciones y se despidió: “Tengo que tomar un avión en un par de horas”. ¿Y cómo sigo ahora”, se preguntó, medio en broma y medio en serio, Jimmy Johnson. Y lo hizo de la única manera que sabe hacerlo a puro blues, con That will never do.
Y así terminó mi gira. Adiós Chicago. Gracias por tanto blues.