Todo empieza con el baterista marcando el ritmo, golpe y golpe. Se suma el bajo con un groove asesino. Enseguida aparece la guitarra bien funky. La canción, el clásico de Ten Years After, I’m going home, cobra forma cuando la voz canta las primeras estrofas. Así abrió Jeff Healey el show que dio en la Taberna Gorssman, un célebre club de Toronto, en 1994, y que ahora, más de tres lustros más tarde finalmente fue editado en cd. Healey fue un verdadero ejemplo: logró que sus limitaciones, su ceguera y su enfermedad, se convirtieran en su fuerte. Desarrolló un estilo muy personal para tocar que lo posicionó entre los mejores del género durante los noventa. Todo eso está plasmado en este disco.
Una de las grandes cosas de este show fue que Healey dejó lado su faceta más comercial: no interpretó Angel eyes o I think I love you too much y se dedicó a homenajear a sus ídolos, una constante en su carrera. Luego del comienzo arrollador de I’m going home, el álbum sigue con una tremenda versión de Killing floor, de Howlin’ Wolf, y enseguida baja la velocidad para interpretar As the years go passing by, dedicada a Albert King. Luego se despacha con Ain't that just like a woman, un clásico que tocaron desde B.B. King y Clarence “Gatemouth” Brown hasta Louis Jordan y Chuck Berry. El álbum sigue con una poderosa entrega de Yer blues, de los Beatles, que un año más tarde incluiría en su disco Cover to cover. Vuelve sobre el cauce del blues de Chicago y Chess Records con otro cover de un tema de Howlin Wolf: Who’s been talking. Ahí suma la experiencia de Michael Pickett, un armonicista que compartió escenarios y estudios con músicos como John Lee Hooker, Bo Diddley, Koko Taylor y John Hammond.
La parte final no da respiro. En un solo tema homenajea en simultáneo a dos figuras clave de la historia del blues y el rock: Robert Johnson y Eric Clapton. Esa interpretación de Crossroads resume de alguna manera el espíritu de la música de Jeff Healey. Aquí, además de la armónica de Pickett, se suma una segunda guitarra, la de Pat Rush. Luego sigue con Dust my broom y el final, abrumador y desbordante, es otro tributo compartido a dos de sus máximas influencias: Hendrix y Bob Dylan. Once minutos de pura adrenalina es lo que dura All along the watchtower.
A más de tres años de su muerte, por suerte todavía hay más música para escuchar de este canadiense fantástico que transformó sus impedimentos en virtudes. Live at Grossman’s es un disco en vivo fabuloso, que capta el power blusero de un guitarrista que supo hacerse un lugar en el mundo.
1 comentario:
el mejor violero luego de Vaughan. Ya lo quiero escuchar
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