viernes, 26 de marzo de 2010

La despedida del Rey

(Foto: Silvia Passarello)

Cuando terminó el show, el hombre que tenía sentado a mí lado me preguntó qué me había parecido. La verdad es que no supe que responder. Dudé. Era un tipo de unos 40 años que estaba con su hijo, un nene de 10 o 12. Era la primera que vez que ellos asistían a un concierto de B.B. King y como me vio a mí con el anotador, dedujo que yo era periodista. El hombre, que tenía una remera de House of Blues de San Diego, mostraba las mismas dudas que yo pero no estaba seguro que su opinión fuera válida. Pensé la respuesta unos segundos y apenas pude balbucear un “estuvo bueno”. “Un poco corto. Me parece que habló mucho”, agregué.

Intercambié algunas frases más con mi circunstancial vecino y salí del Luna Park con una andanada de ideas acerca de la hora y media que acababa de dejar atrás. Estuve a unos 30 metros del legendario Rey del Blues. Y sin embargo me sentía raro. Qué pasó ahí adentro. El Luna estaba repleto, había clima de fiesta. En el escenario estaba B.B. King y su banda, pero…

En ese mismo escenario lo vi por primera vez. El 17 de diciembre de 1991. De hecho fue mi primer recital. Recuerdo que aquella noche calurosa salí con la sensación de que el blues había llegado a mi vida para quedarse. Aquél recital fue como si alguien hubiera clavado un cuchillo de blues bien adentro de mis entrañas. A partir de ese momento empecé a escuchar con pasión todos sus discos. Empecé a consumir blues como loco. Después vi tres recitales más: el 31 de octubre de 1992 en Obras (donde comenzó su amistad con Pappo), el 10 de diciembre de 1993 en el Gran Rex y el 9 de diciembre de 1998 también en el mismo teatro de la avenida Corrientes. De cada uno de esos shows salí extasiado porque B.B. y Lucille habían hecho de las suyas.

Pasaron 12 años desde ese último recital. B.B. King tenía 72 años y todavía aguantaba parado todo el show. Ahora la cosa cambió. Le cuesta caminar y también le cuesta tocar. No quiero decir que toque mal. Por Dios, no. Toca poco, aunque esos punteos siguen siendo maravillosos. Esto no es una crítica. Sería una falta de respeto total que un ser insignificante como yo critique nada más y nada menos que al Rey del Blues. Es simplemente una reseña de lo que me tocó vivir la noche del jueves en el Luna Park.

B.B. dialogó mucho con la gente. Recordó a Pappo. Bromeó con sus músicos. Habló del amor, de las mujeres, de la paz en el mundo y de lo mucho que le gusta la Argentina. No quiero exagerar pero casi un cuarto del show fue hablado.

En total, B.B. tocó once canciones: I need you so, Let the good times roll, Key to the highway, Bluesman, Every day I have the blues, See that my grave is kept clean, When loves come to town, You are my sunshine, Rock me baby, The thrill is gone y When the Saints go marching in. En Key to the highway y The thrill is gone escuchamos los mejores solos de Lucille. No me gustó la versión acelerada de When loves come to town. La banda sonó formidable como siempre, sobre todo con la destreza y los golpes del gran Tony Coleman.

La voz de B.B. está intacta y cuando canta realmente estremece. También es muy emocionante escucharlo hablar del amor que tiene por vivir y seguir tocando. Si bien B.B. dijo que le gustaría volver porque ama la Argentina, coincido con lo que escribió Marcos Mayer en Clarín: fue un concierto con gusto a despedida: ¡Hasta siempre, Maestro!

martes, 23 de marzo de 2010

Diez años

Descorchar una botella a veces puede ser un viaje en el tiempo. Hace diez años yo intentaba dejar de fumar por primera vez (la tercera fue finalmente la vencida), habíamos superado sin problemas el bluff del Y2K, De la Rúa todavía no había convocado a Cavallo para tratar de salvar lo insalvable y las Torres Gemelas todavía estaban erguidas en el corazón de Manhattan. De ese año es el Villa Seca de Manuel López López que tomé este fin de semana, un exquisito vino de corte 70% malbec, 25% cabernet sauvignon y 5% merlot de las zonas de Luján de Cuyo y Maipú, en Mendoza. La contraetiqueta de este caldo cosecha 2000 aclaraba que se trataba de un vino sin filtrar y aconsejaba decantarlo. Así lo hice. No voy a usar palabras rimbombantes para describirlo porque eso no es lo mío. Simplemente voy a decir que beberlo fue una experiencia muy interesante, ni hablar cuando a la fiesta de sabores se sumó el queso de cabra con orégano. En todos estos años a mí me pasaron un montón de cosas, mientras que el Villa Seca no tuvo mucha actividad: dos años en pequeños tanques de acero inoxidable y el resto quieto, adentro de la botella. Y este fin de semana, descorche de por medio, toda su quietud y pasividad de esta década se alteró al caer en el decantador y luego pasar a las copas. La concentración alcohólica poco a poco se fue disipando y el vino en todos sus sentidos llegó al punto de equilibrio que alguien soñó diez años atrás.

sábado, 20 de marzo de 2010

Crazy Heart


Por René Roca

Anoche vi Crazy Heart, la película con la que Jeff Bridges ganó un Oscar. Él está bien, hace una actuación bastante aceptable, aunque me dio la impresión de que es un borrachín de base y que simplemente se maquilló para el papel. En fin, la película no dice mucho, es una historia tranquila de un hombre que trata de salir adelante y recomponer una vida semi miserable (me gustó más El Luchador, de Micky Rourke). Pero el asunto acá no es hacer una crítica cinéfila, oficio que desconozco, sino contarles que lo único que me provocó este film fue unas irrefrenables ganas de beber whisky.

Apenas puse stop, me abalancé sobre la alacena a la búsqueda de algún dorado elixir o un bourbon lija gargantas (pretendía cantar un amargo blues a la luna después del tercer vaso). Pero nada. Mi bar es patético: un fernet Vittone, un gin Hiram Walker y un ron en el que flotan cosas (en una época lo usaba para flambear panqueques, pero ya ha perdido toda combustión). Busqué otras opciones y abrí las puertas debajo de la bacha de la cocina, y ahí, muy oculta, pero asomándose para que yo la picara en el juego de la escondida, una delgada botella de vodka Orloff. Estaba llena. Esa torpeza solo podría ocurrir si alguien, que no era yo, la hubiera olvidado el día de mi cumpleaños. La emoción de haberla encontrado fue suficiente como para pre embriagarme sin siquiera desenroscar la tapa. Casi automáticamente, saqué de la heladera tres enormes pomelos a punto de pudrirse (digo a punto por lo optimista que estaba en ese momento). Enrosqué con ganas sus mitades en la juguera y obtuve medio vaso de los grandes. Eché tres piedras y lo anegué de vodka, lo que me obligó a tomar el primer sorbo sin levantarlo.

En el patio había colocado la notebook sobre la mesa, el trago infernal y un disco de Dr. John. Encendí un tremendo Montecristo y, mientras se maridaba con el ruso sabor, me olvidé de Bad Blake (el personaje de Jeff Bridges) y me acordé de Ben Sanderson (Nicolas Cage) en Adios a Las Vegas.

jueves, 18 de marzo de 2010

Superband


Antes de fin de año verá la luz el disco de un nuevo súper grupo. Anoten estos nombres: Joe Bonamassa, Glenn Hughes, Jason Bonham y Derek Sherinian. Cuatro por cuatro, puro rock and roll. Por ahora todo indica que la banda se llamara Black Country, que es el nombre de la zona industrial de Inglaterra donde nacieron Hughes y Bonham. Aunque el nombre podría cambiar debido a que habría otra banda que se llama igual.

Para entender la importancia de este súper grupo tenemos que repasar los curriculums de cada uno de los músicos. Sobre Bonamassa, el nuevo Rey del Blues, ya me referí en el post anterior en la reseña de su último disco solista. Hughes, en tanto, es un veterano del rock: en los setenta fue el bajista de Deep Purple; años después integró la formación ochentosa de Black Sabbath y en los noventa grabó dos discos de blues para el proyecto L.A. Blues Authority, de Blues Bureau International. Jason Bonham carga con un apellido pesado en la historia del rock. Su padre fue el baterista de Led Zeppelin y él siguió sus pasos: tocó en un par de reencuentros de Zeppelin y luego participó de distintos proyectos personales y con otras bandas. El último componente de este súper grupo es el tecladista Derek Sherinian, un virtuoso que tocó con Dream Theater, House of the Lords y Alice Cooper. A esos nombres hay que sumarle el del productor Kevin Shirley, quien trabajó con bandas como Zeppelin, The Black Crowes, Journey, Iron Maiden, Rush y Aerosmith.

Bonamassa anticipó al sitio Dinosaur Rock Guitar de qué se trata este súper grupo: “Todo ha funcionado muy bien de principio a fin. Vamos a terminar el disco en pocos meses, pase lo que pase, todos están comprometidos a ello, y veremos cómo va. No será Zeppelin II, Burn de Deep Purple o lo que sea que escojan de Dream Theater, o cualquier disco mío. No será eso, va a tener su propia entidad. Es rock muy heavy. No será hecho con guitarras limpias, ni con muchos teclados. Es realmente orgánico y representa la aportación de todos. Son canciones muy emocionantes y lo mejor es que va a ser un disco totalmente original con la excepción de, quizá, un par de cosas que hagamos por diversión. Tendrá su propia identidad y es algo de lo que estamos orgullosos”.

(Foto: Bonamassa y Hughes durante una zapada el año pasado en The House Of Blues, en Hollywood, California.)

lunes, 15 de marzo de 2010

Lo nuevo de Joe Bonamassa


Sigo a Joe Bonamassa desde que mi amigo Chris me mandó en 2003 el cd Blues Deluxe. Hace unos años, 2006 tal vez, escribí para La Casa del Blues que Bonamassa estaba transitando su camino hacia la cima del blues. Creo que finalmente lo consiguió. Su álbum del año pasado, The Ballad of John Henry, fue deslumbrante. Y eso que todos sus discos anteriores fueron muy buenos. Bonamassa es un músico que está permanentemente en alza, con lo cual no le resulta nada difícil superarse a sí mismo. A los 8 años, siendo un freaky de la guitarra, abrió un show para B.B. King. Hoy, 25 años después, B.B. es el único invitado de su álbum. Juntos interpretan una maravillosa versión del clásico de Willie Nelson, Night Life. Ese tema es casi un acto simbólico: el rey habilitando la corona a su sucesor.

En este disco Bonamassa deja por momentos de lado a fiereza rockera de discos anteriores y agrega otro tipo de sonidos. Hay un par de temas acústicos y en algunas canciones se mezcla el ambiente natural que rodeó a la grabación de este disco, en los estudios Black Rock, en Santorini, Grecia. Pero lo más trascendente es que Bonamassa muestra la fuerte influencia que recibió del blues y el folk británico de los sesenta con unos solos que rememoran a Jimmy Page en su mejor momento. Además de Night Life, hay varios covers más, todos muy interesantes: I know a place (John Hiatt), Three times a fool (Otis Rush), Bird on a wire (Leonard Cohen), Baby you gotta change your mind (Blind Boy Fuller) y una nueva versión de Spanish Boots, de la época en que Jeff Beck compartía el súper grupo junto a Rod Stewart y Ron Wood.

Joe Bonamassa ya es el Nuevo Rey del Blues. Y no lo digo sólo yo. Lo aseguran medios especializados como la revista Guitarist, Gibson.com y Billboard.


jueves, 11 de marzo de 2010

Un año de Malbec & Blues

Hace un año nació este blog. Su concepción fue fruto de mi pasión por la música y el vino, la insatisfacción de ganarme la vida escribiendo sobre otras cosas y la necesidad de que lo primero supere a lo segundo. La idea del blog no fue mía. De hecho, hasta entonces yo apenas había visitado unos pocos blogs, todos muy específicos. Pero Juani Sixto, con quien compartíamos las tardes dentro de la asfixiante redacción del Gran Diario Argentino (ya ni tan grande, ni tan diario) me dijo: “Loco, por qué no armas un blog. Es fácil, es rápido, es tuyo”.

Y así empezamos. Eso habrá sido el 8 o 9 de marzo. Durante dos días me estuvo explicando el funcionamiento de Blogger y me ayudó a encontrar la estética adecuada. El 11 subí el primer post, Frenesí Parkeriano. Para ese entonces estaba leyendo En el Camino, de Kerouac, y los planetas se me alinearon en la línea cósmica de Charlie Parker. Malbec & Blues nació también en honor a El Descorche, un programa de radio que combinaba vinos y música que hice durante tres años con Mariano Valdivieso y Maxi García Solla.

El blog me permitió escribir sobre música y vinos. Subir fotos y canciones. Recomendar libros, discos y buenos caldos. Conté con la colaboración de dos amantes de la escritura: el eterno seductor de René Roca y el taciturno Brutus D.K. También aportó su pluma cargada de lalalismo poético Mariano Valdivieso, quien cuando se lo propone encuentra buenas palabras para describir un vino. No me quiero olvidar de Roberto Monsalvo, que siempre me brinda su apoyo, este año desde la bodega Dante Robino. Otro que está siempre dispuesto a aportar su cuota de sapiencia es Daniel López Roca, a quien molesté más de una vez con preguntas vía Facebook. Y por último también quería darle las gracias a Mariano Cardozo, productor y músico de blues, que publicó el aviso del blog en el programa del show de Tony Coleman y además porque se la juega trayendo al país buenos músicos, al igual que Roger de Mr. Jones. Pero fundamentalmente el blog se lo debo a los lectores.

A un año de mi primer post, cuando muchos me decían que en pocos meses me iba a aburrir y lo iba a dejar, reafirmo mis ganas de seguir escribiendo sobre los temas que me gustan sin tener que consultarle nada a nadie, sin tener que pedir permiso. ¡Salud & keep on rocking!

martes, 9 de marzo de 2010

The Joker

No voy a hablar del Guasón o de la actuación de Heath Ledger en la última Batman. Me voy a referir a una de las mejores canciones de la década del setenta. Un clásico del rock que fue compuesto en 1973 y que 17 años después tuvo un revival en las listas de charts gracias a un comercial de jeans. Estoy hablando de The Joker, el tema de Steve Miller que dejó una melodía memorable y ese “silbido” de la guitarra, hecho con el slide, luego de la frase "Some people call me Maurice" y durante otros momentos del tema.

La carrera de Steve Miller podría dividirse en tres etapas: el blues-rocker de San Francisco de los años sesenta; la estrella pop de los setenta y comienzos de los ochenta; y el músico del recuerdo de las últimas dos décadas. Más allá de eso, siempre fue un excelente guitarrista, un gran performer y un compositor formidable. Gracias a su padre, desde pequeño se codeó con la –buena- música y conoció a tipos como Les Paul, T-Bone Walker y Mingus. El blues estuvo muy presente en su música, incluso durante su etapa más melódica y comercial. De hecho, en el álbum The Joker hay un par de blues: Come on in my kitcken y The lovin’ cup.

Ya dijimos que corría 1973 y Steve Miller entraba en una etapa de éxito comercial y ciertamente la canción The Joker ayudó para eso. Todo el disco es relajado y buena onda. El tema destila una vibra alucinante, súper cool. Recuerdo la primera vez que la escuché, a comienzos de los noventa, como me fascinó y lo prendido que quedé de la melodía.

La letra de The Joker tiene varias referencias a canciones anteriores de Miller como Gangster of Love y Enter Maurice, así como también al tema de The Clovers , Lovey Dovey, de 1954. Lo curioso es que en una de las frases Miller impuso un neologismo que se volvió una referencia de la cultura pop: Pompatus ('Cause I speak of the pompatus of love). Miller instaló la idea de que él creó la palabra, aunque en realidad la tomó prestada y la modificó un poco. También en 1954, el grupo The Medallions se refirió a “the puppetutes of love”. Pompatus no sólo dio lugar a diferentes interpretaciones, sino también a una película, a varios gags de tevé –incluido uno en los Simpsons-, a citas en libros y aun juego radial que proponía un disc jockey y se volvió popular.

A pesar de haber sido un verdadero éxito, The Joker no fue muy versionada. El cover que más me gusta es el de K.D. Lang. También hay versiones de Fat Boy Slim, Smashing Pumpkins y String Cheese Incident.

En 1990, The Joker tuvo un resurgimiento gracias a una publicidad de Levi´s y se convirtió en un éxito en Europa y Oceanía. Hoy es un tema que tranquilamente puede integrar la banda de sonido la vida de cualquiera que haya crecido escuchando rock. Porque por más que ahora no te acuerdes de la melodía, en cuanto la escuches te va a disparar un recuerdo y vas a empezar a tararearla como si nunca hubieras dejado de escucharla. Esa, tal vez, es la broma de The Joker.

sábado, 6 de marzo de 2010

Valleys of Neptune

Es tiempo de volver al pasado para entender la música del futuro. Es un hecho que 1968 fue el año en que Jimi Hendrix llegó a picos creativos inimaginables hasta entonces con la grabación de Electric Ladyland, uno de los discos más complejos y revolucionarios de la historia del rock. Electric Ladyland es a Hendrix lo que Sgt. Pepper a los Beatles, Disraeli Gears a Cream, o The Dark Side of the Moon a Pink Floyd. La relación tumultuosa y conflictiva con la Experience, su banda, se potenció poco después de su lanzamiento y eso derivó en la separación del grupo. Pero entre febrero y mayo de 1969 Hendrix, Noel Redding y Mitch Mitchell grabaron un puñado de canciones pensando en una secuela de Electric Ladyland que nunca se concretó. Por la separación del grupo ese material durmió en viejas cintas durante casi 40 años. Ahora esas canciones verán la luz. Se editarán la semana que viene bajo el nombre de Valleys of Neptune. Un Hendrix auténtico interpretando nuevas versiones de algunos viejos clásicos: Fire, Red House, Stone Free; y también algunos temas inéditos. La sorpresa es la propia Valleys of Neptune, grabada en The Record Plant, de Nueva York, con Mitchell y Billy Cox en el bajo. Este "nuevo" álbum fue producido por Eddie Kramer (ingeniero de sonido de Electric Ladyland) junto a la hermana de Hendrix, Janie, y John McDermott. Las canciones de Valleys of Neptune tienen cuatro décadas pero al escucharlas parece como que fueron grabadas ahora. El pasado se mezcla con el futuro como en la serie LOST, donde los protagonistas van y vienen en el tiempo, entre flashes perturbadores.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Pura intensidad

Por Mariano Valdivieso

Con los pies ateridos por haber caminado sobre piedras durante varias horas, volvimos a Cafayate después de un día de excursión por los Valles Calchaquíes. La fecha no la recuerdo bien, pero era algún día de un caluroso marzo. Nos encantaba la sensación de “lo ajeno” que estábamos viviendo. No era una cuestión material, era más bien espiritual: entre el exceso de ella por arroparse demasiado y mi utopía por 'ir liviano', nos divertía la empatía de la ambigüedad. Así por ejemplo en las calles soleadas el abrigo era carga, y en la sombra una envidia.

Esa duplicidad se iba a repetir de principio a fin, desde el primer sorbo hasta el último trago. Y en mi humilde vocación por dedicarle atención a los vinos salteños, advertí que en realidad compiten por afirmar una y otra vez mi teoría. Estos vinos generalmente son robustos pero elegantes, maduros pero frescos, potentes pero jugosos, con una entrada en boca refrescante pero con un final voluminoso… Bueno, hay muchos ejemplos, pero éste no es mi blog.

El hecho es que cuando Martín descorchó el Amauta II, cosecha 2006, 60% Cabernet y 40% Merlot, la teoría se comprobó. Un vino de altura que respeta la intensidad que el jugo de estas uvas condensa durante la cosecha. Al igual que nosotros, cuando el sol las apunta, ellas sólo pueden hacer más y más jugo para tolerar esos rayos. Pero de noche la cosa es distinta: el frío las hace encogerse y entonces todo ese néctar se impregna, como un sello, y las mejores propiedades de la fruta terminan ahí mismo: en su copa.

Así que ya sabe, mire esa copa, mírela bien, porque ha de ser el primero, o el segundo, o el tercero, o hasta tal vez el último sorbo que está por entrar en su organismo. ¿Y que tal si fuera un Amauta II? ¿Y qué si fuera realmente una botella de las sólo 15 mil que se produjeron en la Bodega El Porvenir de los Andes? ¿Y qué si lo fuera? Aproveche, no lo dude, beba: mi teoría sólo corre el riesgo de ser rebatida, descalificada, anulada, eliminada, oprimida. La verdad… No lo sé. No sé si acaso me importa. Porque creo que lo único que vale es averiguarlo.