miércoles, 25 de abril de 2018

La mensajera


Sol Bassa armó su propia línea de tiempo artística. Primero agrupó un puñado de canciones instrumentales propias y el resultado fue el exquisito disco Dedos Negros. Al mismo tiempo, decidió preservar otros temas que tenía escritos en los que se animaba a cantar. Los guardó durante casi dos años, sumó un par de composiciones nuevas, y así nació Calles de Tierra. Dos proyectos distintos, pero complementarios a la vez, que ahora comparten el mismo espacio.

En su nuevo trabajo, la guitarra de Sol y la voz de Sol conforman el mensaje.

Y de mensajes habla El Mojo, el primer tema del álbum. “En cada ventana hay algo para mostrar. Subí tu persiana hay mucho para sacar. En cada canción hay una historia, una historia de amor un mensaje eterno. La música nos une, el éxito es encontrarnos”. El canto de Sol se eleva sobre un boogie poderoso de riffs frenéticos, impronta punk y un solo voraz con slide.

La voz de Sol no es la de una cantante que puede hacer temblar un teatro con la extensión del vibrato. Se trata de una voz muy natural, por momentos casi infantil, que se combina a la perfección con el sonido integral de la banda y la furia templada de su guitarra. “Cantar me da la posibilidad de transmitir el mensaje. Es un objetivo que tengo desde siempre. Día tras día voy construyendo ese camino”, me dijo Sol durante una entrevista en la radio.

El segundo tema del álbum ya se perfila como uno de los mejores del año. El misterio de Negrita tiene todo lo que una buena canción tiene que tener. Una gran letra, una melodía pegadiza, riffs demoledores y punteos en los que se palpa la marcada influencia Johnny Winter y Jimi Hendrix. El tema suena, por momentos, a los primeros años de Pappo’s Blues, aunque no deja de ser una composición muy original. “El misterio de Negrita quedó plasmado en el tejado, el vigilante de la esquina cometió un asesinato. Las vecinas alarmadas añorando a Negrita, el vigilante de la esquina no ha sido imputado”. Para escribir la canción Sol se inspiró en un libro de cuentos de Mariana Enriquez y en todo lo que sucedió alrededor del caso de Santiago Maldonado. “La memoria no se borra, la memoria no se agota, quedó viva en nuestras fotos, quedó viva en el barrio”.

Pampa del Sur suena bastante más country, tal vez por el aporte de Santiago “Rulo” García en el Lap steel y la letra que la convierten en una canción bien rutera. Sigue con Océano, una balada con mucho clima en la que también toca “Rulo” García: “Decidimos volar, cruzar este océano ir más allá. Las palabras del final, escapando de tus brazos”. La Caja de la Esencia comienza con el slide de Daniel Cornejo, que se encarga en el resto del disco de las guitarras rítmicas, la banda se suma con mucha cadencia y Sol canta: “No elegí mi nombre, elegí tocar blues. No elegí mi suerte, elegí tocar blues”. Y la ese de blues se estira, como si le costara despegarse de sus labios. “En la caja de la esencia guardaré mis discos, guitarras viejas, rutas pasadas. Algunas fotos de mis amigos”. Ahí están sus recuerdos, su pasado, su génesis.

“Cuando me pongo a construir una canción trato de que la música tenga que ver la letra”. Esa definición de Sol es muy justa y resume lo que buscó con Calles de Tierra. En Somos los de Abajo en el 14 “A” también vuelve sobre el mensaje y se vuelca a un sonido denso y perturbador. En Demorados levanta su bandera y “brinda por su verdad”. “Apuesto al crear en la palabra, en la memoria. En el punto de partida, en no volverte a encontrar” canta con la fuerza de su espíritu y desde su más profunda convicción. El disco termina La Brujúla, otro tema con aire rockero en el que asegura que lo suyo no se detiene: “Voy a seguir viajando en medio de tanto barro. En este mundo de pantanos algún refugio habrá”.

Sobre el final, perdido, aparece un blues instrumental, a la inversa de Dedos Negros, que terminaba con un track oculto cantado por Sol.

Calles de Tierra es una muestra del talento compositivo e interpretativo de Sol Bassa, pero también la síntesis de un trabajo en equipo. Porque además de las guitarras que aporta Daniel Cornejo y la fluida y consistente sección rítmica de Nicolás Silva (bajo) y Rodrigo Benbassat (batería), más los ocasionales coros de Verónica Bonafina, el grupo suena completamente amalgamado y los arreglos son la expresión de una construcción colectiva con Sol Bassa, la mensajera, a la cabeza.


domingo, 15 de abril de 2018

Auténtico y novedoso


Hace poco salió una nota en el diario El País de España en la que su autor, Fernando Navarro, sostiene que el nuevo disco de Ben Harper y Charlie Musselwhite “reivindica un género en vías de extinción”. Una sentencia completamente errada. El blues no corre peligro de desaparecer porque es un género dinámico, evolutivo, que está en constante expansión y que también ofrece muchísimo para descubrir hacia atrás. Sin embargo, aquí es donde colisionan dos posturas. Por un lado, determinados puristas cuestionan y atacan todo lo que se aleje de lo que ellos consideran blues. Y por el otro, están los músicos de la nueva generación (y oyentes), que llegan con otro bagaje musical, mucho más amplio que el de sus predecesores, que a la hora de componer, tocar y grabar (y escuchar) lo hacen a su manera, a veces ampliando los límites de la tradición. Los puristas tienen como misión preservar y difundir el sonido de antaño y promocionar a los músicos vivos que se ajustan a ese parámetro. Una tarea enorme y respetable. ¿Pero está bien hacerlo descalificando, criticando, insultando a todos los demás?

Charlie Musselwhite nació hace 74 años en Kosciusko, Mississippi, creció en Memphis y se formó musicalmente en Chicago con maestros como Little Walter, Carey Bell y Walter Horton. Trabajó y vivió en la disquería de Bob Koester, creador del sello Delmark, y fue amigo de Big Joe Williams y John Lee Hooker. Editó más de 30 discos, y tocó y grabó con músicos como James Cotton, Billy Branch, Luther Tucker, Fenton Robinson, Louis Myers y muchos más. Le sobran pergaminos y no debe rendirle cuentas a nadie. Harper tiene 48 años, es californiano y su música está conformada por una amplia paleta sonora y multicultural que incluye folk, blues, soul, gospel, reggae, funk y rock. La sociedad entre ambos, que comenzó en 2013 con la edición del extraordinario disco Get up!, es una de las mejores cosas que le pasó a la escena musical en el último tiempo.

Musselwhite y Harper no vienen a salvar al blues porque el blues no necesita salvadores. Y tampoco están para borrar la historia con el codo. Ellos vienen a aportar lo suyo, transmitir su arte, y encontraron su forma de hacerlo a través del blues. No mercy in this land es un extraordinario assemblage de estilos que sigue la línea del disco anterior. Harper escribió la mayoría de las canciones, canta y toca guitarras acústicas y eléctricas, mientras que Musselwhite vierte con su armónica el toque del Delta y Chicago. Además, los acompañan Jesse Ingalls en bajo y teclados, Jason Mozersky en guitarra y Jimmy Paxson en batería.

El disco comienza con When I go, un spiritual que deriva en una descarga eléctrica y la voz comprometida de Harper se fusiona con el sonido cautivante de la armónica de Musselwhite. Siguen con Bad habits, un blues animado en el que hacen referencia a las mujeres, el alcohol y las drogas. Love and trust es el primer tema acústico, más en la onda solista de Harper, con unas hermosas armonías vocales. En The bottle wins again vuelve sobre la temática de Bad habits, pero aquí la voz de Harper pierde un poco de prestancia, aunque sobresale con un exquisito solo de guitarra. Found the one tiene un groove más contagioso gracias al repiqueteo perpetuo de la batería. Promediando la mitad del álbum, el dúo se sumerge en la balada When love is not enough, una hermosa y conmovedora composición que cae en la obvia conclusión de que con el amor no es suficiente.

Trust you to dig my grave es un blues acústico que nos lleva al Delta del Mississippi, aunque la voz de Harper también le da ese toque personal cuando desestructura el estribillo con una sorpresiva melodía. El tema que da el nombre al disco es otro mano a mano acústico entre Harper y Musselwhite en el que el armoniquista también aporta su voz curtida y profunda. Aceleran sobre el final con un sonido más crudo en Movin’ on y cierran con la seductora balada Nothing at all, que se va con un solo de Musselwhite con el que demuestra toda su versatilidad.

No mercy in this land no es un disco enteramente de blues, pero es otro camino para que el blues se abra a nuevos públicos. Se trata de un puñado de canciones interpretadas con mucho sentimiento, que suenan muy bien y que dejan, en conjunto, una sensación de que en ellas hay algo muy auténtico y novedoso.


El blues como resistencia vital - El País de España

sábado, 7 de abril de 2018

La zurda endemoniada


Igor Prado está en llamas. Su zurda endemoniada ataca las cuerdas de su Strato con furia y el sonido reverbera en la amplia sala de Lucille. Igor se contornea como una serpiente a punto de atacar a su presa. Usa la púa y también los dedos. Agita a un público cautivado por su técnica y magnetismo. Igor Prado es un artista de las grandes ligas. Un verdadero as de espadas de la guitarra blusera.

Acompañado por Jay Jay Troche en armónica (y ocasionalmente en voz), Gonzalo Ros en teclados, Darío Scape en contrabajo y Pato Argüello en batería, más el aporte en algunos temas de Yair Lerner en trompeta y Federico Álvarez en saxo, el guitarrista brasileño arremete con un show vibrante que no da respiro, ni siquiera cuando bajan los decibeles para un blues lento. Prado es dueño absoluto del escenario y, por ende, de la sala. Sus solos rebozan de virtuosismo y están cargados de pasión. Y su voz es descomunal

Con Upside down literalmente nos da vuelta. Homenajea a Lynwood Slim con Bloodshot eyes y Shake it baby, donde hace un tremendo solo con scat antes de empalmar el cierre con Susie-Q. En No more doggin, Jay Troche sopla su armónica mientras Prado acompaña con mucho swing y la brisa del West Coast invade la coqueta sala palermitana. Los respalda con contundencia la sección de vientos y una base rítmica muy constante. Troche se anima a cantar en español Don’t touch me, y le da una nueva vida al clásico de Johnny “Guitar” Watson. Del sonido envolvente de la banda pasan a un mano a mano de armónica y guitarra en el que Prado canta un tema de Al Green y otro de Snooks Eaglin.

Prado cita a sus máximas influencias -T-Bone Walker, Pee Wee Crayton y Lowell Fuslon- y se lanza a la aventura de Blues after hours. Desciende por la escalera y se pierde entre el público. Se sienta en una silla y deja que una mujer que está en la mesa rasgue las cuerdas de su guitarra con la púa. Se levanta y avanza. Se topa con Julio Fabiani y le entrega la Strato para que el violero de Támesis siga con el solo. Igor vuelve al escenario y ya tiene a todo el público en la palma de la mano. Bajará dos veces más a tocar entre la gente y también invitará al maestro a Daniel Raffo para que lo acompañe en Baby you don’t have to go. “Igor ya es todo un bluesman”, dirá Raffo al terminar el show.

Lucille es una fiesta. Prado vuelve sobre otro tema de Watson, Those lonely nights y le deja otra vuelta de solo a Gonzalo Ros, que saca un sonido hammond fantástico. Y entonces llega el final, nadie lo quiere, pero es inevitable. Igor recuerda que llegó al blues porque su padre escuchaba el rock and roll de Chuck Berry y Little Richard. Y entonces se va con Lucille, en el único acto de demagogia de la noche. La zurda endemoniada, una vez más, agita las cuerdas y las almas se sacuden a su ritmo.

A PURO SOUL 

La previa del show de Igor Prado estuvo a cargo de la cantante Florencia Andrada, que desplegó media docena de temas propios con una gran puesta en escena y una banda ajustadísima, cada vez más afín al sonido Daptone. Cantó temas de sus dos discos -Otra realidad (2012) y A pesar de la tormenta (2016)- y brilló con su presencia arriba del escenario. Julio Fabiani y Facundo Rojas se encargaron de las guitarras, mientras que la rítmica estuvo en manos de Mauro Bonamico y Homero Tolosa. Completaron la formación Julia Rosa en percusión; Carmen Costa y Camila Castagna en coros; y Yair Lerner, Jorge Cavero y Santiago Zarba en vientos. Más allá de la belleza que irradia Florencia Andrada y el exquisito groove de su música, sus letras son sinónimo de resistencia. En tiempos oscuros y con un futuro incierto, ella nos llama a resistir y a no caer.