jueves, 9 de febrero de 2017

Nashville


El trayecto de Oxford a Nashville es el más largo y agotador de todos los que realizamos. El GPS nos lleva por una ruta alternativa, la 18, hacia Jackson, Tennessee, y tras más de dos horas de viaje, empalmamos con la autopista 40. Llegamos a la meca de la música country de noche y nos alojamos en un Days Inn en las afueras de la ciudad. El frío, que venía aumentando en los últimos días, aquí ya resulta insoportable. La temperatura, a eso de las 21, es de cinco grados bajo cero. Así y todo, nos ponemos la ropa más abrigada que tenemos y vamos hasta Broadway, la avenida donde la música brota en cada rincón.

Estacionamos el auto en un parking porque no hay otra opción más que esa y encaramos hacia el bullicio y las luces de neón. Los primeros metros no parecen tan duros, pero enseguida nos damos cuenta que los porteños no estamos preparados para soportar semejante frío. Pasamos por la puerta del mítico auditorio Ryman y ni siquiera podemos detenernos unos segundos para contemplarlo. La sensación es de congelamiento inminente. No damos más. Entramos en el primer lugar en el que parece que podremos recuperar el calor corporal y comer algo. Es un local de hamburguesas, para variar, y pedimos un par de cheeseburgers con papas y batatas fritas. La de Gabriel tiene panceta y cebolla. La mía, apenas tomate.

Estamos en Nashville y no vamos a dejar que el clima nos derrote. Cuando terminamos de comer nos ponemos los guantes, las bufandas, las camperas con capucha y salimos de nuevo a Broadway. Pero perdemos por goleada. Empezamos a caminar rápido en busca de otro lugar en el cual refugiarnos mientras el frío nos clava sus agujas. Entramos en un antro llamado Layla’s. donde suena un rockabilly potente y ruidoso que al principio no nos entusiasma, pero que con el correr de los temas empezamos a disfrutarlo. La banda se llama Hillibilly Casino y toca temas de Johnny Cash, Buddy Holly y Gene Vincent. El cantante tiene una energía demoledora y es un frontman muy atrevido. El trío que lo respalda –guitarra, contrabajo y batería- suena muy compacto. Invitan a cantar a una vocalista de la Brian Setzer Orchestra, Leslie Spencer, y luego a un veterano, pelado y regordete, que dicen que fue contrabajista de Bill Monroe. Se ve que aquí son todos músicos menos yo. Al final abandonamos, pero sin tirar gas pimienta, y nos vamos al hotel porque al día siguiente tenemos mucho por ver.

El sábado a la mañana amanece muy fresco pero el pronóstico augura una temperatura más aceptable. Nuestro primer destino es el Grand Ole Opry House, un clásico de la música country, y del gringaje en general, que está a unos 25 minutos del centro de la ciudad. La gran sala está en medio de un imponente mall comercial, que representa la máxima exaltación del consumo. Sentimos cierta repulsión y decidimos no pagar los 26 dólares que sale el tour por la sala. De allí nos vamos al Partenón, una réplica exacta, de hecho la única que hay en el mundo, de la mítica edificación griega. Este fue construida en 1897 y es una de las pocas atracciones turísticas de Nashville que no está relacionada con la música.

A unas pocas cuadras está el campus de la Universidad de Fisk, cuna del gospel, y allí lo pierdo a Gabriel durante un buen rato. Cuando reaparece todavía es de día y vamos en busca de la revancha a Broadway. Primero pasamos por el Ryman, lo rodeamos pero no podemos entrar porque hay un show que está sold out. Entonces caminamos por aquí y por allá. Nos cruzamos con varios músicos callejeros que tocan por monedas y tenemos la desgracia de escuchar al único negro sin ritmo del mundo: un imitador de Louis Armstrong que canta una y otra vez When the saints go marching in y hace unos solos de trompeta que son más dañinos que el frío del día anterior.

Bajamos hasta el río Cumberland, caminamos por la rambla y entramos en una cafetería. Después de tomar un cappuccino vamos a un centro de convenciones gigante, el Music City Center, que parece una nave espacial. Recorremos una feria de antigüedades y vemos el final del show de una parejita de adolescentes, rubios, pulcros y ella parecida a Reese Witherspoon, que interpretan algunas baladas folk y country.

Poco antes de las 20 llegamos al City Winnery, un coqueto lugar para ver recitales y tomar buenos vinos, fuera del circuito de Broadway. Estamos aquí porque logré que nos acreditarán para el show de Delbert McClinton. Y no es un evento más: se trata de la fiesta de presentación de su nuevo disco, Prick of the Litter. Primero suben a escena el guitarrista Bob Britt y su mujer Etta para hacer un set acústico y nos sorprenden con varios temas de J.B. Lenoir -I feel so good, Voodoo music y How much more- y un par de spirituals como Wade in the water y Jesus is gonna make up my dying bed.

Media hora más tarde aparece en escena el viejo Delbert respaldado por una banda conformada por dos guitarras, piano, hammond, trompeta, saxo, bajo y batería, más el ocasional aporte de dos coristas. Britt maneja las riendas del grupo y abren con Take me to the river. Luego se despachan con un par de canciones del nuevo álbum pero, a mi criterio, a la primera parte del show le falta algo de fuerza. De todas maneras, el ensamble es perfecto y el pianista y el trompetista sobresalen en cada solo que hacen. Tras un intervalo en el que Delbert deja el escenario y la banda toca el clásico Tequila, regresa para cantar Fannie Mae, de Levon Helm; sus clásicos Give it up on your love y Every time I roll the dice; y una versión shuffle de She`s nineteen years old, de Muddy Waters. La segunda parte es mucho mejor que la primera y el público termina bailando entre las mesas.

Al día siguiente nos despertamos temprano y vamos hasta Hendersonville, a unas 20 millas al norte de Nashville, a rendirle homenaje a Johnny Cash. Nos cuesta encontrar su casa y damos vueltas en círculo hasta que finalmente, en una estación de servicio, nos dan las coordenadas correctas. A pocos metros de llegar nos topamos con unos vecinos de Cash con los que nos quedamos charlando un buen rato. Nos cuentan que la mansión, con vista al lago y en la que se filmó el video de Hurt, se incendió en 2007, cuatro años después de su muerte. La propiedad la había comprado Barry Gibb, de los Bee Gees, y se quemó accidentalmente cuando la estaban remodelando. Hoy hay solo escombros y una bruma de melancolía flotando en el aire. Luego vamos hasta el cementerio local y nos quedamos frente a su tumba, ubicada al lado de la del amor de su vida, June Carter. .

Otra vez a la ruta. Es el último tramo. Por la 40 vamos hacia el oeste y tres horas después llegamos a Memphis. Es la última noche. Pasamos por Stax y la casa donde vivió Memphis Slim, ahora reconvertida en una fundación educativa. Vamos a una disquería y terminamos en Beale Street. La popular calle está desierta se está jugando la final del Super Bowl. Igualmente tenemos nuestra última dosis de blues con los Blues Masters. Por la mañana, camino al aeropuerto, pasamos por la Universidad de Memphis y, gracias a un contacto que nos facilitó David Evans, dejamos el libro en la Biblioteca.

Después de ocho días y más de mil millas recorridas llegamos al final de nuestra aventura, una experiencia única que será imposible de olvidar.

3 comentarios:

Oscar Castro dijo...

Gran crónica Martín. Quizá la más divertida. Gracias por compartir.

Paula Benítez dijo...

Muy linda historia! Muy bien contada. Pude viajar con ustedes a través del relato. Muchas gracias.

Marcos Lenn dijo...

Glorioso!! Os felicito!!