sábado, 25 de febrero de 2017

Comfort sureño

Rich Robinson - Foto Daniela Cilli
Rich Robinson no es muy expresivo, al menos con las palabras y los gestos. Sí lo es con sus solos de guitarra, extensos y profundos, y con las letras de sus canciones. Dos de las tres veces que se dirige al público son para agradecerle a Nico Bereciartúa, guitarrista de su banda, por haberlo traído a la Argentina. La otra es para cuestionar a los que usan sus teléfonos celulares para ver Facebook en medio del show. “Desde aquí podemos ver cómo se iluminan sus caras”, dice.

El sonido de Rich Robinson, en su versión solista, es mucho más refinado que el de los Black Crowes, por más que en el set list incluya varios temas de la banda que formó con su hermano Chris a mediados de la década del ochenta. Pero el espíritu es el mismo. Eso no lo negocia: rock & roll sureño en su máxima expresión.

A las 21.45 se corre el telón del Teatro Gran Rivadavia y los músicos entran en fila. Nico Bereciartúa, que animó la previa con su propia banda, encabeza el grupo y se ubica en el extremo opuesto. Robinson lleva el pelo atado, se cuelga la guitarra al hombro y lanza los primeros acordes de Shipwrek, tema con el que abre su disco Flux. Pero algo falla. Su voz no se escucha en absoluto y, pese a las reiteradas señas que le hace al sonidista, no logra solucionarlo.

En el segundo tema, Stand up, cantado por John Hogg –también corista, guitarrista y percusionista- el sonidista arregla el percance y todo vuelve a la normalidad. El resto del repertorio alterna entre temas de sus propios discos con algunos de los Black Crowes como Hotel illness, What is home y Oh Josephine, en la que se genera un cruce de solos entre Rich, Nico y el tecladista Matt Slocum, que marca un quiebre en la intensidad sonora que propone la agrupación.

A partir de ese momento, con otra de los Crowes, Wiser time, la banda sube el volumen a límites sensibles y no parara hasta el último acorde de la noche. Los solos Rich y Nico se conjugan en cada una de las canciones, algunas veces con slide y otras no, pero generando una alternancia inflamable que llega a su pico con el cover de los Allman Brothers, Stand back.

Nico Bereciartúa. Foto Daniela Cilli
La banda tiene una tremenda solidez y su articulación es de una complejidad notable. El ritmo que llevan Sven Pipien (bajo) y Joe Magistro (batería) es inquebrantable.Se percibe el comfort sureño y en su explosión roquera, de jam perpetua, conviven las raíces más profundas de la música norteamericana. Y Nico se desenvuelve entre ellos con mucha naturalidad. Todos sus punteos fluyen libremente y cuando lleva la rítmica lo hace con mucha convicción. Su relación con Rich, que comenzó con una botella al mar, se convirtió en una sociedad que apuesta al futuro.

La capacidad del teatro está en un 60 o 70 por ciento. El público tiene momentos de júbilo aunque a algunos se los ve aturdidos por el volumen. Sobre el final llega Oh! Sweet nuthin’, exquisito cover de Velvet Underground, que Rich canta con mucho sentimiento y en el bis vuelve a los Black Crowes con Thorn in my pride, porque siempre, siempre, se vuelve a las fuentes.

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